lunes, 4 de agosto de 2014

BORIS ESPEZÚA SALMÓN [12.655]


BORIS ESPEZÚA SALMÓN
Boris Espezúa Salmón. Nació en Juli-Puno, Perú en 1960, Es Abogado y Educador de profesión, es uno de los poetas e intelectuales más destacados de la región. Sus estudios superiores los realizo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde obtuvo el grado de Abogado, actualmente es Doctor en Derecho, en esa área fue decano del Colegio de Abogados de Puno y consejero de la Academia de la Magistratura, nuetro escritor ha publicado los siguientes libros: Tiene publicados los siguientes libros: “A través del ojo de un Hueso” en el año 1988, “Transito de Amautas y otros poemas” en 1990, “Alba del Pez herido” en 1998, y “Tiempo de Cernícalo” en el año 2002. En el campo del derecho: “Ética de la Justicia” en el 2003 y “Protección de la dignidad humana” en el 2007. Es socio del Gremio de Escritores del Perú
y socio del Instituto Americano de Arte, actualmente es docente de pre y post grado en las principales universidades del sur del país, ocupa el cargo de Director de la Maestría de Derecho de la UNA – PUNO, es permanente colaborador del diario “Los Andes” y otras publicaciones nacionales sobre temas de literatura, pluralismo y filosofía jurídica Actualmente viene preparando su poemario “Gamaliel y el oráculo del agua”. Ha dirigido el taller de poesía “Carlos Oquendo de Amat” con auspicio del Instituto Americano de Art en los años 1994 al 1997, hace pocos meses obtuvo el Premio Internacional COPE DE ORO – 2009, de la XIV Bienal de Poesía, que convoca bienalmente PETROPERU con el poemario: “Gamaliel y el oráculo del agua”.



VOZ PLURAL

Mientras la tierra ordena los ciclos de la luna
los caminos se pierden sin andantes y sin trazar el futuro.
Oigo en mis precipicios un grito que tritura el presente
mientras mis pies danzan 
      sobre la memoria de sílabas truncas y odios en ruinas.

Se acaba el deslizamiento de mis dedos sobre el espejo
     que era mi buscarme,
se rompe el cristal y quedo sin encontrarme con mis ojos rotos
   multiplicados, dispersos, diversos.
Se seca la sangre oculta y el tiempo
     rubrica en la nada el canto sacrílego
     con un  litoral de desdén meridiano.
Para detener la huída del otoño
desde diezmadas fuerzas
        hasta los compungidos pájaros que no vuelan
se guardan los quebrantos junto con nuestras osamentas
y los rumores polvorientos anuncian algo que fuimos.



CRETÁCEA LUZ DEL LAGO.

¿Quién hace ruido?
¿Quién perturba el agua?
La era del sol
desprovista de sombras y sagrarios
dejó de apilar los años entre dos
lágrimas huecas
donde el buho gris  
cerraba las alas del crepúsculo.
Cruzaba un pálpito de soledades  
y una luna entre los dedos
alumbraba corazones de halcones negros.

En la luz de la noche que es ciega 
como el olvido.
Un olvido que tiene el olor marchito
de los brujos no correspondidos por  
la suerte de la luciérnaga.

La caracola espinada se enreda
en los pasos de moluscos y arrecifes
de la nueva edad ecológica al fondo del Lago.
Sus aguas
con las trenzas al viento
   dará a luz la nueva mujer
en la boca del aullido de la mañana,
en la plata de las córneas de la luna,
donde estará mi teología para convertirme 
en pez o granizo cruzando
la nueva luz para los canales de la quinua
donde el agua suene
sus teofanías
por los siglos en que la luna salga con sus
nuevos ojos de Pez de Oro. 
    


LA DANZA DE LAS OLAS.
     
                                    Los cometas que pasan por los cielos, atropellando las estrellas anuncian que el mundo tiene un  corazón empuñado en sí mismo muy cerca de la eternidad de la oración. Ahí mismo se revuelca el pez, sobre aguas de una tierra quemada, donde los sustratos son moscas gordas arando sueños, petrificados y redimidos por los oráculos del Titikaka. Llevo el nombre de Gamaliel, en la punta de mis huesos ciegos para ver el sol que se cortó los dedos en los vitrales de mi bautizo y refractó un pez ciego en el ojal de la fe, al persignarse en mi sien donde  me crezca una amapola amarilla, mientras saltan todas las medianoches los peces luna con su piel fosforescente.

Padre pez en el crujir de los años que enturbia el desencanto apareces en la memoria iluminando la voz de nuestros ancestros abres el lago con sal bruta con el  humus de  entrañas  de aguas represtinadoras en las que perdiste la vista en la edad de fuego  al parpadear al tiempo tu visión integral del Ande en las que siempre me busqué como pez lunario en nombre de tus hijos para abrir nuevos espacios estelares. Ahora sí padre, definitivamente  puedo correr en nuevas aguas  sin ningún trueno en las pupilas.





Boris Espezúa, poeta puneño de verso telúrico, claro como un manantial inagotable, ha sido ganador del premio Copé de Oro, 2009, con el poemario "Gamaliel y el oraculo del agua". A continuaciòn entregamos algunos poemas del libro en mención.


A. LOS SEBOS DE LLAMA.



II.- Titikaka, dibuja el rostro con yema tierna para llegar al sol.

Todavía quedará la clara miótica
en mi lecho acunado
por el cual volveré a mis raíces
hasta mi próxima muerte.
Con el agua primera que vio Tales de Mileto
y los Apus del Altiplano
con su agua secreta que es la sustancia
que da vida
en lo más alto de su misterio.
Nací, ofrendando las honras para las almas
y así evitar un tormento eterno.
Ahora está corriendo
otra vez la serpiente dorada que salió de la sal
entre las punas y urbes repta sigilosa
alrededor de un rito de hombres con
plumas gigantes y con cabeza de llamo.

La aguas guardan nuestros sueños
no tienen otro lenguaje que su propia
inocencia.
Desde entonces los insectos silban
en la orilla
para no despertar las aguas crecientes
elevándose sobre la noche.
Soy el origen que regresa
con el saltamontes que brinca en los apriscos
persiguiendo a las mariposas antiquísimas
y a los escarabajos por las cumbres
donde enterraron a los muertos.
Ese escarabajo de la edad terciaria soy yo.

Hay una cruz extendida en la pampa
hay otra flotando en las aguas del Lago.
Allí tengo mi cuerpo disperso y plural
que busca salir a una nueva luz.
La Pachamama gira su matriz aúrea
con su poder repristinador
en el anfibio Suche que no se inmuta.
Vengo de los extramuros de los siglos
donde el callar se oye y el saber no se ignora.
Con la tardanza de nuestros orgullos.
Para eso tenemos nuestras casas
con el barro mezclado con alimentos
para tener resistencia los muros y los espíritus.
Las frías horas arden y queman helando
una fe surcada sobre una culpa
que busca retirar el velo de una buena vez
de la quintaesencia de luz con el cigoto cósmico.




H. SOY EL OTRO

En el acertijo de las verdades
descubiertas con el fuego
un hórrido abandono apagaba
sus artefugios
en su pupila negra.
El otro en cuanto ajeno es interiorizado
de forma indiferente.
Sacralizado en el juego de los espejos
que refleja su desfiguración.
La construcción del otro es una necesidad
atávica para la conversión de uno mismo
para la retícula de nuestras significaciones
o la visión deformada de lo ético.
¿Es humano odiar?
Lo mejor es sentirse inmerso en múltiples
sí mismos.
En aquél tórrido espejo reactivo
un ser que no tiene rostro se asemeja
a su verdadera cara simétrica,
y deja ser un extraño en uno mismo.
Para volver al crisol de la pregunta
¿quién soy?
y en esa urdimbre respuesta
hacer rodar la paradoja
de ser el mismo que el otro.




O. LA SABIDURIA DEL AGUA.

I. Te vas con un río sin agua en los párpados y dejas poesía
haciendo sus versos circulares. 

El agua es el devenir único y eterno
una cualidad que se divorcia
y se constituye en sí misma
en un rebrotar y ampliarse de voluntad.

Todo lo existente proviene del agua
se le bebe y se le cuida en el capullo
ovárico del vientre de una tersa flor
porque es garantía
de energía y sobrevivencia.
Los griegos sabían que la esfera del agua
se evapora hacia la esfera del fuego
con implacable furor el sol calienta las aguas
hasta su primer hervor
cae sobre la tierra y la compenetra hasta elevarse
y volverse fuego en la atmósfera.
Los Aymaras sabían que no hay que pelearse por
el agua, porque termina por aniquilarte
ya sea ahogado o ya sea muriendo de sed.
El agua renueva las transformaciones del devenir
las emociones, la perseverancia y nos libera.
En ella se contempla el universo
en perpetuo movimiento.
El agua es depositaria de temores y de misterios.
La noche duerme siempre sobre el agua
mi corazón se acurruca al pie del agua
y ella silenciosa guarda mis secretos.




P. MANCO CÁPAC.

Has llegado a casa.
Siéntate en ésta estera de totora.
Esperemos el sancochado de Karachi,
entre tanto has volar los pájaros rojos
que guardaste en los ojos.
La chicha tarda.
Su sustancia es como tú, un padre
que ha recorrido las islas del tiempo
y los ciclos de las raíces de atormentadas
lluvias.
La espuma del airampo
calmará tu sed y tu corazón.
Entre tanto otro sol se prenderá en tu mirada
y reflejaremos la memoria,
en un espejo que tenemos guardado
hace siglos.
No te agites, aquieta tu respiración.
Esta casa está curada
se aniquiló a la serpiente roja
que dormía en el techo y al sapo
de dos cabezas escondido bajo el batán.
Hace tiempo el viento ya no levanta
nuestras cenizas al horizonte,
y nuestra sangre ya no hace surcos
en el fondo del lago.
Entre tanto con tu presencia el agua queda
en paz, el lloriqueo de las aves y los
huesos enterrados.
Te levantas y el báculo dorado
corta en parte la luz por un instante
el mediodía se hace media tarde.
Señalas al este un camino entre las aguas sagradas
que se levantan a los costados
los peces cruzan en arcos la partida
y antes de irte nos dejas un huevo de piedra
con puntos de plata
en nuestras manos para que renazca
el Pez de Oro
y detrás de las sombras recojamos nuestros pasos
seguros de andarlos otra vez.




S. LA NIÑA Y EL CAMPO. 

“Ahora mismo siento que las danzas
hacen crecer el tiempo en las alturas
hasta cerrar mis ojos de perpetuidad”


I.- La niña gira su pollerita como kantuta tierna.

Llevas un río en los ojos
filigranas de oro líquido
la sangre milenaria del sol.
Otro río se escapa de tu voz hacia la aurora
desde el fondo de la aguda voz
y de la oscuridad ominosa del grito.
Ríos del alba cuelgan en tu cintura
en su rizada cabellera
un oleaje de lisura revolotea al vaivén de tus caderas
vuelves a danzar con el dulzor desnudo
de tu inocencia de crepé.
“Nacen pájaros para salvar el arroyo
en la danza, cuando vienen los cóndores
y las águilas para hacer desfallecer los ríos”








X. SEÑORÍO KOLLA.


Aún desde abajo se sienten en la entraña
los ciclos de los azules moscardones.


En las profundidades del Lago Titicaca
las totoras de viejas raíces
salieron a ser encendidas
por el sol y ardieron entre el agua y el fuego.
Salieron de sus aguas los Lupakas
recios talladores de la médula del viento.
Los Aymaras, febriles pájaros negros
dibujantes de los cielos
trazaron las líneas de las manos del firmamento.
Salieron naves doradas a perderse en las lluvias
y en la hediondez de los caminos sin retorno.
Se urdieron los ecos
se revitalizaron los genes.
Los cantos se preñaron de alquitrán
y florecieron los imaginarios
con su horizonte de sentido.

Bajo la tierra
la serpiente emperlada de venenos
Diosa del océano del dolor
dio la mordedura de cinco siglos
que nos volteó la cara con un sopapo del tiempo.

Aún desde arriba anida en la entraña
los ciclos de los azules moscardones.

Retumban de regreso los oxidados húmeros
desde las extremidades del Lago sagrado
al compás de los truenos
anunciando la vuelta del puma enloquecido
para recoger rostros
silencios y alaridos.
Los reuniremos con las totoras y pajonales
flotando de las profundidades de las aguas
el nuevo fuego en nueva agua
con fraguado azogue
hasta hacerle tragar a la serpiente ancestral del dolor
el estallido de cinco siglos
tejido y envuelto en tocuyo
y hacer que nunca más siga reptando en nuestros sueños
de universo abierto
sacando su lengua partida con la sombra de su derrota.





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