martes, 19 de febrero de 2013

SERGIO GARCÍA ZAMORA [9.254]


Foto Sergito



Sergio García Zamora 

(Esperanza, Cuba, 1986). Licenciado en Letras. Algunos de sus títulos son: Tiempo de siega (Premio Poesía de Primavera 2009, Ediciones Ávila, 2010); Poda (Premio Calendario 2010, Casa Editora Abril, 2011); El Valle de Acor (Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2011, Editorial Capiro, 2012); Día mambí (Premio Digdora Alonso 2011, Ediciones Vigía, 2012); Libro del amor feliz (Premio Emilio Ballagas 2012, Editorial Ácana, 2013); Las espléndidas ciudades (Premio Eliseo Diego 2012, Ediciones Ávila, 2013); La violencia de las horas (Premio José Jacinto Milanés 2012, Ediciones Matanzas, 2013) y Caballería insurrecta (Premio Manuel Navarro Luna 2012, Ediciones Orto, 2013). Poemas suyos aparecen en publicaciones de Honduras, Puerto Rico, México, Estados Unidos y España.



ORACIÓN A JOSÉ MARTÍ BAJO EL CIELO DE CUBA. 


Que yo pueda rogarte si viviendo me aflijo,
si  miro con el ojo tan negro del canario,
pues mi día mambí ya transcurre en tu diario
y mi hora en el reloj que dejas para el hijo.
Que yo pueda alabarte sin que nadie me lleve
ni me traiga al final en trono o parihuela,
cuando asomen los odios la visceral espuela 
y  desangren tu sol como a buey en la nieve.
Que yo pueda invocarte sobre la patria herida
y venga tu decoro, tu arte de ser cubano,
a embridar el horror, la sombra, la estampida;
a fijar los destinos de nuevo con tu mano.
Que yo pueda nombrarte como nombro la vida
y que no tenga paz si te nombrase en vano.

Santa Clara,  24 de enero de 2013





POEMAS DE PODA, DE SERGIO GARCÍA ZAMORA*


Horror, plenitud

Ahora que han vuelto las abejas a tu boca
Para decir lo dulce, lo intocado,
Y eres rubio y degustable
Como la sangre del girasol,
Y puede tu juventud justificarlo todo:
La esperanza y el desconcierto
Y hasta la belleza que no te deja ser bello.
Ahora que transcurre la cuaresma
Y caen las hojas vinosas,
Y sobre las hojas un muchacho,
Y sobre el muchacho el asombro,
Y tú que has visto su cara
Roja también como las hojas,
Agradeces el agua, el aire y la amistad
Y la maña impostergable de mañana.
Ahora que temes dormir
En la misma posición de su caída
Y andas la noche para negar su rostro,
Pero su rostro sobrevive a la noche
Y ya es el alba donde amanece siempre.
Ahora que hablarías de la plenitud,
Como se habla de un campo de girasoles,
Si no fuera porque hay en tu ojo
La quebradura de una estrella,
Si no fuera por la elegancia del silencio
Que es tu común frivolidad,
Si no fuera porque eres culpable
Del alma que te escucha.
Ahora que debes amar o no amar nunca,
Comienza ya sin temor
La sonora catedral de tus abejas
Y la fiesta de los días,
Y respira vasto como el mar para los tuyos
O como el viento lustral de la cuaresma,
Y pon tu palabra
Como una gota de miel en sus pupilas,
Aunque el desconcierto sea
Esas hojas que parecen no tocar jamás la tierra
Pero que al fin caen
Sobre el cuerpo descubierto del suicida.








Ventajas de la poda

Las muchachas cortan sus cabellos
Con la esperanza del renuevo.
En un tiempo la cosecha segunda
Fue tan vasta como el primer corte.
En un tiempo el pordiosero
Cortó nuestro césped
Por la baratija de su alcohol.
Ciertos animales podados en luna nueva
Son ahora más dóciles, más nuestros:
Los gallos de la lidia,
Perfectos como águilas de patio,
El perro desorejado,
El toro nocturno que amanece buey.
Ciertos frutos tomados en menguante
Alcanzan la real maduración.
Así, de lo infértil y demasiado
Podan tu vida hasta que parece bella.
Quien haya perdido una mano
No servirá en el ejército.










Antes de que un temblor comience

Para Lina, en su temblor

Antes de que el cántaro de la niña se quiebre
Y enmudezcan los enjambres de la dicha,
Antes de que las mujeres recojan la sangre última
De los breves animales ofrendados
Y el niño que juega a las canicas
Presagie con su juego el choque de los mundos,
Antes de que el árbol de la ira
Deje caer sus frutos ardientes y violentos,
Antes de que el blando corazón de los ahogados
Endurezca en el invierno
Sin oír el canto de sus novias suicidas en los ríos,
Antes de que un temblor comience a perseguirnos
Por la ciudad de puertas condenadas;
Danos, Señor, la paz.
La paz gentil de las comidas
Cuando la oración del padre sube en brazos del humo,
La paz del esposo y la esposa a medianoche,
La paz del que acepta su culpa y se vence,
La paz de las estatuas en otoño.
Pero no la paz hueca de las santas
Que dejan caer el aire pesado de sus miradas,
Ni la paz indiferente del muro
Donde el sol de los míos se lamenta,
Ni la paz del tigre satisfecho
Que devoró esta mañana la Belleza.
Quiero hablarle a las aguas sin turbarme,
Quiero ver en los niños a los niños
Y en la página los blancos animales.
Quiero volver a la amistad de unos pocos
Porque el amor de ellos ya me salva.
Pero si no puedes, Señor, concederme
La paz de tus palomas intocadas
Y el cántaro de mieles rebosante;
Quiébrame entonces en el sueño
Como la espiga que un niño dobla
Pues he visto el rostro sereno del suicida
Y el afán perpetuo de mi madre.

*Sergio García Zamora, poeta villacareño y editor de la Editorial Capiro.





DE: BOJEO A LA ISLA INFINITA
(Antología de 6 poetas cubanos)
Introducción y selección de Arístides Vega Chapú
EDITORIAL BETANIA




La violencia de las horas

Vienen sobre ti las horas,
la violencia unánime de las horas
ponen bajo tu cuello la navaja, bajo tu sexo
la bayoneta calada para sacarte en vilo
hacia los cuarteles del alba.
Ciertos grabados medievales pretenden ilustrar
su paso con un carro de heno, con jornadas de la siega,
y monjes velando en sus claustros.
Pero nada saben de la ojera del recluta
ni del garfio que hunden a mediodía en el cuerpo húmedo,
cuando se echan a la sombra de la gente que espera
un cambio sustancial, un cambio definitivo.
Las horas gustan de comer tus ojos como el cuervo
y del café a media tarde en algunas embajadas.
Óyeme ahora antes de que la noche llegue.
En la página sin completar sacarán el punzón,
te mantendrán a raya, te anudarán
una piedra de molino para lanzarte al sueño
hasta que mañana ellas vuelvan
golpeando sobre ti.






Artesanías

Bajo la violencia de las horas
vendes collares y pulseras:
objetos menores supuestamente bendecidos.
Ante quienes se los prueban,
explicas que los dioses gustan de colores:
Shangó rojo, Yemayá amarillo, Ochún azul.
También las vocales, según Rimbaud.

Otras mercaderías no precisan de fe
para engañar la fe de los turistas.
Otras culturas a su vez prodigarán
la imagen del poeta como un artesano.

Aunque tu vida nunca fue equiparable
algo deberías admitir.
Ciertos amores, por ejemplo,
dijeron su decisión de no seguirte
y hablaban con el temeroso cuidado
de quien perfora una concha
para hacer artesanías.




Los reclutas

El verde militar está en los ojos:
muchachos que piden autorización
para ir al carnaval y abordan los camiones,
las máquinas de alquiler en Jagüey o Santa Clara
con el dinero último, con el único dinero.

Regresan las cabezas podadas por el verde militar,
los rostros que lastima la cuchilla:
el hermano mayor, el novio, el hijo de vecino.
En la noche de provincia son príncipes,
reyes que han vuelto de Troya o Las Cruzadas.
Bajo el fuego artificial, bajo la vida artificial
respiran el aire último, el único aire
y entran al verde militar con sus amores.

Como los reclutas anhelas un pase,
un gesto dispensador de tu perenne servicio;
un pase, una tregua, un salvoconducto
para tu vida siempre. Como los reclutas.
Solo que ellos no saben disimular.




Terapia de choque

Antonin Artaud confiesa haber padecido más de cincuenta electroshocks. la mitad bastaría para dejar a un hombre tonto, pero a él lo volvió un genio. o lo que resulta peor: Antonin Artaud era un genio que pasaba temporadas de reclusión en sanatorios mentales. pero eso nunca importa al lector que se cree el ombligo del mundo. ya quisiera verlo mordiendo la goma mientras los voltios pasan y pasan por su cuerpo iguales a autos de carrera por una autopista. ya quisiera verlo sin poder distinguir (como sí distinguía Antonin Artaud) que la enfermedad es un estado y la salud no es sino otro. el lector que soporte de veinticinco a cincuenta electroshocks, tiene mi respeto, aun cuando se quede tonto por querer volverse genio. mejor que el ombligo del mundo es el ombligo de los limbos.




Balada para colgarse

a François Villón, el maldito, lo suben y lo bajan de la horca un poeta después de otro. no fui a la universidad, dice Villón, para ser un pelele; no gané el favor del rey, para ser un muñeco de paja. un poeta después de otro lo piden para sus bandas; todos quieren a ese francés en sus cochinas bandas, a ese diablo criado por un monje. el maldito de François se ríe: piensa deshacerse del cabecilla y tomar el mando. entre poetas también se está entre putas y ladrones. a François Villón, el maldito, lo suben y lo bajan de la horca un poeta después de otro. no escribí para esto, dice Villón, no robé ni maté para esto. si quieren entonar mi balada, pónganse la soga al cuello.




La usura

uno empeña las palabras por el miserable dinero editorial creyendo que las recobrará algún día, pero la deuda crece sin remedio. uno pide a Ezra Pound un préstamo hasta que logre hacer fortuna y poseer un verso propio, un verso respaldado en oro, una línea como el hilo de los billetes que prueba su autenticidad. Ezra Pound, partidario de Mussolini, acusado de alta traición, te dice: «Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra». pero tú le replicas: sin usura no tiene el hombre casa de mala piedra ni casa alguna. Ezra Pound, viejo zorro, ojalá te pudras en el manicomio, acusado de inhumano con tus poemas llenos de humanidad. uno empeña las palabras por el miserable dinero editorial y es toda la traición que comete.



El pájaro

El pájaro levanta la cabeza queriendo sorprender la 
vida, húmedo aún por el agua de los nacimientos. Era
un monje en la celda blanca, un escuálido novicio;
pero esta mañana Dios escuchó sus oraciones y lo trajo
al milagro. No teman, pues, ante el frágil cuerpo ni
los hinchados ojos que la luz tarda en definir. Amen
al cautivo libre de su penitencia por todo el tiempo
que le es dado.
Con él vive la promesa de las alas.




El grillo

Bajo la noche cósmica,
en la vasta soledad del descampado,
el grillo canta.
El peregrino lo escucha
y ya no teme.













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