martes, 5 de mayo de 2015

RUBÉN GONZÁLEZ [15.866] Poeta de Argentina


Rubén Luis González 

Nació el 31 de Mayo de 1961, en Capital Federal, Argentina. Estudió Ciencias Matemáticas en la U.B.A. donde fue docente hasta el año 1991. Premiado por la Editorial De Los Cuatro Vientos, editó varios poemas en el libro “Escritores Latinoamericanos, año 2000”, accediendo a su reproducción en diversas antologías de Perú, Chile y Ecuador. En 2001, como integrante de los talleres de Clara Obligado y Juan Isaguirre, publicó sus primeros cuentos en “Historias de Amor y Desamor”, texto impreso en Argentina y España al mismo tiempo. Continúa su narrativa en el libro “Húmedos” (año 2004), ya participando de los talleres dictados por Liliana Díaz Mindurry. Fundó junto a la escritora y diez narradores el grupo “Malos Ayres” que representaría, durante casi dos años, cuentos propios en La Dama de Boullini, en la forma de espectáculos ambientados sobre la escenificación. Entre 2007 y 2009, bajo el auspicio del Centro Cultural Borges exhibió su producción literaria en el programa semanal “Lecturio” emitido por Canal (a), formando parte, asimismo, del ciclo radial “La voz del Laberinto” en FM Cultura. En el año 2008 fue convocado por la embajada libanesa a representar la poesía argentina, junto a otros escritores (Juan Gelman, Leónidas Lamborghini, Hugo Mujica, Santiago Sylvester, etc.) en el libro “Poéticas al Encuentro”, editado en el país a la vez que en España y en el Líbano. A partir de 2010 integró el grupo “Las Puntas del Clavo” publicando nuevamente en el libro “Colectivo de Arte” constituido por una selección de textos que abarcaron el período. Actualmente organiza el Ciclo “Noches de Rondas” junto a la escritora Sylvia Cirilho.




El árbol es también sus hojas caídas

El árbol es también sus hojas caídas
y la sombra que, intangible,
lo rehace en músculos de hierba.
Las hojas caídas son también
el ruido y el silencio de su extraño funeral,
alas de un ave sin ave
en híbrida suspensión.

El aún de la sombra requiere su tiempo.

Entre la mañana y la tarde explora los cauces
donde reunir sus particiones
que la noche hace mar.

A esa hora,
la inexistencia del mundo
es también
la innegable existencia del mundo.
El arte en que las cosas se tornan marejada
indica un propósito,
el aún de la oscuridad.

Negro más negro todo árbol navega.

Muertas menos muertas
encallan las hojas.
A cierta hora, el vacío,
ordena líquidos vitales
para coser el naufragio de lo permanente.

Todavía es una ley,
que en la sustancia del diluvio,
firmaron los ciegos.




**



Nos falta una mirada
que abarque los múltiplos de la vida.
Nos falta una palabra
que invierta el cero de la muerte.
Y a los paréntesis del mundo
les falta sustraer
los decimales fugados a cualquier razón
para simplificar el hombre
hasta la unidad del hombre.



**


A veces la tierra se comprime
y es el gesto innegable hacia toda claridad.
Las representaciones múltiples acaban
y el examen fluye
por la trastienda de los espejismos.
Vemos entonces,
desahuciadas imágenes
buscando fidelidad
en el ojo que traicionan.

De pronto el caos se numera
como perdiendo la fe en sí mismo.
Desde su liturgia expiran los balances,
hasta ser, él y nosotros, la última constancia.

Luego sospechamos
la cauta viudez en que el silencio llega
sobre los festejos inclinados del horror,
el dramático ceremonial de la esperanza,
la gratuidad como excusa para el odio,
el instinto a golpear una fábula
como simulación de los paraísos disgregados.

Es un instante, una efímera lucidez.

El reposo en que la anarquía huye del hombre
a ordenar sus laberintos.

Pero vuelve, siempre lo hace.

No constituye el mundo
sino
la disposición del mundo.
No constituye la vida
sino
la indisposición de la vida.

Vuelve por su liturgia otra.
Por su fe bajo cero.

Hay liturgias opuestas del mismo caos
en la súbita fe de una sospecha.






ESE QUE NO                                                                             
                                                                                                             
La enredadera siguiendo los poros
de aquel muro occidente y divisor,
abraza las paredes del cuarto
como si la tierra sospechara:
“algo de una casa también huye”.

Entonces comienza a llover,
agua espina
entre los chaparrales y el horizonte,
la madera brilla junto al cardumen,
ahora de los verdes.

Al pie del muro
se ahogan las raíces.

Creo:
“ése fue el instante”,
cuando ya son otras
las paredes.

Sin embargo,
¿dónde está la ausencia?

Sigo los poros del mundo,
occidente y divisor,
abrazo las paredes de la vida
como si yo no sospechara:
“algo de esta casa no es mi casa”.

Entonces comienza a no llover.

Al  pie de mis pies

crece lo que huye.     








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