martes, 7 de abril de 2015

FELIPE FUENTES GARCÍA [15.415]


FELIPE FUENTES GARCÍA

Nace en Arrabalde (Zamora, España). Es licenciado en Ciencias Matemáticas, y ha ejercido la docencia como catedrático de Matemáticas en el I.E.S. Dr. Balmis de Alicante, España, donde reside, siendo autor de varios libros de didáctica de las Matemáticas y de Estadística. En el campo de la literatura obtuvo, en el Certamen Nacional de Poesía “Amantes de Teruel”, edición XXXIV, el primer premio con el libro En el silencio. Y también, en la edición XXXV, el primer premio con el libro Tiempo de regreso. En 1997 ganó el Certamen Nacional de poesía “Ángel Martínez Baigorri” con el libro Evidencias del paisaje. Asimismo, en 2000 obtuvo el XXI Premio Internacional de Poesía “Odón Betanzos” con el libro Reflujo y primer premio en el Certamen internacional “I Umbral de la Poesía en Valladolid” en 2014. Ha sido finalista en algunos certámenes poéticos, entre ellos en el “XXIX Premio Mundial Fernando Rielo de Poesía Mística”, en 2009, con el poemario Íntimo extremo. Algunos poemas de su libro Álbum rural han sido incluidos en El haiku en España, Hiperión S. L., Madrid, 2002. Y ha colaborado y pertenecido al consejo de redacción de varias revistas de creación literaria, entre ellas,  El caracol del faro, desarrollada por la asociación del mismo nombre.

Bibliografía:

En el silencio, 1995.
Tiempo de regreso, 1996  
Evidencias del paisaje, 1997. 
Reflujo, 2000. 
Album rural, 2007. 
En la ebriedad del bosque (antología de cuatro autores de cuatro países, coautor), 2010. 
Íntimo extremo, 2010. 
Liturgia de la disgregación, 2014.



ANGOSTURA

La luz se adelgazaba lentamente
en el hondón del tiempo. Tú
todavía cabías en sus ojos.
Luego su ausencia entera entraba en ti
como nieve en el humo,
como el silencio
en la ahogada latitud del páramo.
Tú hilabas 
un vellón de dolor interminable
bajo el oscuro blanco de aquel rostro. Ibas
de rama en rama  entre sus párpados
como el ave sedienta de la luz que sostenía
el solo amor en vela de su cuerpo.




CANTO DE AGUA

Canto del agua de tu piel sedosa.
Dedos de aurora que en tus manos arde.
Savia que se columpia de la tarde
como pájaro azul o mariposa.

Carne que llueve estrellas temblorosa.
Agua del agua a sorbos, sobretarde,
ribera de la voz en ese alarde
que se amasa de espera, beso y rosa.

Luz que en la noche de las horas huye
como oro en polvo al aire, y toma forma
y se compone y descompone en llanto.

Sed de río hacia ti, que a ti confluye
y en tu cauce, ya dúctil, se conforma
-sueño vivo del agua- como canto.




EL ÓLEO DEL DESVÁN

Alzo la luz y, al parpadeo,
una forma se adentra y abandona 
el claroscuro.  Advierto que la siguen 
unos ojos tras grumos de arcilla o de ceniza.
Y no sé si se enciende 
algún verde inmortal en su mirada
o si es el arte, acaso, el opio
que recrea el latido o lo alimenta.
Vago en mi sombra y brilla el aire.
Alzo la luz y creo la tiniebla.
Y se elonga el temblor desde el recuerdo
hacia un recinto en el que pugnan
la mirada, el fanal y el bastidor.




EL VAGABUNDO

No queda nada más sobre la tarde
que una nave varada en la distancia.
Eje de latitud, la acecha un eco
requiriendo las ultimas respuestas.
Asoma un vagabundo. Merodea
bajo el peso de un fardo de cansancio.
Suenas sus pasos al pisar los míos
y hay escarcha en sus ojos de mi invierno.
Hoy, detrás de este mar indiferente
al dolor del olvido, ciego, a tientas
llega a mi rostro un muerto desolado.
Perdurará el dolor y otra semilla
se asombrará, ya espiga de repente,
de ver llegar a sí su vagabundo.




LAS AVES...

Tejiendo están los pájaros
el cáliz del fulgor que queda al día.
Me adentro en este cáliz. Mas las aves
no habitan en la luz, viven la luz, la crean.
Como crean el aire con su vuelo.
Hoy los pájaros
sobrevuelan un orden, su camino
va más allá del vuelo de los pájaros.
¿De dónde, si no,
los ardidos acordes de esta música,
la orfebrería de estas horas de plenitud celeste
ante un sol fugitivo? Porque
hoy las aves que fueron
han venido de lejos
a llenar mi mirada en estos pájaros.

Ah misterio del vuelo desde el dolor del aire.
Con qué belleza asisto a su súbita muerte.




VIVIR

Vivir. Seguir morando en la partida
como el humo en la boca de la hoguera;
al borde, como el humo, en la ladera
de la llama que alienta oscurecida.
Redimir en el fuego cada herida
abierta al declinar la primavera.
Ese fuego escondido, brasa austera
que habitó en el rubor, de amanecida. 
Y límite del mar donde concluye
–en sueño del azul, su voz de adviento–
la espuma que, naciente, se diluye,
dejar al polvo el último fragmento
de la carne que aún nos constituye
y erguirse libre, interminable, al viento.




NOVIEMBRE

La mirada en la ausencia
como el color sumido por el día,
el de las nubes turbias de noviembre,
el de la faz del aire sin pigmentos.

Esquirlas de dolor, pagos de lluvia.
Un callado tumulto llama ciego a los ojos.

Nada ahora redime la huida del paisaje:
El viento es humo en el olvido de los pájaros;
el árbol languidece
mansamente entregado al abandono.
Y como bulto exhausto
el pez respira sombras en el légamo.

En lento gris la ausencia se pronuncia.

Como el color sumido por el día.
Como el rostro del hombre o de la escarcha:
El varado paisaje del mirar tras los cristales.




AGUA HACIA TI

Agua hacia ti -la sed hasta la hondura-,
arroyo desbocado a tu reclamo,
voy derramando savias como un ramo
ceñido de mi carne a tu cintura.

Vengo desde los surcos de la altura,
turbio de tierra y vuelo, en rudo tramo,
y mi bronco rumor cuando te llamo
es el tosco cincel que te hace oscura.

Por no llegar a ti, sin ti, vacío,
cierne mi abrupto cauce en tu ribera
hasta hacerlo una senda de rocío.

Que, aunque seque la voz tan dura espera,
yo haré del eco ronco de mi río
canto de tu cristal de primavera.





ÍNTIMO EXTREMO

Vagan los copos ciegos como sueños heridos
sobre el amor del hombre. 
                                           Dime: 
¿Qué ensombrece el silencio hasta un vacío
en el que apenas cabe esta caricia húmeda,
en el que está cayendo el mediodía
desmoronado en el dolor del campo
como una floración agonizante de palomas?
Y busco en la memoria los tempranos brotes, 
el vuelo limpio de las aves,
la mansedumbre de las aguas cálidas... 
Caen los copos ciegos, 
         tan frío el blanco 
         tan lento el frío. 
Y el sol oculto aún, como una lumbre, 
en el íntimo extremo indestructible
de esta apagada elongación del día.




ENTRECORTADO CANTO

Aun tendido en la brisa acogedora
de esta acequia de huerto,
mi tacto malherido implora
el agua de tu voz por mi desierto.

Hacia el venero de tu puerto
de armónicos de luz reveladora,
a corazón abierto,
late el canto de ti que sangra ahora.

Y es lento mi dolor bajo la lumbre
evanescente de la tarde,
que es arduo el sueño en la inclemencia.

Mas deja que hoy encumbre
la campana de amor que sufre y arde,
y taña su bordón desde tu ausencia.




UN FULGOR DE RETORNO

Escucho en las retamas el quebranto
de los tallos resecos. 
Camino entre las sombras. Como un árbol
la noche se agiganta, y me desnuda
tras el pretil de las almenas frágiles, 
un lejano clamor iluminado.
La inmensidad entona su distancia
con el eco de un tiempo detenido,
aquilata su música a un fulgor de retorno.
Y arrecia en mí la noche. Y se despierta
un secreto de llama en el silencio,
un reducto de paz en plenitud de jubilo.
¿Quién arroba mi ausencia en este canto,
quién pulsa estos acordes
que rozan en el alma como un ala
suavísima de pájaro?
Bajo el quebrar de huesos de la breña
palpo un ascua que guarda la armonía
de un indeleble amanecer ungido.




MEMORIA DE TU VOZ

Guarda aún la colina un cadencioso
sabor a despedida. Renitente
vuelve grupas el sol a su doliente
estación solitaria de reposo.
Azul silencio de la luz. Fragoso
ir y venir de trenes en la mente
como el arduo rumor de un inclemente
tiempo fugaz, entre ansiedad y acoso.
Memoria de tu voz. Un eco alumbra
-fulgor de mediodía- la serena
dulcedumbre de ti. Desciende el viento,
renuente, la colina. Y se columbra
a un dios de sombra que, asolado, llena
de lámparas de aceite el firmamento





POLEN DE LO VERDADERO

Hablabas -desde la sencillez- de la sutil plenitud de las cosas y en tu boca se abría un manantial donde la luz cantaba. 

Era la noche y retornabas a nosotros para saciarnos con el polen de lo verdadero. Y yacíamos todos, abierto el corazón sobre la transparencia, asomados a la sima de tu claridad. 

Bebíamos tu música. La fértil llama que nos encendía, teme-rosos, en la esperanza, nos colmaba de espigas transparentes. 

Y callábamos para oír de tus labios el fulgor de la entrega, la mansedumbre de la mies. 

Aún no sabíamos que estabas derrotando al olvido.









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