miércoles, 16 de abril de 2014

EDWIDGE DANTICAT [11.544]

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Edwidge Danticat

Edwige Danticat (Puerto Príncipe, HAITÍ 19 de enero de 1969) es una escritora haitiana afincada en Estados Unidos.

La crió su tía hasta que con 12 años se fue a vivir con sus padres a Brooklyn (Nueva York). La revista Granta la citó entre los « 20 mejores americanos jóvenes » en 1996. y fue finalista del prestigioso "National Book Award" en 1995 con “Krik? Krak!”, y galardonada en 2008 por el "National Book Critics Circle Award", con “Brother, I am dying”.

Bibliografía parcial

Breath, Eyes, Memory 1994
Krik? Krak! 1995
The Farming of Bones 1998
Behind the Mountains 2002
After the Dance: A Walk Through Carnival in Jacmel, Haiti 2002
The Dew Breaker 2004
Anacaona: Golden Flower, Haiti, 1490 2005
Brother, I'm dying 2007


Edwidge Danticat

Por Tania Molina Ramírez

Edwidge Danticat, nacida en 1969, es una de las más reconocidas escritoras haitianas. Llegó a Nueva York a los doce años cuando sus padres, André y Rose, que llevaban varios años viviendo en Estados Unidos, mandaron por ella y su hermano. El impacto inicial fue fuerte. Aprendió a hablar inglés y también aprendió sobre el racismo. Cuenta que los niños en la escuela se burlaban de los haitianos y los llamaban “balseros” y “franchutes”, porque era lo que escuchaban en la televisión. Hasta que un día los niños del país caribeño decidieron aprovecharse de otro estereotipo, el voudu, y llegaron a la escuela con pañuelos rojos y circularon el rumor de que estaban hechizados. Cada vez que alguno se burlaba de ellos, levantaban el pañuelo y murmuraban algo así como “abracadabra”. Santo remedio.

Danticat, quien actualmente reside en Miami, comenzó a escribir muy joven. Su primer novela, Breath, eyes, memory, fue publicada en 1994. En ella narra la historia de una niña haitiana que muy a pesar suyo tiene que dejar a su tía, Tante Atie, quien la crió, para reunirse con su madre en Nueva York. Las mujeres en la novela son fuertes, desde la pequeña hasta la abuela, quien cuenta las historias de los antepasados.

En la obra de Danticat, la historia juega un papel fundamental, para saber de dónde viene uno y por lo tanto quién es uno. En sus relatos, la historia está presente por medio de los cuentos ancestrales y su sabiduría, y por medio de los sucesos políticos y económicos.

The Farming of Bones (1998) trata sobre la masacre de haitianos perpetrada bajo las órdenes de Rafael Leónidas Trujillo, presidente de República Dominicana. En alguna ocasión dijo que la escribió al darse cuenta de que la gente local ya no recordaba el suceso.

La escritora, a quien en 2009 le fue otorgado el Premio MacArthur, también conocido como Premio Genio, escribió Brother, I'm Dying (2007), acerca de su tío Joseph, quien, junto con su tía Denise, la crió de niña. Joseph viajó a Estados Unidos en busca de asilo político tras ser amenazado de muerte por pandillas. Al llegar a Miami, las autoridades de migración lo retuvieron. Fue llevado a un centro de detención donde murió por falta de atención médica.

Ahora, tras el terremoto, escribió en la revista The New Yorker acerca de lo que su familia ha vivido (www.newyorker.com/talk/comment/2010 /02/01/100201/taco talk danticat). Su primo Maxo murió al derrumbarse la casa que ella consideraba su hogar cuando iba a Haití.

Hace unos días escribió en la revista El País Semanal: “Los haitianos tenemos una gran capacidad de recuperación. Nosotros pondremos todo de nuestra parte. Sin embargo, los amigos y países vecinos de Haití deben mantener su compromiso y su atención a largo plazo, para ayudarlos a reconstruir no sólo el aspecto físico del país, sino también el humano.”

El aspecto humano que narra en sus novelas, como en Breath, Eyes, Memory, donde se lee:

Uno por uno, los hombres comenzaron a salir de sus casas. Algunos cargaban plátanos machos, otros grandes camotes, que provocaban que te picara el cuerpo si los tocabas crudos. No había hombres en la casa de Tante Atie y mía, así que nosotras cargamos los alimentos al patio donde los niños habían estado jugando.

Las mujeres entraron al patio cargando ollas de latón con humeante té de gengibre y canastas con pan de yuca. Tante Atie y yo nos sentamos cerca de la reja, ella detrás de las mujeres y yo detrás de las niñas.

Monsieur Augustin, con una horca oxidada, amontonó algunas ramitas y dejó caer sus maduros plátanos machos y mazorcas en la pila. Encendió un largo cerillo y lo dejó caer encima del montón. La llama se expandió, de rama en rama, hasta que todo se mezcló en un gran y humeante fuego.

La esposa de Monsieur comenzó a repartir grandes tazas de té de jenjibre. Los hombres se dispersaron en pequeños grupos y pasearon por la vereda del jardín, fumando sus pipas. Viejas tantes –tías– y abuelas arrullaron bebés en sus regazos. Los adolescentes se fueron hacia los rincones oscuros, escondidos por las sombras de susurrantes hojas de plátano.

Tante Atie dice que estas comidas colectivas en las cuales todos aportan algo comenzaron hace mucho tiempo en las colinas. En ese entonces, un pueblo entero se juntaba y desmontaba un campo para plantarlo. El grupo se turnaba para limpiar el campo de cada persona, hasta que toda la tierra del pueblo estaba limpia y plantada. Las mujeres cocinaban grandes cantidades de comida mientras los hombres trabajaban. Luego, al atardecer, cuando el trabajo había terminado, todos se juntaban y disfrutaban de un festín de comida, baile y risas.

Aquí en Croix-des-Rosets, la mayoría de las personas eran trabajadores de la ciudad, que laboraban en fábricas de confección o de pelotas de beisbol y vivían hacinados en pequeñas casas para poder mantener a sus familias en las provincias. Tante Atie decía que teníamos suerte de vivir en una casa tan grande como la nuestra, con una sala para recibir a los invitados, y además un cuarto para que durmiéramos las dos en él. Tante Atie decía que sólo la gente que vivía con dinero de Nueva York o gente con profesiones, como Monsieur Augustin, podían vivir en una casa en la cual no tenían que compartir un patio con un montón de otras personas. Los otros tenían que vivir en jacales o casas de un solo cuarto que, a veces, ellos mismos tenían que construir.

Sin importar dónde vivieran, esta comida colectiva estaba abierta para todos los que quisieran venir. No había un campo que sembrar, pero los trabajadores usaban sus amistades en las fábricas o su agrupación en los patios comunes, como una razón para juntarse, comer y celebrar la vida.

La primera noche que pasó en Nueva York, en casa de su madre, Sophie, la protagonista de la novela, cuenta: “No podía dormirme. En casa, cuando no me podía dormir, Tante Atie se quedaba conmigo. Las dos nos sentábamos al lado de la ventana y Tante Atie me contaba historias sobre nuestras vidas, sobre cómo habían sido las cosas en la familia, incluso antes de que naciera. Una vez le pregunté que cómo era que había nacido con una madre y sin padre. Me contó la historia de una niña que nació de los pétalos de las rosas, agua del arroyo y un pedazo del cielo. Esa niña, me dijo, era yo”.


Hermano, me estoy muriendo (fragmento)


Ésta es la manera de demostrar tu amor por mí: En cualquier lugar al que vayamos, dirás de mí que soy tu hermano. Génesis 20:13

Mi padre de vez en cuando citaba el libro del Génesis, parafraseando sus líneas favoritas de la historia de José, el joven que fue refutado y vendido en tierra hostil por sus hermanos.
Mi tío Joseph fue nombrado después de que el arco iris quedara recubierto, pero yo nunca me tomaría en serio los paralelismos entre la vida de mi tío y el relato bíblico anterior.
-El tío permanece en su propio Egipto esta mañana, en su particular tierra de aflicciones, dijo mi padre, cuando hablamos en torno a las nueve de la mañana.
-Estará bien, respondí yo. Tú sólo concéntrate en la Columbia presbiteriana.
Mientras hablaba con mi padre, mi tío estaba esperando con John Pratt fuera de la oficina de remolque del asilo en Krome. Inclinado sobre una de las tres personas detenidas, aguardaba su audiencia. Mi tío hablaba en inglés con un haitiano, haciéndole saber que le habían quitado a John su medicación. Antes de que Pratt pudiera responder, él y mi tío fueron llamados por la oficial Castro, una mujer que debería rondar los cuarenta y cinco años. La entrevista del asilo estaba a punto de dar comienzo.
Mi tío y Pratt se sentaron en un escritorio cercano a la pared trasera, frente a Castro. Se requería un traductor con certificado para los procedimientos. Y allí no había nadie que cumpliera con esa premisa. Llamaron al servicio de traducción telefónica y un intérprete se puso al otro lado del aparato. El teléfono estaba en el escritorio, justo en frente de mi tío, cerca de los libros legales, cuadernos y otro tipo de materiales de Pratt.
El intérprete tenía problemas para entender lo que decía mi tío, así que la oficial Castro le pidió que acercara su boca más al teléfono. Cuando mi tío se inclinó hacia delante, su mano se escurrió de su cuello y la dejó caer sobre el aparato.
La grabación indicaba que mi tío parecía estar sufriendo un ataque. Su cuerpo se volvió rígido. Sus piernas se sacudieron hacia delante. Su silla se deslizó hacia atrás, golpeando la parte posterior de su cabeza contra la pared. Comenzó a vomitar.
El vómito bullía fuera de su boca, de su nariz, como si le estuvieran practicando una traqueotomía en su cuello. El vómito se extendió por todo su rostro, desde la frente a la barbilla, sobre la parte delantera de su oscuro mono azul. Había también vómito sobre sus muslos, donde una gran mancha húmeda indicaba que él tambien se había orinado.
-Llamad a alguien para que nos ayude. Pratt saltó de su silla y apartó sus papeles del vómito circundante.
La oficial Castro corrió hacia el escritorio y agarró a mi tío por las mangas del uniforme, tiró de su cuerpo hacia delante, enderezándole la cabeza, asiendo una papelera cercana, la puso frente a mi tío. Mi tío siguió vomitando en su interior, mientras abría y cerraba sus ojos, que vagaban errabundos en sus órbitas. 




Krik? Krak! (fragmento)

Escribir es como trenzarse el pelo. Tomar un montón de mechones desordenados y ásperos e intentar darles unidad. Tus dedos aún no han perfeccionado la labor. Algunas trenzas te quedan largas, otras cortas. Algunas son gruesas, otras finas. Algunas pesadas. Otras ligeras. Como las distintas mujeres de tu familia. Esas cuyas fábulas y metáforas, cuyos símiles y soliloquios, cuya dicción y je en sais quoi, por obra de sus dedos, se deslizan día a día en tu sopa de subsistencia. 





on the day of the dead

this november 2 feels like the 2nd day of the dead
the other one came too soon so we had no time to prepare
no time to call on la flaca, the lady of the dead
no time to call on le bawon, the guardian of the cemetery
no time to clean the gravesites, yank the weeds
repaint the mausoleums and cover the tombstones
with garlands of cockscomb or beds of carnations
or wreaths of marigold, the flower of four hundred lives
no time to make pan de muerto or pen patat for our deceased
or pour tequila or babancourt rum as libation on their heads
no time to set off fireworks to rouse our angelitos
or ti lezanj from their premature rest
no time to burn incense to lure them back this way
if only for a while
no time to gather up a wash basin, a towel and soap
for them to bathe if ever they should return
no time for a mariachi or rara band to think up a good song
only time for llorada—the weeping
only time for kriz—convulsions the body uses to mourn
only time for the plaintive chime of somber church bells
only time to recite the rosary under our breaths
only time to ponder our three deaths
the one that happens when our breath leaves us to rejoin the air
the one that follows when we are given back to the earth
and the most final one of all
the one that ultimately erases us
when no one remembers us at all








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