martes, 18 de octubre de 2016

BÁRBARA BUTRAGUEÑO [19.309]


Bárbara Butragueño 

Bárbara Butragueño (Madrid, 1985) es licenciada en Derecho y Relaciones Internacionales por la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid. Desde el año 2007 forma parte de la Red de Arte Joven de la Comunidad de Madrid, con la que la que ha realizado multitud de lecturas públicas de sus poemas.

Con su primer poemario, Naufragios diminutos, quedó finalista del Premio Adonáis a los diecinueve años de edad. Con su segundo poemario, No sabes nada del viento, quedó finalista del Premio Nacional de Poesía Joven Félix Grande (2008) y del Certamen Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos (2008, 2010). Después escribiría La luz que dice (plaquette), Incendiario, publicado por la Editorial Polibea en 2013, y Casa útero (finalista del III Premio de Poesía Joven RNE y del XXIV Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad, 2011). Sus poemas han aparecido en revistas y periódicos. También ha colaborado en varias antologías (e.g. Antología de Poesía Capital, Antología de Poesía Hispanoamericana, Madrid: Una ciudad, muchas voces o Tenían veinte años y estaban locos).

Sus poemas han aparecido en diversas revistas (Nayagua, Revista Áurea, El Alambique, Youkali) y periódicos (El Páis, El Mundo, ABC, El Periódico de Cataluña). También ha colaborado en varias antologías, entre ellas: Antología de Poesía Capital (SIAL, 2009; coord. Pepe Ramos), El Tejedor en Madrid (La Única Puerta a la Izquierda, 2010; coord. David González), Antología de Poesía Hispanoamericana, Madrid: Una ciudad, muchas voces (Eventos Media Mass Editores, 2010; coord. Cecilia Quílez, Óscar Pirot), Blanco Nuclear (SIAL, 2011; coord. Luis Pino), Tenían veinte años y estaban locos (La Bella Varsovia, 2011; coord. Luna Miguel).

Su actividad poética la compagina con la pintura. Ha realizado múltiples exposiciones de pintura, así como exhibiciones de graffiti en diferentes ciudades de España y Francia. También ha colaborado en revistas especializadas (Wooster Collective, BLNK magazine, Puro Cuento, EHDEP, Incendios) y realizado ilustraciones para libros de varias editoriales (Bartleby Editores, Baile del Sol, Ediciones Amargord).


ELLA PIDE PERDÓN POR SUS BLASFEMIAS Y NOSOTROS NO NOS INMOLAMOS EN LAS PLAZAS ¿NO TENEMOS VERGÜENZA?

Yo nací muda
no viví guerras ni catástrofes
y mis manos no han tocado
los huesos tristes de los muertos.

Todo cuanto sé
habita el vacío
que cubre la distancia de las cosas
pues sólo conozco la violencia de las flores
la lava fría y soterrada del lenguaje.

Soy ceniza en el viento abrasado que no soy
mi voz es yema del poema
espacio intermedio entre la palabra y yo
sin vocación de fuego
sin cualidad de nada.

Cómo explicarle a mis manos
que nunca curarán la carne de los hombres

cómo decirles que el único elemento
que les es propio
es sólo magma de la nada
eje del aire
que nada salva.

             
*


Nadie nunca me enseñó a llorar
        y sin embargo parece que el llanto me perteneciera.
        que mi cuerpo fuera el único epílogo posible.

Es cierto 
he visto pájaros incendiados
sobrevolarme en círculos
y he llorado,
círculos concéntricos de luz
y he llorado,
sin oficio ni escuela
ni técnica
ni pretensión alguna.

Cómo aceptar entonces esta estúpida vocación de llanto
este oscuro animal que me nace y me grita y me exige
si aún no he sentido la sangre de otro
agitarse entre mis dedos
las manos desplegadas de los muertos
las madres ardiendo
los proyectiles.

No hay excusa
sólo queda el artificio
la farsa
un harapo sobre otro harapo
algo intermedio entre la sed y mi cuerpo:
oscuros animales ardiendo sobre la luz

y yo, agitando las cuerdas con desmayo
extrayendo sangre de su roce con el viento para que
he aquí de nuevo el llanto
he aquí de nuevo el triste e insípido llanto
de quien nace para narrar el dolor
sin tener dolor que narrar
                                    blasfemia.

               
*


Temo la herida abierta
la palabra abierta la culpa
temo como me enseñaron a temer: con todo el cuerpo
sin descanso
y ni siquiera el canto basta para limpiar la carcoma
el egoísmo
la caída vertical sobre los hombros
la noche abierta ardiendo en su fulgor.

No hay incendios en mis calles
y sin embargo, yo, mujer de plagas y edificios,
conozco la calma de las bombas
la falsa piedad del hombre armado de memoria.

Veinticuatro animales asoman temerosos de mis manos
ofrecen mi cuerpo en dócil sacrificio
abren la ruina en oscura confesión
y es en la apertura, en la hiriente locura de la entrega,
cuando el débil andamiaje de mis ramas cae
y toda palabra es terco pavor enmudecido.

Yo no canto a la flaqueza
ni al aire despejado de la huida
pero es el refugio de mis huesos este silencio sin carne
este cadáver insistente
que yace detrás de la luz.

Ante la memoria del hombre
nada poseo nada me pertenece
si acaso el silencio la llaga
la honda precipitación en la vergüenza.

(DE  Incendiario)


EL PEQUEÑO PÁJARO CAE
y tú te limitas a observarlo
desde tu clara presencia
lo ves caer en su hueco inventado
en su vuelo de elipsis ardiendo.

Y contemplando inmóvil su caída
comprendes que tu calma en círculo
tu desplegado ramaje
no puede ser escalera
pues abierta la jaula
el pájaro persiste en su terror
inventa su parásito
y se devora

y todo para poder habitar
la irreal oscuridad del poema
sin ni siquiera advertir
que el verdadero poema
sólo puede escribirse en libertad.

Ah pequeño pájaro que cae
eres tu propia jaula.

(DE  Incendiario)





Sin título 2

artífice sucia mentirosa la vida
y este miedo al aire como si vivir fuera sobreexponerse
una temeridad un ser el blanco el muerto tieso en la camilla no
la potencia de ser muerto sin serlo ese segundo de casi muerte más doloroso
como si mi cuerpo dátil en la casa útero
mi cuerpo dátil pequeño se arriesgara constantemente a la vida
un salir al aire a la muerte a la orfandad
en este mundo de lobos donde los otros tan otros siempre.

Casa útero (finalista del III Premio de Poesía Joven RNE y 
del XXIV Premio de Poesía Cáceres Patrimonio de la Humanidad, 2011).



I

Debe usted saberlo
yo nací lejos del umbral
desconozco, así, su gesto
el canto sereno
con el que otros hablan
las grandes palabras
que a una se le ahuecan
como pájaros mojados
en la boca

durante años he visto hombres
que manejaban con premura el diccionario
y conocían el sentido exacto
de la palabra culpa

y les bastaba

pero a mí, que el vocablo se me enquista
y me cava el pecho como un descendimiento
todo me parece un vagar empedernido
por el líquido articular del dígase amor propio
dígase egoísmo
dígase umbral eterno entre las cosas.

Yo sólo busco callar el bisbiseo
alcanzar la paz de lo rotundo
hacer callar
al maldito perro
de la indefinición.

Y todo porque
tener un cuerpo limpio
requiere hacer hogar de la virtud
y no morar la periferia

y de ahí este
quemar con pavor los diccionarios
y exigir conocer, no ya el sentido:
el intervalo la linde
la fina línea que separa
pongamos el amor del egoísmo
y su oscura simetría.

Mi congoja no es más que una forma cauta de certeza.


II

Suponer que no importa
que aún me queda aliento para cincuenta muertes
que mi cuerpo podrá engendrar hijos como rocas y aprender de nuevo ese lenguaje
de las cosas importantes
que sólo se puede hablar con aspavientos

suponer, al fin y al cabo,
que hay un sentido exacto para todo
una caída grave en cada objeto
y que podré tenderme en él
a contemplar el mundo

y así
volver a hacer hogar de la palabra
enraizando el vientre en el sentido
más preciso de las cosas
y tener cinco hijos
que me llamen madre
y que se abran a la vida
y a su orquesta inaudible
con tenacidad de insecto

y decirles
la noche resopla en mis costillas como un búfalo
decirles, la culpa es el arma oxidada de los débiles
decirles, al fin, con el cuerpo replegado en el lenguaje
como elipsis de lombriz en tierra húmeda
decirles que vivir no es suficiente
que hay un grado en el ardor un estallido
al que nunca se llega despertando
y que sólo muriendo
fieramente cada día
y dejando al temblor
calar el hueso
se puede dar
a la vida
hondura
de venas desplegadas
y hacer de su fulgor
justicia.


III

Niña fósforo, arrecife que carga un cuerpo, carne que arrastra un alma de diecisiete plantas, tus manos son un cuenco donde una vez te tendiste y jugaste a abarcar tu nombre, escucha, a veces no escribo, escucha, a veces paso largas semanas sin escribir y entonces siento que se han ido para siempre, los poemas que no escribo se han ido para siempre, y aunque dos tres cuatro días después trate de apresarlos, y quizá, quién sabe, me aproxime, ya nunca serán, no están, se han marchado, ahora tienen belleza de constelación difusa, de trece luciérnagas en caja torácica que se agitan sin ser estrellas, y entonces soy quince no-poemas más vieja, entonces estoy quince no-poemas más cerca de mi muerte. Mi paraje se dibuja parco, en épocas invernales practico el autoabastecimiento y la producción autárquica, mis heridas se relamen solas, ocupo mi tiempo en calcular el tiempo y hablo de mí conmigo. A veces siento la guerra en mis manos y me convierto en su anticipo y me destruyo, escucho música, como si me viniera del centro de la carne, como si el tarso y el metatarso supuraran sonidos ancestrales y entonces hubiera que prender hogueras y rugir como el hambre. Yo no soy esa que maldice, en mi boca no caben tantas tumbas, sé que hay incendios, sé que por momentos escucho la música nacer de mí como un antílope mojado, pero esa boca no es la mía, ese odio no es mi odio, yo tengo un cuerpo puro.


IV

Estar aquí tendida
con la vida abriéndose ante las manos
y sin embargo pensar el útero hacerlo mío
pensar el cuerpo volviendo a la decisión primera al error primero
al amor primero

una voz en mí me dice que todo es trayectoria inercia troquelada
yo a veces asiento y me resigno
otras me río de mi voz y salto fuerte sobre el barro piso la víscera
discrepo

pero qué cable rojo o azul
qué coágulo o titubeo
marcó a fuego
este trazado

cuánta de mi vida será mía
si mi cuerpo es este hospicio
crecido en cal y sombras
que el pasado recorre
como una bestia excitada.


V

Artífice sucia mentirosa la vida
y este miedo al aire como si vivir fuera sobreexponerse
una temeridad un ser el blanco el muerto tieso en la camilla no
la potencia de ser muerto sin serlo ese segundo de casi muerte más doloroso

como si mi cuerpo dátil en la casa útero
mi cuerpo dátil pequeño se arriesgara constantemente a la vida
un salir al aire a la muerte a la orfandad
en este mundo de lobos donde los otros tan otros siempre.


VI

Ah, muerte de muertes,
dime quién soy, dime
cuáles de mis actos son verdaderamente míos
para que pueda sentirme al menos
enteramente dueña
de esta derrota, dime
dónde termina el destino y empieza la fábula, dónde
termina mi vida y empieza mi miedo.

He cruzado continentes
he contemplado multitudes bullir de pura fe
he visto niños resplandecer
como almendras de oro
incrustándose en la vida con la impertinente
templanza de los sabios
y, ahora,
con los ojos apretados
y la boca pequeña
como un meteoro incandescente exijo
la posibilidad, al menos, de lo propio
la calma que genera conocer
el surco profundo del camino
y exijo y exijo y tiemblo
con el cuerpo seco como el hueso
de una fruta deliciosa
y me digo
pequeño coleóptero, bestia de pecho
descendido, fantasma
de fantasmas, tú
que desconoces la profundidad
de tu nombre, el bello horror
de lo incierto, confundes
valor e incertidumbre, confundes
amor con cobardía
y la única patria que alguna vez concebiste,
si quiera, como tuya
es este despeñarte
constantemente
contra el basalto helado de los sueños

Ahora, que la espuma confinada de la tarde
adquiere, al fin, un cierto brillo
y el aire que se derrama en la ciudad recuerda
a una orquesta adormecida de animales
ahora
veo a los muertos pasar
y yo paso junto a ellos
y me diluyo en la liviandad infecta
de las tardes derrochadas
procurando así una fuente inagotable de energía
para la eterna mueca inclinada de los otros.

Ya no oyes tu grito, ya no sientes su espesura
ni escarbas en la densidad caliente de la fe y sus vuelos atorados
ya no escuchas, no oyes, no prestas atención
al sonido anfibio de tu piel
al proyectar la vida
ya no cuentas hasta diez, no caminas transparente, no dejas que tu miedo
se precipite sobre el aire
formando compuestos absolutos y polímeros
ya no vuelas
no vuelas
no discurre tu vida en la hondonada
no inyectas en tu pecho el precipicio del valor
que comporta vivir
para lo que Dios y tu alma saben
que has sido concebido

Cada día cruzo campos cubiertos por improvisadas tormentas
de nieve imaginaria
cargando con un simple dolor que me cobija
y sé y me repito en voz pausada y torpe
que hay hombres que permanecen de pie
en avenidas repletas de moscas y gusanos
y aprietan sus frentes contra los cristales helados
de las tiendas
y ruegan
a Dios
que les perdone
esos hombres, de tallo duro y redoble de huracán
han comprendido
que la mayor infamia de los vivos
es negarse
y se detienen en el centro de esas calles
y lloran fatigosamente
y dejan
que las moscas beban
de las cuencas vacías de su orgullo.

Hombres, os lo ruego, venid. Venid pero no miréis,
no miréis a ésta que aún no sabe
ponerse en pie y caminar desnuda
y se ha pasado la vida rebuscando en vertederos
harapos y artificios con que cubrir
el densísimo ardor de su vergüenza.
Venid, pero no probéis las manzanas
de mi nombre ni el inflamado sabor
de su mentira, enseñadme
de qué están hechos los huesos
de los hombres verdaderos, los huesos
de aquéllos a los que la vida les permitió a elegir
y eligieron, enseñadme a llorar
enseñadme a morir del todo, rotundamente, en este instante,
enseñadme a no caer en la obstinada derrota
de lo fácil, vosotros, que deambuláis
por una estepa blanca y refractada, arqueados la sangre
y los colmillos, arrastrando un carro al borde del delirio y del desguace
vosotros, vosotros, enseñadme,

os lo ruego, enseñadme
a hacerme justicia,

enseñadme
a ser.


*



Dejar que la prisa se instale en las uñas, bulliciosa,
como un canto de pájaro apurado

dejar de habitar la luz con esta insistencia de polilla
sabiendo que desde algún lugar me dices aguas
me dices lluvia abejas peces

y retroceder a mi cuerpo ácido de horarios, al tiempo
parcelado en diminutas fechas.


Porque hay una persistencia de ti en todo.
Porque tu olor arma estructuras bélicas sobre mi cama,
lentos círculos de luz que te repiten,

me impongo burocracias y aduanas
me digo prohibido que mis piernas te saliven
y me extiendo recetas ilegibles donde permaneces marea
impertinente permaneces dulce animal venido de la luz.


He de replegar mi sed. Imponerme un horario de ti, una secuencia de oraciones que te invoquen sólo cuando yo lo deseo

porque al poquito de ser enjambre
caigo interminable, caigo fatalmente
enjambre de ti

al poquito de arrancarte de todo cuanto nombras
caigo sobre las heridas de mi cama que aún te exigen
y entro en tu oleaje con pisadas negras
y el ruido de tus ciudades
es un canto de ballena enloquecido.


*


Erigirme isla torre mazmorra
para ser el punto ciego del espejo la ola que no rompe en plenitud
arrancarme el ojo incendiado el ojo brújula
y asfixiar así los insectos de la carne las salivas sublevadas
la sábana que la sed nos anuda a la entraña sin compasión

Porque es tiempo de la siembra y nadie es dueño de la tierra que en silencio se germina
porque el buen soldado siempre muere en el combate y no hay esclavo de mil amos que recuerde el camino de regreso a su castillo
he de erigirme isla torre mazmorra
para poder escupir la fruta madura como el árbol que se mira en su infinita entrega y se sabe grieta abierta entre la calma y el incendio
abandonar al fin el camino que se impone el camino al que llevan todos los caminos de esta ciudad sin cortafuegos dejarlo sin miedo y sin temblor
sin rencor huir de aquello que esperan los que no ven más allá de un centímetro de su piel soldados ciegos peces serviciales que sólo han recorrido en esta vida el trayecto de ida hasta el anzuelo
dejar de ser criatura en tránsito para ser sin comienzo ni fin ni desenlace
porque es tiempo de la siembra y yo no puedo salvar vuestras guerras ni ser lanza ni fusil pero puedo apagar los cronómetros el tic tac de las arterias y no volver a ser despertador sin alba campo en barbecho víscera superpoblada en infinita incandescencia

porque podemos pulir la vida como pulimos el poema
desafiando la inercia de los autobuses el clamor de las hogueras
los falsos señuelos que amordazan y cubren la vida escombro a escombro hasta convertirla en un postre edulcorado en un simple plato apetecible
escupir sobre la falsa libertad que nos entregan
y dejar de ser camastro para ser ofrenda
abandonando los establos el camino al matadero la tristeza de las dársenas la fría geometría del semáforo
y abrir el cielo y las aceras pero abrirlos con la cara con todo el cuerpo como si pudiéramos dejar de ser aquello que nos llama
y llenar la calle de pájaros y ser flor en el invierno semilla que germina en su infinita claridad
ser aunque nos lancen huesos a la cara
aunque en la fosa común haya espacio para todos
ser ciudad de uno
ser a pesar de todo
ser


*


Has entrado en mis ciudades arrasadas
tanteando los objetos con tu hábil mansedumbre
y me miras como quien grita que viene en legión a hacerse himno
a romper mi fuselaje
a temblar con sus dedos la pureza que me queda.

Como si pudieras volverme cierta
me besas rompes las alambradas quemas la cáscara vacía
y hay algo de lumbre en tu mirada algo de bestia delicada con vocación de jungla.

Y te digo sí porque cercas el origen de las sombras y me haces agua y no desierto
porque en tu cuerpo la música es hondura
grieta entre la sal
y dices que vienes a hermanarte en mi fervor como un latido
y lo dices sin terror ni trayectoria
sin cemento ni herrumbre ni egoísmo
ni grandeza inventada ni fractura.

Pulsas mi cuerpo en su oscura transparencia
mi cuerpo sin fuego sublevado ni hueco que me nombra
y ahora limpios los establos por fin soy luz desde la luz
cadáver sin urgencia

tú me haces hallazgo
tú me haces claridad ardiendo el pulso ciego de las cosas.







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