domingo, 15 de mayo de 2016

MICHOU POURTALÉ [18.709]


Michou Pourtalé 

Nació el 14 de mayo de 1934 en la ciudad de Azul, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en la ciudad de Buenos Aires. A partir de 1996 fue incluida en las antologías “Veinte Voces de Buenos Aires”, “Antología del Grupo Zahir”, “Poesía Argentina de Fin de Siglo”, “Antología de Poetas 1”, “Libro Sin Dueño”, “Mar Azul, Cielo Azul, Vela Blanca”, “Antología de Poetas, Narradores y Ensayistas”, “Summa Poética 2004”, “Doce Poetas Argentinos del Siglo XXI”, con selección y prólogo de Nina Thürler, “Poetas en Botella al Mar (Antología 1946-2006, Sesenta Años)”, “Poesía Argentina Contemporánea” Tomo 1, “Antología Argentina Brasil ‘Poesía en Tránsito’”, traductoras: Silvia Long-Ohni y Valeria Duque, etc. Textos suyos han sido difundidos en catalán. 

Es asociada de CADRA Centro de Administración de Derechos Reprográficos, así como vocal titular de la Subcomisión de Cultura y Sociales de la AFAB Asociación Franco Argentina de Bearneses. 

Publicó seis poemarios: “Milenaria caminante” (1997), “Hombres en sepia” (2000), “Signos tardíos” (2003), “Damero para un cuerpo” (2006), “La misma que soy” (2010; Primera Mención de Honor en Género Poesía de la Faja de Honor 2011 otorgada por la Sociedad Argentina de Escritores), “La mujer sin espalda” (2014). 

Como articulista ha incursionado con “Lo Simple en la Poesía”, sobre el poeta francés Francis Ponge (1899-1988); “El Satori de Néstor Perlongher”, sobre el citado poeta argentino (1949-1992); y ha leído como ponencia en el Cuarto Encuentro del 2012 del Grupo A. L. E. G. R. I. A. el titulado “Sophia de Mello Breyner Andresen [1919-2004] : Poeta en la Fina Penumbra de Lisboa”.




Algún canto rodado

El canto rodado no es una cosa fácil
de definir, dice Francis Ponge.

Le galet, roma piedra que el mar rescata
delante de mi pie en la mismísima
orilla de esta playa desdibujada
por pisadas anónimas y mendrugos
hachados de caracola partida,
arroja su aplanada cara de
luna con agujero.

Obsesivo el guijarro ocre gris,
heredero directo de un ancestro pétreo,
monologa imperturbable su diáspora,
llama a través de la materia, clama.

Este pasadizo arqueológico
comido dentro del simple oleaje
por sal, medusa, diente de algún pez,
capricho horadado en forma de O,
inserta un tajo oblicuo en mi ojo.

Ranura centrada en piedra,
la nada y el todo centrados en ranura,
ocaso y renacer en el redondo canto
litúrgico de alta marea. Eterno
un rodar de rueda en constante
lenta molienda de arcano cíclico,
hace que le galet muera.

Trémula orfandad fragmentada
en arenillas compactas dispersas
clandestina se acomoda
al golpe de calor, a la nimiedad,
al desprecio.

Cabe preguntarse qué oculto don
se esconde en el circular vientre de siglos
del pedrusco ¿una eterna sapiencia,
alguna loca dádiva? Tal vez sea la extraña
reserva impresa por el maravilloso
engranaje de su rolar, vida al fin sometida
al brutal tratamiento de inmensidad y ola.

Un cordón sostiene el canto rodado
que lánguido cuelga sobre mi pecho
mientras algo de su historia se concluye
otro va a dar comienzo, impredecible.

(en Del mundo de las cosas, de La misma que soy)




Hay un atrás del tiempo que deja
el tiempo al pasar y allí se instalan,
cómodas, las tantas vejeces que fueron
amadas. Zarcillo, muñeca, foto de familia,
cómplice caja laqueada, son simples vejeces
que tuvieron, a título sentimental, un brillo.
Así son ellas hoy. Un algo vetusto sin valor
las muestra apagadas pero dignas,
se diría chapadas a la antigua. Baratijas
en desorden ordenado al fin,
antiguallas que nos resultan íntimas,
con el afecto invaden y atrapan
lugares donde quedan fijas, su calma muda
con un lento resorte al pecho picotea
y llega esa fragancia dulzona
de papiro indescifrable rancio.
Un afán de caricia nos sorprende
justo donde la nostalgia hizo nido,
único punto al que se vuelve
para ahuyentar la molicie del alma.
Este botón de nácar con cuatro agujeritos
me inclina a meditar, correr el velo de la pátina
como atanor que se apaga.
Las vejeces llevan grietas cuyo presente
es pasado, ahora un simple recuerdo.

Ellas son lo ya vivido. Es lo eterno.






El muerto tiene un lugar de pertenencia
sólo suya, sobre la cual hemos inventado
un raro entretejido.
Intelectuales o necios optamos
por algo metafísico o una aceptación
tan difícil como dura de asimilar
por no entender la nada. En esfera opalina
el muerto está desposeído de bienes
y uno se pregunta si lleva impresa
la memoria pasada,
si guarda el recuerdo de las tantas cosas
que amó siendo suyas. Ahora otra mano
toca, resuelve, dispone
sobre esa materia que lo sobrevive.
Del trazo de sus pisadas solo
quedan borrones cada vez más
difuminados, reales fragmentos
que nos hacen demudar
él ya nada necesita y con su tropa,
algún libro o bártulo, ciertos enseres,
retenemos su huella
dentro de su pobre ojo mortal.

(de El coloquio, en La misma que soy)




De aquel tiempo...

De aquel tiempo de las muchas
grandes tristezas, ésas que pasan arduas
destempladas tormentas generando
el viento de un cambio, digo:
yo viví en erosión sin preguntarle
a mi adentro el porqué de esa arruga,
tristona que vociferaba su silencio.
Eran arañazos dolientes,
raspones agrios que mudaron
la textura de mi alma, igual que
la levadura en la masa vuelve
a la harina más leve, el ser
se modificó, aprendió, se suavizó.
Mientras mutaba en languidez
todo dolía y no me daba cuenta.

(de La misma que soy, Vinciguerra, 2012)





a María Meleck Vivanco
            en su retiro de aire

Fuera de la línea de foco de tu párpado gris
hurgas la máscara del otro donde aluviones de ceniza
alojan sus recuerdos, te buscarás en ellos
donde en alto vive tu rosa. Te llevará un pájaro de fuego
hasta las orillas del Mármara y el agua azul cubrirá tus espaldas.
Mereces el plumaje de un ave en llamas
pero esta noche serás mi invitada.
Una cuchara de plata te espera
y la sopa caliente de las estrellas más fugaces
las que anidaron en tu corazón dadivoso
ungido de poesía óleo derrame el de tu boca
en cada sílaba de tus poemas
mientras Olga la maga sigue espiando
los pulpejos de tu mano enamorada.





Afuera la calle, el tórrido desliz
del verano en la cocina es verde
el pothus, un splenium en profuso verde,
se los ve radiantes. 
Acariciadora de hojas mi mano
percibe un ritmo y me inclino
a mirar la insistente, minúscula ala
que sostiene el aire. Es un revoloteo
de mosquita veraniega abriendo
su espacio sedosamente, 
tajeándolo sin hilo que la sostenga
ella vibra con incesante agitación.
Un deseo me nace, un amparo
detiene la mano. Elijo la vida para ese ser.
En un rapto, el toquecito gris se borra
ante la vista y un fue de lo que fue
con asombro, sondea mi alma.

De su libro: "La Misma que Soy"





“verás 
cómo se hace la tierra
con una imagen de infancia

y un deseo
a muerte de pisar
el lenguaje terso
de las rondas”

Liliana Lukin

Verás cómo se hace la tierra
entre cánticos y plegarias.
Verás recoger manzanas y vides,
tejer ilusiones con nardos.
Verás las manos del mundo unirse
en las rondas del estío.
Tersura entre limoneros, perfume de verbenas.
A la ronda, ronda
giran los niños, giran
descalzos los pies de la infancia,
nos acarician,
nos protegen los niños, nos salvan
los niños,
nuestros niños.

(de “Milenaria caminante”)


LA GALGA

Galgueando, vieja perra cimarrona,
atravieso los campos del misterio
bajo un conjuro bermellón de sol y luna
y el mordisco a la Cruz del Sur
brillando entre los dientes.
Pampa, paja brava
el cuerpo lacio cortajea,
grito hosco de chajá en su laguna.
No existen alambrados ni tranqueras
ni ranchos que me atajen.
Sí, la llamarada humeante del indio
y de su chusma.
Yanquetruces, Catrieles me acorralan
maloneando destreza en mi combate.
Fortinera plantada
sobre estas leguas de campos tendidos,
herencia de una sangre sin murallas,
en soledad sin agua,
inmenso el techo azul de lo bravío.

(de “Milenaria Caminante”)



FRUTAL

El pericarpio del fruto palpita
medianamente se lo oye
en su tierno frutal encierro
de pellejo oro.
Dentro de la tarde desvanecemos
mi madre junto a mí las dos
diosas hieráticas hijas de Demeter
jugadas en jugoso juego
de cosechar ciruelas
ritual para buenas mujeres celtas
cuyo conjuro es reír al unísono
y disparar pisadas resbalosas
alrededor de un tronco retorcido.
En un gran slam patinamos cesto y ciruelas
¡splash! ¡splash! surge el gorgoteo de la imagen
desde el suelo pusilánimes hormigas
nos ven mientras caminan en fila
con prolijidad de indiecitos sioux
portan su carga de obrera diligente
a merced de nuestras esparteñas
tanto pisoteo desbarajusta la tarea
¡splash! ¡pum! ahora semejan lémures
fuera de sus cuevas trepan unas arriba de otras
el disparatado baile me obsesiona.
Mi madre no se percata de lo que yo veo.
El vestido de rayón de mamá
el mío de tobralco
texturas diferentes de esta foto sin contorno
y el recortado embudo de latón
para alcanzar entre moscas y tábanos felinos
las más gordas y altas ciruelas.
Sabor a ellas en la siesta tarde
de un verano manso la canícula
arrecia entre los fuertes olores
emanación de corral orín y bosta
la tierra se ha tragado huesecillos descarozados
deshechos a puro ciruelo en hojarasca
la tierra me ha de tragar como huesecillo también.
Retorno al compás del presente
de pie el ciruelo huero
aspira el aire de lo lejos y hoy
en el atrape ondulante de su tronco
lo irrecuperable está escrito
como juguete de la naturaleza
implantado de por vida. Pienso
un vuelo de calandria fue regalo para mi madre
ella se ha volado como gorrioncito
y ella se vuela entera entre sus frutales
iluminada con un cesto repleto de luciérnagas
muy plata en la mano su embudo
flechando rayos de mil tormentas
de cala la enagua traslúcida ella vuelve
hacia el espejismo difuso del atardecer campero
y yo la sigo con la métrica de mis ojos
de mi niñez austera cándida
dentro de un tarro de mermelada ácida
el contenido pegotea engolosina
y la ciruela sigue aún goteando
gotitas de un raro almíbar oroazul brillan
en las comisuras de la boca
de mi nieta menor.

(de “Signos tardíos”)






Creo que empiezo a darme cuenta del
placer propio de los bosques de pinos.

Francis Ponge


Llueve muy manso ha llovido.
Bajo el pinar van creciendo hongos
blancos se muestran felices
anacoretas fatuos
con redondos penachos
sólo un pie los sostiene.
Algo velado los irá cubriendo
de mortífera herrumbre.
No saben que la constante humedad
es motivo de su existencia
tan frágil ante el más mínimo roce.
Entre las agujas secas del pino
la rutina de la naturaleza
inexorable rotación de rueda
expande naranja una fronda
natural tapiz para ese hongo
espontáneo curioso.
Entre el bálsamo y la pausa
con perfume discreto
todo lleva a la contemplación
y posiblemente a la luz
don de un dios presencia inefable
que a gusto deambula entre los pinos.

(de “Signos Tardíos”)




Así es mi pájaro familiar,
el pájaro que acude a poblar
el cielo de mi pequeño patio. 
Henri Michaux

Invierno gris
manchón amarillento
un benteveo.
Como ayer parece decir:
todo lo que veo está bien.
Puntual al mediodía
inmutable al igual que rey se posa
y la rama agrisada del ciruelo resalta.
En la mañana temprana hubo escarcha,
la hubo y a la noche helará seguramente.
Y el campo taciturno en gélida espera
hace meditar a los ocultos brotes
y el día que no despunta en claridad.
Sobre el final de cada almuerzo,
ideograma oriental el pájaro
ya es un haiku volando en escritura
mientras amarillo el plumaje se cuela
a través del vitral en la repetida visita diaria
su presencia se vuelve necesaria.
Y si la cadencia de un verso de Juanele
se insinuara con el canto del río
en tinta china el fino trazo del poeta
daría al instante el exacto delineado.
Nada percibe el visitante de las doce,
él es luz apenas tornasol y no lo sabe
cuando cristalino se escarcha
en la frágil rama gris del ciruelo.

(de “La mujer sin espalda”)





La mujer sin espalda se sostiene
con un solo pelo de la nuca
vive en vilo constante el transmutar
remueve sin pala la tierra de un vacío
que detrás la vuela de su angustia.
A partir de un ojo iluminado
ella apunta adelante hacia la meta
no le importan el pasado o la víspera
del mañana, nada la tumba ni aflige.
Nada con estilo pecho suelta su universo
agudiza el agua de la emoción
trance que la impulsa desde la orilla
cementada del estanque.
Espora de un raro helecho esta mujer
va rasgando las aguas de un infierno
con el arrastre del viento de su boca.

(de “La mujer sin espalda”)







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