martes, 1 de abril de 2014

CHRISTIAN CHASSI [11.410]


Christian Chassi 

Quito, ECUADOR  1979. Poeta, narrador y crítico de cine. Editor del periódico cultural "El gran Serafín". Sus poemas y artículos de cine han sido publicados en revistas de Ecuador, México, Perú y Venezuela. "El abandonado y otros poemas" es su primer poemario.






Abandonado I

A Iván Oñate


Abandonado.
Ya sabes que el amor termina,
que lo apuntalan balbuceos.

Aférrate a tu pobre capa de vampiro
y no insistas,
                      es por tu agonía
que las manzanas caen hacia arriba.

Ella,
que fuera hecha para el encuentro
ahora gira en el cielo como una muñeca
sobre  una caja sin música.                                            
                                             Y no llega.
                                             Y no llama.

Abandonado.
                       Desnuda tu brazo
y piérdelo en el hormiguero,
saca tu silla a la calle
y espera sentado la carta.









Abandonado III

Acostúmbrate. Te vienen con parabolas,
te vienen con ungüentos. Balancean
sus relojes muertos frente a tus ojos:
     olvida olvida
     olvida
     olvida olvida

A ti,
que sabes de sobra que lo más puro
del olvido es la memoria.
Y ya estás harto.
  ¿Cómo decirles
que tras aquellas sucias puertas
los amantes
se untan de aceite los cabellos?
  ¿Cómo hacer
para que entiendan
que de vivir la mentira
los amantes no se mienten?

Abandonado. La soledad
es la de tu propio brazo por la almohada.
Traes una semilla
de durazno en la punta del zapato 

y hiere tus ojos el envés del alba.
     Y no vuelve.
     Y no llama.






Abandonado VI

Abandonado.
   Detente.
Es inútil huir del poema
cuando asienta
sus patas de león sobre el tejado.
Escucha:
   crick-crick-crick

Abandonado.
   Los notarios
compran gorras del Pato Donald
y engullen
compota de durazno
para acercarse al alma humana.
No saben que hay días
en que la luz olvida su labor piadosa
y cae sobre el hielo
   y a besos
lo hace trizas.

Abandonado.
   Déjate alcanzar.
Es tuyo el dolor. Cuenta la historia.

La noche su purifica en sombras
y encandila lo mismo si se la mira de frente.
Qué importa si las palabras arrastran
un río de cuchillos,
   pronuncia,
di la primera. Haz como los amantes
que cierran los ojos para ver todo más claro.

Abandonado.
   Cien pasos sobre el alambre
son demasiados.
   Y no vuelve. Y no llama.






Caricia

Te acaricio como si tuvieras alas
y como si tuvieras nueve años.

La noche impone.
   La noche que todo
   lo deja descalzo.
Así las manos solo comprueban
su dibujo en blanco.

También de acordes dormida,
tu boca permite el frío en el rostro
que hace poco buscaba.
De hierro al beso
(el amor al fondo)
y afuera de hierro
y las hojas de los árboles.

Como esos viejos
que tras sus enormes telescopios
buscan hogueras
para darles nombres,
los labios del insomne
aguardan por un gesto,
como una ventana
en que descansar los brazos
y mantener altos los  hombros.

¿Es el viento
esto que nos atraviesa?

Parece que la memoria
desiste de su celeste torpe
y nos toca el pecho,
y hacemos una pausa
para inventar embustes:

"el mar,
recolector de botellas
y piratas, nos espera.
Eliges sombreros en París
o compras brújulas
en una esquina de Bagdag…"

Noviembre pide tigres,
mas recibe estas suaves gotas
que apenas si alcanzan
para refrescar un trébol,
para llover sobre un grillo.

La bruma pide tigres,
mas recibe trenes
que maniobran con los ruedas
atascadas en la hierba.
Así como tus pestañas
nos resguardan,
   así exhaustas
de llevarse 
una mujer y devolverla.

Júbilo de la frente y la figura.
¡Ah, si a una pregunta
las palabras respondieran:
    son las galletas
que preparó mi esposa,
los demás, entonces,
serían cosas que se dicen
para mancharlas de café
o para corregirlas mañana!

No hace mucho era la vida.
Aprietas mi mano
y vuelvo a ser el niño
que al final de las carreras
llegaba con las rodillas raspadas.

Retroceden girasoles
llevándose la luz entre los dientes,
y no hay duda:
   mañana será imposible
mirar a nadie a los ojos.







LA ESPERA

El viento como un viejo
arrastra los pies
                         y levanta las hojas.

La ciudad insiste
en sus decires de humo
y como hombres aferrándose a sus capas,
los carteles se sostienen de los muros.

Un silencio no de entonces:
                                            esperar.

Un silencio
no de aire ni de ritmo,
límite agudo de la presencia:
                                              esperar.


(Tras esos cristales
los dedos de un hombre
sostienen una copa
y la mujer a su lado
luce tan cálida…)

Llueve.
            Pronto.
            Pronto.
Pronto. Pronto.
Pronto. Pronto.

Hace tanto frío.
Es una suerte no ser
ese que espera ahí al frente.

El que espera
es un cesto de rosas que nadie compra,
un traje amenazado por el polvo,
la rama que lastima en la mejilla
al torvo lanchero
                           y no lo detiene
y no evita que llegue
con su peste al pueblo.

El que espera está inmóvil.
Tiene actitudes de molino.
No alcanza,
simplemente no alcanza.

(Es una suerte
este café y mi copa)

Abandonado a sus pestañas poderosas,
el que espera
medita sobre asuntos
más o menos complicados
que nada tienen que ver
con el arte que practica.
                                       Ideas
y encajes lo acechan.
Empuja.
             Prolonga. Adivina.
Y todo se vuelve
inaprensible a su simple genio.

Confiado espera. Menos él,
todos corren a comprar sombrillas.
(Si gustara de Whitman
sabría que eso que hace es heroico)

Pronto. Pronto.
Pronto. Pronto.
Hace frío. Hace tanto frío.

Cuando ella por fin llegue
le pedirá las manos
para reconocerse el rostro: ahí está,
lo han tocado,
eso es cuanto sabe.
       Eso,
y que es una suerte
traer puesto el abrigo.





PARCHES

I

Tibia la paciencia descansa:
duerme el perro.
El aire entra y lo infla,
pero no se lo lleva como a los barcos.


II

Fuera de piedra ese silencio si las orejas
no velaran. Esgrima. Sombra.
                                   Sombra.
                                                 Aire.

Sombra.

Es que allá en su sangre antigua
esta criatura tiraba de carretas
y acompañaba a los piadosos bernardinos
a rescatar montañistas de la nieve.

Es por eso que vigilan,
es por eso que espantan moscas con diligencia,
como cosa de vida o muerte.



III

Parches duerme.
Ahorra fuerzas el gigante.
Todo vive en él,
todo en él es tiempo:
inmenso anillo que
no alcanza a resumir su hocico,
                                                   ni sus patas,
y menos sus maneras de bestia dura.

Es todo aquello
a lo que sería inútil oponerse.




IV

Crece el alma,
encoge el cuerpo.
Estela de polvo
en su brevedad
el tiempo.

Los perros saben
sin escándalo.
Ofrecen su pereza al cielo.





V

Dirán el desquiciado mar acariciando
la cubierta de un barco que hundiera
hace siglos y que hoy conserva
harto de compartirlo con la playa.

Dirán la húmeda y horadada tierra cuando recibe
           a la serpiente y a sus huevos,
            bella por esa única vez.

Dirán que la nieve cayendo. Simplemente.

Dirán.
Pero yo no he visto nada más perfecto
que la nariz de un perro.





VI

El sabio que predicaba el silencio
ponía a su perro de ejemplo.
(…y
mujeres que gruñen desdentadas,
y bromas de soldados con restos
de sopa en las barbas.)

  



VII

Un campanario lo despierta.
No se apresura.
Lento como un tanque de guerra
entra en la cocina a buscar su plato.







MARINA

I

Mirabas el mar.
                El viento
te atravesaba el pecho
y te dejaba esparcida en cristales
dentro de la blusa.
                 
                  Se me hace que era junio,
que la luz hacía remolinos en tu piel
y que un olor a barco podrido inundaba la playa.

Era junio:
                concede la memoria.
Los pescadores tendían espinas de mantaraya
sobre techos de zinc para espantar la lluvia.
Había fiesta.
                     (Ves que me acuerdo.)

Jarcia.
Aparejo.
Eslora.
            En esta playa
me enseñabas las palabras
que bien deben saber los marineros.

Abeja cauta. Existes.
Tocas la espuma: un pie
                           y luego otro.




II

Por una nada
la memoria nos es el mar:
                                          aunque
nos cerque
con su paz de viejo tirano
y nos recorra
como el grito de auxilio que incendia el pozo,
no se toma los labios el olvido si han besado.

Y aunque el día tenga una hora
para el insomnio
                           y la trizadura,
es temprano para nostalgias,
me siento joven como un tajo
y es muy poco lo perdido…

La tarde deja perlas de agua dulce
entre las rocas:
                        todavía tu nombre
es para mi alma una lámpara
haciéndose trizas en medio de un salón.






Danza de la Memoria

A Marco Fonz, el poeta que baila como Zorba.

Arroja el tiempo su círculo podrido:
insiste la memoria.
                               Que es despiadada
ya se ha dicho, que toma su escalera
y hace alarde.
                        A unos les cae
suave y tonta
como  lluvia de plumas
en guerra de almohadas. 
Rutila en sus pobres frentes,
amedrenta con dulzura
a las cabezas huecas.

                        A otros los desploma,
les busca el costado
y los embiste
como galeón en llamas. Pocos.
Unos cuantos. (No hacen la diferencia
si pasean por el jardín con los ojos tapiados)

Hilos de sombra. Presencias
que en la desmesura convalecen.
Nadie los espera. Entran en las tabernas,
sobrevivientes.
                          Desajustan correas
y plantan una pierna en mitad de la mesa.
Vuelven de la memoria. Impostores.
Cuentan la historia:
                                La he visto de frente,
dicen,
           es un faro abandonado
en el que todos los escalones
muestran señales de haber sido rasguñados.





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