domingo, 7 de agosto de 2016

ALBERTO NAVERO [19.047]


ALBERTO NAVERO
    
Alberto Navero (n. Constitución, Chile 1959), poeta chileno de profesión contador y relacionado con la pequeña empresa del área gráfica y editorial. Ha participado como colaborador de la Sociedad de Escritores del Maule y en diversos medios, destacando su actividad como director-editor de “Cuadernos de Maule”, diario Literario de formato tabloide de difusión para la poesía joven. Fue editor de la revista literaria “Plaza Pública”, período 1997-1999 en la ciudad de Constitución y fundador del grupo literario “El Guanaye”. Invitado al Primer Encuentro de Poesía en Talca, noviembre de 2008, con la participación de 40 poetas de diferentes puntos del país.

Bibliografía

Mar Escindido, o el secreto viaje a otras latitudes (2006)
Contemplación de paisajes que huyen (2010) en edición 
Versos prófugos (2009) en edición.
La raíz de un sueño imperfecto (inédito)
Grietas: una forma distante de mirarnos(inédito)




"CONTEMPLACIÓN DE LOS PAISAJES 
QUE HUYEN"

 “Perder contacto de aquella forma con la ciudad
era un modo de morir.”
Philip K. Dick



1

Después de un comienzo
algo así como desde la punta del dedo hasta la luna
ciertas cosas parecen aventurar 
en la eventualidad de aquellas cosas 
que parecen mover su propósito azaroso   
repentino
ligero de rondas por ciertas calles triviales    
su estilo obsesivo 
poemas rebuscados con tiempo libre
detalles para líneas que tal vez tengan sentido eufórico 
ficciones que emergen de espacios vacíos
huellas metafísicas
pálidas nieblas que luego pierden valor
y elogio, digo  
por no errar de atavismo maníaco 
simulacros 
sensaciones incontenibles
como el viento cuando ensaya su atajo en la arena.


2

Nuestras zonas de silencio se desplazan uniformes
como peces despreocupados en el mar del tiempo. 
Aquí lo que parece historia de amor
es el reflejo del asfalto en la ciudad con su mirada rota 
intenso jardín cubierto de huellas
que deambulan e improvisan
a paso lento 
la tibia felicidad posible.


3

Allí donde los caminos acaban perdidos
podías sostener cierta elíptica fuga 
y tu vientre abierto
como espectador del ancho mar 
la figura 
el retrato verdemar en caja de cartón
habitado de juegos irrelevantes 
anticuarios intoxicados
paradoja de cristales, agujas, hilos
viejas fotos como túnel del tiempo
y este afán de perpleja inutilidad


4

Alguna vez intenté trazar líneas
sostenidas unas de otras en los muros del aire  
pero dibujé nubes incoloras
cúmulos suspendidos en paisajes proscritos 
en este ir y venir de voces que ya no existen
que tal vez nunca existieron 
para mundos suburbanos
con aquella sospecha impasible  
de vacía inmortalidad
donde mejor es ser nadie
como toda esquina que se pierde en la ciudad.


5

¿Recuerdas que huir de rutinas
era reiterar mitos imposibles?
Valga el empeño de la piedra
por querer ser, sentir, oír el entusiasmo de la locura
y creer que vivir no es necesaria mentira
en este reino de resurrecciones.


6

Está en mi naturaleza alcanzar nubes
como la piedra que tropieza con techos húmedos.
A veces esta simple claridad
demuestra que existe algún trayecto mínimo
sencillamente esperado por encima de la temperatura
en otra parte del destino
         que precisa tu adolescente plenitud  
como aquellos relojes que articulan
teorías lujuriosas
y augurios de perfecta ironía.


7

Días enteros sin pensar en nada
y noches que nos llevan de la mano
a su reiteración desnuda
como tus dedos cuando rasgan la costa del oasis
esa tersa ondulación de la piel
el amplio arco de posiciones 
en medio de la frecuencia silenciosa de gatos insomnes 
y su negra sonrisa.


8

Mis lugares comunes tienen otros olores
en la simulación ligeramente precipitada
del viento que jamás nos reconoce
porque a veces somos aquel pájaro vagabundo
que planea silencioso su precipicio de ocasiones
no más que cementerio de siluetas  
en el comienzo cáustico de las cosas 
que se mueven
eventualmente
más allá de la perduración.


9

Alguna vez creí que el Universo 
reiteradamente 
naufraga
en la geografía oscura del corazón
donde barcos ordenadamente vacíos
platican del tiempo que vendrá
en una caja con paredes, fondo y tapa
y dentro de este parpadeo 
lámparas hedonistas, peces peregrinos
la cicatriz en busca del amor
algo de mínima lucidez
y yo
     de toda alma 
         de todo artefacto
 el más inútil.


10

¿Cómo, entonces, 
amar ríos que no habitaron mi corazón?
Quizá podría decirte palabritas hermosas
adornar el rastro que acusa cada acto de fuga
leer extraños objetos
dialogar sobre forma y color 
de aquello que estamos hechos
nuestras protuberancias óseas
tal vez, un comienzo
digo tal vez...
algo así
como mi silencio y tu ojo desnudo
comprimidos en la noche.


11

Digamos que certeza próxima a la sutil predicción
era esta piedra en mi garganta;
una bombilla por cerebro
                            alucinada con insípidos paisajes
la manzana sumergida 
en breve tiempo cortada en dos 
por motivaciones de último minuto.
Bien, digamos que 
                     aquella bruta certeza era ilusión
                                                       irrenunciable
como la estrecha relación de luces blancas 
                      después del relámpago
y su correspondencia al vacío.


12

Diríase que a pulso pienso 
en historias que se plagian a sí mismas
agujeros que nos engullen en el vacío
luego me resigno
a la lluvia, por ejemplo, que desfigura silenciosa
su ondulación de prohibiciones
en el espejo de otros hombres desposeídos.
Entonces, a saber  -dijeron-
mi ojo en tu lánguido ojo;
cóncavo afán llamado costumbre
¿qué piensan otros en este fondo negro de las cosas?


13

Es la inclinación del vértigo a la caída
más allá de muros y rutinas
como un dique al borde de su redonda desolación
apenas ausente
diríase a pulso en el color de la tierra
palabras que caen de las sombras
semillas perdidas en el vientre de los pájaros
mutaciones sin comienzo ni resultado
a medidas verdaderas
paisajes recortados con tijeras dulces
que se envuelven en espesa niebla
como el historiador que apenas conoce 
el abismo de su pasado.


14

Intuir curso de estrellas no es más que pretexto.
No es posible este discurso para caminos lentos.
La inmensidad del viaje en medio de su eco.
El color una condición de la sombra. 
Este vuelo militante de la locura
y sus pájaros 
en la curva arena de viejas repisas.


15

Antes comprendía que todo trayecto y destino
reconoce su final
como la huella que convierte en pretexto
su avance y retroceso 
que se detiene, que se instala en toda
sensación de perdurar 
como artilugios que cuelgan en el paisaje 
o en el espacio vacío de mujeres ardientes
y hombres ciegos sin amor.
Esta sensación abierta como herida 
a veces es un muro 
de bloques transparentes como el sol.



“El placer es un suave viento, 
el dolor es una tempestad,
La vida de cada día un estado intermedio...”
Aristipo

16

Por esa disímil proximidad a ciertas cosas ocultas
un perro cínico y teatral me habla de inmortalidades
en medio de tanta turbulencia 
allí donde enorme es el mar 
como un lienzo extendido
en torno a la nada.


17

Era yo quien huía de confesiones 
en un país de plástico
herido de hipótesis, sin línea de flotación
señaléticas elocuentes o palabras compulsivas;
huía de días eternos, días lluviosos. 
Huía del tamaño de mi tristeza. 
Era yo el desposeído. 
La precariedad de mi ventana de vértebras
era un ángulo agudo
de estrellas y nubes.


18

Cantan los grillos tu ausencia de sonido
a primera vista
en el exilio de farolas que no siempre alumbran 
caminos disidentes
pero, qué importa quién cante o no
en este mar altitonante
el acertijo de tu longitud horizontal.


19

¿Qué queda de aquellas pulsaciones?
¿La memoria que ilumina sus signos?
¿Fragmentos de intimidad y albedrío? 
¿El agua que busca su lenguaje?
Mi padre dijo alguna vez a sus amigos
amargo y adánico es el vino de nuestra copa, 
el insomnio y el mar la misma cosa sumergida 
y en esta sumersión extraviaron 
la costa orilla de voces e imágenes repetidas.



“Haz lo que amas. Conoce tu propio hueso,
róelo, entiérralo, desentiérralo y vuélvelo a roer”
Henry David Thoreau

20

Ya no conozco intensidades.
Algo pude haber querido esta ribera de río
y la sombra de algún futuro común.
Cómo saber si todo era verdad
en esta agua perezosa.
A veces olvido cerrar puertas y ventanas. 
Mi pasado es un huésped ajeno
como aquél turista “faluchero” del espacio 
que regresa con viejas preguntas
porque para ambos era lo mismo
la infancia
el olor de la noche
la supuesta palabra
el golpe del remo sobre el agua
el lugar irreal 
esa última hora del frío 
la íntima inmensidad.


21

Fácil es comprender que somos parte del paisaje
arma de doble filo que oculta su furia en el trayecto.
Bares comunes allí donde enorme es el mar
permanecen serenos
resignados
como el suicida que otorga crédito a su derrota
y se entrega al olvido  
porque sabe que vida y muerte
reconocen esa huella de infinitas ondulaciones.

22

Mientras hablamos de bárbaros y ficciones
llueve intensamente.
Arde el fuego que ignoramos pero no imitamos a Dios.
Hay palabras que corren tras el espasmo de los vivos
que tampoco imitan a Dios.
Mi padre descorcha generosamente botellas
tan oscuras como la noche
y luego asoman palabras llenas de frío.
En este humo de palabras mi madre sonríe 
y abre las ventanas a los seres amados.


23

Advierto la inclinación del paisaje
la figuración del camino
el sutil encadenamiento a la marcha de cangrejos
como una suerte de destino 
soportablemente perpetuo.


24

Quizá aprenda a contemplar el mundo
en esta vieja aldea y sus calles de cristal.
Tal vez pueda leer el vacío que dejan ciertas 
aves y sus prontuarios 
impulsados por la inercia.
La constricción inevitable a sentencias metafísicas.
El llamado a perderse para no morir
porque siempre alguien huye de su muerte
como el iceberg desprendido en silencio
que renuncia
y prefiere ser nadie.


25

Detrás de la intuición alguna teoría oculta.
Mis estrellas de mar en el pequeño universo 
de estas manos. 
Días enteros sin pensar en nada.
Sueños frágiles como espejo imprescindible.
Cometas prófugos 
puñado de pájaros
que vuelan hacia nosotros
en la espesa línea de atajos 
que conducen a la felicidad.


26

No existe amor más grande que el amor propio.
Asumir la estructura de esta historia
su fundamento definitivo
no tendrá efecto alguno en el paisaje y sus grietas.
A veces intento lanzar agujas al mar 
comunicarme con rincones oscuros
                desplazado
                             libre de manifestación 
tal vez, sin saber más 
acerca del puto efecto que traman las palabras
cuando entran y salen
del sótano. 

A veces
mi día perfecto carece de rostro.



DE “CONTEMPLACION DE LOS PAISAJES QUE HUYEN”
Introducción

Con el paso del tiempo siempre me pregunté, ¿por qué el pasado debe morir?, ¿por qué nuestros amigos y seres queridos deben morir?, y las ciudades, el paisaje, los detalles del entorno, la calle que transitamos en distintas edades. ¿Por qué el dominio de la transformación nos persigue desde la eternidad como una cosa viva y persistente? ¿Por qué todo lo conocido no es un eterno presente? Inevitablemente esta mutación, como cosa viva, perenne con su herrumbre, el óxido, sequedad y humedad, ejercen su dominio sobre el paisaje, sus elementos y en cada observador consciente. Y digo, consciente, cuando me doy cuenta, nos damos cuenta que, existe un espacio habitado por voces, sonidos, aromas y frescuras, imágenes, palabras, gestos, sinuosidades, símbolos, colores, alientos y habitantes que alimentan nuestra vida cotidiana. Lo interesante es que en esta escena sus actores (el nosotros) y sus voces, el yo y el ello van desapareciendo en lo externo del paisaje, su manifestación concreta y sin más opción que alojar cada acto en nuestra mente, so pretexto, de construir nuestra memoria colectiva e individual. Hoy nadie quiere estar solo, dice el Sr. Krishnamurti, “después de todo, se está volviendo cada vez más difícil estar solo aun físicamente. Las personas, en su mayoría, no quieren estar solas, tienen miedo de estar solas; se hallan ocupadas y desean estar ocupadas desde el instante en que se despiertan hasta que se van a dormir. Y aun entonces son perturbadas por los sueños. Y aquellos que viven solos en cuevas o, como los monjes, en sus celdas, nunca están solos, porque viven con sus imágenes, sus pensamientos y las prácticas que les prometen una futura realización. Jamás están solos; están repletos de conocimientos y de la oscuridad de la cueva o la celda en que viven”. Es posible, a mi modo de pensar, que marcharse de un lugar es normal, los cambios son buenos. Pero cierta lógica me dice que regresar y ver aquellos lugares comunes es como recuperar el libreto perdido la particular historia vivida, aquella en que respiramos y exhalamos nuestras impresiones más intensas. Permanecer solo en un presente demasiado cruel, silenciosamente cruel, reprimiendo palabras y sentimientos es caer lentamente en el olvido que nos rodea con su oxidación y destrucción.

Somos seres delicados, y que efectivamente, a pesar de todo, vivimos solitarios en esta alma colectiva y, el lenguaje, que no se duerme en el tiempo, tiempo que ni siquiera es nuestro como para modificarle, nos invita a reflexionar, hacer un alto y de una vez permitirnos naufragar una y otra vez en la ventura de la vida. Este libro nació así, en medio de un naufragio, ahí sentado sobre esta roca, con el cielo azul -asombrosamente azul- y el aire purísimo, incontaminado. Muy lejos y al otro lado de aquellos cerros que caen al mar. Tal vez, la necesaria soledad, es el ojo primordial en que pueden verse millas y millas de desierto. En medio de una percepción intemporal. A medida que el sol bajaba hacia el mar, el mar de mi memoria, imaginaba que algo en mí se abría a otros valles, a otro desierto, que todo alrededor estaba iluminado por este sol merodeando el paisaje, el campo y la arena, la brizna de hierba y las calles que se pierden en cada esquina, ese arbusto silvestre y el jardín de la plaza, el alto eucaliptus en medio de la tierra floreciente, la casa original, el patio y su silencio lleno de pájaros. Sentir estas cosas, desde la altura modesta de los cerros maulinos significó darme cuenta que estoy vivo frente al paisaje pero, cada minuto que se ahoga en el silencio, aparece la sugerente e inevitable mutación y su evidencia. Entonces me pregunto: ¿estoy viviendo la realidad, o es el pasado que vive en este presente donde no existe la posibilidad de futuro? ¿Entonces es el pasado el que nos da la cualidad de seres vivientes y con memoria? Este libro, estos poemas, retratan una voz, una voz colectiva y común que transforma el sonido del mar, el vuelo de las aves, la pausa de los habitantes y su cósmico lenguaje, su natural olvido, aquellos símbolos familiares e imágenes repetidas que se convierten en todo un ejército de fantasmas, y que toda esta legión de espectros nos siguen en nuestras mentes, como si fuera música inacabada. Música que desde lejos, da y quita vida, a pesar del cambio, la mutación cotidiana y este pagano óxido. Las motivaciones pueden ser muchas, los sentimientos y reacciones a los afectos naturales pueden ser incontables y anexarlos a un poema de manera adecuada, involucra descubrir el poder inmenso de una buena metáfora.

También, mi querido lector, confieso, que es inevitable sentir eso que llaman perpetuidad o resistencia al cambio, sin embargo, al leer los paisajes que nos han rodeado durante nuestra breve estancia, mi proyección se limita al estímulo del conocer y del querer sentir si estamos vivos en medio de tanta muerte. Cada verso es como un pequeño taumaturgo, aquel hacedor de milagros que disfraza la forma y el fondo de contenidos, y no deja de resistir frente a toda su realidad y contemplación. No sé si esta cosa viva o inventada tenga una existencia real, no sé si estoy aquí en plena conciencia, en este universo de creyentes absorbiendo fracciones de segundo. No sé si al escribir estos versos, después de muchas dudas y depuración insufrible, han dado con la respuesta que busco, si han modificado la soledad de mi pensamiento o el paisaje habito. Tal vez, exista una realidad mayor que se manifiesta por motivos o estímulos como algo independiente del poeta pero, por algún motivo esta cosa llamada escritura, reinvente, transforme observadores con delicadeza de hierro, porque de algo puedo estar plenamente seguro, es que todo lo que nos envuelve es tan inseguro en sí mismo, como una cosa inventada, un libro escrito por otros. Un susurro que atraviesa y se lamenta, que crea la inquietud extraña de callada desesperación y que en este estado regresan una y otra vez los seres amados y los paisajes que han huido a lo largo del tiempo y nuestras vidas inacabadas. Creo que en este libro he viajado, imaginando a escala, cambios y cosas nuevas, reemplazando lo que mi memoria rescató, mientras mi ojo ve, en el ahora, la expansión de un mundo cada vez más grande y distinto. Resumiendo, hay que creer, como dijera Werner Herzog, en “los paisajes interiores, nacidos del delirio de la jungla”.

Juan Alburquenque C. (Alberto Navero)
Talca, 30 de junio 2015





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