sábado, 9 de marzo de 2013

JUAN GIL-ALBERT [9386]



Juan Gil-Albert
(Alcoy, Alicante, 1904-Valencia, 1994)
«Soy un poeta tardío con relación a mi prosa», escribe Gil-Albert en la nota preliminar a Fuentes de la constancia, la antología que marca el comienzo de su recuperación como escritor. Cuando publica su primer libro de versos, los sonetos neogongorinos y mallarmeanos de Misteriosa presencia, ya era autor de varios títulos a medio camino entre el relato y la evocación histórica, muy deudores de las crónicas modernistas y de Gabriel Miró. La guerra civil le desvía de su camino esteticista; junto al grupo de Hora de España -revista de la que es uno de los fundadores- pone su pluma al servicio de la causa popular. En el exilio publica el que para muchos es su mejor libro, Las ilusiones con los poemas de El convaleciente, poesía meditativa, culturalista, escrita casi siempre en endecasílabos blancos. A finales de los años cuarenta regresa a España y durante un cuarto de siglo vive recluido en Valencia, dedicado a su obra, que apenas publica, o lo hace sólo en minoritarias ediciones de autor. A partir de 1974, se descubre su literatura y se convierte en un autor de moda. Especial interés tiene su obra en prosa, siempre a medio camino entre la ficción, la reflexión y la autobiografía: Crónica general (1974), Los días están contados (1974), Memorabilia (1975).

Obra poética

Misteriosa presencia, Madrid, Héroe, 1936.
Candente horror, Valencia, Nueva Cultura, 1936.
Siete romances de guerra, Valencia, Nueva Cultura, 1937.
Son nombres ignorados, Barcelona, Hora de España, 1938.
Las ilusiones con los poemas de El convaleciente, Buenos Aires, Imán, 1945; 2.ª, ed., Barcelona, Ocnos, 1975; 3.ª ed., Barcelona, Mondadori, 1998 (prólogo de Guillermo Carnero).
El existir medita su corriente, Madrid, Librería Clan, 1949; 2.ª ed., Valencia, Lindes, 1177.
Concertar es amor, Madrid, Adonais, 1951.
Poesía (Cormina manu trementi ducere), Valencia, La Caña Gris, 1961. 
La trama inextricable. Prosa, poesía, crítica, Valencia, Mis Cosechas, 1968.
Fuentes de la constancia, Barcelona, Ocnos, 1972.
La Meta-física, Barcelona, Ocnos, 1974.
Homenajes e in promptus, León, Provincia, 1976.
A los pre-socráticos, seguido de Migajas del pan nuestro, Valencia, Lindes, 1976.
El ocioso y las profesiones, Sevilla, Aldebarán, 1979.
Mi voz comprometida (1936-1939), Barcelona, Laia, 1980. Edición de Manuel Aznar Soler.
Obra poética completa, 3 vols., Valencia, Diputación Provincial / Institució Alfons el Magnànim, 1981.
Primera obra poética, 1936-1938, Valencia, Consell Valencià de Cultura, 1996.

Bibliografía

Aznar Soler, Manuel, «La poesía "difícil" de Juan Gil-Albert (1936-1939)», en Mi voz comprometida (1936-1939) (1980), págs. 7-83.
Carnero, Guillermo, «Las ilusiones o la poética del desasimiento», en Las ilusiones con los poemas de El convaleciente (1998), págs. 9-36.
Peña, Pedro J. de la, Juan Gil-Albert, Madrid, Júcar, 1982.
Simón, César, Juan Gil-Albert: de su vida y de su obra, Alicante, Instituto de Estudios Alicantinos, 1983.
Villena, Luis Antonio de, El razonamiento inagotable de Juan Gil-Albert, Madrid, Anjana, 1984.
VV.AA., Calle del Aire a Juan Gil Albert, en Calle del Aire, núm. 1, Sevilla, 1977.
  






 Elegía a una casa de campo

 ¡Oh tú, casa deshabitada
en el solemne verano de nuestro silencio!
¿No adviertes que el solaz ha quebrado tus alas,
y tus verbenas orlan inútilmente
las cintas verdes que nadie recorre?
Tu follaje ha crecido a su tiempo,
y la ligereza de las doradas mariposas,
el zureo de los palomos
y la ardiente cigarra del olivo,
dan el espacio frágil
donde la vida como otros años transcurre.
Ya penderán los racimos de tus traviesas
acumulando en sus granos un leve iris de polvo.
Ya tiempo hará que tus vibrantes chopos
la voz del agua entretienen en sus hojuelas,
sobre la amarillenta calina,
y la soledad estará sentada en tu balcón agreste
viendo a las cabras de cuello gentil
ramonear las hierbas inmortales
en los débiles cerros.
Porque no habremos llegado como siempre
a tu venturoso solsticio,
ni los perros del huerto
nos recibirán saltando bajo los perfumados nogales.
¡Ay casa de las viñas colgantes desde los bancalillos,
rumorosa de fuentes,
casa guardada en estuche de yedras!
Cuando el trepidante camión resonó en tus cercos,
y viste bajar a los desaliñados jóvenes
que entre los rayos del sol estival,
-196-
parecían los exterminadores de tu siesta fantástica
surgidos al conjuro de un huracán interno.
El tiempo que fluía superfluamente
como en el desarrollo de una flor,
¿ha podido barrenarse sin estrépito
y una sima intransitable separarnos desde hace breves horas?
Oh desgarradura que ni se oye ni se ve.
¿Sobre qué cataclismos
y en qué frágiles andas navegaba la vida,
si las ineptas carabinas de esos muchachos
han disipado como el humo un palpitante juego?
No más, imposible morada de la sierra,
que si en los días venideros repentina me asaltas
y mi sombra sobre los frescos hongos
vaga en su sien prendida una umbela silvestre,
y en los oídos petrificados de las ninfas
deja un susurro de cuerpo de árbol,
un fugaz estremecimiento de intruso,
el mundo no detendrá por ello su destino inaplazable
cuando los pies del hombre se han llenado de tierra nueva
y trasladan su corazón sin nostalgia
allí donde tú, casa deshabitada,
no eres nadie.

[Son nombres ignorados]
  




  


Himno al ocio

 A veces, cuando escucho de la sangre
este claro rumor, cuando a mis labios
fluye el ocio su oscura cabellera,
como por una brisa sacudida
por los mismos latidos de mi pecho,
y en esa tan divina intrascendencia
un ser real, viviente, entre mis brazos
me parece tener, como en los ríos
las tendidas laderas, cuando sienten
pasar una presencia inagotable,
le digo, como amigo de la dicha,
mensajero de paso por la tierra
que ha doblado sus alas y descansa
su plumón de ventura en torno nuestro:
Fluye amoroso campo de la vida,
fluye, amor, tu tesoro manifiesto,
fluid, fluid, hermosas estaciones,
los racimos, los frutos y las nieblas
tras de las que se ocultan en otoño
los frescos manantiales de la gracia.
Fluye, tiempo, tu canto melodioso,
con tus breves espinas en los dedos
y tú melancolía y tú tristeza,
cual pájaros oscuros que trinando
hablan de Dios, fluid de la espesura
mientras duerme el mancebo aquí, en mi cuerpo,
su poderosa noche. Fluya en tanto
la prohibida selva que lo mece
y haga visible el viento la pureza
de mis instintos, dueños ya del orbe.
Él está en mí, me tiene coronado
con su lánguida estela de laureles
y oye dormido el paso de la vida
en un humano corazón dichoso.
Silencioso rebelde entre murallas,
rápido es su temblor y su cansancio.
Pronto levantará su cabellera
taciturna de hastío y lentamente
volará hacia las nubes y en cenizas
anegará mis labios, como un vino
de hiel se torna un dios cuando no ama.
Paraíso perdido entre mis brazos
que cual alas me nimban, id fluyendo
deleites de los ojos, primaveras
de errante paso antiguo, latitudes
de lejanas nostalgias y columnas
dulcemente quebradas por el viento:
Levantad la cabeza como flores
mientras lícito goce nos depara
el fatigado dueño de las cosas.

  





Los viajeros

A Máximo José Kahn

(Trópico)

 Desconocedores del destino que los conduce
atentos a la llamada del mar que brilla ante sus ojos
como una misteriosa materia anonadadora,
se pasean sumergidos en la fatalidad de su sueño.

Un claro sopor de brasas los envuelve
y les motea los pómulos febriles con un agua de ansiedad.
Van bajo las pálidas palmeras del invencible estío
y las mariposas chinescas les aportan la fugaz ilusión de la lejanía.

Sólo tras muchos años habrán madurado sus infortunios
y desperdigados por la tierra
agonizarán indistintamente en sus rincones oscuros
mientras aquí estos grises ramajes indiferentes continúan su hastío.

Viajar es ir muriéndose lentamente
pasando como en ascuas sobre la triunfante melancolía
e ir abandonando lo más inaprensible de nuestras tristezas
en estos lánguidos parajes que nos ignoran.

  






Lamento de un joven arador

A Ramón Gaya

 Una vez, siendo niño, era el verano,
un viejo labrador me llevó un día
sobre su curvo arado en el que dueño
recorría la tierra. Fue un instante

de azarosa belleza en que allí erguido,
sobre el madero, arcaico, vi moverse
mi fe sobre una oscura espuma densa
que a mi paso se abría. Tras mis hombros

el anciano velaba mi entusiasmo,
como esos genios que más tarde he visto
en un vaso pintado protegiendo
la adorable inocencia, y en los lindes

de aquella complaciente tierra negra,
bajo los centenarios olivares,
mis padres, con sombrillas, me miraban,
como dioses que aprueban. Encendidas,

como chispas de oro, las cigarras,
en torno me traían los calores
de su ventura, mientras que aquel rapto
me convertía en sueño que redime

de tantas postraciones venideras.
Sueño sin duda, sueño desolado,
que brilla en mi memoria como un ángel
que vino y me tocó y alzó su vuelo.

Aquí estoy entre hollín de las ciudades,
la lividez, la envidia y el acento
lúgubre de una lucha despiadada,
sombra de aquel instante que destella.

  





 Canto a la felicidad

 A veces en el fondo de mi alma
bulle una antigua fe resplandeciente,
como un grumo de púrpura extendido
tiñe mi corazón y de ese gozo
sube a mi faz con fértiles destellos
una espléndida sombra de tristeza.
Minutos cual suspiros, leve tiempo
que nadie ve pasar, aquí se siente
como una verde espada que se templa
en la carne gentil de la poesía.
¿Será verdad que el mundo está rodando
en sus inexorables fuerzas ciegas?
¿Que hay lastimeros ayes, que hay matanzas
en los oscuros días de los hombres?
¿Por qué yo pues me siento redimido
y esta alegre tensión de mis entrañas
hace ascender dichosa hasta mis labios
una dorada espuma? Viejos monstruos,
destructoras legiones de infortunio,
espíritus aciagos que pretenden
sellar al hombre dulce como bestia
sometido a la paz de su rebaño:
Doblad ante mi júbilo indefenso
vuestra horrenda cerviz, llorad al menos
vuestra insana impotencia rebelada,
cuando no habéis podido aniquilarme,
y cual nocturno beso del rocío
hace brillar la tierra entre cendales
de tenebrosos sueños, un ser puede,
con sólo abrir sus labios encantados,
hacer brotar de sí la dicha ajena.

[Las ilusiones con los poemas de El Convaleciente]
  





A la vejez

 Como una sombra a veces te insinúas
lejos aún y un tiempo deliciosa,
casi como una joven que aportara
un nuevo resplandor. Siento en mi cuerpo
la transparente imagen de ti misma
como un sedoso velo que adormece
bríos y ansias. Vas como hechicera
vertiéndome en la sangre un bebedizo
y dando a mi sonrisa una engañosa
sombra primaveral. Qué importa, dices,
si en tus cabellos anda floreciendo
una pálida aurora y a tu puerta
hago sonar con férvida llamada
al juvenil discípulo extasiado.
¿Alguna vez brotaron de tu boca
tal caudal de estivales melodías
ni sentiste en lo hondo de tu pecho,
entre los borbotones de la sangre,
abrirse con dominio tan hermoso
tu flor crepuscular? Oye el susurro
con que se encrespa el don de la palabra
bajo el suave rocío del ocaso.
Y ante tal persuasión, ¿quién no abandona,
como un placer postrero que nos tienta,
su vida a esta fiel mano amortiguada
que pule cuanto toca?

[El existir medita su corriente]
  






Nocturno

 Noche de las estrellas te estremeces
con un fluido oscuro. En tus arpegios
de soledad escucho la hermosura
de la existencia. Oh lumbres fugitivas
en cuyo seno mora irreparable
la verdad. Qué sombrías esperanzas
abres a quien te mira recostado
desde la dulce tierra y se incorpora
con un temor incierto a esas frondosas
penumbras celestiales. Brilla el rostro
de la nocturna esfera fascinando
como el de un animal entre las sombras
con sus ojos abiertos; brilla el sueño
de su caudal fluyendo lentamente
cual si nada existiera; en esa duda
no sé dónde poner mis ilusiones
y a quién brindar la dicha de sentirme,
tibio de vida en medio de los mundos,
hijo fiel del ardor y la pereza.
Esos silencios ruedan sumergidos
en ingentes distancias, esas flores
esparcen sus semillas vacilantes
en la bondad de un éter misterioso.
-Ah delirante triunfo de esperanzas
con los soles despiertos.- Ígneo atruena
mi corazón roído por deseos
irrealizables, salta en sus prisiones
como un astro humillado que pidiera
que lo dejaran ser; pálido atiendo
su súplica vehemente cual un padre
oye qué desmedidas ambiciones
turban la paz del hijo. Oh noche, oh fragua
de los altos desvelos, solitaria
cripta donde reposan sus racimos
hombres y estrellas.







La tarde

(En un balcón)

 Sólo cuando se es hombre se sabe qué es la vida.
Sólo si se ha cumplido con la edad
se sabe lo que empieza y lo que acaba.
Se sabe que el vacío que nos queda
es el hermoso todo que tuvimos:
como un bosque inmolado.
Donde el azul del cielo sólo encuentra
ancho campo abismal. Ya nada obstruye
el palpitar de un ala poderosa.
Ya las paredes todas se evadieron
y estamos al desnudo, como un cuerpo,
paradisíacamente. Es el retorno
tras haber agotado a la serpiente.
Tras haberla dejado de escuchar.
Es el retorno fiel a la ignorancia.

[Poesía (Carmina manu trementi ducere)]
  



  


 El buda

 He pedido a los labios de la vida
mutismo más que besos. Me he mirado
en los hondos espejos de la nada
para fijar en ellos la presencia
de mi fugacidad. Rompí las normas
que dóciles legáronme los míos
cual un caudal inerte. Y fui a los montes
a contarles mis cuitas con el pecho
unas veces sumido en su tristeza
otras casi rompiendo en aleluyas
su corazón. La tierra y el silencio
fueron el gran palacio de mi suerte,
rincón en que ignorado pude solo
lograr la paz. La paz, la paz terrible,
la paz que me arrullaba la firmeza
sin fe ni arraigo en nada: la paz pura.

[Verano, ardor, presencia (Fuentes de la constancia)]
  







El verano en su cenit o El verano soy yo

 Cuando se vive lejos de la vida
¿dónde se está viviendo?
Tal vez se esté caído en el arcano
de la misma existencia.
El campo en torno
monótono se extiende en la memoria
como una rueda gira velozmente
sin que su vivo centro se desplace
del corazón humano.
El orbe entero
irradia alrededor y sus aromas
parecen recordarnos cosas viejas
que no se sabe nunca al repetirse
si son de ayer, de hoy, de la mañana
o de su flujo eterno.
El hombre sabe
ya demasiadamente de la vida
para que como nube no ensombrezca
su propia estela.
El hombre se separa
de la dulce corteza que lo aflige
y hace como que duerme estremecido
dentro de su cubil:
su vida es todo;
su vida es todo y nada: vida suya,
y es lo bastante ya para sentirse
ese todo, esa nada, aquí viviendo
en medio de la rueda movediza
que hace girar el mundo:
el hombre calla.
-209-
Ya no son las palabras dulcemente
lo que quiere decir y sus suspiros,
ni el rumor de esta brisa matutina
que le recuerda tanto al otro tiempo
de su felicidad y sus congojas;
ya no es él quien dirige, ya no quiere
ni sabe poseer:
son los enigmas
hablando por sí solos, sus presencias
reguladoras, sueño, acaso un sueño
tan poderoso, abierto, estremecido
que es necesario hundir en sus raíces
nuestra razón de ser y contentarnos
con meditar gozando estos paisajes
por los que nuestro aliento se expansiona
bajo el pinar:
el aire, la fragancia,
¿qué son sino vestigios de mí mismo
aun antes que de mí desaparezcan
figura y sombra?
Miro a las montañas
y baja de sus lados el perfume
de sus sedosos vellos.
Miro a lo alto
y sólo veo el sol omnipotente
tendiéndome sus manos luminosas
como cualquier galán.
La vida o nada.
La vida nada más o cualquier sino.
Cuando el pinar se mueve tembloroso
y de todos los nudos de su cuerpo
cantan las crías nuevas del verano
con hambre fresca:
el hambre y sólo vida.
Este piar, mi pecho, el movimiento
de todo lo que está cansado y vive.
¿No está todo animado por un hambre
majestuosa y tierna?
Un hambre vela
porque la vida siga, siendo canto,
porque la vida siga siendo vida.
Un hambre o este yo que aquí, en el centro
de mi bondad, irradia los clamores
que hacen de la mañana un sortilegio
suavemente tendido:
miro abajo
y el corazón se posa como un ave
sobre los laboriosos campos finos
del color de la miel,
miro más hondo
y apenas ya si veo otra caricia
que no sea belleza.
Es el silencio
lo que impregna entero esta distancia,
lo que me da la altura conveniente
desde donde las cosas se incorporan
a su divinidad.
Pero este curso
que en mi costado late irresistible
sabe que el mundo es más, que vida es vida,
que lo que sangre lleva por las venas
es un bravo torrente que no logra
detenerse contento:
mana y mana
con imprevisto curso lamentoso
su fuerza ciega:
gime y goza y canta
porque la vida es eso, trino ardiente,
porque la vida es eso, fuerza ciega,
fuerza que labra el mundo primoroso
y al hombre recostado que dormita
bajo el pinar postrero.

[La Meta-física]
  





 La primavera

Homenaje a Franz Lehar

 ¿Quién no se ha puesto un día una guerrera
de húsares, azul, un quepis negro
con un aigret flamante, y las espuelas
con que el caballo vals galopa firme
dentro de los espejos fugitivos
y cual viento de mayo se ha lanzado
a la ocasión que pasa, al dulce atisbo
de la aventura errante, para luego
llorar amargamente sobre el rastro
de una estrella fugaz?

  


  


Anacreonte o el enamorado

(Homenaje a la vejez)

 Nunca pude pensar que envejecernos
fuera esta plenitud que se reclina
del lado del poniente como tarde,
ya en la noche avanzada, nos volvemos
por consumir el sueño que nos queda
con postrer frenesí. Yo no sabía
que como rizos blancos la fragancia
de unas rosas postreras nos adornan
con impalpable toque de años idos
que apenas pesan. No, no son los días
aquel desconfiado interrumpirnos
en nuestra actividad, indecisiones
que nos hacen vivir cual si la vida
estuviera engañándonos. Ahora
todo es verdad, la vista se recrea
sobre tanto fastidio insatisfecho
como el pastor vigila sus ovejas,
pasado el crudo sol, en los confines
de un país menos hosco. Todo es suave
como un atardecer ensimismado.
Y aunque el cuerpo cansino no recuerde
sus sobresaltos, dentro, muy adentro,
el permanente joven sin torturas,
el corazón, no cesa de decirse
-a quién, ya no se sabe, a quién, en dónde-:
Amor, amor, amor, amor, amor.

  






El suicida

(Homenaje a Larra)

 No quería saber que el día largo
acabaría así. Que el día corto,
un largo túnel verde y rumoroso,
bruscamente fallara. Aquellos besos,
aquella entrega entera se ha fundido
con el no ser. Si al menos los amantes
hubieran fracasado al mismo tiempo.
Uno en cambio subsiste aleteando
sobre la tierra muda. Qué impotencia
y qué desolación. Sólo le queda
o desertar los mágicos lugares
donde la imagen plena lo acompaña
vacía de su cuerpo o consumirse
de tristeza pisando los caminos
por donde no se vuelve. Si le dicen,
sólo el tiempo mitiga las desgracias,
eso es lo que le espanta, que un buen día
pueda ser como un nuevo personaje
que ha pasado una página intangible
de un libro fantasmal.

  






 El sobresalto

 Puede ocurrir que el hombre se despierte
por la noche soñando y entre vagas
luces de oscuridad recobre el ritmo
de su existencia y diga: estoy latiendo.
Y esta impresión sedante y repentina
de ser, de respirar, el tacto, el cuerpo,
lo calme de tal modo, lo sorprenda
con tal intimidad que como un niño
vuelva a sumirse suave en las tinieblas
que acaban, misteriosas, de espantarlo.

[Homenajes e in promptus]



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