sábado, 21 de junio de 2014

CARLOS BARELLA IRIARTE [11.981]


Carlos Barella Iriarte

Carlos Barella Iriarte (Santiago de Chile, 1892-1966). Poeta y dramaturgo.



LOS VIEJOS 

Cuando se quedan solos, ¿qué pensarán los viejos? 
Los pobres viejecitos que vienen de tan lejos 
por los caminos llenos de abandono y tristeza. 
¡Qué encorvados los hombros! ¡qué blanca la cabeza! 
Vienen tristes, sombríos; los engañó el destino, 
los asaltó la angustia; ah! qué largo el camino, 
qué camino máslargo, y tener que seguir 
rendidos de cansancio, enfermos de sufrir. 
Andando por las sendas con paso lento y tardo, 
los hombros agobiados por el pesado fardo 
de los años, parecen decir con la mirada 
el frío del sendero y el mal de la jornada. 
Los pobres viejecitos con qué tristeza miran .... 
Miran como a través de lágrimas, suspiran 
y con las manos juntas y los ojos clavados, 
acaso en un recuerdo que torna en indecisas 
vaguedades de ensueño, se quedan extasiados, 
y por sus labios pasan llorando las sonrisas. 
Los ojos de los viejos! Apagados de olvido, 
sueñan con las miradas de algún muerto querido. 
Ojos que las pasadas alegrías añoran 
y se tornan risueños, pobres ojos que lloran 
cuando pasa entre calles desvalidas de flores, 
como una virgen blanca, como una sombra incierta, 
aquella a quien amaran con todos los amores, 
la pobre niña débil, la dulce novia muerta. 
Y acaso más lejanos, más tristes todavía, 
como dulcificados por la melancolía 
y la muerte y el tiempo, los grandes ojos buenos, 
los ojos de la madre, esfumados, serenos, 
que sugiriendo ensueños retornan a mirar 
las cosas de la vida como para alumbrar 
al hijo que está viejo, al viejo sin cariño, 
que vive entre la sombra, que muere como un niño. 
Los ojos de los viejos llenos de evocaciones 
acopian los arcanos de infinitas visiones; 
cansados de la vida se van cerrando a ella 
con una dulcedumbre de crepúsculo y flor 
para abrirse, dormidos, entre lampos de estrella 
a las contemplaciones del azul interior, 
en donde se destacan lejanos e indecisos 
bajo una luna de oro radiantes paraísos. 

Los pobres viejecitos que todo lo han sufrido 
a un golpe de la suerte gimiendo habrán caído, 
y solos, con la horrenda soledad del fracaso, 
dolientemente solos, sin tener un regazo 
donde hundirse a llorar en las horas fatales; 
sin tener unos senos, piadosos cabezales 
para la frente triste que acongojó la suerte, 
cuántas veces soñaron en la noche callada, 
cuántas veces soñaron llorando con la muerte, 
la gran consoladora, la pálida enlutada! 
Y así, almas cansadas de la existencia, en guerra 
con el dolor, siguieron su paso por la tierra 
cayendo un día, al otro levantando, perdidos 
en medio del camino, fatalmente impelidos, 
por las huracanadas ráfagas de la suerte, 
por senderos de angustia al valle de la muerte, 
como si los guiara un misterioso sino. 
Almas desengañadas, fueron en el camino: 
oración, las humildes; las tristes, desencanto, 
blasfemias, las rebeldes, y las débiles, llanto.. 
Como son viejecitos tienen la certidumbre 
de que han de morir pronto; sienten la pesadumbre 
de la vejez; por eso se llenan de una extraña 
melancolía, advierten que un resplandor los baña 
cuando cierran los ojos. La hora se aproxima 
y pronto han de ascender a la invisible cima; 
pero sufren; sollozan. Bien saben que no es buena 
la vida, sin embargo ¡dejarla! da una pena .... 
No ver ni el sol ni el campo, abandonarlo todo, 
dejar todos los seres que se quieren, las cosas 
familiares ¡morirse! perderse en el recodo 
último de la vida, trasponer las borrosas 
riberas de la muerte, y ser entre la bruma 
un sueño que termina y un alma que se esfuma!

El crepúsculo borda bellas ráfagas de oro. 
Se colora de lilas el brumoso horizonte 
y la tarde se alhaja con el regio tesoro 
de un desbande de estrellas; en el llano y el monte, 
en el bosque y el prado, la emoción se silencia; 
hace el sauce dormido una gran reverencia 
y se plagia en la limpia soledad del bancal, 
donde cantan las ranas a la tarde estival. 
¡Oh, qué paz más intensa! A esta hora los viejos, 
a esta hora en que todo se entristece y se apaga, 
y la iglesia y los montes se van viendo más lejos, 
a esta hora tan honda, tan sugestiva y vaga .... 
¿qué pensarán los viejos? 

Sentados a la puerta
de la casa sencilla o andando lentamente 
por el jardín florido o la florida huerta; 
los ojos muy cansados, muy pálida la frente, 
los viejecitos piensan. La tarde silenciosa 
se recoge, dormida de claridades muere 
con un rumor de hojas que sabe a miserere .... 
Melancólicamente una esquila solloza 
y por las soledades de los senderos-rosa 
que tranquilos se duermen, el Ángelus se aleja,

y pasa por los valles lo mismo que una queja. 
Y vuelven los gañanes y balan los corderos; 
se van desdibujando los campos y senderos, 
y ya es de noche; lejos, entre la fronda brilla 
en una casa pobre una lumbre amarilla. 

Los viejos, ¿han llorado? ¿han dormido? ¡quién sabe! 
Se quedaron solitos meditando. "Qué suave 
la voz del abuelito" -canta la voz de un niño; 
"Papá, ¿por qué estás triste?"  preguntan con cariño; 
y ellos nada responden, se quedan silenciosos, 
en la lámpara fijan sús ojos dolorosos, 
y en un éxtasis vago permanecen perplejos, 
con el alma dormida y los ojos muy lejos. 
¿Qué pensarán los viejos, qué pensarán los viejos 
cuando se quedan solos?. . . . 

Viejecitos del alma, 
yo no vengo a turbar torpemente la calma 
de vosotros ¡tesoro de excelsitud! yo llego 
y traigo a flor de labio un cantar que es un ruego; 
yo traigo hasta el silencio de vuestras soledades, 
mi cantar que resume todas las humildades, 
y todas las dulzuras; poeta, antes que nada, 
tengo el alma de sol y de amor hechizada, 
y porque os amo mucho, hasta vosotros vengo 
a daros este poco de ilusión que mantengo 
viva en mí. Si mañana, otros soles me doran 
el alma, si no puedo llorar con los que lloran, 
mis versos os dirán que no os pongo en olvido. 
Por eso hoy por vosotros piadosamente pido, 
por vosotros los buenos, los tristes:

"Padre Nuestro
libra de la amargura, de todo mal siniestro 
a los viejos que tanto han luchado y sufrido, 
y guíalos, Señor, por un sendero ungido 
de rosas, un sendero que los lleve de aquí 
en alas de un ensueño de dulzura y de amor, 
sendas de paz y gloria y de perdón, Señor. 
Que bien caigan tus iras sobre los pecadores ....
pero ellos que no pecan! que son los resplandores 
últimos que se extinguen, las almas que a ti llevan 
su tesoro de amor ¡todo lo que les diste! 
Pero ellos que no sufran. Verlos sufrir ¡qué triste! 
Pero ellos que no sufran ¡ellos que hacen el bien 
con mirar solamente! ¡que no tengan dolores! 
¡Sálvelos tu grandeza y tu bondad! Amén." 

Traed flores, más flores, traed flores, doncellas, 
despojad los rosales de las rosas más bellas,
y traedlas, traedlas en silencio ¡Murieron! 
¡Ya descansan los viejos! .... ¡Ah! ¡qué pena! se fueron 
en el mes de la lluvia, de la niebla y el frío, 
en el mes de la lluvia, en un día sombrío 
entre nubes borrosas y gemidos del viento, 
¡en el mes de la lluvia! En la iglesia cercana 
sollozó todo el día, sollozó la campana. 
¡Y era un día de lluvia! .... Traed flores, doncellas, 
despojad los rosales de las rosas más bellas. 

iOh, dolor de la vida! .... ¡oh, dolor de la vida! 
Tan larga la jornada, tan triste la partida. 
Desde niños sufriendo, hasta viejos llorando, 
¡solos por los senderos de la mala fortuna! 
siempre buscando algo y siempre sollozando..  
¡Y pensar en los niños que duermen en la cuna! .... 
Larvas de la tristeza en capullos de armiño, 
irán envejeciendo, ¡oh, almitas de niño! 
Todos sois de la angustia y en un tumulto santo, 
todos vais a la vida bautizados con llanto. 
¡Oh, Tristeza, son tuyos, son tuyos los que yacen 
durmiendo para siempre, tuyos los que vinieren 
a la Vida!

Lloremos por los niños que nacen,
oremos por el alma de los viejos que mueren.... 






Amanecer
Autor: Carlos Barella Iriarte
Santiago de Chile: Prensa Latinoamericana, 1958

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1960-06-24. AUTOR: ANÓNIMO
Desde los tiempos en que la voz de Juvencio Valle irrumpió en la poesía chilena trayendo frescos perfumes de la arboleda, nada tan vecino a la naturaleza como este libro de Carlos Iriarte (Prensa Latinoamericana, S. A.). Es verdad que el autor carece generalmente de la forma, y que alinea versos sin ninguno de los encantos habituales del arte de versificar; pero ello no obstaculiza totalmente nuestra comunión con la entraña de su poesía. “Este amor de montañas que yo tengo, este amor de cosas naturales”, es la confesión que sirve de llave maestra para penetrar en el paisaje que el poeta va a glosar. Alguna vez el tono es ligeramente exaltado, como en “Transfiguración”:



“Montaña, corazón metálico,
puño de la tierra, roca ardiente,
cumbre enrarecida que desciende,
hecha canto de plata,
hasta la verde y dilatada planta”.




Pero lo más habitual en Iriarte será el tono menor, el rasgo fino del paisaje, y en seguida, en otra porción de su libro, el canto al amor y a las cosas de la intimidad conyugal, como “Ven a bailar conmigo”, que tiene ciertamente ritmo de danza, que acepta algunos intentos de rima asonante y que es, en fin, una excelente aproximación a la gran poesía que del autor podemos esperar. Otra forma de ella asoma, también, en “Los poetas”, donde Iriarte señala cuán ajeno a los verdaderos sentimientos del hombre es el juego de “los poetas de la muerte / vestidos de sepultureros”, entretenidos en cosas triviales, como aquella “luna de hojalata” que es, dentro del conjunto, un buen hallazgo.

Todo esto está, sin embargo, más balbuceado que dicho, y le hace falta el concurso del arte para elevarse del nivel informe en que yace hasta la plenitud de la obra lograda. Son, en suma, los materiales de que habrá de hacer uso el poeta cuando, olvidando la facilidad del menester poético del día, opte por la dura senda en la cual conquistaron títulos para la inmortalidad Lamartine y Vigny.



Campanas silenciosas
Autor: Carlos Barella Iriarte
Valparaíso, Chile: Impr. Faura, 1913

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1914-03-02. AUTOR: OMER EMETH

Este libro es un campanario o si se prefiere, un “carillón”, y puesto que, según reza el título, están “silenciosas” sus campanas, conviene que nosotros los lectores las toquemos. Así moviendo sus “lenguas de bronce” conoceremos el metal de su voz.

Seamos, pues, campaneros. ¿Qué dicen estas campanas?

No son tan habladoras como los “carillones” de “Bruges-la Morte”: solo dos notas oye quien las tañe: una dice Amor y la otra, dolor. Bien pudo el autor inscribir en la portada de su libro, a modo de epígrafe, el título latino que Barrés diera a su “Mort de Venise”: “Amori et Dolori Sacrum”.

El señor Barella es, por propia confesión:




“Trovador sombrío
que canta sus males
y arrastra su hastío
por los arrebules”.



En “una dulce balada” intitulada “Versos para la buena madrecita” dice:



“He vivido tanto
mi vida interior
que tristeza y llanto volviese mi amor
las contemplaciones
dieron a mis versos
dejos de oraciones,
mis sueños dispersos,
mis penas calladas,
mi atormentamiento:
flores deshojadas
que arrastra el viento
me dejaron triste,
madrecita mía;
tú que comprendiste
mi melancolía
besa con cariño
la frente serena
de tu pobre niño
que canta con pena
la dulce balada
de un atardecer
en la desolada
tarde de su ser”.




He ahí la nota “dolor”, que es la más armoniosa del libro, y la que, en mi opinión, “domina” en este carillón desoladamente triste.

No conozco al autor y solo por lo que dice en uno de sus versos, sé que su edad bordea los veinte años.

¿No es curioso (y penoso a la vez) oírle declarar que “ha vivido tanto”?

Puede ser, al fin y al cabo, que en tan precoz hastío no se refleje más realidad que la soñada por el poeta, pero, en el mejor de los casos, semejante tristeza (a los veinte años) de mal agüero.

Sabemos (y William James lo ha demostrado) que los sentimientos soñados tienden a realizarse y que el pensar artificial no tarda en volverse habitual y real. Y así acaso […], llenos de vida y talento, presencian antes de tiempo la “desolada tarde de su ser”…

Por suerte la cuenta que hice de estas campanas salió errada.

Hay una tercera, pequeñita pero de plateada y penetrante voz, que dice: Vida humilde.


“Nada pomposo persigo
Ni fortuna, ni esplendor:
Para mi cuerpo un abrigo.
para mi alma un amor.

Una casita serena,”
un jardín con muchas flores
y una mujer noble y buena
que comprenda mis dolores…

En las noches junto a ella
bajo el blancor de la luna
soñar, soñar con la bella
poesía de una cuna

Vivir así pobremente
sin gloria, sin ilusión;
pero serena la frente
pero alegre el corazón…

Vivir sin ansia, sin prisa,
para hacer la vida buena,
tener siempre una sonrisa
para el dolor y la pena…”




Prefiero esta campana a cuantas puedan figurar en el campanario. Es más “natural” y humana que sus compañeras, su voz es la de la naturaleza que quiere vivir, y del hombre sano de cuerpo y alma que busca la felicidad.

En suma, para mí esta campana auque demasiado “silenciosa”, (pues solo habla una vez), es la que más poético recuerdo dejará en mi memoria.

Por las dos baladas del fin y por el “Homenaje” a la memoria de Emma Bobillier, daría yo el resto del libro, aún sacrificando algunos versos de buen metal que a trechos ha encontrado.



Por el camino más triste
Autor: Carlos Barella Iriarte
Valparaíso, Chile: Impr. Lillo, 1919

CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 1919-12-16. AUTOR: ANÓNIMO

Si hay entre los poetas jóvenes de nuestra patria uno que haya obtenido un triunfo definitivo, que haya encontrado en todos los corazones la fraternal acogida de la más absoluta comprensión, este ha sido sin duda Carlos Barella, cuando hace años dio a la estampa de su libro “Campanas Silenciosas”.

Y a fe que nada era más justificado que ese emocionado coro de loores. Pocos poetas pueden mostrar como Barella en cada uno de los estudios que a su obra se refieren, sobre las doctas apreciaciones del crítico, las fraternales palabras del hombre conmovido. Porque al hablar de los versos de este poeta olvidamos la literatura, el análisis, la técnica para solo enternecernos acordes con su música melancólica.

“Campanas Silenciosas” es un canto a la sordina muy dulce, muy dulce y muy triste. Podrá haber ahí rimas triviales, estrofas ingenuas, ¡pero tiene todo tal acento de sinceridad, de ternura, de emoción verdadera!

Y desde entonces, desde 1913, el poeta callaba; apenas si de tarde en tarde “Sucesos” traía algo suyo que conservaba siempre el mismo sello de dolorosa sinceridad. Recuerdo una “Balada”:



“¡Cantar! La vida es grave,
la poesía es una fuente fatal.
Hablamos del mañana y decimos ¡Quién sabe!
Y se piensa en el lecho blanco de un hospital…”



Los literatos seguramente sonreían… ¿Barella? No dará más… se ha estancado… Las mismas frases estúpidas de siempre, huecas, hinchadas, para juzgar al que no grita, al que no se proclama genio o por lo menos “gran poeta”, y no endilga a diario, en cualquier revistilla de tres al cuarto, sus atormentadas, sus vulgarotas filosofías.

Y he aquí que sin bombo, sin reclame, nos da ahora Barella “Por el camino más triste”:



“Por ser así como soy,
virgen, mira como voy,
con mi angustia indefinible,
paso a paso, paso a paso,
bajo el temblor del ocaso,
por el camino más triste…”



¿Lo veis? Es el mismo, el mismo que antaño decía:



“No tener una amada
melancólica y buena
que comprenda la pena
de mi alma angustiada
no tener una amada!”



El mismo… Ahora ha vivido mucho, ha tenido muchas amadas, unas se han muerto, otras se han ido y alguna sigue con el poeta por el camino más triste. Y él dice todo esto. Es un corazón que no tiene a menos cantar a las muchachitas que ha querido y a los rincones donde ha soñado, y así es más poeta y es capaz de escribir el “Elogio sentimental a la mujer”:



“Yo las amo en la vida como ellas son. Las quiero
con la desencantada tristeza de que un día
sin decirnos adiós cambiaran de sendero
llevándose en los labios nuestra pobre alegría”.



¡Es un sentimental, un romántico! No el último porque siempre los habrá. ¿No os acordáis que el maestro lo dijo? “¿Quién “que es” no es romántico?” Y aunque algunos tengan la poesía romántica por poesía inferior, nosotros sabemos que es la poesía inmortal.

Carlos Barella hablará así, dulcemente, sentimentalmente porque es todo corazón:



“Tristeza, tristeza,
te encontré en el alma
de una mujer bella
toda mi alegría
se marchó con ella”.




Así, sencillamente, sin rimas doradas, sin adjetivaciones sonoras, como hablan los grandes poetas.

Y siguiendo por el camino nos hallamos con los “Motivos de tristeza”, con “Los viejos”, con “In Memoriam”, con tantas otras poesías bellísimas hasta “El poema de las tres mujeres”, hondo, definitivo. Son las tres mujeres que con mayor fuerza que las muchas otras amadas “sobreviven al tiempo, a la tristeza, al tedio, a la distancia”. Una fue la “iniciadora”, la otra “la mártir romántica y suicida” a quien el poeta dedica esta magnífica estrofa:



“Suicida vencedora del tiempo y de la muerte
tu sombra se adelanta a maldecir mi suerte
y aunque sobre tu sombrea mi tristeza diluya
su luz, y aunque esa luz sobre ti se derrame
será como un fantasma brutal la sombra tuya
sentada frente a frente de la mujer que me ame”.


Y la tercera fue “La excelsa, la todopoderosa” que:


“Pasó como los ríos, pasó como las naves,
pasó como la sombra de los atardeceres;
se fue como se van los niños y las aves
nunca dicen adiós al irse las mujeres”.



Y termina el libro con algunos juicios críticos entre los cuales hallamos estas palabras de Víctor Domingo Silva que queremos repetir para aquellos que hablen de influencias y de superficialidad en este poeta y en esta poesía:

“¡Malandrines! Yo os diera a vosotros la sensibilidad honda, la percepción de mártir, la inefable dulzura espiritual de este silencioso compañero y, después, os preguntaría qué pensabais de hombres como vosotros, que os mordéis como el alacrán la propia cola”.

Firmado como: Gustavo Colinne






Mis amigos
Autor: Carlos Barella Iriarte
Santiago de Chile: Zig-Zag, 1937

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1937-09-05. AUTOR: ANÓNIMO

Con franciscana y prudente sencillez, el señor Barella ha escogido sus amigos entre los más simples animales de Dios, y a ellos canta en este volumen tan breve como pulcro. Aparece estampado con rico despliegue de colorido, que realiza el valor de las ilustraciones, por la Empresa Editora Zig-Zag, y afecta la forma de los cuadernos de poesías y cuentos infantiles que son clásicas ya en nuestros recuerdos de la infancia. ¡Y qué decir del contenido poético sino que es admirable! El poeta se ha vestido de blanco para hacer más diáfana la expresión, ha aniñado sus sentido y su inteligencia, ha hecho apelación a lo mejor que tiene el espíritu del hombre cuando se aplica a la tarea de evocar la vida rústica y animal. Versos como los de “El Canario”, donde se mezclan las notas irónica y sentimental:



“Dicen que el canario
se tragó una flauta;
dicen que por eso,
cuando llora, canta.

A veces suspira
por una canaria;
dicen que por eso,
cuando llora, canta”.


Durante toda la poesía contenida en estos poemitas escritos con gracia leve e infantil. El romance, en el caso de “La tortuga”, de “La abeja”, etc., es la forma preferida del autor, y corrobora la impresión de sencillez que ha querido verter en todos los instantes de su inspiración.
Toca el señor Barella en su libro una especialidad que hasta ahora no había sido cultivada por nuestros poetas, y con ello abre una pista nueva donde hay emoción y gracia y de la cual es fácil extraer enseñanzas durables. Decimos enseñanzas en el más amplio sentido de la palabra, porque el autor ha buscado antes la pura impresión poética que el ejemplo que adoctrina; pero la belleza también educa. Poderosa es en efecto la evocación del picaflor:



“Juguete de luces,
trompito de sol,
colgando del cielo,
bailando en la flor”.




Y llena de gracia la relación que establece entre dos humildes animales, al hacer el elogio de la luciérnaga:




“De día pasa durmiendo,
encogidita en su cama,
la hormiga la quiere poco
porque la encuentra haragana”.



¿y quién se atrevería a negar que estas notas discretas de poesía, cuajadas de sorpresivas asociaciones de ideas y de imágenes visuales opulentas, están destinadas sobre todo al niño para mostrarle, como si dijéramos por dentro, el espectáculo del mundo?

Los dibujos, debido al pincel de don Lorenzo Villalón y admirablemente preservados en la impresión con todos sus valores plásticos, completan muy bien el cuadro poético que ha trazado el señor Barella. Sus “criaturas de la naturaleza” han sido tocadas de gracia nueva y de inédito encanto al pasar por su corazón. Día llegará en que los niños de Chile, cuando sepan de memoria estos lindos versos que les están destinados, le den el premio que merece por su labor de poeta honrado, modesto y sincero.

Firmado como: L. A. O.



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