martes, 27 de marzo de 2012

6379.- JESÚS MAULEÓN



Jesús Mauleón Heredia (Arróniz, Navarra)
No me perderé en palabras. Soy cura, soy –lo diré con todas las modestias del caso- poeta. Me tengo, ante todo, por un ser humano. Fui muchos años profesor de literatura. Colaboré en la fundación de la revista poética Río Arga, que dirigí cuatro años. Formé parte igualmente del grupo fundador de “Ateneo Navarro”. Tengo la insignia de oro del Club Atlético Osasuna (lo digo con un cierto rubor; me visto pocas veces de chaqueta y no la llevo nunca en la solapa) He publicado una docena de libros: tres novelas, varios títulos entre la literatura y la espiritualidad, unos cuantos libros de versos (La luna del emigrante, Pie en la cima de sombra, Salmos de ayer y hoy, Escribe por tu herida...), reunidos en una edición del Gobierno de Navarra con el título “Obra poética (1954-2005)”. Mi última entrega de versos publicada, “Este debido llanto” (Madrid, Vitruvio, 2010). Y antes un librito en prosa, una mirada al mundo donde seguramente me retrato: “Elogio de la ingenuidad” (Madrid, Nueva Utopía, 2007).

Humano, poeta y cura
Ante todo, soy un pobre (y rico) ser humano, como miles de millones en este planeta. Tengo además una voz pequeñita de poeta. Me interesan las cosas de Dios, pero el primer regalo que Él me hizo fue mi condición humana. Estas páginas se moverán a menudo en la experiencia religiosa, pero otras temblarán en los sentimientos comunes a cualquier hombre o mujer que vive, sufre, se afana, y a veces roza la felicidad. La fe cristiana ha sido para mí un punto de arranque para entender el mundo. Y el mundo de los hombres es apasionante, incluso fuera de la fe. La vida, la muerte, el paso del tiempo, la belleza natural o la creada en el arte, el lado jocoso de las cosas humanas, el humor como terapia de personas inteligentes y humildes, la respuesta feliz o indignada a los muchos estímulos que el tiempo de los hombres nos ofrece. Todo entra aquí. Nada humano nos será ajeno. Y siempre Dios en el último fondo.





ESTE HOMBRE


Venid a ver a este hombre.
Desde su altura inclina los hombros,
en aurora se expande con menos voz que el viento;
bajos los ojos, camina con los árboles.
Cierra a veces la puerta de su casa: alta por soledad, por trasparencia.
Venid a admirar su tejado, su lluvia que le ampara
y el cielo que le entra
desde el amanecer.
No hay caballo a la puerta
ni el fuego de una mujer en su lecho.


Abrid los ojos a la lluvia y al sol:
su pan, su sal, su llama
los compra su palabra.
Aunque mediodía sea,
hay viajeros descalzos que no huyen de sus manos vacías
y los pájaros vienen algunas veces desde la belleza distante.
Con dorada frecuencia,
posados en sus hombros, cierran los ojos y se ahuecan de sueño,
tan cerca de su pecho, sobre el alambre de su voz.
Y entonces,
oh montes, oh tesoros, oh palacios lejanos,
nada tan largo ni tan derecho como su sombra
en el atardecer que muere.


(De “Pie en la cima de sombra”,
Obra poética, p.265).








COMO UN NIÑO


(Salmo 130)


Señor: soy como un niño en tu presencia.
Desnudo de arrogancia, chico y débil,
me abandono a tus brazos y al calor de tu pecho.
Haz de mí lo que quieras.


¿Podrá dejar de ser cuanto suceda
la ventura mejor
para ti y para mí
y una fiesta de amor tu voluntad divina?


Señor, mi corazón sí es ambicioso.
Pero, elevado el vuelo,
¿en qué riqueza habrá de descansar
mejor que en tu riqueza?


Mis pensamientos son desmesurados,
altaneros mis ojos;
¿mas dónde crecer más, ganar altura,
que refugiado en ti
y haciéndome pequeño?


A ti me acojo, oh Dios,
hacia tu corazón modero y guío
mi tropel de deseos.
Descanso bien seguro en tu presencia
como un niño en los brazos de su madre.


(“Salmos de ayer y hoy”, p. 128,
Obra poética, p. 348).








DEJA EL TRUCO Y EL JUEGO DE RETRUÉCANO Y ROSAS


Con humildad, a un fino poeta


Deja el truco y el juego de retruécano y rosas,
de sobar la belleza como en un vicio feo.
Jugar con las palabras es puro devaneo:
si no matan ni queman no serán nunca hermosas.


Te mentirán espumas tus encajes de estilo.
Te fingirán poemas de levedad y albura.
En la espada y la llama la palabra es segura:
que asienta su poder en su fuego y su filo.


Escribes levitando sutil sobre la nada,
oreando tus versos en Bagdad o Venecia.
¿Te hizo acaso olvidar alguna musa necia
que el arte vivo está en la vida amenazada?


Vienes con tu llovizna de adjetivos y flores
para apagar la hoguera que la vida levanta.
Grita a los nubarrones. ¡De prisa! ¡Truena y canta
una tormenta ciega de rayos segadores!


Puesto que herido estás, escribe por tu herida.
Deja ya de ejercer tu oficio como un juego.
Si no pones en pie ni un mal verso de fuego,
jamás pondrás a arder la pira de la vida.


(Obra poética, p. 475)








FUE CUANDO LA JUSTICIA


Fue cuando la Justicia
pensó en salir al sol y exhibir ante el mundo
su famosa prestancia, comprobada o presunta,
y dio en encasquetarse,
entre gestos rituales y ademanes solemnes,
un birrete empinado a modo de mayúscula.


Primero fue encender en mentidos destellos
una peluca rubicunda,
rizada y de botella.
Untó su piel anciana
de un maquillaje rancio de pepino y de leche.
Y cuando muy garbosa se lanzaba a la calle,
moviendo bajo el sol sus insignes caderas,
pudo ver todo el mundo que tenía
-al margen de su fasto y de su pompa-
un ojo de cristal y una pata de palo.


La tarde precedente había vendido
la balanza en el rastro por un precio
al menos sustancioso,
y de su espada de sagrados brillos
se hizo un cuchillo sólido para andar por palacio,
nunca se supo bien si cabritero
o de alta cocina.


Entre la multitud que se agolpaba en torno,
allá iba nuestra dama,
muy fornida de lutos y chorreras,
por más que renqueante, bien erguida,
redundante y gloriosa
como doblada de su propia estatua,
dueña del mediodía, muy señora
de rúas, bulevares y glorietas.
Maga del espectáculo,
la seguían los niños y mayores
viéndola caminar
a trancas y barrancas hasta el centro
de la Plaza Mayor, donde el pueblo expectante
-los ojos como soles, como platos-,
festivo, apretujado, vencedor a codazos,
le hacía corro para verla
levantarse las faldas
y desvelar al sol sus vergüenzas marchitas.


(Obra poética, p. 520)








TEMPUS FUGIT


Me paro desde el tiempo.
Desde el tiempo imagino
tocar lo permanente de las cosas.
Me gotea algún fruto,
las costras por el tronco
y no poco follaje de la ilusión perenne.
Te digo “eterno” y me entran lágrimas
de acostarme a morir
en esta tierra donde alientas
más duradero que mil muertes.
Me paro. Pocas veces
se levanta en mis manos tanto manso desdén,
tanta fatiga vegetal
ni un enramado astral de tan rendido abandono.
Puesto a ofrecer te ofrezco
un dolor sin historia,
la batalla perdida de una postura erecta
y esta ofrenda floral de los días contados.
Te digo “eterno, eterno”” con envidia de amante.
Ante los sables del reloj,
¡cuántos abrazos rotos desde el minuto herido!
Eterno Tú, que vives, que te haces
de los siglos un sayo
y un calcetín del tiempo.
Todo tu ser te previene del frío y hasta a veces
finges tu eternidad en el pecho del hombre.
Me cobijo en el tempo. De esta vivienda soy
el dueño fugitivo.
Calado de intemperie con mis pareces huyo.
Me sujeto a tu nombre.
Tiritando me aferro
a tu llar siempre fijo. Y así intento


atar lo permanente de la huida.


(Obra poética, p. 211).










EN LA MUERTE DE CARLOS CANO


Vete a cantarle al cielo, Carlos Cano,
y ponle a Dios la carne de gallina.
Con la caricia de tu voz divina
erízale su corazón humano.


Tu voz rizada de andaluz lejano
se fue desde la gloria granadina
a perfumar como canela fina
un cielo que tocabas con la mano.


La espalda pura de Sierra Nevada
tiembla de frío porque tú te has ido
legándole a la niebla tus cantares.


Partida de orfandad dejas Granada:
la Alhambra clava al cielo su gemido
y el Darro se le va llorando a mares.


(19 de diciembre de 2000)


De “Escribe por tu herida” (2005)
(Obra poética, p. 485).





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