lunes, 21 de julio de 2014

FÉLIX DUARTE PÉREZ [12.427]


Félix Duarte Pérez

Félix Duarte Pérez fue un poeta y escritor canario nacido en Breña Baja (La Palma) en 1895. Muere en 1990. 
Emigra a Venezuela, publicando sus primeros poemas en la prensa caraqueña. En estos primeros poemas se identifica con los poetas de la independencia americana.

El poema del año.

Con posteridad se traslada a Cuba, donde funda la revista Cuba y Canarias, de la cual será su director. En 1923 colabora en la fundación del Liceo Canario de Cuba, siendo elegido presidente de la sección de Literatura. En 1938 envió a la Revista Cúspide cuatro sonetos que forman parte de "El poema del año".

En 1930 regresa a Canarias y colabora escribiendo artículos en el periódico La Tarde y en las revista Mensaje y Hespérides. En 1945 obtiene en los Juegos Florales de Santa Cruz de La Palma el primer premio por el relato Tanausú.

En 1960 publica el carro alegórico Amor eterno y en 1965 Poemas del Atlántico.




Con el soneto MADRE, dedicado a su hermano Carmelo, rubrica el esfuerzo y la finalización de una obra:


                        Plasmó Dios, en tu rostro, tal portento
                      de belleza, de gracia y de ternura,
                      que aunque la vida es corta, en ti perdura
                      como en el arte humano el sentimiento.
                        Con el amor, la fe y el sufrimiento,
                      transformas en placer la desventura,
                      y nada hay comparable a tu dulzura
                      bajo la majestad del firmamento.
                        Símbolo de sublimes esperanzas,
                      tus caricias, sepultan desconfianzas
                      y engrandecen las rutas de la Historia.
                        Tu fervor es tan sólido y profundo
                      ¡que no se cansa de envidiarte el mundo
                      porque no cabe en él toda tu gloria!...



 «La patria canaria» y dedicado a su amigo Luis Felipe Gómez Wanguemert así lo demuestran:


Si no queréis que vuestras vidas nuble
de sus volcanes la candente lava.
Esas islas sabrán morir con honra
antes que a otra nación ser entregadas.

Porque heredaron los altivos gestos
de la extinguida guanchinesca raza,
y el ímpetu, al arrojo y el orgullo
de los célebres hijos de Numancia...

En esas islas no se hablará nunca
más lengua que la lengua castellana
en la cual escribió su libro entero
el gentil caballero de la Mancha...

Noble tierra de artistas, tierra isleña
donde mi madre me arrulló en la infancia:
¡Sólo suspiro por volver a verte!
¡Patria del corazón, tierra Canaria!



BREÑA BAJA,
LAS MADRES Y LA POESÍA
Por Julio M. Marante Díaz
Cronista Oficial de Breña Baja


Félix se refería al músico y poeta Gumersindo Galván en estos términos: 


“Nadie como él las glorias ha cantado
del terruño insular, por el que siente
profunda admiración que le ha inspirado
una inquietud de loa permanente.
Elixir de ternura es su lenguaje.
En sus versos el alma del paisaje
se hace flor gentil de arrobamiento.
Yo, para honrar sus rimas fervorosas,
pongo en sus manos, con el pensamiento,
¡la Isla entera, transformada en rosas!”


El 20 de noviembre de 1895, a Breña Baja le cupo el honor de ser la cuna de uno de los grandes poetas del Archipiélago Canario. Nació en esta tierra que hoy canta sus versos, en el más merecido de los homenajes:


“Niño escuché el murmullo de tus aguas
y hundí en ellas mis pies,
sintiendo el suave roce de tus arenas
bruñidas por la espuma de las olas,
que con salvajes ímpetus, parecen sonreír
mientras el sol extiende sus destellos
sobre el pulmón de tus azules límites.
Un horizonte de esperanzas contemplaron mis ojos
en la vasta amplitud donde la tierra dialoga con el cielo.
A tu lado sentí las emociones
que surgen de la humana condición.
Me enamoré de ti como un artista del pincel
que le nutre de entusiasmos.
Al evocar las huellas del tiempo
que ya nunca ha de volver,
todos los sinsabores olvido junto a ti,
bello mar mío, cuya supervivencia
no habrá de arrebatarte la opresión
de los tiranos déspotas del mundo…”


Archipiélago Canario, en el que el poeta vive su niñez y realiza sus estudios de Educación Primaria, y goza, como cualquier otro niño de su Isla natal de San Miguel de La Palma, de juegos, aventuras y travesuras propias de la infancia. Dieciséis años tenía el poeta cuando hizo realidad su sueño de conocer otros mundos, de viajar más allá del mar, lejos, muy lejos de la tierra que lo vio nacer. Y se lanzó al mundo como una canción y un acertijo, con la alegría de su pujante juventud y haciéndose mil preguntas ante lo desconocido...


“¡Madre: un sueño, un sueño! ¡Cómo estoy de júbilo!
¡Qué temblor de preces hay en mi garganta!
¡Ya no soy el niño de los rizos de oro
y la tersa frente, como un lirio, pálida,
a quien tu besabas en la cuna, ebria de divinos éxtasis,
en difuntas horas ceñidas de gracias!
¡Hay en mí un tesoro de ternuras hondas!
¡Me asedian mil ansias de recorrer mundos!
¡Buscan mis pupilas nuevos horizontes!
¡La vida es un grito que ante mí se alegra!
¡Soy joven! ¡Soy joven! Palpitan mis músculos,
y, evocando frágiles pasiones lejanas,
una perceptible voz, plena de alientos
me dice al oído: ¡Más alas, más alas!
¡Qué espléndidas rutas de paz y de estímulos
vislumbro en los vértices azules del agua!



Su voz era ya un eco perpetuo sobre las olas del Atlántico. Pero no resutaba fácil desprenderse de los amigos, de las cosas, de la paz del hogar, del calor de la familia. No era fácil lanzarse a la aventura, dejando atrás el cariño de los suyos… especialmente el de su madre:



“¡Hijo: un sentimiento recóndito y firme,
mi espíritu embarga! ¡Al oírte, un cúmulo de tribulaciones
siento en la serena plenitud del alma!
Tu sueño me roba tronos de ventura. ¡
Qué espinas me hieren! ¡Calla! ¡Calla! ¡Calla!
No pienses en viajes de posibles penas.
¡Nos ronda, cual negro búho, la desgracia!
¿Para qué otros mundos buscar, sin sosiego,
si no hay sol más bello que el sol de La Patria?
¡Piensa! ¡Resucita! ¡Sufre! ¡Vive! ¡Crea!
¡Trabaja! ¡Trabaja!, y llegará un día
en el que se estremezcan de placer
tus músculos a la luz del alba.



En este poema, Félix Duarte refleja el presagio de la madre que se ve en el solar de sus adentros, sola… y sin el hijo. A la madre que clama, en graves ayes de deseo, el ansia de que su hijo no abandone el hogar. ¡Cuántos emigrantes palmeros en Cuba y Venezuela vivieron una situación parecida, antes de romper el cordón umbilical de sus orígenes! ¡Cuántos alababan antes de partir, sólo por referencias, la tierra prometida que les esperaba al otro lado del mar!



“¡Madre: no te aflijas! ¡Alégrate! ¡Reza!
Si me voy, ¿Qué importa? La ausencia nos ata
con sus invisibles lazos amorosos.
Volveré mañana a besar tus labios,
murchos por las huellas seguras del tiempo
con recién nacido candor de esperanzas.
Existe una tierra gentil, libre, próspera,
que es, para el que emigra, cual feliz Arcadia
donde repercute, como una promesa de alegría,
el verbo triunfal de la fabla…
¡Bajo sus refugios el hombre es más hombre
y se extiende el árbol viril de la raza!”



El 12 de abril de 1912, Félix Duarte emigra a Venezuela. El mar océano le arrojó a aquellas playas como una ola más de sus olas… Y se fue, sacudiéndose el polvo de todos sus desvelos… Y caminó por el mundo oliendo a tierra y a tinta. La tinta que le permitió hacer el amor sobre una página en blanco, pulsando la profunda tristeza de su alma de emigrante, y trasponer los umbrales de un paisaje distinto al de su Isla, amarrando los recuerdos del ayer en la distancia. Venezuela, país en el que alternó el trabajo con la lectura. Durante cinco años se interesó por conocer todos los pormenores de la historia venezolana, incluyendo los principales literatos de aquella nación.



“¡Llanuras! ¡Llanuras! ¡Palmeras! ¡Maniguas!
¡Ríos! ¡Cumbres vírgenes! ¡Cóndores! ¡Nostalgias…!
El joven risueño de encendidos pómulos
con febril impulso cultiva las plantas
y, en tardes lluviosas, va por los caminos
guiando carretas a las “guardarrayas”
con la piel curtida por el sol del Trópico,
pensando en las Islas que el mar
unge siempre con hilos de plata.
Le atraen los surcos del bien pregoneros;
las yuntas que labran; los bosques;
las sierras, el cielo desnudo;
las lomas vestidas de gracias;
las urbes que vieron parir a los héroes
en pos de las dulces victorias lejanas;
pero en las urdimbres de su pensamiento
no había más que un culto de amor a Canarias.”



El eco de su voz fue nexo entre dos tierras hermanas. Félix Duarte publicó su primer poema en el periódico “La Religión” de Caracas, cuando apenas contaba dieciocho años. Desde allí colabora con la prensa palmera. Durante cinco años estuvo presente su condición de errante, pero no perdió el rumbo de sus recuerdos, que fueron brújula y guía para el retorno. Félix regresa a su Isla natal en agosto de 1917. La Isla arcangélica le recibe en todo su esplendor:



Hay en tus cumbres, que el pastor venera,
un eco de lejanos cataclismos,
y se presiente en todos tus abismos
el paso gris de una difunta Era.
Un delicioso porvenir te esperaCrónicas de Canarias
–liberada de absurdos egoísmos–
porque en audaz empresa de heroísmos
¡Tanausú está presente en tu Caldera!



En la Isla de La Palma, Félix Duarte se dedica a la enseñanza privada.
Varios poemas suyos ven la luz en los periódicos isleños, y, aunque como cuando era niño, sigue suspirando por el mar y su horizonte, canta a la patria chica, al archipiélago que parece dormido en medio del Atlántico sonoro, haciendo florecer la rima de sus versos, cual gigantescos capullos a la sombra de los pinos.




“Para admirarte como yo te admiro,
hay que sentir y amar con gentileza,
la divina pasión en que me inspiro
tributándole culto a tu nobleza.
Mucho más me deslumbra, si te miro,
la inquietud de quererte con firmeza,
como quien aprisiona en un suspiro,
el imperio inmortal de la belleza.
Crisol de inexplicables emociones
donde se pulen bien los corazones
que el amor, con sus besos, transfigura.
Cada hogar que en ti vibra es un sagrario
en el cual cabe toda la ternura
del precioso Archipiélago Canario”.



Doce años estuvo Duarte en Cuba. En 1930 regresa el poeta a Canarias y un año después, por poco tiempo, vuelve a la Perla de las Antillas. Su regreso definitivo se produce en 1932:


“Al fin llegó, en una gris tarde de invierno
como el hijo pródigo, con hambre, a la casa natal,
el indiano, que ya no era joven;
y evocando el sueño de su dicha náufraga
contempló a su madre que hilaba en la rueca,
los copos de lino con sus manos puras
como rosas blancas.
Ante su alegría se sintió más fuerte
cuando, con cariño filial, la besaba…
Silenció la rueca.
Tenían la efigies más nimbos de gloria,
y hubo en sus pupilas maduras de pena
un temblor de lágrimas…
Ella era un tesoro más bello y sublime
que los que en América, con pasión buscaba:
la mujer sencilla, noble y virtuosa,
pulcra y abnegada,
que de amor se muere por darnos la vida
y entre los misterios de la muerte ama.
La que nunca olvida cumplir sus promesas
y sólo en labores de emoción descansa;
la que los enfermos cuida con estímulo,
y al deber sus horas de inquietud consagra;
la que ve en sus hijos, que en el hogar juegan,
un caudal precioso de joyas humanas,
la que en sus ternuras a todos ofrenda
y se siente rica cuando distribuye
cariños y dádivas;
¡La madre más tierna que en el mundo existe!
¡La Madre Canaria!”



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