jueves, 20 de diciembre de 2012

EUGENIO REDONDO [8890]




EUGENIO REDONDO 
Nació en Cartago en el año de 1963. 

Ha publicado los poemarios: El columpio entre las hojas (Perro Azul, 2003). 
El incendio y las sombras (San José: Editorial Arboleda, 2009) y Arbusto (San José: Editorial Arboleda, en prensa). 

Invitado al V Festival Internacional de Poesía de Granada, Nicaragua.
Actualmente, trabaja en el Ministerio de Hacienda de Costa Rica.




LOS HIJOS QUE NUNCA TUVE

Miro los niños jugar fútbol.
Algunos no pueden perfilar
con sus zapatos la pelota.
Se tropiezan, caen.
Estos son los hijos
que nunca podré alzar
a mi espalda,
los hijos con quienes
no pude compartir un cachorro.

Mis hijos son de papel;
algunas veces
no sé jugar con ellos.




TRADUCTOR

Traduce los signos de la noche
al ascenso de las hormigas.

Vierte en un idioma desconocido
la navegación del universo.

Las noticias le traen de vuelta
las preguntas que se inscriben cada día
en el muro de su patio:

¿para quién canta la lluvia?,

¿los gritos de los niños
son la equivalencia de los campos solares?



BOCETO

Tu mano dibuja la mía
como el contorno de una estrella
que no acierta a brillar.

Me traspasa luz
para que no decaiga.
Perfila con el índice
la iluminación puntual
de las constelaciones.

Tu mano sabe del largo viaje
que nos espera.
Obedece a las minucias
de un mar contenido.
Pulsa la cuerda del equilibrio,
la noche en la que soy
un manojo de ansia y soledad.

Deja que me mueva.
Has hecho tu obra.




LA MATERIA DE LOS SUEÑOS

Los pinos se adelgazan
en mi memoria.

Lo que hoy es una sucesión de casas
antaño era la floración del verano.

Mi vista se vuelca
hacia la terquedad de la luna.

El patio es un poblado de grillos
que dialoga con las estrellas.

Las flores del durazno
confirman la llegada del invierno.

La garúa se instala
con la impotencia de las hojas que caen.

La bruma es un velamen entre las cosas.

El niño que no soy
traspasa el umbral prohibido de la infancia.

La derrota es evidente.
No somos de la materia de los sueños.




PERMANENCIA

En tus ojos veo la corteza
de un sol inconcebible.
Varias lunas giran en tu ombligo.
Dos cometas iluminan
la doble vía de tus piernas.

Toco tus pechos.
Amar es la permanencia de los astros.





ESCRITO A UNA MUJER

Porque veo el pequeño sol
de la concisión en tu rostro,
ya que tu nombre es el apócope de Alexandra,
el tránsito de la eternidad a los años
vividos con alegría,
a las meditaciones poco sesudas
de los historiadores del pensamiento.

Porque veo un camaleón
con todos sus colores en tus ojos,
he decidido amarte.
La soledad hermanada
no tiene asidero
en el corazón podrido de los muertos.

Quiero vivir
para ser una nebulosa de neón
en los charcos amarillos de la tristeza.

Tu nombre comienza con cualquier letra del alfabeto.
Termina con todos los trazos de los ideogramas conocidos.
Lao Tsé y Descartes son mis contemporáneos,
pero pasan de largo con sus palabras cargadas de rocío.

Vos estás aquí
en una madrugada de domingo.
Los libros que no has leído
son la bibliografía melancólica de este poema.

Dejáme ser el arcabuz de tus sueños.
Concertar el frío, el viento y la lluvia
para dibujar el contorno de la escultura de tus labios.
Dejáme ser la arena donde
la espuma se acerca y vuela.
El malecón donde una luciérnaga
persiste en alumbrar el destino de todas las galaxias.





CACHO DE LUNA

Hay una íntima conexión
entre el viento y mi camino.

De pronto, una mujer me detiene
y me cuenta su historia.
Una mariposa monarca
me habla del día
y de su prolongada estatura.

Escribo para hallar las puertas,
pero un cacho de luna
es más sublime
que todos mis poemas.





• Poemas tomados de su libro, Arbusto.
San José: Editorial Arboleda, 2012




Gallinazos

Mi vista es un atisbo de lo irreal
que hay entre el cielo y la tierra.
Aún así, logro distinguir
el viento entre los cipreses,
el ligero balanceo de su llama.
Una vez, pude entrever a Dios
como una ardilla en el tronco de un ciprés.
Hoy acuden ciertas aves.
Tres gallinazos están sobre el río:
picotean las entrañas de un zorro muerto.





Cantos CI

La poesía china se lee
como los caballos
que nos llevan al destierro.

No hay pirotecnia
ni deleite en su tristeza.

Un tajo transversal
hiere sus frases.

La ausencia es la flor del ciruelo
que, al mediodía,
prepara su sombra.







La caligrafía del reposo

Mi vida contradice a los más insignes expatriados.

Interrogo a la luz con mis lecturas.

Encuentro en los poemas
un enorme corazón
dragado por el mar y el polvo.

Me vuelco sobre mí
para escuchar el ruido
de la lluvia sobre las hojas.

Soy un hombre abordado por el azar.
Un muro en entredicho es mi testimonio.

Sobre él,
un sol lejano
rescata la caligrafía nómada
de una lagartija.






Lloviznas de octubre

Regreso al espacio
donde los libros no se interrumpían,
donde la verdad de Dios
se cifraba en un versículo.

Aprendo de memoria un poema.

Quiero rescatar la antigua claridad,
cuando el mundo era perfecto
como el aroma de una mandarina.

Salir al patio
y contemplar el durazno
que se multiplica como el fuego.

Volver al sitio donde soy,
donde pastan las lloviznas de octubre.






Aprendiz

Yo era ese que leía salmos
y jugaba fútbol
con mis vecinos y mis primos.

Ahora escribo
sin ningún afán trascendente,
salvo el de mirar a Dios
como un martillo sobre la mesa.

Yo detestaba
los supuestos poemas infantiles de Lorca
en el Tesoro de la Juventud,
y declamaba de memoria
los poemas infumables de Santos Chocano
en los actos cívicos.

Ahora soy el mismo
que interroga a las palabras
desde el anonimato.

Si tuviera que expresar un deseo,
sería el de la espuma sobre la arena:
breves signos contra el aprendizaje de la muerte.





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