jueves, 25 de julio de 2013

IRMA CUÑA [10.257]



Irma Cuña

(Neuquén, ARGENTINA 1932 – 2004) fue profesora en Letras por la Universidad Nacional del Sur, donde fue discípula de Ezequiel Martínez Estrada. Trabajó su tesis doctoral, sobre el personaje literario- folclórico Pedro de Urdemales, en el Collège de France con Marcel Bataillon y la concluyó en la Universidad Nacional Autónoma de México. Fue profesora universitaria en diversas instituciones nacionales e investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). En 1999 fue designada miembro de la Academia Argentina de Letras. Es considerada una de las poetas más importantes de la Patagonia.
Entre sus libros de poesía se cuentan: Neuquina (1956); El riesgo y el olvido (1962); Cuando la voz cae (1963); Menos plenilunio (1964); Maneras de morir (1974); El extraño (1977) y La divisa del emboscado (1982). Se han publicado también un volumen que reúne toda su obra, El riesgo del olvido (1991) y dos antologías, Antología poética (1996) y Poesía junta (2000).
Un relato de su vida dice que, pasadas la niñez y la adolescencia en Neuquén, Irma Cuña comenzó un periplo que la llevó por unos años a Bahía Blanca, donde estudió en la Universidad Nacional del Sur. Allí se graduó como profesora en Letras y comenzó el influjo que Ezequiel Martínez Estrada ejerció en su forma de entender las cosas. Más tarde, viajó con una beca a París. En esa ciudad, escribió su tesis de doctorado y disfrutó o padeció la lengua francesa, según la circunstancia. Luego vivió en México, país al que viajó exiliada y donde vio una parte de una escultura que atrapó su fantasía y cuyo fantasma podemos perseguir en su poemario El Príncipe.

En Argentina, trabajó como docente en colegios secundarios, en institutos terciarios y en la Universidad Nacional del Comahue, y como investigadora en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. En su producción crítica se inscriben títulos como Inmortalidad y ausencia de Pedro de Urdemales; Símbolos de "Don Segundo Sombra" y El mito de Narciso en la poesía de García Lorca.

Desde 1990 se dedicó a estudiar el pensamiento utópico latinoamericano, cuestión que la llevó a escribir América Latina, utopía o realidad; Latinoamérica, utopía latente; América Latina, la utopía como síntoma; Utopía musical en Daniel Moyano e Identidad y utopía, dos grandes sombras en Latinoamérica. Entre otros reconocimientos a su trayectoria como escritora y como intelectual, fue designada miembro de la Academia Argentina de Letras en 1999.

Sus trabajos críticos, sin embargo, no fueron lo que más ocupó sus insomnios, sino la poesía, que la dejaba indagar en amores y dolores, existencia y muerte, sueños y filosofías. Publicó Neuquina, que es el más difundido de sus poemarios, en 1956; El riesgo y el olvido, en 1962; Cuando la voz cae, en 1963; El extraño y Menos plenilunio, en 1964, Maneras de morir, en 1974, El riesgo del olvido y La divisa del emboscado en 1992, y El príncipe y Angélicos, en 1999. Publicó también la recopilación Poesía junta.

Su poesía trasciende territorios para estar entre las más bellas y las más dolidas o dolorosas de su generación, junto a la de Alejandra Pizarnik y la de Olga Orozco. Para más claridad, uno de los territorios que trasciende la poesía de Irma Cuña es aquel que designarían palabras como "patagónica" o "argentina": la poesía que logra serlo no debería tener la medida de lo geográfico, ni siquiera con el pretexto de la identidad. La arena y el viento patagónicos están, a veces, en la poesía de Irma, pero no son la poesía de Irma. La patria -la matria- de una poeta es la lengua en que escribe. También lo son, en ocasiones, ciertos derroteros existenciales que no pueden cifrarse en una región. En este caso, el ser mujer y la diáspora. El poema que transcribimos incluido en La mujer, la tercera parte del poemario El extraño (1977), y recopilado en El riesgo del olvido, puede ser leído como un leve contacto con el universo de esa mujer en constante huída que fue Irma Cuña.


Poética

como los escarabajos negros
que vuelan corto entre las amapolas
y luego caen
-redondos y dorados de polen-
sobre los pastos,
así suelen andar los poetas
transmitiendo la vida
-a pesar de todo-
y amapolados



EL CUENTA
gota a gota
su muchedumbre de fantasmas,
y ha repudiado mis manos.

Solamente un día
confundió la voz con un espejo.
Su respuesta fue una ola de arena.

Aún está secando mi piel
y deslumbrando de sílice mi pelo.



La Mujer

JARDIN de un árbol solo,
todohierba.
Dos alcatraces* y la buganvilla.
Soy una parda lagartija quieta
bajo tu sol de octubre

y siento frío.

* Alcatraz: en Méjico es la flor de la cala




No podrás dos veces retomar el sueño.

No podrás dos veces retomar el sueño.
Cuídate de su agua.
Una vez cae el corazón entre los muertos
    con la pesadez grave de los espacios:
sólo una vez naces así
sin rosa
sin pez
sin fruto.
Todos los días del hambre se suceden después inexorables.

Tú no creerás que has partido
hasta apretar el viento entre los dedos,
y yo me desespero para decirte que huyas río arriba
con tu única siembra.
Ahora.

Nunca después remontarás las fuentes.

Y te crecerán alas invisibles
    en la región del alma donde no hay aire,
y una aleta triangular buscará el filo inútil de las olas,
y un dedal de acero guardará la espina de las primaveras
    cuando el sol salga por occidente.

Nada retorna.
Tú dormías
y pasaban los coros de la ofrenda.
Más te valiera dormir ahora.
(En el andén rectangular se despiden parejas y se besan.
En el muelle respiran los viajeros.
Una playa redonda
se recuesta a dormir bajo la arena.
Alto, sonríe el bosque visionario.)

Tú estás en la marea enloquecida de las algas.
Nada vuelve.

"El riego y el olvido", 1962, Pasajera del viento. Antología poética, selección y prólogo de Irene Gruss, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2013




Casi una niña,
el collar de claros corales a la espalda,
huyes vestida de gasa, de lila, de rosa.
Llevas los ojos en los pies que no alcanzo,
los ojos en las manos escondidas,
los ojos en la cara sin huésped.
Dejas una espuma
ahilada
de trigo,
una confusión de lino
en tanto aire,
la copa de amapolas desvaídas,
el mundo de polen en vuelo.

Reclinada en la ausencia del agua,
segura entre rocas invisibles,
la almohada de sílex te espera como una concha áspera.

La niña-flor va por el aire
entre los dedos lisos de las ramas,
sin tocar el hilván de la luz,
separada,
mujer de muro mielado,
olvidada del sol,
mariposa confusa,
caléndula,
uva moscatel que el otoño mueve.

Irma Cuña, El riesgo del olvido, Neuquén, Ediciones Culturales de la Ciudad, 1992, p. 123.




Palmira Painefilu

En tu gran corazón de niña seria,
Palmira Painefilu,
¿estaré todavía?
Sería bueno saber que has olvidado,
porque el amor te dio un albergue,
a la hermana maestra
que intentó revelarte el valle verde,
los afelpados troncos del canelo,
las hojas del otoño entre los notros
y el latido retumbo de los lagos.

Palmira ¿has olvidado?
¿O todavía estoy en tu piuqué,
como cuando me iba?

Aunque alcancé a llegar a tu silencio
y albergarme yo misma entre tu orgullo,
–ambas espejos de la tierra–
por dos despojamientos diferentes
¿qué oscuro resultó reconocernos!



Tejendera

Seguís urdiendo atenta,
sin preguntas,
la geometría interminable
–blanco y negro–
de la disolución y del olvido.
En tu MATRA antiquísima
vuelan los pájaros,
giran las guirnaldas
y oscila entre tus dedos incansables
el zigzag de la víbora,


Las ocho puntas de la estrella
y pico del pillán de tus volcanes.

¿Seguís entretejiendo,
tejendera,
las huellas de un ritual que te ha perdido?



Isla Nadie.

Mi corazón sostiene cinco muertes
Y un resplandor de fuga.
¿Cómo amar el resquicio por donde fluyen mariposas ebrias?
Consuélame de tanta muchedumbre,
De este jirón de rostro pudriéndose en la orilla.
Mitad de río,
lumbre,
viento largo.
Precipicio de amigos
y olvido de cavernas.

Nadie. Deshabitada convoco algunas sombras
y un ritual apagado para manos oscuras.

El sueño es una roca derrumbada.



Costa

Haber mirado el aire
desde el centro del aire,
el águila en el pulso lejano del desvelo,
el perfil de una roca junto a la flor.

Y habitar frente al mar-siempre-de-espaldas.

Haber crecido, piel de las arenas,
entre los montes rectos.
Haber bebido el agua de los ríos
en su diamante exacto.
Haber perdido el rostro en la alameda
roja de alto silencio.
Haber huido al hueco de la tarde,
el ala tensa.

Y habitar frente al mar-siempre-de-espaldas.




Pródiga

Volví a la luz extensa del verano y al viento circular de las esquinas.
Neuquén es un cristal, un cuarzo sepia.
Pueblo desconocido donde inventé el espejo de una historia y la poblé de cascos en el aire. (en aquel aire ululador y tenso). Un aire tangible que más parece un agua, una corriente, un surtidor horizontal -un brazo- que el natural camino de la cara. Y otra vez ese polvo amarillento y esas piedras hundidas entre pelos de pastos requemados.
Patria de negación: sin verdes, rojos, alas, concavidades. Sólo este movimiento del planeta espiral o de flecha, bamboleo. Fui a buscarte quetzales, mariposas, enormes colas de serpientes vivas, venados tímidos, turquesas, y me has devuelto el filo del silencio y el ardor de la arena para siempre.



Lucero

Cuando volvía al pueblo, sobre el sendero, entre el polvo y la noche cayó un lucero.
Yo no quise tomarlo porque sabía que en el verso los astros palidecían.
No toquéis al lucero que se ha dormido sobre el polvo, de noche, camino al río.



Tiempo

Volver del sueño con la ciega frente y el alma ajena, como los manzanos que nunca dieron esos frutos sanos, rojos y dulces de mi valle ausente.
Volver de todo lo que fue valiente con la derrota de los seres vanos. nada en el pecho ni en las huecas manos; sólo la pena: dolorosamente.
Regreso inútil –como buen regreso–, ¡sigue de vuelo sin mirar tus alas! nunca has estado mutilado y preso.
Gira la tierra con sus horas malas pero no vuelve lo que se ha perdido. Breve es el tiempo para tanto olvido.



Soledad

El que ama la soledad ama una esfera de fuego con que aleja a los demás, mientras él se quema dentro.
El que ama la soledad lleva sus penas ardiendo.
Amor
No he conocido el amor — motivo de mis cantares. Sombra de un pájaro enorme que entre mis manos no cabe, desde la luz se proyecta sobre mi limpio paisaje.
No he conocido el amor fecundador de mis frases. Que al amor oculto y solo “amor” no lo llama nadie.













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1 comentario:

  1. una manera de morir
    inquieta,
    por las noches,
    te veia dormir,
    murmurar levemente
    o darte vuelta;
    y ese cuerpo pesado que fue amor
    -y era un animal ciego-
    alentaba de pronto mi ternura
    y te rozaba el pelo
    como a los niños solos.
    Y quedaba pensando,
    más tranquila,
    que estabas cerca y vivo,
    a pesar de mostrarnos enemigos.

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