martes, 5 de marzo de 2013

CARMEN MARTÍN GAITE [9352]




Carmen Martín Gaite    (Salamanca, 8 de diciembre de 1925 - Madrid, 23 de julio de 2000), fue una escritora española.

Se licenció en Filosofía y Letras en la Universidad de Salamanca. En 1950 se trasladó a Madrid y se doctoró por la Universidad de Madrid.
Esta autora, ha sido y es, una de las figuras más relevantes dentro de las letras hispánicas. Recibió, entre otros, el Premio Nadal y el Premio Príncipe de Asturias de las Letras.

Obras

Novelas

El balneario (1954)
Entre visillos (1957)
Las ataduras (1959)
Ritmo lento (1963)
Retahílas (1974)
Fragmentos de interior (1976)
El cuarto de atrás (1978)
Cuentos completos (1978, 1994 y 2005)
El castillo de las tres murallas (1981)
El pastel del diablo (1985)
Dos relatos fantásticos (1986)
Sibyl Vane (1989)
Caperucita en Manhattan (1990)
Nubosidad variable (1992)
Dos cuentos maravillosos (1992)
La reina de las Nieves (1994)
Lo raro es vivir (1997)
Irse de casa (1998)
Los parentescos (2000)

Ensayo

El proceso de Mancanaz: historia de un empalamiento (1970)
Usos amorosos del dieciocho en España (1973)
El conde de Guadalhorce, su época y su labor (1976)
Usos amorosos de la Postguerra española (1981)
El cuento de nunca acabar (notas sobre la narración, el amor y la mentira) (1983)
Desde la ventana: enfoque femenino de la literatura española (1987)

Otros géneros

A rachas (1973), poesía
La búsqueda de interlocutor y otras búsquedas (1974), artículos
Todo es un cuento roto en Nueva York (1986), poesía
Agua pasada (Artículos, prólogos y discursos) (1993), miscelánea
Esperando en porvenir. Homenaje a Ignacio Aldecoa (1994), conferencias
La hermana pequeña (1999), teatro
Poemas (2001), poesía
Cuadernos de todo (2002), diarios
Pido la palabra (2002), conferencias
Visión de Nueva York (2005), diario
Tirando del hilo : (artículos 1949-2000) (2006), artículos

Premios

Premio Café Gijón en 1954 por su novela El balneario.
Premio Nadal de 1957 por su novela Entre visillos.
Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Narrativa en 1978 por su novela El cuarto de atrás.
Premio Anagrama de Ensayo, 1987, por Usos amorosos de la postguerra española.
Premio Príncipe de Asturias de las Letras Españolas en 1988.
Premio Castilla y León de las Letras en 1991.
Premio Nacional de las Letras Españolas en 1994.
Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes en 1997.





MUERTE NECIA

Se me ha gastado el día,
atropelladamente
en idas y venidas,
en gestos y recados
que al hacerlos juzgaba
necesarios.

Desperdiciado, débil y oscilante,
el número equis ene de mis
días
era un cabo de vela
y afuera lucía el sol de la
mañana.

El sol se hunde en silencio
y sopla las bujías
y se envuelve en su manto como
un rey.

El número equis ene de mis
días
murió de muerte necia.

Ahora lo estoy llorando
cuando veo a las nubes
ponerse un traje grana
para morir también.









Luna llena

 Fuera del mundo, ausente,
mellada contra andamios,
has nacido otra noche
con tus venas azules,
igual que un globo inflado,
luna llena. 
Globo inflado te llamo,
otros rostros de muerta,
nave, farol, pandero,
o blanca rebanada
o novia o meretriz
te llamaron por turno.
A tu luz se acogieron,
deslumbrados,
tristes y balbucientes,
los poetas,
frioleros y turbios,
estremecidos, los enamorados.
Te invocaron sin tregua
a lo largo de un río subterráneo
de palabras marchitas
que viene desde Safo y Rosalía
a morir en tu boca. Jugamos a invocarte,
levantamos antorchas de mentira
que sólo manosean tu vestido de
tul.

Y tú, intacta y desnuda,
te escapas, luna llena,
subiendo apenas
perceptiblemente,
navegando le noche con oblicuo
reflejo,
como si nos oyeras, como si nos
miraras.
Nadie te alcanzará,
ni por tu hueco abierto a
incógnitos paisajes
ha atravesado nadie.
Tú rozas con tu luz la otra
ladera.







Tiempo de flor

Cuando el tiempo de flor
venga a fundir
la nieve en la montaña,
ya no te esperará mi corazón,
alondra.

¡Ay!, ¿cómo eran sus labios?
-cantará el surtidor.

De nuevo el mismo sol
se vendrá a los tejados, perezoso,
herido por el grito de los niños
que juegan en la plaza.

Y, como hoy,
la mañana despertará encendida
por fuera de mis ojos.

Pero mi corazón, alondra,
ya no te esperará.






Pídeme que esté alegre

Aún me entra cielo azul
y lo miro en mis charcos
reflejado a jirones.

Pídeme que esté alegre.
Si tú me lo pidieras,
en un caballo blanco subiría,
en un caballo bravo y montaraz.

Pídeme que esté alegre.
Y correré a ponerme
atavíos de fiesta,
abriré las cien puertas de mi casa
y saldré entre piruetas
y saltos de través
aturdida de sol,
y a las verdes palomas
daré migas de pan.

Pídeme que esté alegre.
En un caballo blanco correría,
en un caballo loco y montaraz,
si tú me lo pidieras.






Desembocadura

Y siempre queda más agua en
mi pozo, 
y si me asomo al borde
es más hondo y me asusta en su
negrura.

Siempre queda más agua

y no quiero beber
los cubos que he sacado.
Sólo quiero seguir en mi tarea
de verlos cómo suben
derramando agua viva una vez más.

Enredaré canciones y canciones,
desparramando trigo
en era de verano.

Y no habrá oído nadie nada nuevo
ni habrá bebido nada nuevo.

Y cuando muera,
mi pozo seguirá todavía lleno,
no mudado, profundo,
y desembocaré.





FARMACIA DE GUARDIA

No es Valium ni Orfidal,
no me ha entendido.
Se trata de la fe. Sí: de la fe.
Comprendo que es muy tarde
y no son horas
de andar telefoneando a una
farmacia
con tales quintaesencias.
Lo que yo necesito
para entrar confiada en el vientre
del sueño
es algún específico protector de
la fe.
¿Que le ponga un ejemplo más
concreto?
Pues no sé... Necesito
creerme que este saco
cerrado por la boca
y en cuya superficie
se aprecia la joroba
de envoltorios estáticos
puede volver a abrirse alguna vez
a provocar deseos y sorpresas
bajo la luz del sol y de la luna,
bajo el fervor clemente
de los dioses del mar.
¡Oh, volver a sentir lo que era
eso!
Y ni siquiera necesito tanto
—ya es menos lo que pido—;
simplemente creerme
que un día lo sentí
intempestivamente
cuando más descuidada andaba
de esperarlo,
y supe con certeza
que sí, que se podía,
que un corazón doméstico
cuando al fin se desboca
es porque está latiendo sin
saberlo
desde otro muy cercano.

Ya. Que no tienen nada.
Pues perdone.
Comprendo que es muy tarde
para hacerle perder a usted el
tiempo
con tales quintaesencias.
Ya me lo figuraba.
Buenas noches.







Canción rota

Siempre que iba a cantar
algo se interponía
y a mí no me importaba,
¡había tanto tiempo!

Mi canción se quedaba en el alero,
confiada,
meciéndose en la espera
cuajada de horizontes.

Si alguna vez con mudo gesto
antiguo
acaricio las cuerdas,
el aire se retira
y el corazón me late nuevamente
con aquellos latidos turbulentos,
heraldos de mi canto.

¡Ay, mi canción truncada!
Yo nunca tenía prisa
y la dejaba siempre,
amor,
para después.






LA ÚLTIMA VEZ QUE ENTRÓ ANDERSEN EN CASA

-Me ha raptado -dijiste- 
la Reina de las Nieves. 
Pero esta vez no era literatura. 
Tus ojos reflejaban 
-aunque secos, 
aunque intentando incluso sonreír- 
la certeza y el miedo 
de sentirte atrapada por su abrazo, 
arrastrada a subir a su trineo, 
-esta vez de verdad- 
a tiritar de frío bajo su regio manto, 
a hundirte poco a poco 
en el helado y súbito 
refugio inapelable de sus brazos 
que sólo a viva fuerza 
lograron arrancarte de los míos. 






Por el mundo adelante

Me atrapa como un pulpo
el color ya sabido de las cosas,
me asfixian mis sonrisas,
no respiro en las de ellos.
Dormí noches y noches
con el balcón cerrado
y al recordar después
la imagen mentirosa,
multicolor del sueño,
siempre había a mi lado unos
oídos
y unos ojos abiertos;
me gustaba amasar
mi falaz pesadumbre
ante el espejo aquel.
Abrid ya las ventanas.
Adentro las ventiscas
y el aire se renueve.
Quiero huir de los ámbitos
calientes y tapiados,
salir sin compañía
por el mundo adelante.





CAMPANA DE CRISTAL

A veces yo querría haber seguido
en aquella campana de cristal,
todo limpio y pulido,
tamizada la luz, clara e igual.

Pero estas inherentes cicatrices
grabadas día a día en la memoria
en muebles y pasillos,
en lo que digo y dices,
han escrito una densa y sofocante historia
ceniza que se cuela entre visillos.

Sol frío, luz de nieve, resplandor;
por la Plaza Mayor
cruzo con mi cartera de estudiante;
mi madre dice desde el mirador
de la casa varada, apaciguante:
Quédate aquí, no crezcas, que es peor.

A veces yo querría haber seguido
en aquella campana de cristal,
todo limpio y pulido,
tamizada la luz, clara e igual.


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