sábado, 26 de marzo de 2016

LUIS BARBIERI RIQUELME [18.314]


Luis Barbieri Riquelme

(Chillán, Chile)
Vive en el norte infinito, en la ciudad de Vicuña. Diseña y construye muebles de maderas. Uno de sus cuentos aparece en “100 Microrelatos Latinoamericanos” (México, 2012). Su poesía en “Madriguera de Palomas, Poesía contemporánea de La Serena”, “Poetas y narradores 2013”, Ediciones del Instituto de Cultura Peruana de Miami (U.S.A.) y “Para el coraje de vivir” Ediciones Santiago . Santiago 2014.




Telégrafo de hojalata 


A: León Renatto y 
Abigaíl Catalina 

La memoria que amo es un silbido a medio desierto 
asume esa forma de lluvia de tu cuerpo. 
Se anuda en la media luz del muro
en papeles entintados de piedras. 
Cruza a través del ángel 
que pasa silbando por mi calle.
Ilumina veladuras en contra de la noche 
de voces deste niño que reaparece 
por la esquina de mi telégrafo 
debajo de un hilo secreto deste valle. 

Esto que ahora nos viaja
es un sueño que nos ve por un espejo 
mientras yo ocurro por aquí de sol
se forma de vida el patio perdido.

La lluvia tuya dice misterios 
un vaho de objetos 
que están en otro lugar conmigo 

He visto abrir sueños de viaje 
de los ojos del árbol.
Hacia afuera 
hacia la espera 
se mueven las sombras en la carretera.
Vino una partida intima de luces 
la noche a sentarse junto al camino 
contra la imagen difusa de la ventana. 
Trae su curva eterna y elíptica del fuego.

Deste cielo se descuelgan tus ojos.
Sale la frontera de un mundo detenido 
todo por aquí va encalma herido de sal.

Me adiestré al viaje 
echado a fondo 
a mi peligro
a oír despoblado de montes 
a orinar las luces 
el arco de la noche 
la leche derramada en soledad.
El destello al norte 
la boca de piedra arriba. 
Al largo
su hocico al sol desperdigado 
reflota la punta de sal y arena del icebergs 
con mantos de cueros resecos de palabras.

El sol abre su boca al río 
huele la quietud del chañar.

Traduzco huellas de caminos 
se abren a sí mismo en los ojos.
El borde de arena que mira
el agua que pasa 
un viejo automóvil 
el pies de los niños 
transparentes el frío
la junta de ríos
en el maizal 
veo pasar 
inmutable la muerte.
La madera de hojas abiertas 
en vetas inhóspita del sur
un temporal de tierra en los sueños
surgen del árbol: sillas, mesa 
la cama en el filo del acero.
Llevan mordeduras en los brazos 
señales terrosas en la boca de sol.

Sin sombras
su ojo seco sobre la puerta se agita 
en un pozo de estrellas insondables y sin nombres. 
Creo descender de un diminuto sueño 
que camina desnudo sobre su ojo

Mi pueblado es una manchita tibia del día
hecha callejón con banderitas de papel 
sobre el vientre coloreado de tu arcilla.
Viene recortada a imagen de tu cintura 
tatuada su carne de montes con mi voz.
Vicuña se aparece morena deste cielo 
baja cerros con la forma de tu pezón 
abre su lienzo húmedo y primitivo 
del agua transversal que cae a nuestro mar.

No sé qué me duele 
cuando extiendes las sabanas 
sobre el suave silencio donde deshaces tú trenza.

Hay unos cielos de piedras vacías de lluvias.
verdes telaraña en el piemonte de Elqui. 
Se edifican anónimas plazas 
Iluminan con ruegos a esperma Virgen. 
Con dioses de tambor se hacen 
así mismo inmigrante sin poder ni sexo. 
En el surtidor de sus muros 
los barros se cubren con ojos de botellas 
imágenes secas en altares estirados al sol.

Los hombres van ajenos 
mientras giran el valle
en sus diminutos patios de tierra sin puertas 

Mi padre perdido 
se nos aparece en estos días sin rostro.
Él se instruye la memoria. 
A secarse de siempre
la raíz de los ojos 
desatar sus nudos 
en un cuarto oscuro de años. 

No sé porque salta 
hacia el callejón secreto que nos imaginó la lluvia 
en la boca sur de la niñez.
Un quiltro se viene hasta mí
porta en la frente un olvido en un ojo 
de su pequeña infancia en la nuestra.
Retraído inverna sus miradas en la hornilla
manchado de noches echa su sueño 
en un corazón de los niños .

Un hualle al frío desarma su cuerpo 
se crepita contra las manos con diminutos fuegos.

Reconozco a quienes revolotean 
palmeras en la rivera de la noche. 
Al otro lado el espejo de la memoria
sonidos desaguado en el vaso
se echan sobre los ojos lejanos
menudos días recubiertos de azul. 

Aún están los ojos del árbol
ocultos entre las hojas 
esperan el silbido secreto de la infancia. 
La divisamos y no nos reconoce
ni sabe que aquí vamos pisando la muerte 
que van niños corazón de hilo
a través del tinte torcido del valle. 

Silenciosamente de arena 
es la época con cercos de sol 

A su hora 
me abriga 
como a muerto en la arenisca.
Su dedo dibuja un pez 
en otra vida
me sumerge 
en un trozo de agua 
para vivir 
entreteje 
la palabra en el vino.
Indestructible sustituye caminos 
cubre ese mar que nos hablar 
que viene extendido en los sueños. 

El día se rehízo de su fuego 
alrededor del árbol 
la siesta con la madera apilada 
la cabra al sol mordisca la voz
en la puertas calaminada
que ahora cruza por el frente 
entristecen con el perro
con este desierto 
que posee otro desierto
escondido bajo el sol.

Nuestros animales vienen de paso 
viajan zigzagueando ladridos 
dibujados sobre la arena. 

Detrás de un trozo de esos días 
reina hasta aquí el patio de voces 
en las cajitas de piedras el pacto
de los hijos en la madera.
En los reflejos de un mar escondido 
camina la garza en el fondo de un pozo.

Después encontré sus manos 
sobre la calamina de la puerta 
sobre el mismo óxido 
de pequeñas palabras que hicimos en las tardes 
detrás de un N° de piedras empañadas 

Debajo del matorral vive un retazo de la Cruz del Sur
la abuela las bisabuelas mis nonas 
el pan manso con ojos de esperanza. 
Oí una canción de aquellas a la puerta 
comen un evangelio amanecido de lluvias 
visten hacia abajo manos de carbón
y escobas en brotes de mimbres. 
Con viejas varillas señalan círculos en la tierra
con marcas de óleo 
sobre mi entrada 
y a luz del brasero nos cantan
solitarias descascaran del patio perdido
marcas de aguas cicatrizadas
tejas marginadas bajo el parrón. 

Ellas mueven mi puerta 
la mariposa que cruza la tarde
el manojo reseco de la yerba agridulce
un Rio Viejo ladra sinuoso al sol.
Las iletradas en procesión aún vienen
vestidas a diario con el percal
con sus mismos ojos a oscuras de chonchón 
por la cinta resonante de luz en la hojalata.



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