jueves, 12 de marzo de 2015

FRANCISCO DE ALDANA [15.191]


Francisco de Aldana

Francisco de Aldana (Nápoles, 1537 ó 1540 - Alcazarquivir, Marruecos, 4 de agosto de 1578) fue un militar español y uno de los más importantes poetas del siglo XVI, en la segunda fase del Renacimiento español.

Retrato de Don Sebastián de Portugal. Francisco de Aldana murió sirviéndole como general en la batalla de Alcazarquivir.
Gran parte del conocimiento de la vida de Francisco de Aldana proviene del memorial que él mismo dirigió a Felipe II poco antes de su muerte.

No se sabe a ciencia cierta donde nació Aldana, creyendo Rodríguez Moñino que era natural de Alcántara, si bien la mayoría de los estudiosos consideran que nació en Nápoles, probablemente en 1537. Era hijo de Antonio Villela de Aldana, capitán de la guarnición militar destacada allí. Su juventud la pasó en Florencia, entregado al estudio de las lenguas clásicas y de los autores de la antigüedad, de los que llegó a ser un buen conocedor; además llegó a dominar incluso una docena de lenguas. Como poeta, es uno de los representantes del neoplatonismo en la poesía española. Como poeta fue tan alabado en su época que fue llamado el Divino por el mismo Miguel de Cervantes Saavedra, quien lo nombra en su obra de la Galatea y "símbolo del Renacimiento" por los creadores del Diccionario de Autoridades, quienes lo hicieron figurar entre la Autoridades de la Lengua.

Como su padre y su hermano se consagró a la carrera militar, que no tardó pronto en detestar ansiando la vida contemplativa, y combatió como capitán en San Quintín, donde tuvo una actuación destacada, tanto que el emperador Carlos I de España lo mencionaría por su valor; y, ya general de Artillería, fue enviado a Flandes en 1572 bajo el mando de don Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez, hermano del duque de Alba; durante el sitio de Harlem, donde fue herido por un mosquetazo en un pie.

Residió en la corte de los Médicis en Florencia, donde concluyó su formación. De vuelta en España, en 1571 fue alcalde del castillo de San Sebastián y un gran consejero y amigo del rey, Felipe II de España. Puesto por el rey al servicio del rey de Portugal Don Sebastián, sobrino de Felipe II, el rey lo apreció tanto que le regaló un collar de oro por valor de mil ducados. Francisco de Aldana, junto a Diego de Torres, fue el encargado de llevar a cabo la exploración del territorio marroquí, disfrazado de judío, labor que hizo en dos meses. Francisco, conocedor de casi una docena de lenguas, no tuvo problemas para desempeñar esta difícil misión. Murió el 4 de agosto de 1578 luchando contra los musulmanes en la batalla de Alcazarquivir, como general de la infantería de la expedición de Don Sebastián, aunque había desaconsejado esa empresa y estaba a disgusto con la idea.

Obra

Su hermano Cosme editó en dos partes (Milán, 1589; Madrid, 1591) lo que pudo hallar de su obra, en la que destacan en particular los sonetos donde revela su desengaño y disgusto por la vida militar que llevaba y expresa su deseo de retirarse para llevar una vida contemplativa en soledad y en contacto con la naturaleza. También son importantes una Fábula de Faetonte en endecasílabos blancos, la muy original Canción a Cristo crucificado y la extraordinaria Epístola a Arias Montano sobre la contemplación de Dios y los requisitos della (1577), en tercetos encadenados, de inspiración neoplatónica, que ha pasado a todas las antologías de poesía en castellano como obra clásica por contenido y estilo:


Pienso torcer de la común carrera
que sigue el vulgo y caminar derecho
jornada de mi patria verdadera;
entrarme en el secreto de mi pecho
y platicar en él mi interior hombre,
dó va, dó está, si vive, o qué se ha hecho.
Y porque vano error más no me asombre,
en algún alto y solitario nido
pienso enterrar mi ser, mi vida y nombre
y, como si no hubiera acá nacido,
estarme allá, cual Eco, replicando
al dulce son de Dios, del alma oído.

Influencia

Fue muy admirado por Francisco de Quevedo, quien le llamó: "doctísimo español, elegantísimo soldado, valiente y famoso soldado en muerte y en vida". Intentó editar sus obras en el siglo XVII para combatir el lenguaje culterano. Cervantes lo coloca junto a Boscán y Garcilaso. También fue reverenciado por los poetas de la Generación del 27, especialmente por Luis Cernuda, quien estudiò al poeta en su obra Tres poetas metafísicos.

Obras

Al cielo
Alma Venus gentil, que al tierno arquero
¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando
Cuál nunca osó mortal tan alto el vuelo
El ímpetu cruel de mi destino
Es tanto el bien que derramó en mi seno
Galanio, tú sabrás que esotro día
Hase movido, dama, una pasión
Mil veces callo que romper deseo
Mil veces digo, entre los brazos puesto
Otro aquí no se ve que, frente a frente
Por un bofetón dado a una dama
Reconocimiento de la vanidad del mundo

Otros poemas

Carta para Arias Montano (también conocida como Epístola a Arias Montano)
Pocos tercetos escritos a un amigo

Bibliografía

A la soledad de nuestra Señora la Madre de Dios. Ms. Madrid, Biblioteca Nacional, 2058, fol. 138r-141v.
Canción a la Soledad de la Madre de Dios y Soneto al Sepulcro de Nuestro Señor. Edic. de B. J. Gallardo. En: Ensayo de una biblioteca española de libros raros y curiosos. Madrid: s.n., 1863, Vol. I, cols. 129-131.
Epistolario poético completo. Noticia preliminar por A. Rodríguez Moñino. Edic. de 500 ejemplares numerados. Badajoz: Diputación Provincial. Instituto de Servicios Culturales (Madrid, Graf. Ugina), 1946, 126 p.
Hombre adentro, Epístola de ... El Divino y Epístola moral a Fabio. Edic. de J. M: de Cossío. México: Séneca, 1941, 58 p.
Obras completas. Edic. de Manuel Moragón Maestre. Madrid: C.S.I.C., 1953, 2 v.
Octava de muerte del Serenísimo Príncipe don Carlos, del único Aldana. En: Rey de Artieda, A. Discursos, epístolas y epigramas de Artemidoro. Zaragoza: s.n., 1605, fols. 29v-30r.
Poesías. Ms. Madrid, Biblioteca Nacional, n. 17719.
Poesías. Ms. Madrid, Biblioteca Nacional, n. 18140.
Poesías. Prólogo, edición y notas de E. L. Rivers. Madrid: Espasa-Calpe, 1957, 151 p.
Primera parte de las obras que hasta agora se han podido hallar del capitán... Agora nuevamente puestas en luz por su hermano Cosme de Aldana. Milán: Pablo Gotardo Panda, 1589.
Primera parte de las obras. S.l.: s.n., s.a., 158 fols.
Retrato a Gabriel Lasso de la Vega. En: Lasso de la Vega, Gabriel. Cortés valeroso... Madrid: s.n., 1588, Preliminares.
Segunda parte de las obras que se han podido hallar del capitán... Sacadas a luz nuevamente por Cosme Aldana. S.l.: s.n., s.a, 160 hs.
Segunda parte de las obras, que se han podido hallar. Madrid: Pedro Madrigal, 1591, 111 fols.
Soneto al sepulcro de Nuestro Señor. Ms. Madrid, Biblioteca Nacional, 2058, fol. 141v-142r.
Soneto. Florencia: Torrentino, 1563.
Todas las obras que hasta agora se han podido hallar... Agora nuevamente puestas en luz por Cosme de Aldana su hermano... Madrid: Luys Sánchez, 1593, 109 fols.
Fernando Martínez Laínez; José María Sánchez de Toca (2006). «Soldados y maestres». Tercios de España. La infantería legendaria. EDAF. pp. 202–204. ISBN 84-414-1847-0.
Poesías castellanas completas. Edic. de José Lara Garrido, Cátedra, Letras Hispánicas, Madrid, 1985.


Sonetos / Francisco de Aldana
edición de Ramón García González



- I -

   «¿Cuál es la causa, mi Damón, que, estando
en la lucha de amor juntos, trabados
con lenguas, brazos, pies, y encadenados
cual vid que entre el jazmín se va enredando,

   y que el vital aliento ambos tomando
en nuestros labios, de chupar cansados,
en medio a tanto bien, somos forzados
llorar y suspirar de cuando en cuando?»

   «Amor, mi Filis bella, que allá dentro
nuestras almas juntó, quiere en su fragua  
los cuerpos ajuntar también tan fuerte

   que, no pudiendo, como esponja el agua,
pasar del alma al dulce amado centro,
llora el velo mortal su avara suerte.»



- II -

   Mil veces digo, entre los brazos puesto
de Galatea, que es más que el sol de hermosa.
Luego ella, en dulce vista desdeñosa,
me dice: «Tirsis mío, no digas esto»

   Yo lo quiero jurar y ella, de presto,
tosa encendida de un color de rosa,
con un beso me impide y, presurosa,
busca atrapar mi boca con su gesto.

   Hágole blanda fuerza por soltarme
y ella me aprieta más y dice luego:
«No lo jures, mi bien, que yo te creo».

   Con esto, de tal fuerza a encadenarme
viene que Amor, presente al dulce juego,
hace suplir con obras mi deseo.



- III -

   «Solías tú, Galatea, tanto quererme
con un deseo tan vivo y tan ardiente
que, estando un solo punto de mi ausente,
de perdida temías luego perderme.

   Ahora, ya cruel, no puedes verme.
¿Cuál nueva sinrazón, cuál accidente,
nueva tigre cruel, nueva serpiente,
te hacen contra mí, sin defenderme?».

   Tirsis dijo esto, convertido en río,
y que riendo seguir: «El niño arquero  
sabe, mi bien, cuán grave mal sostengo».

   Responde ella llorando: «¡Ay Tirsis mío,
si más que estos dos ojos no te quiero,
que pierda yo la luz que en ellos tengo!».



- IV -

   «¿Ya te vas, Tirsis?» «Ya me voy, luz mía.»
«¡Ay, muerte!» «¡Ay, Galatea, qué mortal ida!»
«Tirsis, mi bien, ¿do vas?» «Do la partida
halle el último fin de mi alegría.»

   «Luego ¿en saliendo el sol?» «Saliendo el día.»
«¿Te vas sin dilatar?» «Me voy sin vida.»
«¡Ay, Tirsis mío!» «¡Ay, gloria mía perdida!»
«¡Mi Tirsis!» «¡Galatea, mi estrella y guía!»

   «¿Quién tal podrá creer?» «No hay quien tal crea.»
«¡Oh, muerte!» «Acabaré yo mis enojos.»
«¡Ay, grave mal! ¡Ay, mal grave y profundo!»

   «Tirsis, adiós.» «Adiós, mi Galatea.»
«Tirsis, adiós.» «Adiós, luz de mis ojos.»
«¡Oh, lástima!» «¡Oh, piedad, sola en el mundo!»



- V -

   De sus hermosos ojos dulcemente
un tierno llanto Filis despedía,
que por el rostro amado parecía
claro y precioso aljófar transparente.

   En brazos de Damón, con baja frente,
triste, rendida, muerta, helada y fría,
estas palabras breves le decía,
creciendo a su llorar nueva corriente:

   «¡Oh, pecho duro!, ¡oh, alma dura y llena
de mil durezas!, ¿dónde vas huyendo?,  
¿do vas con ala tan ligera y presta».

   Y él, soltando de llanto amarga vena,
de ella las dulces lágrimas bebiendo,
la besó... y sólo un ay fue su respuesta.



- VI -

   Por vuestros ojos juro, Elisa mía
-así con larga paz el cielo amigo
pueda volver de nuevo a ser testigo
de aquel morir, do vida se incluía-,

   que así cesó del monte el alegría
desque cesasteis vos de estar conmigo,
como va por nocturno y sin abrigo,
cuando alto siente, el causador del día.

   Y yo, por dar más fuerza a mi cuidado,
juré de siempre estar con baja frente  
y a nunca ver mi cara me dispongo;

   tal que, si alguna vez traigo el ganado
para abrevarlo en clara y fresca fuente,
los ojos cierro y nuevo curso impongo.



- VII -

   Crudas y heladas ondas fugitivas
que de mi bien la calidad hurtasteis,
cuando el hermoso pie ledas bañasteis,
al mayor sol entre mil piedras vivas;

   así, tan alta suerte, ondas esquivas,
como ésta que mi luz visteis y amasteis,
nunca os dejé de honrar, pues le abrazasteis,
y siempre andéis de tal suceso altivas,

   que, si de nuevo aquí volviere y ella
pisare algún peñasco helado y frío,
muy paso le digáis de esta manera:

   «A ti misma te pisas, ninfa bella,
pues yo la yerba en mis riberas crío
y matas tú quien honra a mi ribera».



- VIII -

   Si nunca, del umbroso y cavo seno
saliendo con tu Flora mano a mano,
Céfiro, viste en monte, en prado, en llano,
gozar el campo de tu nombre lleno;

   desecha ya, por Dios, del mar Tirreno
-si tus orejas hiere el son humano-
un movimiento crudo y tan insano
que el Noto levantó por caso ajeno;

   hincha las blancas velas, con las ondas
menos hinchadas ya, del favorable
y dulce soplo do mi bien consiste.

   Razón es, Santo Dios, que al fin respondas,
pues mi plegaria, justa y miserable,
contiene la razón que en ella viste.



- IX -

   Cuál nunca osó mortal tan alto vuelo
subir o quién venció más su destino,
mi clara y nueva luz, mi sol divino,
que das y aumentas nuevo rayo al cielo,

   cuanto el que pudo en este bajo suelo
-¡oh, estrella amiga!, ¡oh, hado peregrino!-
los ojos contemplar, que, de contino,
engendran paz, quietud, guerra y recelo...,

   bien lo sé yo, que Amor, viéndome puesto
do no sube a mirar con mucha parte
olmo, pino, ciprés ni helado monte,

   de sus ligeras alas dióme presto
dos plumas y me dijo: «Amigo, guarte
del mal suceso de Ícaro o Faetonte».



- X -

   Alma Venus gentil, que al tierno arquero
hijo puedes llamar y el niño amado
madre puede llamarte, encadenado
al cuello alabastrino el brazo fiero;

   yo, tu siervo Damón, pobre cabrero,
más no pudiendo dar de mi ganado,
a tus aras y altar santo y sagrado
ofrezco el corazón de este cordero.

   En memoria del cual, benigna diosa,
por el amor te pido -y juntamente
pedirte quiero, Amor, por Venus tuya-

   que el pecho helado y frío de mi hermosa
pastora enciendas toda en llama ardiente,
tal que su curso enfrene y más no huya.



- XI -

   Así las ninfas del Sebeto ameno,
que envidia el Arno de su bien privado,
alma real, que al más dichoso estado
tienes de gozo y maravilla lleno,

   en algún verde, umbroso y fértil seno
de flores te coronen, tal que el prado
y el monte, entre las nubes levantado,
tu nombren vean y al cielo más sereno.

   Que escuches, nueva aurora, el nuevo intento
de mi zampoña rústica y subida
do no consiente y llega su destino...

   y me de tu valor tan alto aliento
que la beldad, al siglo tan crecida,
vaya por mi volando al polo austrino.



- XII -

   ¿Quién podrá sin un ay del alma enviado,
sin lágrimas echar de ciento en ciento,
sin tanto suspirar que pueda el viento
las ondas contrastar del mar airado?

   ¿Quién podrá, digo, ¡ay miserable hado!,
sin dar de si tan alto sentimiento,
las dudas declarar de aquel tormento
que oprimir nuestras almas no ha dudado?

   Juntos llorar, mi Frónimo, el ausencia
de mi sol y tu luz ya nos conviene
más que alma de infernal peso afligida,

   que si consiste en sola la presencia
nuestro vivir de quien sin él nos tiene
ausente, ¿quién sabrá qué cosa es vida?



- XIII -

   Galanio, tú sabrás que esotro día,
bien lejos de la choza y el ganado,
en pacífico sueño transportado
quedé junto a una haya alta y sombría,

   cuando -¿quién tal pensó?- Flérida mía,
traída allí de amigo y cortés hado,
llegóse y un abrazo enamorado
me dio, cual otro ahora tomaría.

   No desperté, que el respirado aliento
de ella en mi boca entró suave y puro
y allá en el alma o del caso aviso,

   la cual, sin su corpóreo impedimento,
por aquel paso en que me vi te juro
que el bien casi sintió del Paraíso.



- XIV -

   Hase movido, dama, una pasión,
entre Venus, Amor y la Natura,
sobre vuestra hermosísima figura,
en la cual todos tres tienen razón.

   Buscan quien les absuelva esta cuestión,
con viva diligencia y suma cura,
y es tan alta, tan honda y tan oscura,
que no hay quien darle pueda solución.

   Ponen estas querellas contra vos:
Venus, que le usurpáis su sacrificio;
Amor, que no lo conocéis por dios;

   Natura dice -y jura por su oficio-
que de vuestra impresión nunca hizo dos
y que ingrata le sois del beneficio.



- XV -

   Es tanto el bien que derramó en mi seno,
piadoso de mi mal, vuestro cuidado,
que nunca fue, tras mal, bien tan preciado
como este tal, por mí, de bien tan lleno.

   Mal, que este bien causó, jamás ajeno
sea de mí ni de mí quede apartado;
antes, del cuerpo al alma trasladado,
se reserve de muerte un mal tan bueno.

   Más paréceme ver que el mortal velo,
no consintiendo al mal nuevo aposento,
lo guarda allá en su centro el más profundo.

   Sea, pues, así: que el cuerpo acá en el suelo
posea su mal y, al postrimero aliento,
gócelo el alma y pase a nuevo mundo.




- XVI -

   Juro, Escobar, por aquel lazo eterno,
nudo de amor, que entre los dos ha dado
tras discreta elección fuerza de hado,
en cuya luz la vuestra amo y discierno,

   que ya que -ya del amoroso infierno
el fugitivo pie libre he sacado
y en puerto de salud llevó el cuidado
áspero temporal de helado invierno-,

   hecha su redención, vuelve a su gloria
el alma, adonde por oficio tiene
perpetuar la risa de su llanto,

   muera Filis, malvada en mi memoria.
Mas, ay, triste de mí, ¿de dónde viene
nombre tan duro enternecerme tanto?



- XVII -

   Junto a su Venus, tierna y bella, estaba
todo orgulloso Marte, horrible y fiero,
cubierto de un templado y fino acero
que un claro espejo al sol de sí formaba;

   y, mientras ella atenta en él notaba
sangre y furor, con rostro lastimero,
un beso encarecido al gran guerrero
fijó en la frente y de él toda colgaba.

   Del precioso coral tan blando efeto
salió que al fiero dios del duro asunto
hizo olvidar con nuevo, ardiente celo.

   ¡Oh, fuerza extraña!, ¡oh, gran poder secreto,
que puede un solo beso en solo un punto
los dioses aplacar, dar ley al cielo!



- XVIII -

   «Pues cabe tanto en vos del bien del cielo
que en vuestros ojos hay de su alegría,
cese el tiempo dolor, señora mía,
que os da la privación de un mortal velo;

   aquel que amasteis tanto acá en el suelo
goza la luz do nunca muere el día,
cuya clara visión no convendría
mostrar, que oscureció vuestro consuelo».

   Esto yo dije y respondióme luego
ella: «Revuelve amor con llama presta
los extremos y el medio en un instante;

   yo gozo al resplandor del santo fuego
y peno al vivo ardor». ¡Ved qué repuesta,
digna que de los ángeles se cante!



- XIX -

   ¡Oh, mano convertida en duro hielo,
turbadora mortal de mi alegría,
pudiste, mano, oscurecer mi día,
turbar mi paz, robar su luz al cielo!

   El rubio dios que nos alumbra el suelo
corre con más placer que antes solía,
cubierta viendo a quien su luz vencía
de un mal causado, indigno y turbio velo.

   Goza, envidiosa luz, goza de aquesto,
goza de aqueste daño, ¡oh, luz avara!,
¡oh, luz, ante mi luz, breve y escasa!;

   que aún pienso ver -y créeme, luz- muy presto
cual antes a mi luz serena y clara...
y entonces me dirás, luz, lo que pasa.



- XX -

   Tremò la terra intorno e pianser le acque,
sospirò l´aria, il foco se estesso arse;
quasi un Febo novel Cinthia comparse,
colmo d`alto stupor Mercurio tacque,

   rise la bella dea che nel mar nacque,
lampeggiò il Sol, giocondo Marte apparse,
nè il pigro men Saturno si compiacque;

   fermòssi il firmamento ochiuto e bello,
le stelle si inchinar, la belle veste
del cielo cristallin tutta si aprío;

   di sé lo Impireo fé trono e scabello
e a veder corse ogni anima celeste...
quando Lucrezia ascese in grembo a Dio.








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