lunes, 30 de marzo de 2015

BARTOLOMÉ MITRE [15.323]


Bartolomé Mitre


(1821-1906)
Bartolomé Mitre, el gran historiador, polémico político e impulsor de la organización nacional, nació en Buenos Aires el 26 de junio de 1821. Era hijo de Don Ambrosio Mitre y Doña Josefa Martínez Whetherton. El matrimonio se estableció en Carmen de Patagones y allí nacerían los hermanos de Bartolomé, Emilio y Federico. Sus primeros estudios los realizó entre Buenos Aires y Carmen de Patagones.

A los 14 años, Mitre comienza a trabajar en una de las estancias de Rosas, "El rincón de López", regenteada por Gervasio Rosas, hermano del restaurador. El joven Mitre no logra adaptarse a la férrea disciplina de la estancia y es devuelto a su padre con estas palabras: "Dígale a Don Ambrosio que aquí le devuelvo a este caballerito, que no sirve ni servirá para nada, porque cuando encuentra una sombrilla se baja del caballo y se pone a leer". Un año después ya había escrito su primera colección de poesías. Mitre tenía 17 años. Frente a las persecuciones del rosismo, emigra junto a su familia a Montevideo. Allí conocerá a Delfina de Vedia, una bella uruguayita que se convertirá en su esposa y compañera.

"Delfina se presentó a mis ojos como un ángel descendido de los cielos", escribirá por entonces. Se casaron el 11 de enero de 1841 y tuvieron cuatro hijos: Delfina, Josefina, Bartolomé y Emilio.

En Montevideo inició su carrera militar en el arma de artillería sin abandonar su pasión por las letras expresada a través de sus notas en los periódicos El iniciador y El Nacional entre los años 1838 y 1839.

En 1842, se incorporó a las filas antirrosistas del general Paz y participó en la campaña de Entre Ríos hasta que, derrotadas sus fuerzas en Arroyo Grande, debió regresar a Montevideo.

En la capital uruguaya tomó contacto con los intelectuales antirrosistas emigrados, como José Mármol, Florencio Varela, Rivera Indarte y Esteban Echeverría y participó activamente en la defensa de Montevideo, sitiada por Oribe. Su destacada actuación le valió el ascenso a Teniente Coronel en 1846. Pero ese mismo año decidió abandonar el Uruguay, disgustado con la política de Rivera. Se trasladó a Bolivia donde el presidente Ballivián lo puso al frente del Colegio Militar. Allí también ejerció el periodismo, junto a Wenceslao Paunero y Domingo de Oro, y fundó el diario antirrosista La Epoca.

Un golpe de estado derrocó al presidente Ballivián y Mitre debió trasladarse primero al Perú y finalmente a Chile, donde residirá hasta 1851.

En ese año, se trasladó a Montevideo y, al enterarse del pronunciamiento de Urquiza, se incorporó al Ejército Grande como jefe de artillería. Tras el triunfo de Caseros, en 1852, fundó Los Debates, diario desde el que fijaría su postura en defensa de los intereses porteños frente al proyecto de Urquiza. Esto le valió el cierre del periódico y un nuevo exilio en Montevideo. Pero pronto podrá regresar a Buenos Aires. El 11 de septiembre de 1852 los sectores porteños opuestos a la nacionalización de las rentas aduaneras y la hegemonía de Urquiza, organizan un movimiento que tiene en Mitre y Valentín Alsina a sus principales referentes. La "revolución" del 11 de septiembre produjo la separación de la provincia de Buenos Aires del resto del país, con Valentín Alsina como gobernador y Mitre como ministro de Gobierno y encargado de las relaciones exteriores.

Posteriormente, en 1855, sería electo presidente de la legislatura bonaerense, y fundaría el instituto Histórico y geográfico.

En 1857, publicó la primera edición de su Historia del General Belgrano, obra exhaustiva, producto de una profunda investigación.

Mientras tanto, Buenos Aires gozaba de cierto bienestar económico; su economía se iba dibujando alrededor de un puerto que exportaba cereales y ganado e importaba de Europa todo lo demás, desde manufacturas hasta ideas políticas. Así, mientras la Confederación languidecía, Buenos Aires progresaba con un ritmo acelerado. Una moneda fuerte, aceptada en todo el territorio provincial, otorgaba garantías a los capitales extranjeros. La exportación lanera figuraba entre las primeras del mundo.

Hacia 1857, se inaugura el Ferrocarril del Oeste, primer tren del país. Unía la Estación del Parque -hoy Plaza Libertad- y el actual barrio de Flores.

La Ciudad dejaba el mote de "gran aldea" para transformarse, lenta pero inexorablemente, en la "París del Plata".

Como militar participará con el grado de General en los dos combates contra Urquiza: la derrota de Cepeda en 1859 y la victoria definitiva de Pavón, el 17 de septiembre de 1861.

Mitre que había sido electo gobernador de Buenos Aires en 1860, se transformó tras el triunfo de Pavón en el único hombre en condiciones de encauzar los destinos del país recientemente unificado.

En mayo de 1862, se reunió un nuevo congreso nacional que legitimó la situación de Mitre confirmándolo como encargado del Poder Ejecutivo Nacional. Se convocó a elecciones nacionales y triunfó la fórmula Bartolomé Mitre y Marcos Paz.

Los nuevos mandatarios asumieron en octubre de 1862 y pronto tropezaron con el primer obstáculo.

El problema de la federalización de la provincia y de la residencia de las autoridades nacionales, pudo resolverse transitoriamente a través de la Ley de Compromiso, por la cual los miembros del poder ejecutivo podrían residir en Buenos Aires hasta tanto se fijase la capital definitiva de la república.

En el transcurso del debate de la ley, quedaron claramente manifiestas las dos tendencias del liberalismo porteño; los nacionalistas o mitristas, llamados "cocidos" continuadores de la política de Pavón y los autonomistas, liderados por Adolfo Alsina, llamados "crudos", pretendían conservar los privilegios de Buenos Aires, particularmente las rentas aduaneras.

Estos nuevos partidos representaban en realidad a la misma clase social y tenían como objetivo casi exclusivo la toma del poder para usufructuar el aparato estatal.

En este período se produjo una creciente centralización del poder político donde el uso de la fuerza fue determinante.

El gobierno nacional se fue imponiendo a través de la violencia organizada por sobre otros poderes como los de las provincias, centralizando funciones como la recaudación impositiva, la emisión monetaria, la educación y la represión.

La verdadera institucionalización de un ejército nacional ocurrió a través de las distintas formas de enfrentamiento asumió ese ejército nacional. El ejército implicó, además, un enorme gasto público que llegó a representar en algunos años más del 50 % del presupuesto.

Mitre encargó a un grupo de juristas encabezados por Dalmacio Velez Sarsfield la redacción del Código Civil y la adaptación del Código de Comercio al ámbito nacional.

Se organizaron la Corte Suprema de Justicia y los tribunales inferiores.

Como elemento de unificación ideológica se crearon los 14 colegios nacionales y sus respectivos profesorados, uno para cada provincia.

Era imposible llevar adelante la política centralizadora sin terminar con el caos fiscal y la anarquía monetaria: en algunas provincias se superponían impuestos y circulaban tres y hasta cuatro monedas diferentes.

La creación de un aparato recaudador nacional fue condición necesaria para financiar las reformas que requería la concreción del programa liberal mitrista.

Durante su mandato, Mitre fue urdiendo una política de alianzas con los sectores conservadores del interior buscando subordinar a las provincias a los intereses porteños. Esta política provocó levantamientos armados como el de los montoneros acaudillados por el riojano Ángel Vicente Peñaloza, "El Chacho", en 1863, que culminarán en violentas acciones represivas por parte del ejército nacional.

En 1865, estalló la Guerra del Paraguay (o Guerra de la Triple Alianza) y Mitre fue designado General en Jefe de las Fuerzas Aliadas de Argentina, Uruguay y Brasil.

Mitre había hecho un pronóstico demasiado optimista sobre la guerra: "En 24 horas en los cuarteles, en 15 días en campaña, en tres meses en la Asunción." Pero lo cierto es que la guerra duró casi cinco años. La victoria le costó al país más de 500 millones de pesos y 50.000 muertos. Del millón trescientos mil habitantes que tenía el Paraguay, sólo sobrevivieron 300.000, la mayoría mujeres y niños.

La impopularidad de la Guerra de la Triple Alianza -llamada de la Triple Infamia por Alberdi- sumada a los tradicionales conflictos generados por la hegemonía porteña, provocó levantamientos en Mendoza, San Juan, La Rioja y San Luis. El caudillo catamarqueño Felipe Varela lanzó una proclama llamando a la rebelión diciendo:

"Ser porteño es ser ciudadano exclusivista y ser provinciano es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derechos. Ésta es la política del gobierno de Mitre. Soldados Federales, nuestro programa es la práctica estricta de la Constitución jurada, el orden común, la amistad con el Paraguay, y la unión con las demás repúblicas americanas."

A pesar de que contaba con un importante apoyo popular, Varela fue derrotado por las fuerzas nacionales en 1867. Como decía la zamba de Vargas, nada podían hacer las lanzas contra los modernos fusiles de Buenos Aires.

En 1868, culminó su período presidencial y se declaró prescindente en cuanto a apoyar a un candidato a sucesor, dejándole de esta manera el campo libre a Domingo Faustino Sarmiento, quien asumirá ese año la primera magistratura. Mitre, por su parte, fue electo senador por Buenos Aires. En 1869 compró el diario La Nación Argentina, fundado por Juan María Gutiérrez en 1862, y lo convirtió en La Nación, cuyo primer número salió a la calle el 4 de enero de 1870, mientras se libraban los últimos combates de la Guerra del Paraguay, con una tirada de mil ejemplares.

En 1871, como muchos porteños, cayó enfermo de fiebre amarilla. Tras su recuperación el presidente Sarmiento le encomendó una misión diplomática en Brasil para terminar de definir los límites modificados tras la Guerra del Paraguay.

En 1874, se presentó nuevamente como candidato a la presidencia. Ante el triunfo del tucumano Nicolás Avellaneda, denunció fraude y se sublevó contra las autoridades electas pero fue derrotado por las tropas leales, dirigidas por el coronel Julio A. Roca. Fue detenido y trasladado al Cabildo de Luján. Durante sus cuatro meses de prisión escribió el prólogo para su Historia de San Martín y de la independencia sudamericana.

Tras dedicarse a sus investigaciones y a la labor periodística, en 1890, volvió a la acción. La desastrosa administración de Juárez Celman, con su estela de negociados y corrupción, fomentó la unión de la oposición en un gran frente conocido como la Unión Cívica, bajo la conducción de Bartolomé Mitre y Leandro N. Alem.

El 26 de julio de 1890, la Unión Cívica decidió pasar a la acción. Estalló la "Revolución del Parque". Mitre decidió ausentarse del país, dejándole todo el peso de la conducción del movimiento a Alem, quien, a pesar de contar con cierto a poyo militar, fue derrotado.

Este hecho y las negociaciones posteriores concretadas por Roca y Mitre, que desembocaron en la renuncia de Juárez Celman y la asunción de Carlos Pellegrini, fueron vistas por Alem como una traición a los postulados de la Revolución del ’90. Esto condujo a la ruptura de la Unión Cívica en dos nuevos partidos: la Unión Cívica Nacional, encabezada por Mitre, y la Unión Cívica Radical, encabezada por Alem.

Mitre influyó decisivamente a través de su prestigio político y de su diario en los gobiernos que se sucedieron entre 1890 y 1906, el año de su muerte. Nada se hacía en las filas conservadoras sin consultar a "Don Bartolo", que se reservaba la última palabra.

En 1894, fue electo nuevamente senador nacional y participó activamente en los debates sin dejar de lado la escritura. Publicó por esos años su Estudio bibliográfico-lingüístico de las obras del Padre Luis de Valdivieso sobre el araucano.

En 1901, al cumplir 80 años fue objeto de grandes homenajes y festejos. Pasó sus últimos años dedicado a la dirección de La Nación y a la traducción de La divina comedia de Dante Alighieri. Falleció a los 84 años el 19 de enero de 1906. Una multitud acompañó sus restos hasta la Recoleta.

Autor: Felipe Pigna



Armonías de la Pampa
Bartolomé Mitre





Armonías de la Pampa 
1854 

I. A un ombú en medio de la pampa 
Aquí estás, ombú gigante 
a la orilla del camino, 
indicando al peregrino 
no siga más adelante 
en la llanura sin fin. 
Tú señalas las barreras 
que dividen el desierto, 
y oyes el vago concierto 
que alzan las auras ligeras 
de la pampa en el confín. 
Eres la verde guirnalda 
de la cabaña pajiza, 
que vas marchando de prisa 
con el pasado a tu espalda 
y a tu frente el porvenir. 
Donde huye el indio salvaje 
y el cristiano se adelanta, 
tu cabeza se levanta 
susurrando tu ramaje: 
"el rancho llegó hasta aquí." 
Eres lo último que muere 
de la morada del hombre, 
y sin registrar un nombre 
estás contando al viajero 
memorias de hoy y de ayer. 
Al proseguir tu carrera 
por la llanura extendida, 
sobre tu cima florida 
hoy alzas en la frontera 
el pendón de nuestra fe. 
¿Qué ves más allá? ¿la pampa 
que en contorno se dilata, 
el arroyuelo de plata, 
el toldo en que el indio acampa, 
o el inmenso pajonal? 
Tú miras allá a lo lejos 
al trasponer aquel monte 
en el remoto horizonte, 
como en mágicos espejos 
lo que es y lo que será. 
Miras la pampa argentina 
de ciudades matizada, 
y por mil naves surcada 
la laguna cristalina 
que hoy cubre verde juncal; 
miras la pobre cabaña, 
que en palacio se transforma, 
y que al tomar nueva forma, 
con nuevas luces se baña 
su contorno natural. 
Miras al indio tostado, 
que lanzando un alarido, 
va huyendo despavorido 
por el llano dilatado, 
en pavoroso tropel; 
seguido del tigre fiero 
que abandona su dominio, 
hoy teatro de exterminio, 
y tras él, el jornalero 
que las transforma en vergel. 
No pases más adelante, 
que más lejos, abatido, 
marchito y descolorido 
verás al ombú gigante 
hoy de la pradera rey: 
y en su lugar la corona 
verás alzarse del pino, 
que unido al hierro y al lino 
sirve al hombre en toda zona 
para dar al mundo ley. 
Ese destino te espera, 
árbol, cuya vista asombra, 
que al caminante das sombra 
sin dar al rancho madera, 
ni al fuego una astilla dar; 
recorrerás el desierto 
cual mensajero de vida, 
y, tu misión concluida, 
caerás cual cadáver yerto 
bajo el pino secular.

1842



II. A Santos Vega, payador argentino [1.] 
Cantando me han de enterrar. 
Cantando me de ir al cielo. 
Santos Vega. 

Santos Vega, tus cantares 
no te han dado excelsa gloria, 
más viven en la memoria 
de la turba popular; 
y sin tinta ni papel 
que los salve del olvido, 
de padre a hijo han venido 
por la tradición oral. 
Bardo inculto de la pampa, 
como el pájaro canoro 
tu canto rudo y sonoro 
diste a brisa fugaz; 
y tus versos se repiten 
en el bosque y en el llano, 
por el gaucho americano, 
por el indio montaraz. 
¿Qué te importa, si en el mundo 
tu fama no se pregona, 
con la rústica corona 
del poeta popular? 
y es más difícil que en bronce, 
en el mármol o granito, 
haber sus obras escrito 
en la memoria tenaz. 
¿Qué te importa? ¡si has vivido 
cantando cual la cigarra, 
al son de humilde guitarra 
bajo el ombú colosal! 
¡Si tus ojos se han nublado 
entre mil aclamaciones, 
si tus cielos y canciones 
en el pueblo vivirán! 
Cantando de pago en pago, 
y venciendo payadores, 
entre todos los cantores 
fuiste aclamado el mejor; 
pero al fin caíste vencido 
en un duelo de armonías, 
después de payar dos días; 
y moriste de dolor. [ 2.] 
Como el antiguo guerrero 
caído sobre su escudo, 
sobre tu instrumento mudo 
entregaste tu alma a Dios; 
y es fama, que al mismo tiempo 
que tu vida se apagaba, 
la bordona reventaba 
produciendo triste son. 
No te hicieron tus paisanos 
un entierro majestuoso, 
ni sepulcro esplendoroso 
tu cadáver recibió; 
pero un Pago te condujo 
a caballo hasta la fosa, 
y muchedumbre llorosa 
su última ofrenda te dio. 
De noche bajo de un árbol 
dicen que brilla una llama [ 3.], 
y es tu ánima que se inflama, 
¡Santos Vega el Payador! 
¡Ah, levanta de la tumba! 
muestra tu tostada frente, 
canta un cielo de repente [4.] 
¡o una décima de amor! 
Cuando a lo lejos divisan 
tu sepulcro triste y frío, 
oyen del vecino río 
tu guitarra resonar. 
y creen escuchar tu voz 
en las verdes espadañas, 
que se mecen cual las cañas 
cual ellas al suspirar. 
Y hasta piensan que las aves 
dicen al tomar su vuelo: 
"¡Cantando me he de ir al cielo; 
cantando me han de enterrar!" 
Y te ven junto al fogón, 
sin que nada te arrebate, 
saboreando amargo mate 
veinte y cuatro horas payar. 
Tu alma puebla los desiertos, 
y del Sud en la campaña 
al lado de una cabaña 
se eleva fúnebre cruz; 
esa cruz, bajo de un tala 
solitario, abandonado, 
es un símbolo venerado 
en los campos del Tuyú. 
Allí duerme Santos Vega; 
de las hojas al arrullo 
imitar quiere el murmullo 
de una fúnebre canción. 
no hay pendiente de sus gajos 
enlutada y mustia lira, 
donde la brisa suspira 
como un acento de amor. 
Pero las ramas del tala 
son mil arpas sin modelo, 
que formó Dios en el cielo 
y arrojó en la soledad; 
si el pampero brama airado 
y estremece el firmamento, 
forman místico concento 
el árbol y el vendaval. 
Esa música espontánea 
que produce la natura, 
cual tus cantos, sin cultura, 
y ruda como tu voz, 
tal vez en noche callada, 
de blanco cráneo en los huecos, 
produce los tristes ecos 
que oye el pueblo con pavor. 
¡Duerme, duerme Santos Vega! 
que mientras en el desierto 
se oiga ese vago concierto, 
tu nombre será inmortal; 
y lo ha de escuchar el gaucho 
tendido en su duro lecho, 
mientras en pajizo techo 
cante el gallo matinal [ 5.]
¡Duerme! mientras se despierte 
del alba con el lucero 
el vigilante tropero 
que repita tu cantar, 
y que de bosque en laguna, 
en el repente o la hierra, 
se alce por toda esta, tierra 
como un coro popular. 
Y mientras al gaucho errante 
al cruzar por la pradera, 
se detenga en su carrera 
y baje del alazán; 
y ponga el poncho en el suelo 
a guisa de pobre alfombra, 
y rece bajo esa sombra, 
¡Santos Vega, duerme en paz! 
1838



III. El pato 

I

Clara, bella y perfumada,
era una tarde serena,
de esas tardes en que el cielo 
todas sus galas ostenta,
en que la brisa y la flor
nos hablan con voz secreta,
en que las bellas inspiran, 
en que medita el poeta,
en que el infame se esconde, 
en que el pueblo se recrea. 
Y matizando la alfombra
de una extendida pradera 
se ve una alegre cuadrilla
con sus vestidos de fiesta,
porque cien gauchos reunidos
las pascuas de dios celebran. 
En las ancas del caballo
cada cual lleva su bella, 
el que ufano con su carga 
bate el suelo con soberbia,
mientras que el viento levanta
la nevada pañoleta,
que acaricia las mejillas
del jinete a quien estrecha 
tal vez por no resbalar...
quizá de puro coqueta.
No llevan collares de oro,
ni caravanas de perlas, 
ni relucientes sombreros,
ni corbatines de seda: 
humildes son los vestidos 
que las mujeres ostentan;
y bajo pieles curtidas 
y de ponchos de bayeta
aquel rústico gauchaje
alma independiente alberga
como el tosco ñandubay 
bajo su áspera corteza
roba a la vista del hombre
del corazón la belleza. 


II

Encima de una loma
se ven a las muchachas
haciendo con donaire
pañuelos agitar; 
y en tanto, en la llanura
en círculo formados,
se ven de los jinetes 
los ponchos ondear.

Sus ojos resplandecen
radiantes de alegría,
que templa con sus sombras, 
del rostro la altivez.
Con juegos herculáneos 
festejarán el día,
que el pueblo hasta jugando
respira robustez.

Diríase campeones 
que esperan la pelea
que anuncian con estruendo
las lenguas del clarín:
la inercia los consume, 
mas si el cañón humea,
con varonil coraje
buscan glorioso fin.

Tal vez unas carreras 
esperan a porfía
para cubrir de palmas 
al potro más veloz...
Más no, todos desean
robustecer el alma,
por eso ¡El Pato! ¡El Pato! 
Repiten a una voz.

¡El Pato! juego fuerte
del hombre de la pampa, 
tradicional costumbre
de un pueblo varonil 
para templar los nervios, 
para extender los músculos
como en veloz carrera, 
en la era juvenil.

Las fiestas populares
de un pueblo de valientes
semejan a las rudas 
caricias del león,
porque el pampero raudo
batiendo en esas frentes
parece que inocula 
vigor al corazón.

Ya todos se aprestaban
a comenzar la pugna,
asiendo de las garras
con fuerza de titán:
los pies en los estribos 
apoyan con pujanza,
y esperan afanosos
de jefe la señal. 

Las madres, las esposas
contemplan aquel grupo, 
pendientes del latido
del brazo muscular;
mas de repente vese
que las manijas sueltan,
y se oye entre el corrillo
sordo rumos vagar.

¿Quién les desarmó la fuerza
de los cincuenta brazos,
que un pingo gigantesco
podrían sacudir? 
Dos hombres que se acercan
al medio de la liza,
y muestran ser campeones 
que quieren combatir.


III

El uno es Diego Zamora
apellidado el "valiente"
cuya daga vencedora
a sus contrarios devora
y es el terror de la gente. 

Su mirada decidida
y negra su cabellera; 
y una sonrisa atrevida
del labio está suspendida
revelando un alma fiera. 

Lleva un facón en la falda.
Lleva un poncho balandrán
terciado por media espalda, 
y del campo la esmeralda
huella en un potro alazán.

El otro es Pedro de Obando,
compañero de fatigas 
de Zamora, y peleando
anda con él desafiando
las partidas enemigas.

Estriba con bizarría 
y la espuela nazarena 
suspira en dulce armonía,
como grillos a porfía 
lloran del preso la pena.

Guapos el Pago los llama,
y el alcalde salteadores,
pero publica la fama 
que no la avaricia inflama
su pecho en vivos ardores. 

Ligados por nudo fuerte,
los dos siguen un camino: 
hermanos de vida y muerte
aceptan la misma suerte 
bajo el yugo del destino. 


IV 

Adelantóse Zamora
y sujetando la rienda,
pidió parte en la contienda
con altanera atención. 
Todos a una voz gritaron
"que entren Zamora y Obando". 
Y entonces el pato tomando, 
Zamora con él salió.

Picaron todos de espuelas
galopando a rienda suelta 
para procurar la vuelta 
del jinete vencedor;
mas en vano corren, vuelan, 
gritan, pegan, forcejean,
y resudan y espolean,
y le siguen con furor.

Hasta que al fin un jinete 
lo alcanza, y con mano fija
asiendo de la manija
hizo el caballo cejar,
pero Zamora con furia 
lo lleva de una pechada,
dejando en tierra estampada 
de su triunfo la señal. 

Pero tres nuevos atletas 
dispútanle su presea,
y él en tremenda pelea 
la disputa a todos tres. 
Forcejean, y tendidos
furiosos luchan en vano 
por quebrantar una mano
que hierro parece ser.

Crujen, se estiran los miembros,
se hinchan de sangre las venas, 
y enronquecidos, apenas
pueden el aire lanzar;
mas él, firme en sus estribos
como animado centauro 
disputa a todos el lauro
en combate desigual. 

Llegan tres más, y Zamora
con la presteza del rayo 
dando riendas al caballo
las manijas les quitó: 
dos de ellos fueron al suelo 
en pos del tremendo empuje,
y el que queda firme ruge 
de vergüenza y de furor.



y corriendo 
desbandados,
y empapados 
en sudor, 
a Zamora
todos siguen, 
y persiguen 
con furor.

Ya lo alcanzan
o despuntan, 
ya se juntan 
en redor,
cual las hojas 
de una planta 
que levanta
el ventarrón. 

Cual relámpago
flamígero,
el alígero
alazán
los zanjones
que encontraba
los salvaba
sin parar.

Y por último,
rendidos, 
alaridos 
dan de paz,
y las gorras 
que se quitan 
las agitan
en señal. 


VI 

Zamora entonces levantando en alto
el pato, cual si fuese una bandera,
detiene del caballo la carreta
y le hace el freno con furor tascar, 
y así parado en medio de la pampa
con su ademán a todos desafía; 
mas viendo que ninguno se movía 
dirige a todos la señal de paz.

Torció las riendas del soberbio bruto
y a trote largo adelantóse al rato 
llevando al lado el disputado pato 
que a gruesas gotas de sudor ganó;
y al acercarse ante el vencido corro, 
se desciñó del rostro su barbijo,
y estas palabras atrevidas dijo
que la turba entre aplausos recibió:

"si hay quien dispute que gané la palma 
"átese al punto a la cintura un lazo,
"que yo tan sólo con mi izquierdo brazo
"jinete, y pingo, y pato arrastraré".
Nadie admitió su formidable reto: 
tan sólo Obando en ademán airado
sacó del anca un lazo que arrollado 
una serpiente parecía ser. 

Por la presilla lo fijó en su cuerpo 
y por la argolla se lo dio a su amigo
quien se admiraba hallar un enemigo 
en el hermano que le diera dios; 
pero impulsado por feroz orgullo,
asió del lazo en la siniestra mano, 
y a gran galope atravesando el llano,
tirante el lazo entre los dos quedó.

Cual hosco toro que en lazada envuelto
se niega altivo a obedecer la fuerza, 
y rebramando con furor se esfuerza,
y aspa y pezuña quiere allí clavar,
tal Pedro Obando con poder resiste
al férreo brazo de que está pendiente, 
mientras el lazo entre los dos, crujiente,
se ve como una víbora oscilar. 

Silencio pavoroso en torno reina:
enmudece el frenético alarido, 
y sólo se oye el fúnebre quejido
del lazo palpitante entre los dos; 
mas de repente resonó un gemido 
dos espirales al formar el lazo,
y en cada cual llevando su pedazo, 
envuelto en él al polvo descendió.[ 6.] 

1839




IV. El caballo del gaucho 

Mi caballo era mi vida, mi bien, mi único tesoro. 
Juan M. Gutierrez 

Mi caballo era ligero
como la luz del lucero
que corre al amanecer;
cuando al galope partía
al instante se veía
en los espacios perder.

Sus ojos eran estrellas
sus patas unas centellas,
que daban chispas y luz:
cuanto lejos divisaba
en su carrera alcanzaba,
fuese tigre o avestruz.

Cuando rendía mi brazo
para revolear el lazo
sobre algún toro feroz,
si el toro nos embestía,
al fiero animal tendía
de una pechada veloz.

En la guardia de frontera
paraba oreja agorera
del indio al sordo tropel,
y con relincho sonoro
daba el alerta mi moro
como centinela fiel.

En medio de la pelea,
donde el coraje campea,
se lanzaba con ardor;
y su estridente bufido
cual del clarín el sonido
daba al jinete valor.

A mi lado ha envejecido,
y hoy está cual yo rendido
por la fatiga y la edad;
pero es mi sombra en verano,
y mi brújula en el llano,
mi amigo en la soledad.

Ya no vamos de carrera
por la extendida pradera
pues somos viejos los dos.
¡OH mi moro, el cielo quiera
acabemos la carrera
muriendo juntos los dos!

1838





V. La revolución del Sud 

I. A Buenos Aires

"El cuello atado a la servil cadena
"del tirano postrándose a los pies,
"Buenos Aires esclava y miserable
"ya no es el pueblo de ochocientos diez."

¡OH Patria! así decían, y entretanto
tú oías esas voces con desdén,
esperando mostrar con grandes hechos
que eras el pueblo de ochocientos diez. 

La vista al suelo con dolor bajabas,
pero en tu corazón había fe,
y ardiente por tus venas aún corría
la sangre pura de ochocientos diez. 

Y de repente, cual gigante inmenso
a quien dormido ataran al cordel,
despertaste rompiendo tus cadenas
como en el día de ochocientos diez.

"¿Quién alza el grito?", preguntó el tirano,
y trueno sordo retumbó a sus pies,
y la corneta contestó en la pampa:
"¡Yo soy el pueblo de ochocientos diez!" 

Fuiste vencida, cara patria mía,
tus legiones sufrieron un revés,
pero nadie dirá que no caíste
como los héroes de ochocientos diez. 

En sus lanzas filosas levantaron
los sicarios del déspota cruel,
del inmortal Castelli la cabeza,
del hijo noble de ochocientos diez.

De la sangre del mártir de la Patria
de cada gota un héroe ha de nacer,
sangre fecunda, como fue fecunda
la de los muertos de ochocientos diez. 

Tus nobles hijos, al mirar su busto,
del polvo alzaron la humillada sien,
y levantaron con robustos hombros
el ara santa de ochocientos diez. 

"¡Venganza al pueblo!", prorrumpieron todos,
"¡Palmas al mártir que murió con fe!
"¡Gloria al que caiga en medio del combate!
"¡Gloria a los hijos de ochocientos diez!"

Se vio agitar del mártir la cabeza
y su ojo frío se volvió a encender,
y desatado el labio a la palabra,
clamó: "¡Sois hijos de ochocientos diez!" 


II. El alzamiento

En la llanura de la inmensa pampa, 
do de América el genio, firme estampa
su huella colosal;
do el Pampero con alas de gigante
la nube arrastra y la ola que espumante
alza la tempestad, 

levanta erguida el gaucho su cabeza,
con el sello de agreste gentileza
y de genial virtud,
cuya negra melena al aire flota
en la tostada frente a la que azota
el ábrego del sud.

¡El gaucho! noble tipo americano,
que desdeña doblar ante un tirano
su indómito cerviz,
que despreciando halagos femeniles,
conserva los alientos juveniles
de una raza viril.

Entregado en su estancia al pastoreo, 
no escucha el importuno clamoreo
que eleva la ciudad,
sino cuando la patria acongojada 
le demanda el apoyo de su espada 
para su ley guardar.

Así, cuando la horrenda tiranía
de Rosas se afirmó, en su agonía
la Patria le llamó:
y al escuchar su voz, se alzó cual rayo
del lado del hogar, montó a caballo 
y la lanza empuñó. 

"¡A las armas, valientes! ¡Al combate! 
"¿A quién cobarde el corazón no late
"al toque de reunión?
"¡A sus puestos, guerreros argentinos!
"¡Venid cantando vuestros patrios himnos
"al trueno del cañón!"

Así dijo Castelli, y mil valientes,
al toque del clarín, vuelan ardientes
la patria a libertar;
no es Castelli caudillo de alta hazaña:
hombre del pueblo, vive en la cabaña
de la mansión rural; 

pero la hermosa causa que proclama,
millares de hombres a su lado llama,
que no saben quién es,
vuelan a las banderas de la gloria, 
y en su frente presagios de victoria
creeríanse leer.

Castelli los convoca a la pelea
al pie del pabellón que al aire ondea,
y que en Mayo nació;
y en su serena faz resplandecía
el entusiasmo santo en que él ardía
cuando: "¡Igualdad!" gritó.

De guerreros cubierta la llanura, 
y la bandera azul cual siempre pura
se miró relucir;
y a la sombra del símbolo divino 
pronunció juramento el argentino
de ser libre o morir. 

Castelli desnudó su fuerte espada,
y a lo cielos la vista levantada,
sereno meditó:
cruzó su frente signo misterioso,
y a los libertadores dijo ansioso
con alta inspiración: 

"¡Compatriotas!, se acerca el fausto día,
"de ventura, de paz y de alegría,
"de vivir o morir;
"después que revolquemos en la tierra
"al tirano feroz, no habrá más guerra 
"y se podrá vivir.

"¡Soldados!, un antiguo veterano
"que esta bandera sustentó en su mano,
"os convoca a la lid.
"¿Insensibles seréis a su llamado, 
"y al gemido doliente y prolongado
"de la Patria infeliz?

"¡Cómo serlo! ¡Y el bravo miliciano
"monta a caballo, y con el sable en mano
"se apresta a combatir
"¡ya el pueblo entero se alza como un hombre 
"invocando de Patria el santo nombre
"con eco varonil! 

"A las armas, valientes argentinos,
"venid a decidir vuestros destinos
"con grande corazón.
"¡Paisanos a las armas! Derroquemos 
"al infame tirano a quien debemos
"llanto y desolación.

"De lo alto del pirámide sagrado
"¡Libertad! por tres veces aclamado
"el arcángel de Dios.
"¡En su cumbre, después de esta cruzada,
"la bandera argentina laureada 
"pondremos con honor!" [7]

¡Viva la Patria! ¡Viva! 
¡Guerra al tirano! ¡Guerra!
Por todo el llano y sierra
se siente retumbar. 
Tres mil libertadores
por la cruz de su espada
a la Patria adorada
juraron libertar. 

Castelli, Rico y Olmos
al frente de sus bravos,
a los torpes esclavos
prometen humillar.
Y en alto los aceros,
¡Al combate! , gritaron,
y al combate volaron
al son de himno triunfal. 

¿En su entusiasmo de héroes,
en sus nobles facciones,
conocéis los campeones
de Salta y de Maipú?
Son ellos, que atrevidos
con grande fe en el alma
adornarán con palma
el estandarte azul;

o morirán como héroes 
legando un alto ejemplo,
que brillará en el templo
de la inmortalidad.
¡Honor para la Patria, 
si rompen sus cadenas!
¡Honor, si de sus venas
la sangre sólo dan! 


III. Chascomús 

Mirad la extensa laguna
de Chascomús: majestuosa 
Sobre la pampa reposa 
bajo esa bóveda azul.
Allí fue que en otros tiempos 
sobre el indio fugitivo,
llegó el español altivo
y alzó la gigante cruz.

¿Quién, atronando su orilla
con acento furibundo,
turba el silencio profundo
que reina en la soledad?
Por una parte, un gran pueblo
que sus derechos reclama;
por otra, turba que infama
a Dios y la humanidad.

Hoy la víctima y verdugo
se han mirado frente a frente, 
y van en batalla ardiente
a deslindar la cuestión.
¡Oh señor, tú que los orbes
sustentas entre tus manos, 
dispénsale a mis hermanos
tu divina protección!

Toca el clarín a la carga,
y cargando a los esclavos, 
se arroja el pueblo de bravos
con alientos de titán. 
¡Viva la Patria! ¡Victoria! 
¡Muera el tirano! clamando, 
van las legiones segando
a sable, lanza y puñal.

Mas ¡ay!, sus nobles cabezas
se doblan ensangrentadas,
y se miran pisoteadas
por la mesnada feroz.
¡Será, gran Dios, que tu diestra
mi Patria infeliz azota,
y que su bandera rota
sea alfombra al opresor!

¡Aun no! Del fuerte Castelli 
en medio de la pelea
aun la azul bandera ondea 
y es un punto de reunión.
Recorriendo va a galope
las legiones desbandadas,
gritando: "Tenéis espadas; 
"¡venid, morid con honor!"

Sereno a su lado marcha
Crámmer, valiente y experto;
pero cayó al suelo muerto, 
y la pelea cesó. [8]
Sólo los muertos quedaron 
en la llanura tendidos,
y huyeron despavoridos 
el vencido y vencedor.

Gloria y honor y laureles
al que muere batallando,
y que sus ojos cerrando
aun exclama: "¡Libertad!"
Gloria eterna a los que alzaron
la bandera de esperanza,
y elevaron en su lanza
los dogmas de la Igualdad.

Nada importa una derrota: 
¡No hay que plegar su bandera! 
¡El tigre del Plata muera!
¡O ser libres o morir! 
Argentinos, a caballo,
y mil veces más, vencidos,
otras mil veces reunidos,
volvamos a combatir. 


IV. Castelli

Por los llanos inmensos de la pampa
vaga Castelli triste y silencioso, [9]
y en su semblante pálido y ansioso 
está grabado el sello del dolor;
Fiel adalid de un pueblo generoso
cayó con él en medio del combate, 
mas la derrota que al cobarde abate
no ha destemplado el varonil valor.

Extiende en torno suyo la mirada,
y en la patria cautiva piensa el bravo; 
no ve sino al tirano y al esclavo,
al verdugo y la víctima infeliz.
A espectáculo tal cae de rodillas
con la vista clavada al firmamento,
y prorrumpiendo en dolorido acento:
"¡OH Patria mía, mísera de ti!"

Oyese entonces en el vecino bosque
el rumor de las armas estridente,
y apretando la espada fuertemente,
con ademán resuelto se erguió; 
y vio venir a él, husmeando sangre,
los feroces lebreles del tirano,
como a la hambrienta jauría que en el llano
a su víctima acosa con furor.

"¡Muere, salvaje!", rugen los bandidos, 
y él les responde: -"Moriré peleando;
"si no triunfé en el campo batallando,
"con mi muerte, de todos triunfaré."
Y a Dios encomendando su alma fuerte,
traba con todos angustiosa lucha,
y circundando, con tesón relucha,
y repite; -"Peleando moriré."

Al suelo cayó al fin hecho pedazos
sin desmayar su espíritu valiente,
y dio a la patria con valor consciente 
cuanto podía como mártir dar.
Y los feroces tigres carniceros
el cadáver caliente degollaron,
y con impía planta profanaron
los despojos del héroe popular.

Y su busto sangriento y palpitante 
pusieron por escarnio en la picota;
y su sangre que cae gota por gota
marcando está las horas del dolor.
El pueblo le contempla con asombro
y de su labio cárdeno y helado
parece que esperase atribulado
el grito de Esperanza y Redención.

Clavada está en un palo su cabeza
cual señal que concita a la venganza,
como faro que alienta la esperanza
para un tiempo de paz y libertad;
que si hoy como trofeo al despotismo
se mira torpemente escarnecida,
un día llegará en que bendecida
la circunde aureola celestial.

Héroe del Sud, tus pálidas cenizas
por la pampa se encuentran dispersadas,
pero de todo un pueblo veneradas 
tienen sepulcro en cada corazón;
en la inmortal memoria de tu pueblo
que nunca el heroísmo ha renegado, 
tu nombre como en bronce está grabado.
Tiene tu noble espíritu mansión.


V. Los emigrados

Los rotos escuadrones
salvados del cuchillo,
buscando otro caudillo
volviéronse a reunir;
y en el Tuyú cercados,
con varonil fiereza
juraron con firmeza
Libertad o morir.

El vencedor soberbio
cubierto de humor rojo,
en su brutal enojo
esto llegó a decir:
"Rendiréis vuestras armas
y seréis mis esclavos."
Y responden los bravos:
"¡Libertad o morir!"

Olmos y Rico dicen
a sus fieles guerreros: 
"¡Valientes compañeros,
"ya vamos a partir; 
"el fuego de la Patria
"en el alma llevemos 
"y por ella juremos
"Libertad o morir.

"Para salvar las armas,
"dejamos este suelo; 
"buscando con anhelo
"campo en que combatir: 
"y sea nuestro grito 
"al dejar esta playa,
"y al entrar en batalla, 
"¡Libertad o morir!"

"¡Busquemos otro campo!"
Mil veces contestaron...
¿Pensáis que derramaron
un llanto femenil?
En mísero abandono
sus hogares dejaban,
y tan sólo exclamaban:
"¡Libertad o morir!"

Antes que como infames 
doblegar la cabeza, 
supieron con firmeza
sus cabezas erguir: 
y dejaron la Patria
y a las naves subieron,
y otra vez repitieron:
"¡Libertad o morir!" 

"Adiós, patria", decían,
"para ti viviremos,
"y por ti moriremos
"en la porfiada lid; 
"que si tus caras playas
"hemos abandonado, 
"es porque hemos jurado 
"¡Libertad o morir!"





Epílogo

Por las llanuras del Sud
yacen doquier esparcidas
las semillas bendecidas
del árbol de libertad.
Con la sangre del martirio
ha sido ese árbol regado:
si sus ramas han cortado,
el tronco intacto quedó.

Cuando en los campos del Sud
clave su pendón la gloria, 
y el arcángel de victoria 
bata su palma inmortal,
con potente lozanía 
brotarán esos raigones,
y gigantes dimensiones
el árbol adquirirá.


1840



Notas del autor 

1. Esta composición pertenece a un género que puede llamarse nuevo, no tanto por el asunto cuanto por el estilo. Las costumbres primitivas y originales de la pampa han tenido entre nosotros muchos cantores, pero casi todos ellos se han limitado a copiarlas toscamente, en vez de poetizarlas poniendo en juego sus pasiones modificadas por la vida del desierto, y sacar partido de sus tradiciones y aun de sus preocupaciones. Así es que, para hacer hablar a los gauchos, los poetas han empleado todos los modismos guachos, han aceptado todos sus barbarismos, elevando al rango de poesía una jerga, muy enérgica, muy pintoresca y muy graciosa, para lo que conocen las costumbres de nuestros campesinos, pero que por sí no constituye lo que propiamente puede llamarse poesía. La poesía no es la copia servil, sino la interpretación poética de la naturaleza moral y material, tanto en la pintura de un paisaje, como en el desarrollo lógico de una pasión o de una situación dada. Así como en pintura o en estatuaria la verdad artística no es la verdad material, puesto que no es el mejor retrato el que más exactamente copia los defectos, así también la verdad poética es muy distinta de la realidad concreta, es decir, que sin ser precisamente el trasunto de la vida de todos los días, es sin embargo hasta cierto punto su idealización que sin perder de vista el original, lo ilumina con los colores de las imaginación, agrupa en torno suyo los elementos que no se encuentran reunidos en un solo individuo, y que no obstante existen dispersos, y que reunidos forman lo que se llama un tipo. Así es como he comprendido la poesía, y así la han comprendido todos los grandes maestros, si estudiamos con atención sus obras. La elegía a Santos Vega no es sino la aplicación ingenua de esta teoría: en ella he procurado elevarme un poco sobre la vida real, sin olvidar el colorido local y sin dejar de mantenerme a la altura de la inteligencia del pueblo. Por lo demás, ella se funda en la tradición popular que ha hecho de Santos Vega una especie de mito: que vive en la memoria de todos, envuelto en las nubes prestigiosas del misterio, sin haber dejado otra cosa que la tradición de sus versos improvisados, que el viento de la pampa se ha llevado. 
2. Histórico. Santos Vega murió de pesar, según tradición, por haber sido vencido por un joven desconocido, en el canto que los gauchos llaman de contrapunto, o sea réplicas improvisadas en verso, al son de la guitarra que pulsa cada uno de los cantores. Cuando la inspiración del improvisador faltó a su mente, su vida se apagó. La tradición popular agrega que aquel cantor desconocido era el diablo, pues sólo él podía haber vencido a Santos Vega. 
3. Los gauchos dan el nombre de vela (encendida) a los fuegos fatuos que se levantan de los sepulcros, y que suponen son el alma en pena de los muertos. 
4. Lo mismo que improvisado. 
5. Reminiscencia de un pensamiento de Thomas Grey, que, aunque lejana, tuve presente al escribir estos versos. 
6. Esta composición pertenece también al género gaucho, tal como lo había concebido en la época en que me ocupaba en escribir poesías. Es un cuadro de costumbres bajo una forma dramática, en el cual, evitando la monotonía del género descriptivo, he procurado desenvolver una acción sencilla en torno del juego que forma el verdadero asunto. El juego del pato no existe ya en nuestras costumbres: es un recuerdo lejano. Prohibido bajo penas severas, a consecuencia de las desgracias a que daba origen, el pueblo lo ha ido dejando poco a poco, pero sin olvidarlo del todo. En su origen, este juego homérico, que tiene mucha semejanza con algunos de los que Ercilla describe en la Araucana, se efectuaba retobando un pato dentro de una fuerte piel, a la cual se adaptaba varias manijas de cuero también. De estas manijas se asían los jinetes para disputarse la presa del combate que generalmente tenía por arena toda la pampa, pues el que lograba arrebatar el pato procuraba ponerse en salvo, y la persecución que con este motivo se hacía, era la parte más interesante del juego. Posteriormente se ha dado el nombre de pato a todo ejercicio en que dos jinetes, asidos de las manos o ligados por medio de un lazo atado a la cintura, procuran derribarse de sus respectivos caballos. Después de haber descrito el paso primitivo, creí que el cuadro no quedaría completo si no presentaba al mismo tiempo una pintura del modo de jugarlo por medio del lazo, y tal es el objeto de la lucha que tiene lugar entre Obando y Zamora. 
7. La proclama, que se pone en boca de Castelli, es la traducción casi literal de la que él dirigió a los pueblos, en el momento de levantar el estandarte de la revolución del sud. 
8. Crámer, que era el segundo de Castelli, murió en la batalla de Chascomús. Nacido en Alemania, se había distinguido en la guerra de la Independencia, y en la batalla de Chacabuco mandaba un batallón de infantería con el cual contribuyó al éxito de la victoria. 
9. Según algunos, Castelli murió insensato, como el rey Lear, sintiendo las angustias de un corazón magnánimo devastado por el infortunio. Esta situación sublime, poetizada por Shakespeare, hubiera podido explotarse en este poema, al apagar en el héroe de la revolución del sud la luz de la razón, y poner en su boca palabras delirantes de patria y libertad, pero dejando intacto su corazón para sentir. Tal era, sin duda, la situación que adopte el poeta futuro que cante ese hecho, digno de la epopeya, aun cuando no fue coronado por la victoria. Por lo que a mí respecta, cantor de circunstancias, teniendo en vista producir un poema patriótico dedicado a mis contemporáneos he preferido la situación más vulgar, y por consecuencia la menos poética, a trueque de llegar más directamente al objeto que me proponía, que era exaltar el sentimiento grandioso del sacrificio deliberado.
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