sábado, 12 de julio de 2014

MELCHOR DE PALAU I CATALÁ [12.278]


Melchor de Palau i Catalá

(Mataró, 1843 – Madrid, 1910)
Ingeniero y miembro de la Real Academia Española y de la de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

En el extranjero han traducido sus poesías: al italiano, Cav. Diocleziano Mancini y J. Caristo; al francés, los académicos M. Antoine de Latour y Achille Millien; al portugués, el poeta Alberto Ossorio de Castro; al alemán, el Dr. Johannes Fastenrath y E. Pflücker; al húngaro, el Prof. A. Pikhart; y al sueco, el Dr. Göran Björkman.

 «Mientras los más le conocen por sus tentativas de poesía filosófico-literaria, verbigracia, la oda Al carbón de piedra y A la locomotora, los menos somos los que recordamos ciertas coplas fresquísimas, de grato aroma popular y de espontaneidad encantadora, que ya han pasado al tesoro común (con evidente daño de su autor) de los cantares célebres e impersonales. No conozco en la poesía popular (es bien difícil discernir de qué materiales brota) nada que supere a estas dos joyitas:  
                         
   Ojos azules tenía
la mujer que me engañó,
ojos de color de cielo
¡mira tú si fue traición!
                                                                                                                                                            Pardo Bazán
         «Melchor de Palau  (...)  ha escrito preciosos cantares que se han confundido con los del pueblo, cantares que yo de niño aprendí de memoria.                           
   En las rosas de tu cara
un beso acaban de dar:
rosas que picó un gusano
presto se deshojarán.
     Estos cuatro versos valen más que todos los de G. ... y de V. ...» 

                                                                                                  CLARÍN (Paliques.)

        Obras: Verdades poéticas, Cantares.




EL RAYO

Como caballo salvaje, 
saltando de nube en nube 
corre inquieto, baja y sube
sin rienda ni vasallaje; 
tenido fue por mensaje
de celestiales enojos, 
pues, lanzando dardos rojos, 
el alto muro derrumba, 
y abre inesperada tumba
a polvorientos despojos. 

Caudillo de la tormenta 
que agita los hondos mares, 
tronza robles seculares 
y al fuego voraz afrenta: 
¿ quién tomará por su cuenta
domeñar su furia brava? 
¿Quién del torrente de lava
pondrá dique a la carrera? 
El hombre, el hombre a la fiera
convierte en dócil esclava. 

Franklin, con el rayo en guerra, 
en su empeño no decae, 
y encadenado lo atrae 
a los centros de la tierra
ya con su lampo no aterra
la medrosa muchedumbre; 
ya con fatídica lumbre, 
centelleando no corre, 
ya no abate excelsa torre
ni perfora la techumbre. 

Pero es poco: el hombre quiere
mostrar su egregio blasón, 
trocando la condición 
del rayo, que mata o hiere; 
que ha de conseguirlo infiere
frente a frente o de soslayo, 
y, sin tregua ni desmayo, 
tan ardua tarea empieza, 
que se ha puesto en la cabeza 
dar educación al rayo. 

Ya por hilos conductores
le dirige con cariño, 
como al inseguro niño 
que camina entre andadores; 
tras luchas y sinsabores, 
tal enseñanza recibe, 
tanto por él se desvive, 
y sus facultades labra, 
que transmite la palabra, 
y, andando el tiempo, la escribe. 

Pero es poco: ya triunfante
fijó la indecisa luz, 
que haciendo la santa cruz
advertía al caminante, 
ya la luna vergonzante
casi a salir no se atreve
y, con pena que conmueve
lo contemplan desmembradas, 
esas luces decantadas
del gran siglo diez-y nueve.






A la geología

A mi profesor el distinguido ingeniero
ROGELIO DE INCHAURRANDIETA

ODA

Ábreme, Tierra, las profundas hojas
que muestran de tu vida los afanes,
y, nuevamente, las antorchas rojas
enciende de tus hórridos volcanes;
que, a su luz, quiero recorrer tu historia,
cantar tus hechos, ensalzar tu gloria.

¡Cuántos siglos y siglos han pasado
en que sólo la bárbara codicia
abrió tu seno, de metal preñado!
¡Cuántos siglos, de un polo al otro polo,
indiferente el hombre, pedestal suyo te creyó tan sólo!

Bien comprendo la pena que sufriste
cuando a los sabios viste
rasgar el velo azul del firmamento,
astros y soles reducir a cuento,
y, desprendidos de tus dulces brazos,
de otros planetas estudiar los lazos,
y perseguir el vago movimiento.

Doliote ver a tus ansiosos hijos
en otros mundos los anhelos fijos;
pero tú, como madre cariñosa,
perdonaste su amante desvarío,
y, llorando a tus solas su desvío,
hacinabas prudente y afanosa
preciosos materiales para el día
en que viera la luz la Geología:
y aquel día llegó; por fin el sabio
bajó hacia el suelo los alzados ojos,
reemplazó la piqueta al astrolabio,
y removió tus fósiles despojos.

Y él, que del primer libro
buscara ansioso la edición primera,
miró impresas con hondos caracteres
las formas primitivas de los seres
que a Dios plugo lanzar a nuestra esfera.

Con sorpresas crecientes,
a la luz de la Ciencia,
en sobrepuestas losas funerarias,
descubrió la existencia
de ya perdidas razas embrionarias,
y de razas que aún están presentes:
vio en tus hondas heridas
el paso de unas vidas a otras vidas,
y te abarcó en conjunto,
desde el sublime punto
en que Dios te llamó con voz de trueno,
y el caos arrojote de su seno.

Lloraste ya al nacer, ¡quién no ha llorado!
tus lágrimas copiosas desprendidas
el monte abandonaron por el llano.
en los cóncavos senos recogidas,
rellenaron el férvido Oceano:
flotó en la nada tu gigante cuna,
la gravedad colgote en el espacio,
pabellones de nácar y topacio
te dio el Sol en las gasas de sus nieblas,
y, rasgando las lóbregas tinieblas,
para tus noches encendió la luna.

La materia candente
se enfrió de las aguas al contacto,
como el dolor que siente
del llanto amigo silencioso tacto;
formada la película primera
sintió del fuego el ardoroso brío,
y a ondular comenzó, de igual manera
que las mieses ondulan en estío;
pero vencido y encerrado luego
por nuevas capas el hirviente fuego,
desahogó su furor lanzando al alto
columnas mil de lava y de basalto.

Como sencilla virgen ruborosa,
al vislumbrar el sol entre celajes,
con florecientes y verdosos trajes
cubrió su desnudez la tierra hermosa;
y, mientras las erráticas estrellas
la ley fijaban de sus claras huellas,
arrebatando al iris los colores,
pintó la Flora sus primeras flores:
la Fauna apareció; vida rastrera
tuvieron los primeros moradores,
que terminó en el cieno;
el aire impuro, irrespirable era,
y nunca vieron el azul sereno:
no bastó de las conchas la defensa
de los arrastres a evitar la ofensa;
y en pétreas fosas yacen,
que ni al golpe del hierro se deshacen;
el sabio, al ascender de prole en prole,
dic con la de hulla portentosa mole,
profeta de la industria de estos días,
y, al vislumbrar plausibles armonías
entre aquel mineral y nuestra fragua,
y estudiar de su enlace la potencia,
bendijo a la divina Providencia
que, antes de darnos sed, dionos el agua.

En oscuras cavernas hacinados
animales halló tan asombrosos,
que, aunque muertos están y destrozados,
ponen miedo en los pechos animosos:
aves que al sol lucieron sendas galas,
que, en rastreante vuelo,
recorrían el suelo,
y que de piedra tienen hoy las alas:
sepultos en el lodo,
los escualos y saurios devorantes,
los mamutes gigantes,
que de rehacer la Ciencia encuentra modo;
razas que un día el orbe dominaron,
y, por fortuna, a no volver pasaron:
tan sólo allá en las márgenes del Nilo,
recuerdo vivo, asoma el cocodrilo.

Cual madre cariñosa
que, presintiendo de otro ser la vida,
apercibe afanosa
cuanto al reposo y al placer convida;
así, Naturaleza
con diligente mano,
ya la morada a preparar empieza
para el huésped cercano;
apaga los volcanes
cuya luz le ofendiera;
de los raudos inquietos huracanes
amengua la carrera;
y, en sus antros ignotos,
encierra los terribles terremotos.

Con valladar de arena,
del mar soberbio la pujanza enfrena;
cuelga del árbol el añal tributo
de su sabroso fruto;
con incienso de flores embalsama
las brisas regaladas,
pajarillos cantores pululan
por las verdes enramadas
y, templando el ardor del seco estío,
llueve sobre las hojas el rocío.

En la espaciosa frente la clara inteligencia por diadema, feliz y sonriente, del quebrajado seno de la ancha esfera en la tardía calma, brotó de vida lleno un cuerpo hermoso atesorando un alma; y en sus ojos rayó la luz primera que iluminara al mundo, contemplando con éxtasis fecundo gentil cuanto amorosa compañera.

Las capas del plioceno diéronle debatida sepultura que acorde no está el sabio en si es figura humana la que encierra aquel terreno,
Bien presto por la mísera existencia comenzó el hombre la batalla ruda, que aumenta con los siglos en vehemencia, de lo futuro ante la negra duda; que hállanse, en formas raras, hachas labradas por sus propias manos, pregonando á las claras
que, nacidos á un tiempo, el trabajo y el hombre son hermanos.

De entonces, sin notable sacudida paso á paso siguió lenta la vida; tan sólo un día, de recuerdo triste, que en erráticos bloques está escrito, para lavar el mundo de un delito, Dios rompió el freno que á la mar resiste.

Las aguas se cernieron sobre el monte, y, al arrastrar con ímpetu salvaje, para que más á su Hacedor no afronte, casi en conjunto el humanal linaje, ¡ tanta hez en su curso recogieron, que amargas á sus Senos se volvien

Mas ya todo acabó; con nuevo brío
retoñó el árbol áa cercén cortado,

volvió a hacer nido el pajarillo alado,
volvió a su cauce el abundoso río,
y, del sol a la luz y de la luna,
volvió el mar a mecerse en su ancha cuna.

Geología esplendente,
peana de la historia que en ti fija
la planta prepotente,
y recibe de ti blasón y gloria;
tu luz es la tan pura
que presidió del mundo el nacimiento,
y, en las ondas del viento,
dic un ósculo a su virgen hermosura.
Tuyo es el sacro fuego
que mantienen incógnitas Vestales
de la tierra en el centro, sin sosiego.

Ciencia nacida ayer, ya eres gigante;
para a tu arbitrio manejar la tierra,
y remover cuanto su fondo encierra,
heredaste los músculos de Atlante.

Hasta en Nerón el hombre has convertido;
pues, rasgando los senos de su madre,
sus entrañas has hecho que taladre
para ver el lugar donde ha nacido.

Tú miras otras ciencias de estos días
como al sol del saber raudas se elevan,
mas de improviso caen, porque llevan
alas de cera, débiles teorías.

Tú buscas en la muerte caminos de verdad,
y de esta suerte, con firme planta,
subes por escalas de piedra, hasta las nubes.

Colección tienes ordenada y rica
de fósiles y huellas naturales,
(medallas que ninguno falsifica),
tus teorías son fijas e inmortales,
que en mármoles se basan y en granitos;
tus antiguos anales
por el dedo de Dios están escritos





A la imprenta





Perdona ¡oh sombra augusta de Quintana!
si es osada mi pluma,
el tema a proseguir que con lozana
inspiración trataste y gloria suma;
humilde es el deseo que la mueve:
pues loaste la Imprenta en sus albores,
al comienzo del siglo diez y nueve,
el de cantar su noble gallardía,
su viril ardimiento;
hoy que, merced a alambres conductores,
vuela más rauda que la luz del día;
hoy que, doquiera late,
llevada por veloz locomotora,
como en férreo caballo de combate.

Cual ave errante que el agreste nido
deja, no bien presiente
la fuerza de sus alas temblorosas,
y va despareciendo lentamente
en la extensión vacía,
así el verbo, salido
de los labios humanos, se perdía.
¡Cuántos geniales frutos,
emanación de mentes creadoras,!
¡Cuántos claros principios absolutos!
¡Cuántos brotes precoces
que el cerebro animaron,
germen de mil ideas redentoras,
han nacido y han muerto
tristes clamantes voces
en árido desierto!
¡Pobre Ciencia obligada
a comenzar de nuevo su carrera,
al llegar a la meta codiciada;
estéril lanzadera
con rompederos hilos preparada!

Como de flor en flor la mariposa,
la Tradición en vano
de labio en labio sin cesar se posa,
repitiendo acuciosa
el elemento sano
la densa levadura
en que el hombre ha de hallar cumplida hartura.
Del recogido polen
lo mejor va perdiendo en el camino,
y al acabar de la ímproba jornada,
impura y desgastada,
llega pequeña parte a su destino.

¡Oh! bien haya quien tuvo la osadía
de esculpir en la piedra el pensamiento,
con fantásticas cifras cuneiformes,
y moles erigió que, todavía,
como lenguas enormes
revelan el misterio
del más antiguo y colosal imperio!
¡Oh, bien haya el fenicio comerciante
que dio con el secreto de encarnar
la palabra vacilante
en esas breves enlazables rayas
que forman el histórico alfabeto!

¡Bien haya el que pidió a la activa abeja
la virgen cera en que el estilo agudo
con esfuerzo sutil la huella deja!
¡Bien haya quien más suave medio
supo encontrar para su intento,
en las plumas del ave,
más propias al ligero pensamiento!
¡Bien haya el que en crujientes pergaminos,
nos transmitió jirones de la historia;
héroes, fechas y nombres,
que de pasados hombres eternizan
la espléndida memoria!
¡Bien haya quien en plácido cenobio,
recopiando con mano presurosa,
libertó del olvido y del oprobio
tesoros de valía,
preciosos elementos
con que dar pasto en no lejano día,
a tórculos hambrientos!

Ellos del fanatismo y la ignorancia
desanudaron la tupida venda,
que el Genio omnipotente,
logró al fin descorrer con maestría;
y desbrozaron la escondida senda
por donde Gutenberg venir debía;
que nunca ha sido la invención humana
a manera del rayo.
que instantáneo fulgura,
y enrojece las nieblas de la altura;
es la nube preñada,
gota a gota acrecida,
con tributos del mar, del lago y río;
por mil vientos contrarios combatida,
que, rotas sus entrañas tormentosas,
a un leve impulso de genial idea,
se derrama en las mieses ardorosas.

Del Rhin naciste en la risueña orilla,
Imprenta veneranda,
y, cual tabla que flota,
seguiste su corriente
que «anda, te dijo en su murmurio,
anda, Mesías esperado de la gente».

No era ya suficiente,
que el libro, fabricado
por laboriosos dedos monacales,
cantara, como pájaro enjaulado,
en los góticos claustros catedrales,
Fecundidad y libertad ansía,
osado Gutenberg exclama: «sea,
vuele libre a la luz del claro día,
que el ave encarcelada no procrea.»
Y, con feliz empeño,
del largo cautiverio lo redime,
en sueltas letras con afán compone
la concebida idea;
los tórculos oprime,
rechina el artificio quejumbroso,
y a cada golpe en el papel la imprime.

¡Cuán hermoso después fue tu destino!
De Elzeviro Manucio y de Plontino
las delicadas manos,
con flores adornaron tu camino.

Bien presto, como río caudaloso,
creció y creció tu influjo,
y merced a tu auxilio generoso,
en millares de copias se produjo
la Biblia codiciada,
antes objeto de imposible lujo.

Reemplazaste al juglar en la velada
del castillo roqueño,
y pudo la doncella enamorada
por ti ser consolada
en las tristes ausencias de su dueño.
Árbol frondoso, tus lozanas hojas
cayeron, como dones bienhadados,
en las comarcas al error sujetas;
y medio concediste a los poetas
para fijar sus tétricas congojas
y revivir decires ya olvidados.

Diote el vapor su prepotente ayuda,
al salvar los linderos de este siglo,
y, con su fuerza ruda,
los mismos hijos que engendró fecundo
en ti, con la pujanza de su aliento,
paseó por los ámbitos del mundo
en el tren impetuoso,
que deja atrás al incansable viento;
y, al mediar la lucífera centuria,
de tantas maravillas semillero
el rayo, de los hombres prisionero,
perdida ya su primitiva furia
y domado su brío,
vino a fianzar tu augusto poderío.

¡Oh, nuevo hallazgo, rico y verdadero!
El libro deshojose
para poder volar con más holgura
y arribar el primero,
y, ya rota la añeja ligadura,
apareció la prensa cotidiana,
que en nuestros tiempos reina soberana.

Con palanca tan firme,
soliviantas las masas intranquilas
cual sus olas el piélago iracundo,
y con ellas azotas y aniquilas
y sepultas las glorias terrenales,
y tornasa a erigir en un segundo
estatuas en soberbios pedestales,
y pones en la cumbre
a hombres salidos de humildosas filas,
dueños hoy de la ignara muchedumbre.

Tú llamas a los reyes condenados
a mísero destierro;
tú abates las antiguas dinastías;
tú consagras las leyes;
tú evidencias el yerro,
aúnas los esfuerzos colosales,
induces a la paz, la guerra mueves,
que todo con tus bríos lo remueves.

Tú publicas a voces
lo que en secreto el rayo te transporta
en sus alas veloces;
eres Argos moderna,
que todo lo escudriñas;
nidal de las palomas mensasjeras,
que de tu seno salen a bandadas,
a llevar a naciones extranjeras
las nuevas deseadas.
Ángel de caridad que con tus preces
hasta en tierras extrañas
conmueves los más duros corazones,
cuando el orbe conmueve sus entrañas.

El plomo entresacado
de los hondos abismos de la tierra,
bala tal vez ayer en cruda guerra,
hoy útil del trabajo venerado,
y el papel que nació de harapo aleve,
se rozan ante ti rápido instante,
y surge de ese beso fecundante
el expresivo signo portentoso
que llevará la luz al pensamiento,
como en el recio choque de un momento
del eslabón y el pedernal guijoso,
brota chispa brillante,
que la llama ocasiona fulgurante.

Al mirarte en tu férvido trabajo,
soñadora la mente,
te juzga ser viviente,
susceptible de goce y de dolores,
y más aún cuando crujir te siente
a dar a luz con maternales quejas
y si percibe plácidos rumores
en los puros instantes
en que, ébrio de placer, ansioso gimes
en tanto que copioso centuplicas
las ideas sublimes,
los conceptos gigantes
de Calderón, de Lope o de Cervantes.
¿No son acentos de dolor sombrío
los que exhalas, sumido entre congojas,
cuando te obligan a llenar las hojas
de virginal blancura,
con el error impío,
con la vil impostura
que acrecen la terrena desventura?
Alivio sean de tus fieros males,
pensar que de tu fondo todavía
han de surgir tesoros inmortales,
veneros de saber y de poesía.

¡Oh Imprenta soberana! ¡Quién pudiera
cantar tu porvenir cual yo lo veo!
Percibo, aunque velado,
el nimbo de tu gloria venidera;
lo que hoy es solamente balbuceo
que hace vibrar el ánimo extasiado,
será palabra firme y armoniosa;
el rosado crepúsculo naciente
será mañana sol resplandeciente.

La voz, que prisionera
se aduerme en el fonógrafo mañoso,
tal vez sea el motor que, poderoso
como blanda cascada,
logre, con soplo suave,
tal el que impulsa a la velera nave
imprimir a la máquina pesada
el dulce movimiento
que en cifra natural inveterada
convierta el vibrador sonoro acento.
Entonces podrá el labio,
haciendo doble oficio
a medida que brote la palabra
meditada del sabio,
deponerla en el dócil artificio,
y el verbo, sin esfuerzo,
irá por propio impulso,
blandamente, en el blanco papel reproducido,
a convertirse en rasgo permanente.





A la locomotora

ODA

Watt, Stéphenson, Crámpton, yo os conjuro;
en premio a vuestro infatigable anhelo,
dejad un punto el inmortal seguro,
pisad de nuevo la región del suelo;
y, al contemplar con ávida mirada,
de metálicas venas
su faz rugosa, por doquier surcada,
gozaréis mayor dicha que en el cielo.

La que sembrasteis válida semilla
no se aventó cual parva de las eras,
en hoya vino a germinar profunda;
hoy es árbol que brota a maravilla,
y que, como las líbicas palmeras,
al través de los aires se fecunda.

Esa serpiente férrea y anillosa,
que en la cabeza el corazón ostenta;
que, inquieta y animosa,
en su carrera al huracán afrenta,
impávida como él, como él ruidosa,
de vuestra mente es singular hechura:
hipógrifo sin alas,
viene a mostraros sus crecientes galas,
su espléndido poder y su bravura.
¡Quién os dijera en los aciagos años
de sórdida miseria,
cuando bebíais hiel de desengaños,
vuestro genio al luchar con vil materia,
que aquel rudo naciente mecanismo,
objeto de irrisión y de sarcasmo,
ya en vuestro siglo mismo,
en que hasta hay luces que proyectan sombra,
despertara en el vulgo intenso pasmo
y del hombre de ciencia el entusiasmo!

Tal como el padre que en la cuna deja
al vástago infeliz, y a extraño clima,
para labrar su porvenir se aleja,
al regresar, con gozo
por haber dado a su proyecto cima,
contempla al niño convertido en mozo,
y duda breve instante,
al ver las sombras del negruzco bozo,
si es aquel hombre el que dejara infante;
así miráis con lógica extrañeza
a la que os debe fulgurante vida;
su, en apariencia, indómita fiereza,
la efusión grata del amor no impida;
vuestra es la savia que en su seno anida
y son vuestras su gloria y su grandeza.

Miradla con placer, con noble orgullo,
ved cual su pecho jubiloso late,
ved cual relincha en gárrulo murmullo,
como corcel ganoso de combate.
No la atajan altísimas fronteras,
que, a contracurso remontando el río,
el silboso Pirene, el Alpe frío,
atraviesa en urdidas madrigueras.
Pasa sobre los polders de la Holanda,
como sobre las aguas del diluvio;
se enfría de la nieve en los cristales;
se caldea en los rojos arenales;
por entre abismos pedregosos anda,
y a las bocas se asoma del Vesubio.

Recorre audaz la cordillera enhiesta;
esquiva la corriente submarina,
bajo el piélago abriendo
impermeable mina;
elude la vorágine funesta
sobre tornátil puente que rechina;
se solaza en la plácida floresta,
y en la falda del monte se reclina.

Vedla el túnel dejar de corvo techo,
oculta en vaporosas espirales,
cual virgen negra que, al salir del lecho,
se envuelve en sus blanquísimos cendales;
con profusión abona
los campos en la plétora esquilmados:
transporta en peso desde zona a zona
los pueblos mal hallados,
y las fuentes vitales eslabona.

Imagen de la bíblica serpiente
que, de dulces promesas al hechizo,
gustar la fruta a nuestros padres hizo,
que pendía del árbol omnisciente;
nos ofrece afanosa,
de Gutenberg por hábil artificio
en el blanco papel reproducida,
la fruta provechosa
del saber, en los campos recogida.

Cual paloma del Arca
es anuncio de paz; su hogar ardiente
do la tea incendiaria se consume,
las razas va fundiendo lentamente;
hace, de polo a polo,
del orbe entero una ciudad tan sólo;
entierra con cariño
el cadáver del mísero expatriado,
so el árbol do jugara cuando niño;
uniforma el color del rostro humano;
arrulla al mismo son del indio el sueño
y del rudo africano
que, dormidos, arrastra juntamente;
el filo embota de sangrienta Parca;
del libre esclavo con los hierros viles
fabrica sus carriles;
y en todo cuanto su poder abarca,
germen de amor desarrollar se siente.

Si, subyugada por la fuerza bruta,
cual caballo de Troya, en sus entrañas
transporta a veces invasora hueste,
vedla, por otra ruta,
hendiendo sigilosa las montañas,
conducir anhelante,
para hacer frente al enemigo artero,
con el carro el caballo y caballero.

Atrás dejando blanquecina estela,
cual nave de los mares del espacio
que al fuego echó la perezosa vela,
por doquiera que va vierte los dones
con que nos brinda próvida natura;
ya llevando a las cálidas regiones
las frutas que requieren la frescura,
ya, a las tierras heladas,
las del sol por los rayos sazonadas.

Es del Comercio mensajera activa,
de acopio signo, de riqueza augurio;
con perpetuo vaivén de lanzadera,
en este siglo de la fuerza viva,
sustituye al alípede Mercurio.

Del Egipto fue símbolo la Muerte,
gastó en su culto la existencia entera;
hoy con tenaz aliento,
norma tomando de la térrea esfera,
el hombre la consagra al movimiento.

Por eso admira y entusiasta adora,
realización de su ideal quimera,
la audaz Locomotora
que, en rápida carrera,
los espacios famélica devora,
y va, con sus silbidos,
despertando los pueblos adormidos.

Por eso os rinde sin igual tributo,
¡oh seres! que en la tierra
días pasasteis de amargoso luto,
de insólito desvelo,
con lo arraigado, en trabajosa guerra,
y que, al dejar el miserable suelo,
tan sólo visteis verdear el fruto.
Miradlo ya en sazón; pueblos viriles
se nutren de su pródigo sustento:
los yermos torna mágicos pensiles;
Ceres moderna, va sembrando a miles
los prolíficos granos del fomento.

¡Cuán brava a Tite los ojos se aparece!
Férrea coraza la recubre entera,
cual paladín que, con ardiente llama,
por su patria luchara y por su dama;
el más leve reposo la enardece;
chispazos de la lumbre en que se inflama
despide, resoplando como fiera,
y el viento vago, con orgullo,
mece el vaporoso airón de su cimera.

¿Oís? La hora sonó de la partida,
ved cual se lanza con febril exceso;
¡gloria a los Genios que te dieron vida!
¡plaza, plaza al Caballo del progreso!




Al faro el de Nueva-York,
la libertad iluminando el mundo

SONETO

Mantos de lumbre tiendes por los mares;
guías la nave al suspirado puerto,
y, abandonando el líquido desierto,
por ti el marino encuentra sus hogares.

Mas ¡qué miro! millares y millares
de hermosas aves a tus pies han muerto;
atrájolas tu foco en vuelo incierto,
y no verán los patrios palomares.

¡Oh Faro colosal! tus vivas luces
son de la Libertad fúlgido emblema;
al que bien te comprende, bien conduces;

pero, al que mal conoce tu sistema,
con atracción magnética seduces,
y en ti las alas mísero se quema.





En clase

Dando vueltas al globo de los mundos,
asombrado un alumno así exclamaba
«en torno a tan pequeños continentes:
¡cuánta agua !»
mientras yo, por las penas abrumado,
murmuraba inconsciente estas palabras
«en torno a escasas dichas de la tierra:
¡cuánta lágrima !»






Geografía amorosa

Dos partes tiene el mundo, según cuento,
dos partes nada más;
una donde estás tú, mi dulce aliento,
otra donde no estás.





La forma poética

SONETO

Quien desea encontrar substancia pura
nunca la busca en el revuelto cieno,
ni en el hierro en fusión, de escorias lleno,
sino bajo una armónica figura.

En cristales de mágica tersura,
que claro muestran de la forma el freno,
cual hija predilecta de su seno,
nos la brinda la próvida Natura.

También del verbo la más alta fase,
la que revela intrínseca pureza,
es la que tiene, como firme base,

del geométrico modo la fijeza;
que el contorno y el ritmo de la frase
hacen que cristalice su belleza.





Las plantas insectívoras

ODA

Aun cuando es gigantesca la Natura,
a paso de gigante no camina;
desde la sombra oscura
al sol, que los espacios ilumina;
desde la ingente mole de granito,
al aire, que en su falda juguetea;
desde el cristal de roca al aerolito;
del caos a la idea;
desde la esponja al ruiseñor alado;
¡cuántas imperceptibles transiciones,
cuántos y cuán variados eslabones
la cadena sin fin de lo creado!

¡Quién a marcar se atreve
la línea divisoria
entre el ser y el no ser, si el polvo leve
recibe, en la mortuoria
morada, nueva forma transitoria,
y así la tumba aleve,
que a mentido reposo nos convida,
es semillero de fecunda vida!

¡Quién dirá con fijeza,
al contemplar el iris franjeado,
donde un color acaba y otro empieza!
¡á qué mortal es dado
señalar el momento
cuando, transformación maravillosa,
la crisálida pasa a mariposa!

¡De qué se ufana la moderna Ciencia
si precisar no sabe
la grande o la pequeña diferencia
entre el bruto y el ave!

Desde el son al silencio hay el murmullo;
entre la yema y el abierto broche,
el virginal capullo;
entre el día y la noche,
la lumbre del crepúsculo indecisa;
entre el gozo y el llanto la sonrisa,
y, de mi tesis en potente ayuda,
entre la fe, que arroba y extasía,
y la temosa negación impía
existe la penumbra de la duda.

Estas cavilaciones y otras tantas
a mi mente acudieron,
el primer día que mis ojos vieron
insectívoras plantas,

Era una tarde de apacible Mayo;
atmósfera de amor se respiraba,
y un espléndido sol amamantaba
la hermosa tierra con fecundo rayo.
Después de larga libación de flores,
y de admirar su gama de colores,
una infeliz abeja,
cuando el sol trasponía los alcores,
en la planta voraz caer se deja.
Como pequeñas trompas de elefante,
como de un pulpo los mucosos brazos,
se alzaron sus tentáculos dormidos,
y al insecto apresaron en ceñidos
inextricables lazos.

¡Quién te dijera, zumbadora abeja,
encanto del vergel,
que, cerca de tu fábrica de miel,
habías de tener tras dura reja,
en cárcel natural muerte cruel.

Quizá buscabas cariñoso amante,
que te ofreciera sus nectáreos dones;
y hallaste, ¡pobre insecto agonizante!
un vegetal estómago anhelante,
que ejercitó sus gástricas funciones.

Natura, de tres moldes poseedora,
en que fundir el átomo errabundo;
que ceba, al despuntar la clara aurora,
de de rosa el gusanillo inmundo;
que ha convertido en piedra
los saurios colosales;
que nutre de aire la lasciva yedra;
te ha destinado a pasto de una planta,
donde quizá halle jugo sustentoso
el pajarillo que en la selva canta.

La fábula de Dafne me recuerdas,
en lauro convertida;
hoy es forzoso que tu vida pierdas
y otro ser tome el ser que en ti se anida.

Tú, que del seno de las gayas flores
extraes con afán la blanda cera,
que, en el ara sagrada,
foco de luz, de incienso perfumada,
evoca la plegaria que redime;
o extendida en fonógrafo inconsciente,
donde la voz se imprime,
los sones remedando,
las flores en palabras vas cambiando;
hoy tu existencia exhalas
para alimento de una planta ignota,
la trama de tu vida ha sido rota,
hojas serán tus palpitantes alas.

¿Volverás a nacer? ¿Lucirá un día
en que surques de nuevo el firmamento,
águila real de esbelta gallardía,
O ruiseñor de melodioso acento?
¿Serás un grano de la espiga de oro?
¿pez de escamas de plata
que desaova en el raudal sonoro?
¿libélula gentil que el lago besa,
en donde su hermosura se retrata?
¿molécula de nube caprichosa?
¿célula, en el cerebro de los sabios?
¿chispa de luz en matutina estrella;
o esperarás en labios de doncella
el amoroso beso de otros labios?

¡Quién cree en el no ser! La mente humana
no resiste a tamaña desventura;
y en esta baja cárcel ya se afana
en conquistar la vida que perdura.
Si tiene la materia su mañana;
si eternamente flota
y al través de los tiempos se transmuda,
será del alma la existencia ignota
de condición más miserable y ruda?

¡Verdad por cierto rara
do la mente se abisma;
que lacten pechos yertos lo que nace
y que los seres por fatal enlace
tengan la muerte misma,
que tan sensiblemente los separa!

Vendrá mañana el balador cordero
y, con diente aguzado,
para un día vivir, tronchará fiero
la planta que a morir te ha condenado.
Que en la larga cadena de los seres
cuya íntima estructura
es y será al mortal desconocida,
alterna sabiamente la Natura
un eslabón de muerte, otro de vida.









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