viernes, 12 de septiembre de 2014

CARLOS VEGA [13.282]


Carlos Vega

Carlos Vega (Cañuelas, provincia de Buenos Aires, 14 de abril de 1898 - Buenos Aires, 10 de febrero de 1966) fue un musicólogo, compositor y poeta argentino, considerado el padre de la musicología argentina.

Fue hijo de Antonio Vega y Josefa Sánchez. Cursó la escuela primaria en su ciudad natal y el secundario comercial en Buenos Aires. Estudió guitarra desde los doce años de edad y desde los dieciséis fue discípulo de Antonio Torraca en violín, solfeo y teoría musical. Fue futbolista aficionado y, a la edad de 18 años, arquero del Cañuelas Fútbol Club. En Cañuelas fue llamado el loco Vega por su costumbre de recitar poemas de amor parándose sobre un banco de la plaza.

Desde 1920 viajó por las provincias argentinas y colaboró con los diarios Heraldo e Yrigoyen de la ciudad de Concordia (Entre Ríos) bajo los seudónimos de Cardenio y Rey Negro.

En 1926 se estableció en Buenos Aires. En 1927 creó en Cañuelas la Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento y en ese mismo año fue adscripto ad honorem al Museo Argentino de Ciencias Naturales "Bernardino Rivadavia", sección de Arqueología, donde colaboró con José Imbelloni.

En 1930 inició un proyecto de relevamiento musicológico del folclore argentino y en 1931 fundó el Gabinete de Musicología Indígena del Museo de Ciencias Naturales, entidad precursora del Instituto Nacional de Musicología que dirigió y que actualmente lleva su nombre. Al mismo tiempo, llevó a cabo un amplio estudio de los códices medioevales.

Desde 1963 fue docente de la Facultad de Artes y Ciencias Musicales de la Universidad Católica Argentina, entidad a la que donó numerosos materiales musicológicos de su propiedad. En 1965 se incorporó a la Academia Nacional de Bellas Artes de la Argentina como numerario. Fue asimismo correspondiente de entidades similares en Uruguay, Bolivia, Perú, México y Estados Unidos.

Obra musicológica

La música de un códice colonial del siglo XVII (1931).
Escalas con semitonos en la música de los antiguos peruanos (1932).
Danzas y Canciones Argentinas (1936).
La Música Popular Argentina (1941).
Panorama de la Música Popular Argentina (1944).
Bailes tradicionales argentinos: El Cuando - El Carnavalito - La Mariquita - El Pala Pala - El Bailecito - El Pajarillo - La Huella - La Firmeza - La Sajuriana - La Media Caña - El Minué Federal - Los Aires y + (1944-1953).
Los instrumentos musicales aborígenes y criollos de la Argentina (1946).
Música sudamericana (1946).
La forma de la cueca chilena (1947).
Las danzas populares argentinas (1952).
El origen de las Danzas folklóricas (1956).
La ciencia del folklore (1960).
El himno nacional argentino.
Danzas argentinas (en dos volúmenes, 1960-1961).
Danzas argentinas (1962).
El canto de los trovadores en una historia integral de la música (1963).
Lectura y notación de la música (1965).
El cielito de la independencia (1966).
Antecedentes y contorno de Gardel (1966, publicado póstumamente).
La Formación Coreográfica del Tango Argentino (1977).
Apuntes para la historia del movimiento tradicionalista argentino (recopilación y materiales inéditos,1981).
Estudios para los orígenes del tango argentino (2007).

Obra Literaria

Hombre (1926, poesía)
Campo (1927, poesía)
Agua (1932, cuentos)
Obras de teatro, inéditas.

Obra musical

Andantino, Andante y Plegaria para guitarra, estrenados en 1929.
Música para Madame Bovary, 1935.
Música para La Salamanca de Ricardo Rojas, 1943.
Música para El amor del Sendero, de Federico Martens, 1947.
Danzas y canciones para orquesta, 1943 - 1952.
Música para la película Alma Liberada, junto con su esposa, Silvia Eisenstein.




Del libro «Hombre»

           
XXII

                                      Con cariño y con pena
me recibieron todos en tu casa;
no quise preguntarles la respuesta
que el ambiente y tu ausencia anticipaban.
 
   La puerta prometía por instantes
tu imagen adorada.
 
   (¡Verte sólo un segundo
recitando la excusa preparada...
   Verte sólo un segundo
para colmar de luz tanta desgracia!)
 
   Y no se abrió la puerta
   durante la velada.
¡Y no se abrió la puerta!
¡Yo no sé si mis ojos la dejaron clavada!
 


XXIV

   Detuvo tu ademán mis confesiones
y relució tu anillo interponiéndose;
      pero tus ojos tristes
dijeron la verdad trágica y breve:
que tú eres mía, ¡mía! y que te llevan
      ¡irremediablemente!
 


X

   Vuelvo a la aldea al cabo de dos años
      y corro hasta su casa;
      ansiosamente busco
entre todas las caras su cara idolatrada;
      serios, todos de luto
      me miraron con lástima...
 
      (Dos noches que no duermo...
pero no quiero preguntarles nada.)


 
XXV

   No me quisiste nunca y te he dejado
      doliendo en mis entrañas.
      Así, hendido, comprendo
los besos de las madres y las ansias
      del arrullo que viene
      temblando, de las ramas...
      ¡No he querido olvidarte!
¡Te he dejado sangrando en mis entrañas!


 
VIII

      Cortaron los perales
      en el vecino huerto.
Cortaron los perales...
Cuando vengan al mundo mis pequeños
      ¿dónde hurtarán la fruta
      si no quedan frutales en el pueblo?
 
¿Que van a recordar los pobres luego
si tendrán por pasado una niñez
      vacía de recuerdos?



 
I

      Gacha la cabeza del viejo,
gacho el recio testuz de las bestias,
hace veinte años que arrastran y guían
un arado rústico de corvas estevas.
 
      ¡Veinte años! Al cabo,
los tres se dividen en tres la faena:
el viejito empuja un poco el arado
y los bueyes trazan la hendidura recta.
 
La picana, inútil, se ahúma en la choza;
-«ganas de astillarla cuando falte leña»-
se comprende, entonces, que no haya en la zona
ni viejo más calmo ni yunta más lenta.
 
Y es porque, en secreto, ya se tienen lástima.
   Esta madrugada surcaban la cuesta
-un pedazo nuevo ganado en los bosques:
      raíces, zarzales y piedras-
cuando en la corteza de un tronco
se clava el punzón de la reja.
      El viejo acaricia su yunta;
-¡veinte años de lucha y de pena!
mira el tronco hendido, presiente la lucha,
y como él, no sabe sino de la fuerza,
      da un largo descanso a sus bueyes
y él también descansa tendido a la vera
mientras intercambian miradas amigas;
      y así, en la pradera,
integran un solo designio de sed y cansancio
      porque son tres bestias!

(«Campo») 





Réquiem para el maestro Carlos Vega

Por Atahualpa Yupanqui

Algunos lapiceros de acerada pluma. Viejos tinteros secos. Kilos de papel de música. Pautas borroneadas, corregidas, plenas de indicaciones. Cartillas con nombres, fechas, lugares, comarcas. Boletas de hoteles, de fondas, facturas de ferrocarriles. Fotografías de viejos vidaleros, algunos, ciegos. Magras ancianas del noroeste, fotografiadas con las manos sobre las faldas. Manos nudosas, cansadas del hacer. Manos para la zafra, para la arcilla, para el desgrane del cereal, para la junta de la algarroba. Manos dagueltadoras del arrope, manos deshilachadoras del charqui.

Ahí están, junto al mozo que anota, y graba, y atiende, y clasifica antiguas melodías, viejos ritmos del Ande, de las selvas, de las hondas quebradas, de los altos valles.

Mozo atildado, fino, serio como un profesor cargado de conciencia. Cordial como un argentino feliz de su hacer. Advertido y perspicaz como un criollo “hecho a campo”. Seguro de su aprendizaje. Sereno en su saber. Consciente en su mensaje. Responsable, cabalmente responsable en el manejo de los documentos musicales que le confiaban las gentes del ayer folklórico. 

Así lo hemos visto a usted, Carlos Vega, toda la vida, y en todas partes.

Lo vocacional siempre resuelve en el oficio cuando la verdad empuja desde las claras fuerzas del espíritu.

El Maestro fue entonces un investigador con un cargo concreto: recoger, clasificar, determinar etapas, épòcas, influencias vecinas, sudamericanas o europeas, determinismo afro, asirio, oriental, en la temática diversa del folklore nacional.

Los documentos, entonces, comenzaron a sumarse por miles. Y los desvelos, por años.

Sin lucimiento, sin consagraciones, sin aplausos inmediatos, sin homenajes ni promociones, sin trascender casi al gran público, aún al dilettanti de temas etnológicos, folklóricos y tradicionalistas, el Maestro siguió su misión investigadora de formas usuales, pretéritas, mágicas, arqueológicas.

Caminó los senderos de la geografía áspera de la patria, sin hacer crónica de ella. Solo, oyendo, anotando, estudiando, comparando melodías del pueblo, acumulando temas, desbrozando orígenes. Compartió inquietudes con otros estudiosos de Europa y Asia despertando en ellos respeto y preferencial trato de cordialidad científica. Formó seminarios, acercó a la juventud universitaria orientada hacia su especialidad. Música, música. Música siempre, sin ensayo literario ni filosófico, ni dogmático 
ni artístico teatral. Sin discos ni conciertos. 

Sin claques ni demagogias que subalternizan y envilecen toda noble misión. Música para anotar, para estudiar, para saber, para alcanzar una conciencia de lo que cantó el país antes, dónde, cómo y por qué.

Así lo hemos visto a usted, Carlos Vega. Toda la vida y en todas partes.

Arthur Ramos, Adolfo Salazar, el doctor en musicología húngara Zsabolshi Bence, el viejo maestro de Bela Bartok, don Zoltán Kódaly, todos los expertos rastreadores de pentatónicas y tritónicas desde la Transilvania, el Cáucaso, el Tibet, Servia antigua y Grinaud, desde los archivos de los documentos medievales de Francia, conocían, estimaban y valoraban en alto grado la labor de ese mozo nuestro, tenaz y consciente, desbrozador de la selva musical del pueblo argentino, buscador de los trasplantes, 
desfiguraciones, adaptaciones, creaciones originales, modalidades y formas preferidas por la grey que durante décadas cantó libremente sus historias de amor y de pasión, de agro y camino, de soledad y gracia, de fiesta religiosa o desenfreno bucólico.

Cerca de dos docenas de libros, infinidad de folletos, publicaciones de la prensa importante del país y del extranjero, conferencias, clases ejemplares y, sobre todo, viajes con un solo objetivo: desentrañar, indagar sin ningún pensamiento ajeno a la misión, sin tiempo para la vida social, ni para los banquetes, ni para distraer las horas quemando la importancia de vivir.

Así lo hemos visto a usted, Carlos Vega. Toda la vida, y en todas partes.

Discutido por los inteligentuales de su propio país, nuestro país. Satirizado por los científicos de revistitas de cultura para asimilar en el tranvía, ignorado por la inmensa grey de cantores y “folkloristas” de radiotelefonía, peñas y tablados. No leído ni consultado por los profesores de la “especialidad” que pululan en torno a la buena nombradía y la fama de barrio. Negado por los doctorcitos de “las cosas nuestras”. ¿Para qué abundar en las pequeñeces que siempre contornean la buena casa, como las espinas, las matas y los yuyos?

En “Horizontes de luz”, de Fernández Ríos, hallamos esta definición: “Para escuchar las burlas del gusano no detienen las águilas su vuelo”.

Así lo hemos visto a usted, Carlos Vega. Toda la vida, y en todas partes.

Se le hizo la noche en un febrero luminoso. 

Cuidó su salud hasta donde puede cuidarla un hombre que tiene mucho que hacer, mucho que dejar, mucho que decir a la cultura argentina. Alguna medianoche nos llegaba su presencia cordialísima hasta los camarines de los teatros. Y con autoridad y serena bondad nos anotaba los puntos de algún asunto criollo desarrollado momentos antes en el escenario.

Muchas veces molestamos al Maestro para recabar un dato, una fecha, el giro de una danza, la autenticidad de un estribillo registrado como anónimo. Y siempre tuvimos más de lo que solicitamos.

Hace veintisiete años lo hallamos en Santiago de Chile, en casa de Amanda Labarca. Venía el Maestro del sur chileno, de Temuco, Chillán, Valdivia, Concepción, Talca. Había estudiado sobre la “trutruca”, el “cultrúmn”, y luego caminaría al Norte de Chile para hurgar en conventos, archivos y alcaldías acerca de “La Tirana”, “La Refalosa” y “La Remesura”.

Lo hallamos, allá por el cuarenta y dos, en Purmamarca, la aldea encendida y callada de esa nodriza histórica que se llama Quebrada de Humahuaca. Comimos charquisillo, papas encamisadas, mote de habas, y bebimos algo del escaso viñedo de Monte Rico, ya desaparecido a la sombra de los nogales de Palpalá.

Sobre la mesa de madera de cardón, el viejo grabador, y papeles pautados. Música. 
Música siempre.

En Tucumán se produjo el encuentro histórico del Maestro con Alfred Metraux, el joven sabio francés, doctor en ciencias etnológicas. Fueron dos noches memorables durante las cuales aprendimos con emoción mientras ellos conversaban temas al parecer ya sin discusión, pero en el que cabía el sentido de universalidad de las comarcas. Alfredo Coviello, Pablo Rojas Paz, el doctor Soler y el que escribe estas líneas, nos sumergimos en un mundo de música y costumbres de tipo indígena, mestizo, criollo. Eurindia, como gustaba decir a Gustavo Rojas, estaba presente, en el misterio poco a poco develado por esta 
gente consagrada a descubrir la luz para guiar a los pueblos a través de la selva confusa de los orígenes de las culturas sudamericanas.

Así lo hemos visto a usted, Carlos Vega. Toda la vida, y en todas partes.

Nos queda su obra, Maestro Carlos Vega. Su invalorable aporte a la cultura de nuestro pueblo. 

Nos ha dejado usted una arroba de documentos. Auténticamente, cabalmente, documentos. Fornas. Ritmos. Melodías. Estribillos. Hallazgos originales. Modalidades que diferencian la comarcanidad en la música anónima.

Todo lo que se pueda discutir, o pretender agregar, o cambiar, han de ser meras interpretaciones, juegos literarios, gustos estéticos, ensayos para “alguna proyección”, como se estila decir en estos días, para darle importancia a una deformación de lo tradicional, que consagre como talentosos a encontradores de “un nuevo folklore”.

Ahora que ya no lo veremos aparecer de tarde en tarde, cordial y sereno, como un maduro joven cargado de consciencia, quiero agradecerle, como argentino, su obra, su desvelo, su claridad, su ejemplo.

No olvidaré algunas frases suyas. Por ejemplo: “La brillantez es sólo el resultado del oficio. Lo verdadero es la esencia. Y la esencia no brilla, pero está, porque ella es la verdad”. “La mayoría canta para el disco. No canta para la tradición”.

Sé muy bien que estas frases suyas no contienen sino un mínimo aspecto de su grandeza, de su ciencia, de su saber. Pero déjeme al menos que, como criollo, prefiera a veces un pensamiento para definir a un hombre.

Desde el más claro rincón de mis anhelos rindo mis tolderías en homenaje a su obra y me inclino reverente ante su silencio, Maestro Carlos Vega.

Atahualpa Yupanqui.
Cerro Colorado, Córdoba, 1966.

Publicado en la revista Folklore Argentino, 1966.








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