sábado, 17 de mayo de 2014

ALBERTO MAURET CAAMAÑO [11.711]



ALBERTO MAURET CAAMAÑO 

(1880-1934)
Poeta y periodista chileno, autor de los poemarios Alma (1903), Por el azul (1920) y En el regazo de Venus (1923).




VIAJE ROMÁNTICO

Tengo hastío del mundo, tengo hastío
de las caricias que con fiebre loca,
al brindar el placer en dulce boca,
dejan el corazón árido y frío.

Fragancia virginal, albo rocío
para mi juventud el alma invoca.
Ir donde nadie con su planta toca,
más allá del azul, es lo que ansío.

Si tu amor me otorgase la fortuna,
sería mi deseo, niña hermosa,
que en esta noche blanca cual ninguna,

¡nuestras almas, en fuga milagrosa,
viajasen por un rayo de la luna
sobre fragante pétalo de rosa!




En el regazo de Venus de Alberto Mauret Caamaño

CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1915-03-15. AUTOR: NATHANAEL YAÑEZ SILVA
Ahora un recuerdo al poeta Mauret Caamaño, cuyo libro “En el regazo de Venus”, leí hace tiempo con mucho agrado.

Este pulcro poeta, durante mucho tiempo fue y creo que sigue siéndolo, el más fácil y el más inspirado para “tratar” el amor. En cuanto Mauret encontraba un tema amoroso, ya os suponían versos cálidos, versos sinceros, poesía, en fin, iluminada con ojos de mujeres hermosas y con risas de esas mismas mujeres. Y en este libro que recuerdo, cuyo título es tan sugestivo como una promesa de amor, vemos la personalidad de Mauret Caamaño con toda su acentuación. A él solo le preocupa, según parece, que lo lean ojos femeninos, y hace bien, porque ¿qué aplauso tiene el prestigio y satisface más ampliamente que el de una admiradora que puede convertirse en una amiga?

Los que buscan el aplauso de la crítica concienzuda, de la que “pasa” a la historia, son aquellos que tienen el raro gusto –démosle este nombre- de ser vitoreados después de muertos, tal vez para oír mejor el aplauso en el silencio eterno…

Mauret Caamaño es más positivista y quiere ser poeta en vida y que en vida le digan todas esas cosas agradables que provoca la gloria que es simpatía. Y el joven poeta, a no dudarlo, lo consigue.





El confesionario bajo las estrellas
Autor: Alberto Mauret Caamaño
Antofagasta, Chile: Impr. Skarnic, 1920

Escarceos Poéticos: El confesionario bajo las estrellas

CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1921-01-01. AUTOR: ANTONIO BÓRQUEZ SOLAR
Este título sugiere inmediatamente el de giros parecidos, o de cercana similitud, que dieron a sus obras de rabiosa heterodoxia escritores de no muy gran valía: “Los Misterios del Confesionario”, “El Subterráneo de los Jesuitas”, “El Puñal y la Sotana”, que suelen leer con avidez por horteras engomados y vulgares bolcheviquistas.

Este confesionario es de versos, buenos unos, inarmónicos y desmayados los otros. De vez en cuando en algunas de las composiciones de ve el lampo fugitivo de la divina poesía. Quiero dar por adelantada la impresión general que dejó en el espíritu la lectura de este pequeño volumen, que no puedo aplaudir sino por el fervor artístico que con él su autor demuestra.

Y acaso no andaría uno muy fuera de camino si celebrara la aparición de un libro versos en una época tan tormentosa como la presente, tan poco propicia a tales deleitosos escarceos espirituales. Cuando se niega la eficacia del verso, cuando se desdeña real o fingidamente, y las aficiones todas se muestran por la prosa, es digna de valor y de selección mental manifestar predilección por la armoniosa lengua de la lira. ¿Quién eres tú para hablarme en otra que no usa mi frutillero ni siquiera el diputado Centolla? Pues, uno de los que orgullosamente en la soledad de las noches, en la quietud de las horas profundas, confiesan sus cuitas a lo misterioso, bajo el resplandor de las estrellas.

Pero si bien se considera, el verso no debiera ser desdeñado en ningún tiempo ni por persona humana alguna. Todas las almas tienen necesidad de él. Hay pensamientos que no pueden, por lo grandes, por lo hermosos, por lo divinos, encarnarse en prosa vil o vulgar. Cuando una de estas ideas purísimas se encierra en la prosa, esta se transforma, y se hace armoniosa, como una corrida alternada de dáctilos, anfíbracos y anapestos. Más cuando el verso es rebelde y no es el molde, el vaso digno de la divina idea, da más penosa impresión que la prosa vulgar que no puede presumir de tener alas. El verso no es la poesía, pero la su vestidura regia, dijo Zorrilla.

Precisamente por estos hay que cuidar, por lo menos, de la corrección del verso de su pulcritud, de su impecabilidad. Salvo muy contadas excepciones hay que abominar de algunas licencias poéticas que el modernismo del alba de este siglo puso en boga, sobre todo entre los poetas del aguachirle castellana. Me refiero, principalmente, al robustecimiento del acento en las palabras monosilábicas en el endecasílabo:



“Del impulso genésico en el ansia,
perseguí, más que el beso, la fragancia,
loco de ensueños y espiritualismo”.


En acento de esta i  hay que quitarlo. Y todavía con la agravante de la sinalefa. Dos renglones más abajo nos da el señor Mauret el otro:



“la capa azul de […] romanticismo”

Hay un centenar de estos en el libro.

Tal licencia y otras de parecido jaez no pueden estar de acuerdo con el decir de Verlaine “de la musique avant toute chose”, ni con la música interior de Darío.

“El Confesionario de las Estrellas”, es un libro erótico. Su autor, el mismo de “En el regazo de Venus” que celebré en tres líneas, es un adorador de la carne de mujer, carne de lirio de rosa. Canta al amor sensual sin reticencias, con valentía tal, a veces, que pudiera suscitar la admiración de cualquier carabinero: por ejemplo La Caída.

Menos mal que este cantor erótico que […] concupiscentemente en los altares de […] no se disfrace con el blanco vellón del […], es decir, que no incurra en esa aberración de aparentar religiosidad o misticismo cuando están aullando en los versos los lobeznos de la lujuria […] cosa tan al uso en nuestros sedicentes poetas jóvenes. Una tal turpitud [sic] es indigna de poetas y de varones. Y para que se aquilate bien el valor de lo que escribo, es necesario tener presente mi amplitud de criterio en estas materias. Con todo, digo que los símbolos de la virtud, de pureza, de la religión cristiana, tan idealista de lo suyo, tan alejada hasta siquiera de la sombra de una sospecha de sensualidad, no deben ser profanado y que deben estar tan altos que no alcance a ellos la mirada roja de Asmodeo.

El señor Mauret Caamaño con su “Confesionario bajo las Estrellas” tiene la galantería de dedicarme una parte del libro, aunque sin yo merecerla. Y porque agradezco el recuerdo hablo de tal obrita con toda sinceridad; señalando en especial los defectos para que sean evitados en otro futura.

“Los Parias”, una de las colecciones de estrofas del “Confesionario”, es sin duda la más interesante. Aquí el cantor de la molicie y de la sensualidad parece erguirse con una noble actitud varonil para fustigar a los exactores de la humanidad sufriente, a los explotadores y avaros, a los ladrones de los pobres. Trata de poner concorde su corazón con el de las muchedumbres del dolor, del hambre y de la miseria.

Noble actitud, o gesto como dirían los que no quieren hablar a las derechas; pero qué lástima que los bellos versos estén afeados por otros vulgares, arrastrados, inarmónicos. El conde de Rebolledo en siglos pasado no los desdeñaría.

El señor Mauret Caamaño vive en una ciudad en que el problema obrero conturba todos los espíritus; en una ciudad en que se amasan grandes fortunas y en la que una desolada pobreza gime y espera vanamente alivio y socorro humanitario. El poeta debe haber presenciado muchas escenas dolorosas e irritantes y debe haberse conmovido de ira o de piedad hasta en las esquirlas de sus huecos. ¿Cómo entonces es que estos versos de Los Parias no reflejan una íntima conmoción y no trasudan dolor y angustia, ira santa y flageladora?

Tiene derecho a admirarme quien, en este país fue el primer pulsalira que interpretó en su “Floresta de los Leones” el dolor de los pobres, el que después haber presenciado y tomado parte, anónimamente, en la huelga de los estibadores en Valparaíso, en 1012, decía en su lengua lírica:

“Y ahí van los veinte muertos
cuyas sangrientas heridas
para clamar por sus vidas
llevan los labios abiertos.
Y aunque estén hay todos yertos,
en la pupila que brilla
hay un fulgor de cuchilla,
y hay amenazas de huelga
en cada brazo que cuelga
fuera de la barandilla.”







La sombra de Psiquis, por A. Mauret Caamaño

CRÍTICA APARECIDA EN LAS ÚLTIMAS NOTICIAS EL DÍA 1927-03-08. AUTOR: GUILLERMO ROJAS CARRASCO
Cuarenta composiciones poéticas, la casi totalidad de ellas muy breves, forman este volumen de Mauret Caamaño, poeta justamente conocido en nuestro mundo intelectual, por su meritoria labor artística. Escritor cuidadoso y pulcro, cuida con esmero del corte perfecto de sus versos, atento siempre a producir poemas de elegante corte antes que a desbordarse en ritmos rebeldes.

En esta nueva obra, Mauret ha dejado de ser el poeta esencialmente erótico de sus libros anteriores para manifestarse atormentado por las cosas que ya no son y por el llamado inquietante del más allá.



“Haber amado tanto y esperar todavía…
El otoño solloza… juventud ¿dónde estás?
En el último linde desaparece el día;
una jornada menos y una tiniebla más” (pág. 27).



Hay composiciones, como “La vecina misteriosa”, que remontan el recuerdo a épocas pretéritas, por su corte clásico y su ritmo regular:



“Cuando se alejan las golondrinas,
cuando la tierra se torna gris,
riega sus flores descoloridas
la niña blanca como el marfil.

¿En qué remoto país de ensueños
sus dolorosas pupilas vi?
Vela un extraño signo de muerte
de sus ojeras la mancha gris” (pág. 59).




En la obra de Mauret Caamaño no se encuentran ni imágenes atrevidas, ni pensamientos profundos que le den sabor de originalidad. Es como un estuche elegante en que se guardan joyitas de reconocido valor; pero fáciles de encontrar en cualquier escaparate. Y la verdad es que por muy conocidas que sean las piedras preciosas, siempre es agradable contemplarlas cuando son legítimas como estas.





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