viernes, 6 de mayo de 2016

OCTAVIO SOLANO [18.634]


Octavio Solano 

(Chocope, Perú 1994). Estudia psicología en la Universidad César Vallejo.  Junto a Rafael Ríos integra el Círculo Literario de la UCV.
Ha publicado la plaqueta CIRCO-FERENCIA, 



Gratitud de pu(e)ta

 ¡Por la tierra que me hunde!, ya nada sirve en este pueblo de bípedos contritos. Ni el aroma de la poesía, ni el poema que finge ser otro artefacto, un emporio medicinal.

 Don Gregorio Frenesí. La Tierra de los Huargos


Anhelo recostarme sobre la enorme pradera de la muerte
y encontrar la realidad cual si fuera
un gusano distraído bajo el cielo y la penumbra
un círculo de hombres, la fauna circular

diríase de mí que consisto en pocos huesos
qué océano he sido, qué inframundo
debilitado por un rótulo de trasgos, fijo en la sinceridad
diciendo con las manos un castillo que no habito

¿qué me queda de la poesía sino un bravo latido que se apaga en el frenesí?

dame la poesía: de la poesía no puede vivir

trémulo en vuestro ozono, un fanático del hambre
y la desolación
¿cómo querrías que sirva a otro propósito que no sea
LA PESTE,
EL DELEITE
LA BRUSQUEDAD?

los salvajes son los nuevos amos de estas tierras
componen                  sonetos
dirigen                                   conciertos
erigen banderas con el flemático semblante de sus cerebros nerviosos

¿cómo pensabas que serviría a los señores de mi tierra?
sino mediante el fuego, la palabra
una oración desconocida

dame la poesía: de la poesía no se puede vivir

no es el poema lo que descansa sobre la perfección del universo
es el poeta, continuidad de lágrimas
el poeta ensombrecido, la rabia descarriada

no es el poema lo que huye a las colinas como un ligero transiberiano que deshace sus carriles
sino la lluvia

dame la poesía, hay un espacio para ella

¿cómo seguirla?
¿qué canciones engendrarán los enormes pantanos y las aves que se alimentan
del fango desconsolado?
hasta la hierba es un discurso diferente, una remembranza inconclusa

sálvame del hierro que encasilla
a toda la tierra

(Inédito)



Arden o las estatuas de los demonios devastadores

Yo conocí a mi nombre una vez
cuando era pequeño
y llovía.
Me topé con él
algunos inviernos
caminando entre criaturas para descubrir
lo que nadie se atreve a comprender:
estamos solos, el mundo
es un hacha abandonada
una polea que se descarrila
mirándome.

Hoy cae de nuevo
el agua, los conciertos
una voz enorme como torre
celestial.
En el fondo yo sabía de ti
de las momias, los disfraces y
en el fondo
me conocía tal como soy
una bestia indómita y oculta
escribiendo, escribiendo
derrotado en las soledades interiores.
Mi médula espinal: una serpiente despertando
mi carne, un buey
mi antifaz, un sexo de dios,
oh, qué angustia me traes, ojos de nadie,
deja aquí a mi lado la vergüenza y las palabras.
No me des aliento,
no me des aliento.

En el fondo yo sabía que era
un tronco inútil, una arena movediza.
No me quiero hacer feliz.
El hombre pierde todo sentido,
nada es el hombre sin la fe,
sólo un animal incorregible revestido de sollozo
el hombre no es nada sin la fe
sin la esperanza del arte
refugio/corazones, abismos, refugio
corazones de oro.

Al final
miro una estatua.
Mi vida transcurre
mirando una estatua.
Arden.
La vida, el sol
arden
los segundos
como hilos demenciales traspasando la verdad.
Una hierba incandescente desarrolla su canción.
Oh, Padre, líbrame de todo mal.
Oh, huesos, perdonadme.
Yo no quería
yo no quise
un horizonte
una escalera
yo solamente
en la inquietud
yo solamente
mi vida quería a lo largo del silencio.

Conocí a mi nombre una noche en que
besé las tinieblas.
Allá en la transparencia solía
quedarme dormido.
¿Entienden mis palabras, rarezas meridionales?
Al principio de las cosas únicamente
estaba un dedo
moviéndolo todo.
Luego empezó el cráter, las estrellas, los gigantescos monstruos marinos,
la religión.
Y allá en la transparencia
solía quemarme
arder inacabable como un disparo.

Debo sonreír,
la náusea perpetua acecha mis palpitaciones.
Ha sido un placer enamorarme de ti.
He vivido lo que he vivido.
Gracias.
La noche se destruye.
Me muero.
Me muero.
Ha sido un honor consumirme a vuestro lado.
La muerte transita.
Feliz Año Nuevo.
Los cocodrilos, las bendiciones.
Fiesta, hielo de amor. Fiesta. Fiesta.
Cerrad los ojos.
Debo sonreír.




(De Circo-Ferencia)
Circo editores


libro primero

Dentro de mí suceden cosas.
Que no le cuento a nadie con los ojos.
O la boca.
Muda constelación de estrellas uniformes.
Dentro de mí suceden crucifixiones.
Clavo tras clavo la agonía y
nada
más
que un lejano grito de esclavo repetido y repetido y repetido….
Por siempre.
Por dentro.


libro segundo o la contemplación

Balada Uno:

Verte bailar
conmigo
o sin mí
es como mirar
un poema
pasando
hambriento y rojo
por la eternidad.


Balada Dos:

Y verte llegar verde como el silencio de los mapaches
al descansar sus numerosas existencias en el bosque y los ramajes de tu sexo.
Con un incendio de órganos y vísceras.
Con un escándalo de dientes.
Hermoso saco de huesos.
Redundante pez de clavos.


Balada Tres:

La noche es un espíritu de clavos
que sujetan
la lentitud
con que dices
mi nombre.


Balada Cuatro:

La noche es un espíritu de huesos
donde se sientan los niños
a devorar mi h(o)ambre
mientras cae
la vida cae
la lluvia
o el clamor
de todos
se hace esporas
al final de todas las cosas
y me duermo
pensando:
“la noche es un pájaro de huesos
que deambula ignoto
y circula
por toda la casa”


Balada Cinco:

Nada más un solo circo
donde exhibes mi corazón sacado del pantano,
echado sobre el pasto,
lejano y pegajoso como un monstruo ardiente
mientras le dices al mundo
sonriendo con tu boca de esfera:
“Welcome to the Freakshow”


Balada Seis:

No soy
más
que la contemplación de Fiorella
o la divina venganza de sus ojos
con fuego de hielos desconocidos
y sus versos azules tatuados en algún camino de los que nadie
transita
lejos
y/o cerca
del país
del nombre
que me crece
en la mano
mientras la extraño
percibiendo
o no
su ausencia
de clavos.


libro tercero o gastronomía blasfema

Alguna religión habrá de aparecer.
Sombría o llena de luz.
Alguna.
Con vírgenes y sustancias.
Y hostias.
Que se comen.
Con la tierra sagrada manchando los dientes.
De la persona.
Y del cura.
Que defeca
en el mismo planeta
el mismo cuerpo sagrado
que llora solitario cuando desaparece
en la pacífica atmósfera
de los cuartos de baño.



libro cuarto o la densidad violenta, nuevamente

Nada más triste que mi cuerpo de oso de peluche en alguna tarde de Trujillo,
repartiendo volantes sobre algún oficio de cadenas y alquimias varias.
Nada
más triste
que mi vida
de oso de peluche
muriendo por el frío frente a los edificios crepusculares
de Trujillo
o Lima
(no habría diferencia).
Nada
más triste
que mi brazo de oso
y mi sexo de oso
mostrado ante tanta gente
que no me recibe
los volantes.


libro quinto

Un grito me enloquece
porque no es mi grito
sino el grito de un aullido
que contiene
dentro de sí
varios gritos
que no son
mis gritos
pero que
me enloquecen
porque todo el año anduvieron contando su tragedia en mi oído de bovino
que no conoce
de silencio
desde entonces
que soy
psicólogo
de los pobres
de las piedras
y los fantasmas.



libro sexto o el retorno


Para hacer un poema de ti,
hacen falta todas mis moscas.


De tus ojos grandes yo elegiría el populoso color de la tarde que se crea líquido y hermoso en el centro de la mirada.

A todas horas mi lejanía bombea su sangre caliente para darte noticias de mí.

Que vivo.
Que como.
Que respiro igual que todos los vivos de tu reino.
Y que, como siempre, espero tu cansancio para ir corriendo
lejos
a morir contigo.



libro sétimo o Raphael

Me elijo yo mismo.
Entre todos los maniquíes que pueblan mis dendritas.
Me elijo yo mismo escupiendo sobre mi dedo índice
que señala apenas mi persona de varias células.
Con los ojos rojos de tanto escribir.
Mi cuerpo de varias letras.
Me elijo yo mismo que estoy muerto y estoy vivo y estoy
cansado.
De la poesía.
Del corazón.
Y lento me como el fuego que el mundo defeca a diario hacia el océano.
Rueda mi labio superior. Me elijo yo mismo.
Entre todas las ratas que siguen el humo y el fango del pueblo
que me abandona.
Me elijo yo mismo. Mi dedo me apunta. Lloro. Lo entiendo.
Y me disparo.


libro octavo o Raphael segundo

F.
Mi estética y mis clavos.
Mi sonrisa.
O la constelación dormida de las tortugas acuáticas.
F.
O la marea subiendo.

(Inédito)




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