miércoles, 5 de marzo de 2014

HENRY WADSWORTH LONGFELLOW [11.136]

File:Henry wasdworth longfellow.jpg

Henry Wadsworth Longfellow

Henry Wadsworth Longfellow (27 de febrero de 1807 – 24 de marzo de 1882) fue un poeta estadounidense que escribió trabajos que aún hoy siguen gozando de fama popular, entre los que están The Song of Hiawatha, Paul Revere's Ride y Évangéline. También escribió la primera traducción estadounidense de la Divina Comedia de Dante Alighieri y fue uno de los cinco miembros del grupo conocido como los Fireside Poets (Poetas hogareños). Nació en Maine, vivió la mayor parte de su vida en Cambridge, Massachusetts, en una casa ocupada durante la Revolución Americana por el general George Washington y sus mandos.

Longfellow nació en 1807, fue hijo de Stephen y Zilpah (Wadsworth) Longfellow en la casa que colinda con las calles Hancock y Fore en Portland, Maine; en una vivienda estilo federal (demolida en 1955) y creció en la que hoy es conocido como la casa Wadsworth-Longfellow. Su padre fue abogado y su abuelo materno Peleg Wadsworth Sr. fue un general en la Guerra de la Revolución Americana. La ascendencia de la familia Longfellow nos hace situar un punto de partida conocido en 1676 desde Otley en Yorkshire, Inglaterra y desde Priscila y John Alden por su lado paterno.
Se integró en una “escuela de damas” cuando tenía sólo tres años, y a los seis, cuando entró en la Academia de Pórtland, podía ya leer y escribir correctamente. Permaneció en la Academia de Pórtland hasta los catorce años y entró en 1822 en el Bowdoin College en Brunswick, Maine. En Bowdoin se encontró con Nathaniel Hawthorne, con quien entabló una amistad de por vida.

Primer viaje europeo y profesorado en Bowdoin

Después de graduarse en 1825, se le ofreció el puesto de profesor en el Bowdoin College con la condición de que primero estuviera algún tiempo en Europa para un mejor conocimiento de la lengua. Viajó por Europa entre 1826 y 1829, y tras su vuelta fue el primer profesor de lengua moderna en Bowdoin, así como librero a tiempo parcial. Durante sus años en aquel colegio, escribió libros de texto en francés, italiano y español además de un libro de viajes, Outre-Mer: A Pilgrimage Beyond the Sea. En 1831, se casó con Mary Storer Potter, de Pórtland.

Segundo viaje europeo y profesorado

En 1834, recibió la oferta el profesorado Smith de francés y español en Harvard con la especificación de que esté un año o más en Europa para perfeccionar su alemán. Su joven mujer falleció durante su viaje a Rotterdam después de sufrir un aborto en 1835. Cuando volvió a los Estados Unidos, tomó su puesto como profesor en la Universidad de Harvard. Comenzó a publicar su poesía, incluyendo "Voices of the Night" en 1839 y "Ballads and Other Poems", las cuales fueron incluidas en su célebre poema "The Village Blacksmith", en 1841.

Casamientos

Fue un hijo y padre devoto con un sentido agudo para los deleites del hogar. Pero sus casamientos terminaron en desgracia y tragedia — la primera fue Mary Potter, de Pórtland, quien murió en 1835. Entonces, se casó con Frances “Fanny” Appleton, hija de un mercader cuyo nombre es Nathan Appleton, quien compró la casa Craigie, desde la que se ve el Río Charle como un regalo de bodas para la pareja. Mientras duró su enlace con la Srta. Appleton, frecuentemente caminaba desde Harvard a la casa de ella en Boston, cruzando el río por el puente oeste de Boston. Aquel puente fue denominado “Puente de Longfellow”. Su romance con Fanny está evidenciado en las siguientes líneas de su poema amoroso, el soneto conocido como "The Evening Star," que fue escrito en octubre de 1845: "O my beloved, my sweet Hesperus!/ My morning and my evening star of love!" [Oh, ¡mi dulce lucero de la tarde (alusión a Venus)!/ ¡Mi estrella de amor en mañana y tarde!] Se situó en Cambridge, donde permaneció el resto de su vida, si bien estuvo algunos veranos en su casa de Nahant. Se retiró de Harvard en 1854, dedicó todo su esfuerzo a escribir. Recibió en Doctorado con honores en Derecho por Harvard en 1859.

La muerte de Frances

Durante un cálido día de julio, sellando los rizos de su hija en una funda, el vestido veraniego de Fanny prendió fuego. Longfellow intentó dar fin a las llamas, incluso quemándose a sí mismo. Fanny murió el día siguiente, el día 10 de julio del año 1861. Longfellow estuvo muy afectado por la muerte de ella y nunca se recuperó completamente. La fuerza de su aflicción se sostuvo evidentemente en las líneas de uno soneto, "The Cross of Snow" (1879) el cual escribió dieciocho años más tarde en conmemoración de su muerte.

Such is the cross I wear upon my breast
These eighteen years, through all the changing scenes
And seasons, changeless since the day she died.

La muerte de Longfellow

Murió el día 24 de marzo de 1882. Henry Wadsworth Longfellow está enterrado en el Cementerio del Monte Auburn, Cambridge, Massachusetts. En 1884 fue el primer poeta americano en honor del cual fue esculpido un busto en la esquina de los poetas de la Abadía de Westminster en Londres.

Obras de Longfellow

Su trabajo fue inmensamente popular mientras él vivía y aún lo es hoy, pero algunos críticos modernos lo consideran muy sentimental. Su poesía está basada en temas cotidianos y sencillos para la comprensión de los mismos con un léxico simple, claro además de un lenguaje fluido. Su poesía creó cierta afición en América y contribuyó a crear una mitología americana. El hogar de Longfellow en Cambridge, el Sitio Histórico-Nacional de Longfellow, es considerado un lugar de interés cultural, y se incluye en el registro de lugares nacionales de carácter histórico en los Estados Unidos de América. Una réplica, con escala de 2/3 fue construida Minneapolis, Minnesota en el parque Minnehaha en 1906 y en una ocasión sirvió como pieza central para el zoologico local. Notable ministro, escritor y abolicionista, Edward Everett Hale, fundó organizaciones llamadas Harry Wadsworth Clubs.


[MANUSCRITO]






Días oscuros

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).

Oscuro está el tiempo, la tarde está fría;
La lluvia me azota y el cierzo á porfía.
La vid aun al césped marchito se adhiere,
Mas llévase el viento la hoja que muere:
y oscuro está el tiempo, la tarde está fría.

Declinan los años, la vida se enfría;
La lluvia me azota y el cierzo á porfía:
A glorias que fueron se adhiere la mente,
Mas barre esperanzas un soplo inclemente;
Declinan los años, la vida se enfría.

No, empero, desmayes; ¡alienta, alma mía!
El sol de repente sus rayos envía
Después que una nube robó su presencia.
Hombre eres; y es fuerza que en toda existencia
Lluvioso á las veces y oscuro esté el día.





El himno de la vida

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).

Plañidero no me cantes:
 "Sueño es vano la existencia;
Las imágenes engañan,
 "Como muerto está el que sueña."

Vida cierta aquí vivimos,
 No es la tumba nuestra meta;
¡Polvo vil, al polvo torna!
 Contra el alma no es sentencia,

No es misión ni fin del hombre
 El placer ni la tristeza;
Sí el trabajo, y que otro día
 Que otro paso dimos, vea.

Largo el Arte, el Tiempo breve.
 ¿Corazón que fuerte alienta,
Tambor sordo, marcha fúnebre
 Redoblando irá á la huesa?

En el campo de batalla
 Del vivir, no el hombre sea
Muda res bajo el cayado,
 Sino el héroe de la oruerra.

No el Futuro te fascine,
 El Pasado muerto deja;
Trabajando en el Presente
 Ten valor, y en Dios espera.

De hombres grandes las historias
 A ser grandes nos enseñan,
Y á dejar también del tiempo
 Nuestros pasos en la arena.

Y ese rastro en el desierto,
 Quien perdido ya se crea,
Mirará, y á la obra santa
 Volverá con fuerzas nuevas.

¡Ea! ¡Todos al trabajo
 Sin desánimo ni tregua!
¡Veteranos de la vida,
 Arma al brazo, y á la brecha!







Evangelina

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).


En esta tierra plácida que baña
 El Delawér, y que á la dulce sombra
De alta floresta y pastoral cabaña
 A Penn, su apóstol, reverente nombra:
Allí de la fructífera campaña
 Sobre la igual, terciopelada alfombra,
La ciudad que él fundó marca su huella
Y del río á las márgenes descuella.

Sus calles repercuten todavía
 Los nombres de sus árboles frondosos,
Como ansiando aplacar con su armonía
 Las dríadas y silfos nemorosos
Que vieron con enojo el hacha impía
 Invadir sus retretes misteriosos;
Y allí el aura es fragancia, y la hermosura
En el pérsico ve su imagen pura.

Arrojó en esta playa el Océano
 A Evangelina, huérfana y proscrita,
Y si patria y hogar le hurtó el tirano,
 Aquí otra patria con amor la invita.
René Leblanc, el venerable anciano,
 Reposó aquí su dilatada cuita,
Y de cien descendientes, uno apenas
Vio en torno suyo al rematar sus penas.

Para su amiga en Filadelfia había
 Algo que hablaba al corazón siquiera.
Algo que murmurarle parecía:
 "Entre nosotros no eres extranjera."
Y el cuácaro tutear que en torno oía
 Le recordaba aquella paz primera,
Aquel Edén de iguales y de hermanos,
Arcadia realizada entre cristianos.

Así, cuando por fin cesó en el mundo
 Esa persecución que nunca alcanza
Su objeto; aquel afán ciego, infecundo;
 Ese loco esperar sin esperanza:
Entonces, sofocando en lo profundo
 Del corazón la impía desconfianza,
Volvióse aquí, como hacia el sol las hojas,
Aquella alma en tinieblas y congojas.

Igual se ve desde eminente cumbre
 Plegarse y disiparse el cortinaje
De niebla matinal, y entre áurea lumbre
 Ir surgiendo el magnífico paisaje:
Roja ciudad de innúmera techumbre.
 Quintas y aldeas como suelto encaje,
Y, entrelazando hogares y plantíos,
Caminos de oro y plateados ríos:

Así también se disipó en su mente
 La neblina falaz que la distrajo,
Y hoy al sol del amor resplandeciente
 Ve el mundo inmenso dilatarse abajo.
El sendero asperísimo y pendiente
 Que entre angustias y lágrimas la trajo,
Perdió con la distancia sus fragores,
Y es ya una calle de arbolado y flores.

Gabriel no ha muerto, vive en su alma: en ella
 Su imagen brilla sin cesar, vestida
De amor y juventud: dos veces bella,
 En flor de corazón y en flor de vida:
Cual lo vio última vez la fiel doncella
 Extático en ardiente despedida,
Y más perfecto aún; que hoy lo acrisola
De eterna ausencia fúnebre aureola.

El tiempo no entra en su memoria: en vano
 Los años, aunque lentos, se suceden:
No han de cambiarlo en su tesón profano;
 Transfigurarlo solamente pueden.
Para Gabriel no existe aquel tirano
 De quien olvido y desamor proceden.
Él ya no es un ausente: es como un muerto
Que al fin la mar depositó en su puerto.

Dulce paciencia, abnegación constante,
 Consagración activa al bien ajeno,
Hé aquí lo que esa mártir anhelante
 Leyó escrito en las llagas de su seno.
Así va á difundirse en adelante
 Aquel amor de que rebosa lleno,
Cual rica especia embalsamando el viento
Sin perder su fragancia al dar su aliento.

Roto de la esperanza el frágil vaso,
 Y todo anhelo terrenal proscrito,
Sólo ansia ya con reverente paso
 Seguir las huellas de Jesús bendito;
Reanima el cuerpo quebrantado y laso
 Templándolo en el piélago infinito
De la divina caridad, y ufana
Ciñe el cordón humilde de la Hermana.

Meses y años enteros se deslizan
 Viéndola infatigable en su tarea;
¡Cuánta llaga esas manos cicatrizan!
 ¡Cuánta miseria incógnita rastrea!
Por callejuelas que á hombres horrorizan
 De puerta en puerta sin temor golpea,
Y para cada mal lleva consigo
Pan, luz, remedio, estímulo y abrigo.

Noche tras noche, cuando duerme el mundo,
 Y ruedan por las calles desoladas,
Entre ráfagas de aire gemebundo,
 Las voces del sereno acostumbradas;
A tiempo que él anuncia aquel profundo
 Sueño, y la paz y la quietud guardadas,
Tal vez divisa en mísera buhardilla
Velando algún dolor su lamparilla.

Y día tras día el alemán labriego,
 Al entrar paso á paso con la aurora
Rodando el carretón aldeaniego
 Colmado en frutos de Pomona y Flora;
Cuando sus gritos turban el sosiego
 Del arrabal que aun duerme en esa hora,
Ve que á su claustro vuelve entonces ella,
Pálida de velar, mas siempre bella.







Excelsior

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).

Llega de noche á una aldea
Del Alpe, un joven; flamea
En la bandeja que empina
Esta cifra peregrina:
 ¡Excelsior!

Triste su faz; su mirada
Brilla cual desnuda espada;
Su voz de clarín el viento
Hiere con extraño acento:
 ¡Excelsior!

Hogares dichosos mira,
Donde gozo el fuego inspira:
Fantasmas la noche oscura
Fíngele en torno; y murmura:
 ¡Excelsior!

Dícele un viejo: "¡Detente!
¡Desbordado va el torrente,
Cerca la tormenta brama!"
Y él, con nuevo aliento, exclama:
 ¡Excelsior!

"Tu frente en mi seno posa,"
Ruégale doncella hermosa;
Fugaz lágrima reluce
En su ojo azul, y balbuce:
 ¡Excelsior!

Adelantándose al día
Su oración renuevan pía
Los monjes de San Bernardo,
y aun grita el doncel gallardo:
 ¡Excelsior!

Fiel mastín al joven yerto
Halló, de nieve cubierto;
La mano del infelice
Aferra el pendón que dice:
 ¡Excelsior!

Hermoso yace, aunque inerte,
A la luz que el alba vierte,
Y esta voz cual meteoro
Baja del celeste coro,
 ¡Excelsior!





Marte

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).


Lenta se avanza la Noche
 Con gran silencio, y la luna
Pálida en el dorabo etéreo
 Su menguada faz oculta.

Sola la luz de los astros
 Cielo y tierra fría alumbra,
Y Marte, el rojo planeta,
 Lugar preeminente ocupa.

¿Es del amor y los sueños
 Ese el astro por ventura?
No; que armado un héroe brilla
 Tras esa tienda cerúlea.

Cuando mis ojos contemplan
 En la soledad nocturna,
Suspensa en el éter vago
 Tu centellante armadura.

¡Numen del valor sereno!
 Entiendo tus señas mudas,
Siento que mis fuerzas crecen,
 Cesa el afán que me turba.

Sola la luz de los astros
 Fría mi espíritu alumbra,
Y Marte, el rojo planeta,
 Lugar preeminente ocupa.

Él, con la calma que inspira,
 Me domina y me subyuga,
Como símbolo de firme
 Voluntad que calla y triunfa.

¡Oh, tú, quienquiera que seas
 Que este mi cantar escuchas,
Si tus bellas esperanzas
 Viste morir una á una,

Cobra el ánimo perdido,
 Vuelve esforzado á la lucha.
¡Gloria al hombre que combate
 Siempre, y no desmaya nunca!






Un rayo de sol

Nota: Traducción de Miguel Antonio Caro incluída en el libro Traducciones poéticas (1889).


Este es el sitio. ¡Mi corcel, detente!
Déjame repasar la misma escena,
Y el recuerdo evocar con honda pena.
 De la mujer que fué.
Júntanse aquí el pasado y el presente.
Del tiempo separados por el vuelo,
Cual las huellas que oculta el arroyuelo,
 Y á ambos lados se ven.

¡Venid, recuerdos, mi único recreo!...
¡Ah! la gramosa calle ya distingo
Que al ara santa aquel feliz domingo
 Nos condujo á los dos.
La inquieta sombra de los tilos veo
Acariciando la menuda grama.
¡Ay! tú pasabas entre sombra y rama
 Como etérea visión.

Blancas cual la azucena eran tus ropas,
Como ella casta y pura tu alma era;
Parecías, graciosa mensajera,
 Del cielo descender.
Con ternura los árboles sus copas
Doblaban por besar tu ebúrnea frente,
Y el pudoroso trébol reverente
 Te acariciaba el pie.

"¡Dormid, dormid en este santo día
Angustias y cuidados mundanales!"
El coro canta. Armónicos raudales
 Ascienden hasta Dios.
El sol por la entreabierta celosía
Un rayo vierte en la extendida sala
Que el polvo dora, y la soñada escala
 Semeja de Jacob.

El viento perfumado á cada instante
Besa y agita con su soplo blando
Las páginas del libro venerando
 Que está sobre el altar.
Largo tiempo la voz edificante
Del ministro sonó; mas un momento
Fué para mí, que á ti mi pensamiento
 Se ligaba tenaz.

Así también la férvida plegaria
Que él y yo pronunciamos aquel día,
Pasó; que á Dios volaba el alma mía,
 Mi corazón á ti.
Hoy ¡oh dolor! la tea funeraria
Alumbra sólo. El rayo aquel de oro
Se extinguió para siempre. Amargo lloro
 Sucedió á aquel festín.

¡Triste recuerdo, al corazón ligado
Con mil raíces! Cual el alto pino
El sol aparta y gime de con tino
 Su eterna soledad.
Mas su memoria brilla en lo pasado
Como el luciente sol brilla á lo lejos,
Cuando nube que envidia sus reflejos
 Nos oculta su faz.




El barco fantasma. 

En el Magnalia Christy,
de los viejos tiempos coloniales,
puede encontrarse la leyenda en prosa
de lo que aquí está puesto en rima.

Un barco partió de New Haven
y el frío aire que hinchaba las velas,
al zarpar, se llenaba con las
oraciones de los hombres buenos.

"Oh, Señor, si es tu voluntad",
rogaban al Divino,
"sepultar a nuestros amigos el océano
llévatelos, pues tuyos son".

Pero el capitán Lamberton murmuró y
dijo para sí:
"Este barco es tan raro y caprichoso
que temo que sea nuestra tumba".

Y los barcos que venían de Inglaterra,
cuando los meses de invierno pasaron,
no trajeron nuevas de este barco
ni del capitán Lamberton.

La gente se puso a rezar
para que el Señor les permitiera saber
lo que, en su gran sabiduría,
había hecho de sus queridos amigos.

Por fin sus oraciones tuvieron respuesta;
corría el mes de junio
y faltaba una hora para la puesta de sol
de una tarde de viento.

Cuando se vio un barco
dirigirse a tierra con rumbo seguro
y supieron que se trataba del amo Lamberton,
que había partido hacía tanto tiempo.

Se acercó con una nube de velas
contra el viento que soplaba,
hasta que la vista podía distinguir
los rostros de la tripulación.

Entonces cayeron sus firmes mástiles
enredados en los obenques,
y las velas se soltaron
y salieron volando como nubes.

Los palos cayeron, despacio,
uno a uno, arrastrando las jarcias
y todo el conjunto se desvaneció
como la niebla al sol.

Las gentes que vieron este prodigio
dijeron a sus amigos
que aquella era la imagen de su barco
y aquél su trágico final.

Y el pastor del pueblo
Dio gracias a Dios en su oración
Por haber enviado este barco por el aire,
Para calmar sus inquietos espíritus.
(Longfellow)

LongfellowMy Lost Youth (1858):
I remember the black wharves and the slips,
And the sea-rides tossing free;
And Spanish sailors with bearded lips,
And the beauty and mystery of the ships,
And the magic of the sea.
And the voice of that wayward song
Is singing and saying still:
'A boy's will is the wind's will
And the thoughts of youth are long, long thoughts.'






A Ballad Of The French Fleet. (Birds Of Passage. Flight The Fifth)

A fleet with flags arrayed
Sailed from the port of Brest,
And the Admiral's ship displayed
The signal: 'Steer southwest.'
For this Admiral D'Anville
Had sworn by cross and crown
To ravage with fire and steel
Our helpless Boston Town. 

There were rumors in the street,
In the houses there was fear
Of the coming of the fleet,
And the danger hovering near.
And while from mouth to mouth
Spread the tidings of dismay,
I stood in the Old South,
Saying humbly: 'Let us pray! 

'O Lord! we would not advise;
But if in thy Providence
A tempest should arise
To drive the French fleet hence,
And scatter it far and wide,
Or sink it in the sea,
We should be satisfied,
And thine the glory be.' 

This was the prayer I made,
For my soul was all on flame,
And even as I prayed
The answering tempest came;
It came with a mighty power,
Shaking the windows and walls,
And tolling the bell in the tower,
As it tolls at funerals. 

The lightning suddenly
Unsheathed its flaming sword,
And I cried: 'Stand still, and see
The salvation of the Lord!'
The heavens were black with cloud,
The sea was white with hail,
And ever more fierce and loud
Blew the October gale. 

The fleet it overtook,
And the broad sails in the van
Like the tents of Cushan shook,
Or the curtains of Midian.
Down on the reeling decks
Crashed the o'erwhelming seas;
Ah, never were there wrecks
So pitiful as these! 

Like a potter's vessel broke
The great ships of the line;
They were carried away as a smoke,
Or sank like lead in the brine.
O Lord! before thy path
They vanished and ceased to be,
When thou didst walk in wrath
With thine horses through the sea! 






A Dutch Picture. (Birds Of Passage. Flight The Fifth)

Simon Danz has come home again,
From cruising about with his buccaneers;
He has singed the beard of the King of Spain,
And carried away the Dean of Jaen
And sold him in Algiers. 

In his house by the Maese, with its roof of tiles,
And weathercocks flying aloft in air,
There are silver tankards of antique styles,
Plunder of convent and castle, and piles
Of carpets rich and rare. 

In his tulip-garden there by the town,
Overlooking the sluggish stream,
With his Moorish cap and dressing-gown,
The old sea-captain, hale and brown,
Walks in a waking dream. 

A smile in his gray mustachio lurks
Whenever he thinks of the King of Spain,
And the listed tulips look like Turks,
And the silent gardener as he works
Is changed to the Dean of Jaen. 

The windmills on the outermost
Verge of the landscape in the haze,
To him are towers on the Spanish coast,
With whiskered sentinels at their post,
Though this is the river Maese. 

But when the winter rains begin,
He sits and smokes by the blazing brands,
And old seafaring men come in,
Goat-bearded, gray, and with double chin, 
And rings upon their hands. 

They sit there in the shadow and shine
Of the flickering fire of the winter night;
Figures in color and design
Like those by Rembrandt of the Rhine,
Half darkness and half light. 

And they talk of ventures lost or won,
And their talk is ever and ever the same,
While they drink the red wine of Tarragon,
From the cellars of some Spanish Don,
Or convent set on flame. 

Restless at times with heavy strides
He paces his parlor to and fro;
He is like a ship that at anchor rides,
And swings with the rising and falling tides,
And tugs at her anchor-tow. 

Voices mysterious far and near,
Sound of the wind and sound of the sea,
Are calling and whispering in his ear,
'Simon Danz! Why stayest thou here?
Come forth and follow me!' 

So he thinks he shall take to the sea again
For one more cruise with his buccaneers,
To singe the beard of the King of Spain,
And capture another Dean of Jaen
And sell him in Algiers. 
Henry Wadsworth Longfell






A Nameless Grave

'A soldier of the Union mustered out,'
Is the inscription on an unknown grave
At Newport News, beside the salt-sea wave,
Nameless and dateless; sentinel or scout
Shot down in skirmish, or disastrous rout
Of battle, when the loud artillery drave
Its iron wedges through the ranks of brave
And doomed battalions, storming the redoubt.
Thou unknown hero sleeping by the sea
In thy forgotten grave! with secret shame
I feel my pulses beat, my forehead burn,
When I remember thou hast given for me
All that thou hadst, thy life, thy very name,
And I can give thee nothing in return. 







A Summer Day By The Sea

The sun is set; and in his latest beams
Yon little cloud of ashen gray and gold,
Slowly upon the amber air unrolled,
The falling mantle of the Prophet seems.
From the dim headlands many a light-house gleams,
The street-lamps of the ocean; and behold,
O'erhead the banners of the night unfold;
The day hath passed into the land of dreams.
O summer day beside the joyous sea!
O summer day so wonderful and white,
So full of gladness and so full of pain!
Forever and forever shalt thou be
To some the gravestone of a dead delight,
To some the landmark of a new domain. 






A Day Of Sunshine. (Birds Of Passage. Flight The Second)

O gift of God! O perfect day:
Whereon shall no man work, but play;
Whereon it is enough for me,
Not to be doing, but to be! 

Through every fibre of my brain,
Through every nerve, through every vein,
I feel the electric thrill, the touch
Of life, that seems almost too much. 

I hear the wind among the trees
Playing celestial symphonies;
I see the branches downward bent,
Like keys of some great instrument. 

And over me unrolls on high
The splendid scenery of the sky,
Where though a sapphire sea the sun
Sails like a golden galleon, 

Towards yonder cloud-land in the West,
Towards yonder Islands of the Blest,
Whose steep sierra far uplifts
Its craggy summits white with drifts. 

Blow, winds! and waft through all the rooms
The snow-flakes of the cherry-blooms!
Blow, winds! and bend within my reach
The fiery blossoms of the peach! 

O Life and Love! O happy throng
Of thoughts, whose only speech is song!
O heart of man! canst thou not be
Blithe as the air is, and as free? 








No hay comentarios:

Publicar un comentario