miércoles, 8 de abril de 2015

RUBÉN CHÁVEZ RUIZ ESPARZA [15.447]



Rubén Chávez Ruiz Esparza 

(Aguascalientes, México, 1967) Ha publicado los libros de poesía: El brezal y la noria, Versus alia, Los sagrados afectos, Patios interiores y Un naipe de picas.



ASÍ DESPIERTO

Así despierto. A solas, ante el rostro del páramo, una fuente de sombras del mezquita. Hablo a ciegas y yo mismo soy la noche desprendida que me responde. Las alindas crepitan su giranoche, alas de humo y canto de rescoldos. En andas sobre el rostro, se arma de espinas la máscara alegre, la que oficia con doble lengua esta fiesta de dolor, la del silencio. Ojos en préstamo los olores nos llevan de la mano al huerto. Así busco a mi enemigo, el que ya no tiene cama ni sueño, el comido por el hambre, el corazón oculto. Salta por la ventana, y se arremolina como un sediento, como una palabra triste, como el hueco siempre a punto de llenarse de la espera. ¿A flor de hueso la calavera? ¿Hasta repulir el blanco de los ojos? ¿Hasta la culpa gritante, la del espejo? Adentro, dominación y vértigo del alba. Adentro, casa anudada al desamparo, lugar abierto. Sin amargura, humillados, contrario y uno emprendemos la respiración, la tregua furiosa, la oscura claridad de mirarse en quien nos mira.

Tomado de Poetas de Tierra Adentro II. (FETA, 1994).







–UNA PLUMA DESPRENDIDA

de todas las preguntas
-Lo ya dicho busca, besa
y olvida, al fin la libertad
-Toca mi frente, oscura
agua crecida, justo llanto
-Ya no solo, únicamente
poseído apenas, y más
-Mortales aun si mañana
caen dos manos de sueño
-Cambian para mí, mi sola
sombra disuelta en oxigeno
-Fuego y ciego y terrible
para mí sola, sobrevida
-Se concierta, se ordena
como dueño mío, manda
-Llevarse cántaro al pozo,
con piedra y mano golpea
-Cuanta vida recién nace
sin un ruido ni un acento
-De azar, regido de veras
y de rodillas, buen amigo
-Como tierra propicia, dice,
nos soporta tallo y raíces
-Se alegra así, a sabiendas
que un solo lazo los uniría
-Más airado y más viento
adelanta su vieja insignia
-De camino quebrado, ves
que pasa sin adiós ni atrás
-De largo a corto, de triste
a creerse de nuevo paraíso
-Incendiado por sus fuegos,
ahogada en propias aguas
-Estoy en él, me digo míos
sus labios, florece conmigo
-Su voz cambia, me anuncia,
me delata un poco su alegría
-Dura sólo Dios sabe, atroz
y árida y sin embargo, viva
-Como soy una pluma, adoro
caer, como caen las preguntas.




VENERO

Como el venero del adiós fluye sonámbulo, arremetido,
el vendaval de las aldabas ya sin puerta,
el llamado insistente de distancia
ya maduro por los siglos de sequía,
ya con el pañuelo imposible de usarse nuevamente.
Como oculto bajo el ocre de las llamas
la pelea indivisa del abrazo.
Como si no viento, sí noviembre,
consumación por agua le arde el rostro.

Tomado de El manantial latente (2002).





Penélope en segundas nupcias


[Discípulo de barrotes cada asiento]

La hija ausente bajo la hora. Nos apura. Insiste. Por qué flaquear si están a bordo. Las notas los pañuelos los adioses diezmados. El primer acorde llega sin aliento. Suena a. Una antorcha en la tiniebla repentina. Un ala disparada en la tormenta. En la proa ruina nos desprendemos ya de la última condena. Y el sofoco. Reverso del mensaje. Dice. Que se ilusionen ya cenizas las mujeres del silencio. Que retrasen el eco y el festín su mala fortuna. Yo avanzo con una pierna librado. A encogerme de hombros. A favor de ustedes Centinelas. En Ustedes. Que no contienen enseñanzas.




[Empapas tu índice en la lluvia]

Donde has puesto tus oraciones. Y no sueñas. Duermes. No tardarás en dar conmigo. Ampararme como la hija mayor adopta al padre. Con lujo de fuerza. Arrebato. Capítulo oficioso y dominio. Llueve a cántaros. Carne en la carne. Hielo en el hielo. Así brotado de la ceguera tiene algo de palomar de nido de inicial este aguacero. De amor ahogado. Donde empezábamos a morir y nos interrumpía el hambre. El otoño hacedor. La corriente estacionaria. Y así quedarse sin dios y sin amigos. Antes unánime del llanto. No tanto fuera mirarla pero sí hospedarla dentro de los ojos. Y es que hubo de confesarme una noche de ahorcados. Que nos faltaría siempre algo. Una esquina grave. Gravísima.




[Mi sirena roja]

Mi pésame de abismo. Cuánta prisión encinta sepultura. Si umbrales de fiesta. Si el papel de china. Los visitantes nocturnos sin aviso. Entigrecidos de partituras. Para el hábito de malgastar los pasos en buscarte. El fuego es la sentencia. Es el imán de la habitación contigua. Muslos y contorno. Serpientes y escaleras.




[En compañía nuestra]

Los dedos sobre un instrumento aún más extraño. Van ligeramente vestidos con el pequeño amor tan nuestro. Vientos de junio. Vientos de mayo. Y dile adiós a tus días. Pies de lágrimas. A tu buena cortesía. Y ven pronto. Secretamente. A engañar a los amigos. No te aflijas. El corazón está puesto sobre un yunque aún más frágil. Menos tuyo luna. Aunque haya agitado la clemencia su incensario. Nos veremos en público. Tributo de mano y guante. A resistirnos del mal. A no caer en tentación.




[Hace ya una estación con aspiraciones]

La colorada. Me mira con rabia y repulsa. Continua en frases con dificultad. De cuarta noche. Si desfilaron ante él el miedo la borrasca. Si no voy ella se va. Con sus Majestades ceñidas a su cintura. Y contener el impulso de caer a sus pies. En luna nueva de nuevo. Ya bastante aviso esa madrugada. Queman los brazos. Queman los jardines. Rodillas contra rodillas. El corazón de la naranja. Puesto a refrescar. Piezas de artillería. Unas pocas páginas llenan la puerta. Conversación en el jardín. Puede ser éste el árbol que buscabas. Capitán. Llegan las naves medio encendidas. Sus cabellos castaños. Sus cabellos rubios. Luego volvió a callarse. Vendrá luego también el segundo anillo. Como se ofrece una rosa.



[Se lo llevaron esposado de cuatro vientos]

En franca infantería. En espesura de botones y cintas de corpiño. Al desdichado. De noche permanecen en vela todos los sueños. Como besos que han perdido el broche. Muy pronto me habitué a que mantuviera viva. De edad en edad. Esa esperanza. Todo esto podría estarle ocurriendo a otro. Las tardes escolares. El vestíbulo baldío de un par de ojos. Quizá mordiera más de lo que podía. Un día de marzo. Como si hubiera rechazado la dedicatoria. Como un hombre culpable observando a su mujer que se desnuda. Obscurece el verano en mi habitación. Como unas manos que acarician y peinan el paisaje desolado.



[Nuestros bondadosos muertos]

Como cavernas talladas. Ya menos atlánticos quizás. Donde hay una cama tan festiva a las once treinta. Miran de soslayo. Anillos. Rosarios. La facultad del escudo de Aquiles. El axioma del cero. Con sus hundidas mejillas cruzan las brujas. Perros y gatos en un costal. Besándose aterrados. El sol y las lunas. Soñamos. Todo el mundo sueña. La asimetría. La rosa impresa. Dan las gracias y yacen en paz. Desde crudas provincias de maldad jurada. Todo nos lo permitimos. El gozo de vivir. Dos ejércitos no hacen la ira. Las banderas sobre un mapa. Los bastiones de las Cien Familias.



[Mar de filos]

Mar lleno de anzuelos. Y nosotros. Mares enlazados. Es extraño que seas cada parte de tu cuerpo. Rincones de axilas. El caracol de la oreja. Exploración de aguas oscuras. Palpo de faros tus pechos. Nuestra respiración inventa un ruido de pisadas. Alguien baja las escaleras. Alguien ha dejado la puerta entrecerrada. Un rumor nos da vueltas. Pregunta y escucha y vuelve a preguntar siempre lo mismo. Suspendida. La oímos cantar en las almenas. Agradecida de las manos que conducen en altas olas nuestras caderas. Derramados frutos nos encontramos rostros. Arriba. Abajo. Ando el regusto de tu vientre en labios y en los labios fuegos descendentes. Y yo sin conocer el agua. Danzo ebrio remolino. No le bastamos a la noche. Urdimbre de aliento. Estallamos. En la eternidad hemos llegado semejantes. Grieta del azul. Agua y oriente. Amor. Una isla viene a hundirse con nosotros dentro.



[El péndulo se tiende más allá de su mecánica celeste]

Nos valga este soplo soterrado. Este país de pozos. Te dispones ante el espejo a fingirte. Es el ojo más profundo que la mirada. La vespertina blanca de palomas. No estuvimos nunca ni recuerdas distinguir el tallo de la rosa. Los nudillos de la sien. Se me ordenó beber este veneno. La boca pesa este susurro. La felicidad no fue dicha por palabras. No alzó el velo de lo que ahora somos. A la ciudad y al mundo levanta ciudad y levanta mundo. Y tú mi Pensativa. Asciendes. Te encontrará de pie este silencio.



[Con ávidas prisiones]

Noche de fuentes la que tú ardes. La de campanas que crees tú escuchar. Se alistan corazones como fieles soldados. La noche en llamas. Remamos sobre nosotros. Una barca el cuerpo. Y para ti sigo siendo el enemigo. Pesan más que yo tus esperanzas. Ahora lo sé. Como a un barco me despides. Como a un mástil me amarraron tus cabellos. Pero quién habrá de recibirme. Como un faro pasando el arrecife. La línea fina de tus labios.



[La voz reclama su desierto]

No ha de volverse felicidad la hermosa marca de tus mejillas. No ha de volver ileso el cántaro de la fuente. Seguirá aquella amada donde la amaste. Donde cayó de tus hombros la escalera. Y todos nosotros tú eres. Un toque de arco. Porque hube de querer que me besaras. El poniente me demora la partida. Donde el crepúsculo se marcha asciende otra vez tu cuerpo oscurecido.



[Dispuesta a separar el nombre de los ahogados] 

Lo que haría replegarse al agua. A borrarse del gesto en los paseantes. Por qué andaríamos a errar si te vas de este Cielo. Palabras talladas en esta lluvia de súbito. Este impulso de partir de caer al precipicio. Del que ya no hablo. Apasionada de este furioso corazón. Cerradura luego puerta. Luego puerto. Luego cuerpo. Luego muerte. Dispuesta a separar a los ahogados de su nombre. 



[Ahora pasarán los paraísos]

Y no podré volverme para verlos. Como nací se libera una afligida angélica. Amargosa. Un súbito empujón. Y morirás. Un martes te abrirá la boca. Te hará adivinar la verde transparencia. Los puntos cardinales. Y adiós y gracias golondrina. Que te aten manos a la espalda. Que se te echen encima. Ventanas temblorosas del nosotros. Verdor de abismo. Juramento a medias y llanto a medias. Y todo a la vez esos negros colores. Fresco aún de óleos. 



[Así soltar el peso y soltarlo de golpe]

Fuera del rostro el segundo rostro y la primera máscara. Apunto los telegramas por enviar. Actos de tú y yo. La penosa alegría de tu frente. Antorcha dilapidada. Lo menos a decir. Lo menos dejando atrás sus conjeturas. Sustituye al disparo. Al propósito de no hurtar a los muertos sus pocas pertenencias. De no aceptar estas semillas con manos de molino. Es casi la verdad esta piedra. Y los grandes usureros. El gusto. El olfato. La vista. El tacto. El oído. El mundo tal vez resucitado. Aunque no pude vaciar tus astros. Apunto éstas nuestras marcas de viaje. Como todo fue cumplido. Como era tu modo de morir. Esta vez volvemos el rostro. La otra mejilla. No sin esfuerzo. Sin mueca de pasmo. Mi partidaria. La tarde se besa entre lluvia y fechas a olvidar.



[Está la prueba de ceniza]

Nunca esperamos este abril. Ya desde temprano habíamos pagado debidamente nuestras penas. Ejecutores de fatigada carne. Nada faltó a nuestros abandonos. Cada octubre fue el oriente de un sepulcro. No tenías aún esta esperanza. Esta tierra agrietada que se va volando con cualquier soplo. Como se van demorando las parejas. Cuanto más te adentras te abrazas más a esta estación de una jornada. Pronto caeré yo también. Y podrás refugiarte matriculada en tus afanes. Postergándolo todo. Se anuncia la fecha sobreviviente en la que monto guardia. No tiene ya valor numerar los adversarios. Me acompañarás aún amiga a este reposo.







U n   n a i p e   d e   pi c a s



Cava el eco

Instaura un fuego exacto en el tercio inferior anverso de
tu dedo índice. Donde hubo Norte y la falsa premisa de dos
pliegues. Se imprime el sello avaro de la duda. Quién dirá
ahora el número par de tus futuros hijos. Quién invertirá
el Sur de tu memoria. Sólo el eco. La sangre consagrada. Se
demora entre tus nervios la orden de retirar las manos. Ya
no hace caso este ascesis de ascuas. Un furor al rojo blanco
recoge las cenizas. 




Los atentos alrededores

El jardín en ramo de las tentaciones comunes. Mezclan
sin obstáculo su ímpetu de selvas azarosas. La corona
respirable de tus propios hijos. Entonces aún sin nombre.
Pues quizá hubiera parecido demasiado sobrio. Calculado
desde el silábico detalle hasta la omega capitana de un
apellido. Última entre últimas para desearse pronto. El
jardín en ramo de las constelaciones menores. 






Estrella de cinco puntas

Dedos diestros en el Mal amado. Plegaria separada apenas
de la hoguera. Concebida crueldad que mis besos
reencontraron. Desembarco de tormentas. A voz en
cuello. Todos los ejércitos cansados. A voz de olvido. Pido
me otorguen sepultura. Pero vuelta hubiera acaso de
tu cuerpo. Suave quebranto. Cielo de hadas protectoras.
Amigas de dulces manos. Ábranme esta puerta a la que
golpeo llorando.





El claro acento

Se interna en la espesura sólo para ser apresado en un
silencio de cien años. Como si el envés le fuera claustro
la parte sumergida de la noche da la vuelta. El claroscuro
niega haber sido advertido por los insomnes que
nos sueñan. La casa pierde altura. Entra a tientas un
improvisado cuervo en la cocina. Sobre el mantel gajos de
mandarina juegan a representar el fin del mundo.





Ni apetece ni ya puede ser

Huellas más hondas circularon estas facciones. Tres
marías tuvieron mi rostro entre sus rasgos. Sujeto entre
sus voces. Calado en sus mejillas. Si hablaban del Gris
adelgazaba la tormenta. Yo volvía para encontrarlas
desmayadas. Una súplica de agua me tendía a sus pechos.
Con su lengua en tridente me acunaban. Y yo acontecía.
Pronunciado. Pero ya no desde ahora. El lienzo deja
escapar la flecha. 





Y tú que te sabes desposada

Y tú que mentirás ante tu sombra. Por traer contigo la
prudencia. Por ganarte en esa prudencia tu sitio. Mal te
vienen las prisas. Mal callan tu desolación y tu abandono.
Esos tímpanos de la vida oyente. Tú que bien conoces la
puerta de la derrota. Tú. Agraciada. Pensando en otros.
Cuántos mares se habrán vuelto interiores. Qué barcas se
habrán quedado con tu nombre.





Como un pájaro que ocupara
todo el cielo

Como tú sola que ocupas toda mi vida. Toda la memoria
declina recordar nada más. Damos por terminada la
esperanza. Porque la lluvia nos da sus manos de lluvia. Y
un templado aguacero nos despide. Lloro porque esquivas
el gran mal. Porque sientes sufrir tu próxima alegría.
Lloro por tu ausencia confirmada. Por tu beso que refulge.
Porque llorar es el último adagio que profeso. 




Lleno de gracia

Cómo has querido luz. Cómo has sido regalado de tanta
luz. Envuelto. Engalanado. Triturado. Comido de luz.
Apresado por tanta luz. Que ya no sabes distinguir esas
insulsas pinceladas. Esos temblores. Que no das paso ni te
viene en gana devolver el favor. Tan mísero te has vuelto.
Tan de tu lado que lo dejas. Por no caer en tentación
y temeroso de no llevarla. Por más calamidades que
persigas. La luz se te adelanta. 




Uniforme de sol

A quien has estudiado en esta media hora semejante. A
quien en algo has cumplido al rechazarle el plato. Depones
la mirada. La guerra aérea. Un trozo de hielo se ha puesto
a fundirse. Ciertos rostros demasiado desfigurados
comparten el socorro. Una madeja ovillada en torno al
café. Y el apunte. Esta anotación pasmada. Las repetidas
sueltas aspiraciones. Por acercarse a tu nombre en esta
tarde. Solamente.




Correspondencia

Hacerse luego alegre las cuentas. El precio en números
que no hacen al caso. Que no lo son ya nunca. Para
qué continuar. El benigno misterio preside las pocas
curiosidades. Los celos de uso popular. Que no les es
posible distinguir un martes de un domingo. Ponen caras
graves y felices. Para qué. Los dones proféticos pasan de
largo. Cometa de dos colas. Con una mujer desmayada
entre los brazos. 




Boleta de empeño

Las muchas negligencias. Llamadas a pronta escena.
Servidoras más humildes. Más enfermizas. Así fueran
tan amadas. Separadas de un modo unidas. Quedan en
prenda. Los ojos que aprendieron a quemar los libros. Que
no verán ya nada más. Se vuelven la gentil ignorancia. El
franco abandono. Y acometido para hablarle a tu corazón.
Queda el aire puro del silencio. Toda la riqueza entra a
caballo. Toda la vida. Quise decir.





El tren de pasajeros

La violencia como oficio. Unos niños. Otros mayores. En
amargo certamen. Y la ubicua constelación les toma el
pulso. Que les da lo mismo ser hijas de la esperanza. O
madres de la última vez. Cierran la esquina en armas
tomar. A escasos dos bolsillos. Una maleta a medio peso.
Sin puentes ataduras cuentas definitivas. El sol se oculta.
Unas pinzas te sujetan de la manga.



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