sábado, 22 de marzo de 2014

ALFRED DE VIGNY [11.329]


Alfred de Vigny

Alfred Victor de Vigny (Loches, 27 de marzo de 1797 – París, 17 de septiembre de 1863) fue un poeta, dramaturgo, y novelista francés.
Alfred de Vigny nació en Loches en una familia aristocrática. Su padre fue un veterano de la Guerra de Los Siete Años; su madre, veinte años menor, era una mujer de carácter fuerte, inspirada por Rousseau, que se encargó personalmente de la educación de Vigny en sus primeros años. Al igual que para todas las familias nobles de Francia, la Revolución francesa disminuyó sus condiciones de vida considerablemente. Después de la derrota de Napoleón en Waterloo, regresó la monarquía a manos de la casa de Borbón, siendo nombrado Rey Luis XVIII, el hermano de Luis XVI, en 1814; Vigny se asoció a una de las compañías aristocráticas de Maison du Roi. Desde siempre atraído por la literatura, y versado en historia francesa y bíblica, comenzó a escribir poesía. Publicó su primer poema en 1820, más adelante publicó un poema narrativo titulado Eloa en 1824 sobre el tema entonces popular de la redención de Satán, y una compilación de obras en 1826 para Poèmes antiques et modernes. Tres meses después, publicó una novela histórica Cinq-Mars; con el éxito de estos dos volúmenes, Vigny se convirtió en la estrella del emergente movimiento romántico, aunque de este rol sería pronto desplazado por su amigo Victor Hugo. Se estableció en París con su joven novia británica (Lydia Bunbury, con la que se casó en Pau en 1825).

Vigny trabajó con Émile Deschamps en una traducción de Romeo y Julieta en (1827). Progresivamente atraído por el liberalismo, apoyó el derrocamiento de Carlos X en la revolución de julio de 1830. En 1831, presentó su primer obra teatral original La Maréchale d'Ancre, un drama histórico sobre eventos del reinado de Luis XIII de Francia. Ocasión en la cual conoció a la actriz Marie Dorval, que se convirtió en su amante hasta 1838 (su esposa quedó casi inválida y nunca aprendió a hablar francés). No tuvieron hijos y Vigny además se sintió decepcionado por las segundas nupcias de su suegro obstaculizando la oportunidad de recibir la herencia de este).

En 1835, produjo un drama titulado Chatterton, basado en la vida de Thomas Chatterton, en el cual Marie Dorval obtuvo el papel protagonista. Chatterton se considera uno de los dramas románticos franceses más significativos y aun es representado con regularidad. La historia de Chatterton se inspiró en uno de los tres episodios de la novela filosófica de Vigny Stello (1832), en la que examina la relación de la poesía con la sociedad y concluye que el poeta, condenado a ser mirado con sospecha en todo orden social, debe permanecer apartado de éste. Servitude et grandeur militaires (1835) fue una meditación tripartita similar, considerando la condición de los soldados.

Aunque Alfred de Vigny fue exitoso como escritor, su vida personal no fue feliz. Su matrimonio fue decepcionante y la relación con Marie Dorval fue tormentosa y plagada de celos; y su talento literario fue eclipsado por otros. Después de la muerte de su madre en 1838 heredó la propiedad de Maine-Giraud, cerca de Angoulême, donde Vigny escribió algunos de sus poemas más famosos incluyendo La Mort du loup y La Maison du berger. En 1845, después de varios intentos infructuosos, fue elegido miembro de la Académie Française.

En sus últimos años dejó de publicar, aunque continuó escribiendo, y su diario es considerado por los académicos modernos como una gran obra en sí misma. Vigny se consideraba a sí mismo más un filósofo que un autor literario; fue uno de los primeros autores franceses en interesarse en el budismo. Su filosofía de vida era pesimista y estoica, pero dio importancia a la fraternidad humana, el cultivo del conocimiento y la solidaridad, como valores elevados. Empleó varios años preparando la colección póstuma de poemas conocida como Les Destinées (aunque fue titulada originalmente Poèemes philosophiques) que concluye con su mensaje final, L'Esprit pur.

Alfred de Vigny contrajo cáncer gástrico alrededor de los 60 años, al cual se enfrentó con estoicismo: Quand on voit ce qu'on est sur terre et ce qu'on laisse/Seul le silence est grand; tout le reste est faiblesse. ('cuando ves lo que somos y lo que representa la vida/Sólo el silencio es grande; todo lo demás es debilidad.') Vigny murió en París el 17 de septiembre de 1863, pocos meses después de fallecer su esposa, y fue enterrado a su lado en el Cimetière de Montmartre en la ciudad capital de Francia.

Obras seleccionadas

Le Bal (1820)
Poèmes (1822)
Éloa, ou La sœur des anges (1824)
Poèmes antiques et modernes (1826)
Cinq-Mars (1826)
La maréchale d'Ancre (1831)
Stello (1832)
Quitte pour la peur (1833)
Servitude et grandeur militaires (1835)
Chatterton (1835)
Les Destinées (1864)
Journal d'un poète (1867)
Œuvres complètes (1883-1885)
Daphné (1912)




LA MUERTE DEL LOBO 

La luna estaba roja. Nubes grises
Corrían por el ciclo y la nublaban 
A veces, como lóbrega humareda 
De un incendio. La selva solitaria 
Negra hasta el horizonte se extendía. 
Silenciosos seguíamos la marcha 
Sobre el húmedo césped, o por sendas 
Que entre los altos matorrales pasan. 
De pronto, bajo lúgubres abetos 
Vimos impresas las robustas garras 
De los lobos errantes, que al ojeo 
Lograron escapar. En la garganta 
Reteniendo el aliento, y el pie inmóvil. 
Escuchamos atentos. Pero nada 
Se oía en la llanura ni en el bosque; 
La veleta no más, que triste y agria 
Allá arriba gemía. Porque el viento 
Iba muy alto, y con sus fuertes alas 
Sólo batía las enhiestas torres;
Y los robles, abajo, en las cañadas.
Prendidos a las rocas, parecía
Que, en el codo apoyados, dormitaban.

Nada se oía, pues, cuando el más viejo 
De nuestros duchos cazadores, baja 
La cabeza, tendiéndose en el suelo. 
Examina las huellas, y declara 
Que son de un par de corpulentos lobos
Y dos lobeznos. Cada cual prepara
El cuchillo y oculta la escopeta
Sobrado reluciente. Entre las ramas
Abriéndonos camino vamos lentos.
Tres de nuestros bizarros fumaradas
Que iban juntos, de pronto se detienen.
Me acerco para ver cuál es la causa
De aquella interrupción, y en la
penumbra Veo dos ojos arrojando llamas,
Y a la luz de la luna, en la maleza.
Dos sombras que ligeras y gallardas
Brincan, como domésticos lebreles
Gozosos porque el amo vuelve a casa.
Es el contorno parecido, iguales
Los retozones saltos; pero callan 
En sus juegos los hijos de los lobos. 
Por temor a la próxima asechanza 
De! hombre, su enemigo. Estaba el macho 
En pie; cerca la loba descansaba 
Junto al tronco de un árbol, como aquella 
De mármol, que adoró Roma en sus aras,
Amamantando en su velludo seno 
A Rómulo y a Remo. Fiero avanza 
El lobo; luego súbito se sienta 
Sin doblegar las delanteras patas,
Y las terribles uñas hinca en tierra.
Se ve perdido, acorralado, no halla
Paso para la fuga; están cortados
Los caminos. Furioso se abalanza
Al can más atrevido, por el cuello
Lo agarra bien, y no abre las quijadas 
Hasta que, estrangulado horriblemente 
Exánime el mastín cae a sus plantas. 
Lo deja el lobo entonces, y nos mira. 
Hasta el puño en su cuerpo penetraban 
Los cuchillos, clavándolo en el suelo, 
Tinto en su sangre. En círculo, apuntada 
Contra él nuestras certeras escopetas 
Ve; se echa al suelo, y la feroz mirada 
Nos dirige de nuevo, relamiendo 
La roja sangre que su hocico mancha. 
No soy digna saber del duro trance 
El cómo ni el por qué; con fría pausa 
Cierra los ojos, y sin un rugido, 
Su último aliento, indiferente, exhala.

Apoyando la frente en el oscuro 
Cañón de mi escopeta descargada, 
Medité. Resolverme no podía 
A proseguir, con los demás, la caza 
De la loba y sus hijos, que esperaron 
Al lobo, y si no fuera por la guarda 
De sus cachorros, la irritada viuda 
Solo en la ruda lid no lo dejara. 
Pero ellos eran su deber primero: 
Salvarlos, darles la experiencia amarga 
De la vida, del hambre y de la lucha, 
Hacer que al hombre nunca rindan parias, 
Como aquellos serviles animales 
Que por el precio ruin de la pitanza 
A los dueños legítimos persiguen 
Del bosque adusto y de las rocas ásperas.

¡Cuan débil es, aunque orgullosa ostente 
Su noble condición, la estirpe humana! 
Mejor que el hombre, abandonar la vida
Y sus males sabéis, fieras selváticas! 
A pensar lo que somos en el mundo
Y lo que en él dejamos, sólo cuadra
El silencio a la muerte: vil flaqueza 
Es tocio lo demás. Con visión clara, 
Salteador siniestro de las selvas, 
Te he comprendido. Tu última mirada 
Me llegó al corazón. Ella me dijo: 
“Haz tu alma estoica y fuerte (si a eso alcanzan
Estudio y reflexión) como la mía. 
Naturalmente embravecida, gracias 
A mis natales riscos; animoso 
Cumple bien la misión penosa y ardua 
Que te ha tocado en suerte, y luego...
luego Sufre y muere, cual yo, sin decir nada”.





MOISÉS

El sol iba alargando sobre todas las tiendas
esos rayos oblicuos, esas llamas que ciegan,
esas huellas doradas que suspende en el aire
cuando muere en un lecho de arenoso desierto.
Era todo el paisaje entre púrpura y oro.
Ascendiendo al estéril monte Nebo, se para
Moisés, hombre de Dios, y allí, ajeno al orgullo,
en el vasto horizonte posa larga mirada.
Ve no lejos a Pasga, que rodean higueras;
más allá de los montes que recorre su vista,
está todo Galad, Efraím, Manasés,
cuyas fértiles tierras quedan a su derecha;
hacia el sur hay Judá, país vasto y estéril,
con arenas en donde duerme el mar de poniente;
en un valle, difuso por la tarde, más lejos,
coronado de olivos Neftalí se divisa;
en llanuras de flores sosegadas y espléndidas,
Jericó puede verse, la ciudad de las palmas;
y alargando sus bosques, desde el llano Fogor
el frondoso lentisco a Segor llega incluso.
Ve Canaán y la tierra prometida que sabe
nunca va a conservar sus despojos mortales.
Mira, extiende su mano sobre todo su pueblo
y hacia lo alto del monte reanuda el camino.

Y en los vastos espacios de los campos de Moab
hasta el pie impresionante de la santa montaña,
se agitaban los hijos de Israel en el valle
como espesos trigales que sacuden los vientos.
Cuando cae el rocío en el oro de arena
y se mece su perla en la copa del arce,
el glorioso profeta centenario, Moisés,
les dejó en la llanura para ver al Señor.
Con los ojos siguieron su cabeza entre llamas,
y al llegar a la cumbre del altísimo monte,
al perderse su frente en la nube de Dios,
que la cima sagrada coronaba con rayos,
se quemó mucho incienso en altares de piedra.
Seiscientos mil hebreos, adorando en el polvo,
a la sombra aromada que el sol hace de oro
entonaron unánimes su sagrado cantar;
los levitas, alzándose por encima de todos,
como un gran cipresal sobre arenas tendidas,
con sus arpas del pueblo dirigían las voces,
elevando hacia el cielo himnos al Rey de reyes.
Y ante Dios, puesto en pie, ya Moisés en la nube
que era toda tiniebla, cara a cara le hablaba.
Y decía al Señor: «¿Nunca voy a acabar?
¿Hacia dónde queréis que enderece mis pasos?
Así, pues, ¿seré siempre soledad y poder?
¡Oh, dejadme que duerma ese sueño de tierra!
¿Cuál ha sido mi culpa para que me eligierais?
Yo llevé a vuestro pueblo hasta donde quisisteis.
Y ya pisan la tierra prometida por Vos.
Hora es ya de confiar tal empresa a otro guía,
que otro le ponga freno al corcel de Israel;
yo le lego mi libro" y el cayado de bronce.

«¿Por qué habéis de agotar mi esperanza, por qué
no dejarme viviendo con las cosas que ignoro,
ya que del monte Horeb hasta el Nebo soberbio
no he podido encontrar el lugar de mi tumba?
¡Ay, me habéis hecho sabio entre todos los sabios!
Yo he guiado el camino de estas tribus errantes.
Por mi mano ha llovido fuego sobre los reyes;
de rodillas mis leyes va a adorar el futuro;
de las tumbas humanas abro la más antigua
y la muerte a mi voz tiene voces proféticas,
soy muy grande, mis plantas pisotean naciones,
y linajes enteros puedo hacer o matar.
¡Ay de mí, soy, Señor, soledad y poder!
¡Oh, dejadme que duerma ese sueño de tierra!

¡Ay, conozco también los secretos del cielo
y Vos mismo me disteis para ver vuestros ojos!
A la noche le ordeno que desgarre sus velos;
por su nombre mi boca ha contado los astros,
me bastó un ademán de llamada, y cada uno
acudió presuroso declarando: Aquí estoy.
Con mis manos la frente de las nubes apalpo
y en su entraña se agotan fuentes de tempestad;
y sepulto ciudades bajo arenas movientes
y derribo los montes bajo el ala del viento;
incansable, mi pie puede más que el espacio;
el caudal de los ríos ante mí es cauce seco`
y la voz de los mares enmudece a mi voz.
Cuando sufre mi pueblo o requiere unas leyes,
yo levanto la vista, vuestro espíritu acude;
tiembla entonces la tierra y hasta el sol se estremece,
y envidiosos los ángeles en el cielo me admiran.
Y no obstante, Señor, no me siento dichoso;
envejezco y me das soledad y poder.
¡Oh, dejadme que duerma ese sueño de tierra!

Sacudió vuestro soplo al pastor y en seguida
se dijeron los hombres: «Ya no le conocemos»;
y humillaban los ojos a mis ojos de llama,
porque en ellos veían algo más que mi alma.
Vi apagarse el amor, la amistad extinguirse;
Se velaban las vírgenes y temían morir.
Envolviéndome entonces con la negra columna,
yo he guiado a este pueblo, triste y solo en mi gloria,
y me he dicho a mí mismo: ¿Qué deseas ahora?
No es posible dormir sobre un pecho amoroso
porque sé que mi frente pesará demasiado,
deja miedo mi mano en la mano que toca,
en mi voz hay tormentas y en mis labios el rayo;
nadie así puede amarme, ante mí todos tiemblan,
y cuando abro los brazos ante mí se arrodillan.
¡Oh, Señor, heme aquí soledad y poder,
oh, dejadme dormir ese sueño de tierra!

Esperaban las tribus, y temiendo su cólera
todo el pueblo rezaba y sus ojos no osaban
contemplar la montaña de aquel Dios tan celoso;
si miraban los flancos de la nube negruzca,
nuevos rayos surgían de las altas tormentas,
y cegaba la luz de terribles relámpagos,
humillando las frentes que tocaban la tierra.
Pronto viose de nuevo sin Moisés la alta cima.
Fue llorando. La tierra prometida quedaba
al final del camino que aún tenían que andar.
Pensativo y muy pálido avanzaba Josué,
que era el nuevo elegido del que todo lo puede.

Escrito en 1822.









EL BAÑO DE UNA DAMA ROMANA

Una esclava de Egipto, de tez negra y brillante,
de rodillas le muestra un espejo de acero;
para atar sus cabellos una virgen de Grecia
con la curva lunar une su trenza doble;
está en manos su túnica de mujeres milesias
y se lavan sus pies en jofaina de leche.
En un mármol oval jaspeado de púrpura
aguas de color rosa bañan todo su cuerpo;
luego acuden sirvientas de las tierras latinas,
vierten suaves perfumes en sus brazos inertes,
y velando los rayos de una luz importuna
bajo pliegues espesos de la púrpura untuosa,
voluptuosas descienden claridades sobre ella;
unas rompen al paso las coronas de flores,
sus colores dispersan con su rápida mano
y rociando las aguas, como lluvia, en la fuente;
su estallido de aromas cubre a la soberana,
que al azar pulsa cuerdas de su áurea lira,
piensa en el joven cónsul y se duerme en sus sueños.

20 de mayo de 1817.






EL CUERNO

I

Oigo el cuerno en la tarde desde el fondo del bosque;
tal vez canta los llantos de la cierva acosada
o el adiós del que caza, repetido por ecos,
y que el viento del norte de hoja en hoja transmite.

Cuántas veces yo solo, en la sombra nocturna,
no sonreí al escucharlo, cuántas veces lloré.
Pues creía escuchar esos ruidos proféticos
que anunciaban la muerte de algún fiel paladín.

¡Oh montañas azules! ¡Oh, esa tierra adorada!
Peñas de la Frazona, circo del Marboré,
oh cascadas caídas de las más altas nieves,
manantiales, arroyos, pirenaicos torrentes.

Flor y hielo en los montes, que son doble estación,
cuya frente es de nieve y los pies de verdor.
Hasta aquí hay que venir, aquí es donde se escucha
ese cuerno lejano, melancólico y dulce.

A menudo un viajero, cuando el aire es silencio,
estremece la noche con sus voces de bronce;
y a sus cantos se mezcla un sonido armonioso,
de feliz cascabel del cordero balando.

Suspicaz, una cierva, en lugar de esconderse,
permanece muy quieta en la cima rocosa,
y en su inmenso fragor la cascada también
une su queja eterna a la viva romanza.

Caballeros, ¿acaso vuestras almas retornan?
¿Es que es vuestra la voz que se escucha en el cuerno?
¡Roncesvalles! Tal vez en tu valle sombrío
de Roldán la gran sombra no ha podido calmarse.




II

Todos ellos murieron, los guerreros no huían.
A su lado, de pie, queda sólo Oliveros;
sarracenos le cercan que aún parecen temblar.
Grita el moro: «Roldán, o te rindes o mueres.

Yacen todos tus pares» muertos en los torrentes.»
Él rugió como un tigre y gritó: «Si me rindo,
africano, será cuando los Pirineos
bajarán derribados con el agua y sus cuerpos.»

«Ya se caen», responden, «luego debes rendirte».
Y del monte más alto un peñasco cayó.
Y hasta el fondo rodó del abismo, y la copa
de los pinos rompió hasta hundirse en las aguas.

«Gracias», dijo Roldán, «me has abierto el camino».
Y hasta el pie de los montes, con su mano empujando,
cual si fuera un gigante mueve todo el peñasco,
y los moros vacilan, casi a punto de huir.




III

Entretanto, confiados, Carlomagno y los suyos
descendían del monte conversando entre sí.
A lo lejos, visibles por sus aguas los valles
de Argelés y de Luz'-' distinguíanse ya...

Roldán guarda los montes, todos iban sin miedo.
Cabalgado en un negro palafrén revestido
de gualdrapas violeta, el obispo Turpín
con sus santas reliquias, avisó a Carlomagno.

«Oh, señor, en el cielo se ven nubes de fuego;
no sigáis adelante, no tentemos a Dios.
San Dionisio nos valga, que son almas, diríase,
que atraviesan los aires en vapores llameantes.

Dos fulgores se han visto y después otros dos.»
Se oyó entonces el cuerno que tañía muy lejos.
Carlomagno, asombrado, va a tirar de las riendas
y hace que su corcel no prosiga su marcha.

«¿Oís eso?», pregunta. «Sí, sin duda pastores
que reúnen rebaños por las cimas dispersos»,
respondió el arzobispo, «o las voces ahogadas
del enano Oberón que con su hada conversa».

Sigue andando el gran rey. Mas su inquieto semblante
es más negro y sombrío que los cielos revueltos.
Teme ya la traición, y mientras piensa en ella
suena el cuerno y se calla, y renace otra vez.

«¡Ay de mí! Es mi sobrino. ¡Ay de mí! Si Roldán
pide ayuda sé bien que ha de estar moribundo.
¡Caballeros, atrás! Y tú tiembla de nuevo
al sentir nuestros pasos, ¡ay España engañosa!»






IV

En la cima del monte los corceles descansan;
los blanquea la espuma; a sus pies, Roncesvalles
coloréase apenas con la luz del crepúsculo.
A lo lejos ya huyen las banderas del moro.

«¿Qué hay, Turpín, en el fondo de este fiero torrente?
Veo a dos caballeros: uno ha muerto, otro expira,
aplastados los dos por un negro peñasco;
el más fuerte aún empuña marfileño olifante,
exhalando su alma nos llamó por dos veces.»

¡Suena el cuerno muy triste en el fondo del bosque!






ORACIÓN

¡Oh, Señor invisible,
haz que saque la luz de ese puro esplendor
y que viva en sosiego y en la serenidad!






La bouteille à la mer

I

Courage, ô faible enfant de qui ma solitude
Reçoit ces chants plaintifs, sans nom, que vous jetez
Sous mes yeux ombragés du camail de l’étude,
Oubliez les enfants par la mort rrêtés;
Oubliez Chatterton, Gilbert et Malfilâtre;
De l’œuvre d’avenir saintement ildolâtre;,
Enfin, oubliez l’homme en vous-même.—Écoutez:



II

Quand un grave marin voit que le vent l’emporte
Et que les mâts brisés pendent tous sur le pont,
Que dans son grand duel la mer est la plus forte
Et que par des calculs l’esprit en vain répond;
Que le courant l’écrase et le roule en sa course,
Qu’il est sans gouvernail, et, partant, sans ressource,
Il se croise les bras dans un clame profond.



III

Il voit les masses d’eau, les toise et les mesure,
Les méprise en sachant qu’il en est écrasé,
Soumet son âme au poids de la matière impure
Et se sent mort ainsi que son vaisseau rasé.
—A de certains moments, l’âme est sans résistance;
Mais le penseur s’isole et n’attend d’assistance
Que de la forte foi dont il est embrasé.



IV

Dans les heures du soir, le jeune Capitaine
A fait ce qu’il a pu pour le salut des siens.
Nul vaisseau n’appararaît sur la vague lointaine,
La nuit tombe, et le brick court aux rocs indiens.
—Il se résigne, il prie; il se recueille, il pense
A celui qui soutient les pôles et balance
L’équateur hérissé des longs méridiens.



V

Son sacrifice est fait; mais il faut que la terre
Recueille du travail le pieux monument.
C’est le journal savant, le calcul solitaire,
Plus rare que la perle et que le diamant;
C’est la carte des flots faite dans la tempête,
La carte de l’écueil qui va briser sa tête:
Aux voyageurs futurs sublime testament.



VI

Il écrit: ‘Aujourd’hui, le courant nous entraîne,
Désemparés, perdus, sur la Terre-de-Feu.
Le courant porte à l’est. Notre morte est certaine:
Il faut cingler au nord pour bien passer ce lieu.
—Ci-joint est mon journal, portant quelques études
Des constellations des hautes latitudes.
Qu’il aborde, si c’est la volonté de Dieu!’



VII

Puis, immobile et froid, comme le cap des brumes
Qui sert de sentinelle au détroit Magellan,
Sombre comme ces rocs au front chargé d’écumes,
Ces pics noirs dont chacun porte un deuil castillan,
Il ouvre une bouteille et la choisit très forte,
Tandis que son vaisseau que le courant emporte
Tourne en un cercle étroit comme un vol de milan.



VIII

Il tient dans une main cette vieille compagne,
Ferme, de l’autre main, son flanc noir et terni.
Le cachet porte encor le blason de Champagne:
De la mousse de Reims son col vert est jauni.
D’un regard, le marin en soi-même rappelle
Quel jour il assembla l’équipage autour d’elle,
Pour porter un grand toste au pavillon béni.



IX

On avait mis en panne, et c’était grande fête;
Chaque homme sur son mât tenait le verre en main;
Chacun à son signal se découvrit la tête,
Et répondit d’en haut par un hourra soudain.
Le soleil souriant dorait les voiles blanches;
L’air ému répétait ces voix mâles et franches,
Ce noble appel de l’homme à son pays lointain.



X

Après le cri de tous, chacun rêve en silence.
Dans la mousse d’Aï luit l’éclair d’un bonheur;
Tout au fond de son verre il aperçoit la France.
La France est pour chacun ce qu’y laissa son cœur:
L’un y voit son vieux père assis au coin de l’âtre,
Comptant ses jours d’absence; à la table du pâtre,
Il voit sa chaise vide à côté de sa sœur.



XI

Un autre y voit Paris, où sa fille penchée
Marque avec les compas tous les souffles de l’air,
Ternit de pleurs la glace où l’aiguille est cachée,
Et cherche à ramener l’aimant avec le fer.
Un autre y voit Marseille. Une femme se lève,
Court au port et lui tend un mouchoir de la grève,
Et ne sent pas ses pieds enfoncés dans la mer.



XII

O superstition des amours ineffables,
Murmures de nos cœurs qui nous semblez des voix,
Calculs de la science, ô décevantes fables!
Pourquoi nous apparaître en un jour tant de fois?
Pourquoi vers l’horizon nous tendre ainsi des pièges?
Espérances roulant comme roulent les neiges;
Globes toujours pétris et fondus sous nos doigts!



XIII

Où sont-ils à présent? où sont ces trois cents braves?
Renversés par le vent dans les courants maudits,
Aux harpons indiens ils portent pour épaves
Leurs habits déchirés sur leurs corps refroidis,
Les savants officiers, la hache à la ceinture,
Ont péri les premiers en coupant la mâture:
Ainsi, de ces trois cents il n’en reste que dix!



XIV

Le capitaine encor jette un regard au pôle
Dont il vient d’explorer les détroits inconnus.
L’eau monte à ses genoux et frappe son épaule;
Il peut lever au ciel l’un de ses deux bras nus.
Son navire est coulé, sa vie est révolue:
Il lance la Bouteille à la mer, et salue
Les jours de l’avenir qui pour lui sont venus.



XV

Il sourit en songeant que ce fragile verre
Portera sa pensée et son nom jusqu’au port;
Que d’une île inconnue il agrandit la terre;
Qu’il marque un nouvel astre et le confie au sort:
Que Dieu peut bien permettre à des eaux insensées
De perdre des vaisseaux, mais non pas des pensées;
Et qu’avec un flacon il a vaincu la mort.



XVI

Tout est dit. A présent, que Dieu lui soit en aide!
Sur le brick englouti l’onde a pris son niveau.
Au large flot de l’est le flot de l’ouest succède,
Et la Bouteille y roule en son vaste berceau.
Seule dans l’Océan la frêle passagère
N’a pas pour se guider une brise légère;
Mais elle vient de l’arche et porte le rameau.



XVII

Les courants l’emportaient, les glaçons la retiennent
Et la couvrent des plis d’un épais manteau blanc.
Les noirs chevaux de mer la heurtent, puis reviennent
La flairer avec crainte, et passent en soufflant.
Elle attend que l’été, changeant ses destinées,
Vienne ouvrir le rempart des glaces obstinées,
Et vers la ligne ardente elle monte en roulant.

XVIII
Un jour, tout était calme et la mer Pacifique,
Par ses vagues d’azur, d’or et de diamant,
Renvoyait ses splendeurs au soleil du tropique.
Un navire y passait majestueusement;
Il a vu la Bouteille aux gens de mer sacrée:
Il couvre de signaux sa flamme diaprée,
Lance un canot en mer et s’arrête un moment.



XIX

Mais on entend au loin le canon des Corsaires;
Le Négrier va fuir s’il peut prendre le vent.
Alerte! et coulez bas ces sombres adversaires!
Noyez or et bourreaux du couchant au levant!
La frégate reprend ses canots et les jette
En son sein, comme fait la sarigue inquiète,
Et par voile et vapeur vole et roule en avant.



XX

Seule dans l’Océan, seule toujours!—Perdue
Comme un point invisible en un mouvant désert,
L’aventurière passe errant dans l’étendue,
Et voit tel cap secret qui n’est pas découvert.
Tremblante voyageuse à flotter condamnée,
Elle sent sur son col que depuis une année
L’algue et les goémons lui font un manteau vert.



XXI

Un soir enfin, les vents qui soufflent des Florides
L’entraînent vers la France et ses bords pluvieux.
Un pêcheur accroupi sous des rochers arides
Tire dans ses filets le flacon précieux.
Il court, cherche un savant et lui montre sa prise,
Et, sans l’oser ouvrir, demande qu’on lui dise
Quel est cet élixir noir et mystérieux.



XXII

Quel est cet élixir? Pêcheur, c’est la science,
C’est l’élixir divin que boivent les esprits,
Trésor de la pensée et de l’expérience;
Et si tes lourds filets, ô pêcheur, avaient pris
L’or qui toujours serpete aux veines du Mexique,
Les diamants de l’Inde et les perles d’Afrique,
Ton labeur de ce jour aurait eu moins de prix.



XXIII

Regarde.—Quelle joie ardente et sérieuse!
Une gloire de plus luit dans la nation.
Le canon tout-puissant et la cloche pieuse
Font sur les toits tremblants bondir l’émotion.
Aux héros du savoir plus qu’à ceux des batailles
On va faire aujourd’hui de grandes funérailles.
Lis ce mot sur les murs: ‘Commémoration!’



XXIV

Souvenir éternel! gloire à la découverte
Dans l’homme ou la nature, égaux en profondeur,
Dans le Juste et le Bien, source à peine entr’ouverte.
Dans l’Art inépuisable, abîme de splendeur!
Qu’importe oubli, morsure, injustice insensée,
Glaces et tourbillons de notre traversée?
Sur la pierre des morts croît l’arbre de grandeur.



XXV

Cet arbre est le plus beau de la terre promise,
C’est votre phare à tous, Penseurs laborieux!
Voguez sans jamais craindre ou les flots ou la brise
Pour tout trésor scellé du cachet précieux.
L’or pur doit surnager, et sa gloire est certaine:
Dites en souriant comme ce capitaine:
‘Qu’il aborde, si c’est a volonté des dieux!’



XXVI

Le vrai Dieu, le Dieu fort, est le Dieu des idées.
Sur nos fronts sù le germe est jeté par le sort,
Répandons le Savoir en fécondes ondées;
Puis, recueillant le fruit tel que de l’âme il sort,
Tout empreint du parfum des saintes solitudes,
Jetons l’œuvre à la mer, la mer des multitudes:
—Dieu la prendra du doigt pour la conduire au port.






La colère de Samson

Le désert est muet, la tente est solitaire.
Quel Pasteur courageux la dressa sur la terre
Du sable et des lions? - La nuit n'a as calmé
La fournaise du jour dont l'air est enflammé.
Un vent léger s'élève à l'horizon et ride
Les flots de la poussière ainsi qu'un lac limpide.
Le lin blanc de la tente est bercé mollement ;
L'oeuf d'autruche allumé veille paisiblement,
Des voyageurs voilés intérieure étoile,
Et jette longuement deux ombres sur la toile.

L'une est grande et superbe, et l'autre est à ses pieds :
C'est Dalila, l'esclave, et ses bras sont liés
Aux genoux réunis du maître jeune et grave
Dont la force divine obéit à l'esclave.
Comme un doux léopard elle est souple, et répand
Ses cheveux dénoués aux pieds de son amant.
Ses grands yeux, entr'ouverts comme s'ouvre l'amande,
Sont brûlants du plaisir que son regard demande,
Et jettent, par éclats, leurs mobiles lueurs.
Ses bras fins tout mouillés de tièdes sueurs,
Ses pieds voluptueux qui sont croisés sous elle,
Ses flancs plus élancés que ceux de la gazelle,
Pressés de bracelets, d'anneaux, de boucles d'or,
Sont bruns ; et, comme il sied aux filles de Hatsor,
Ses deux seins, tout chargés d'amulettes anciennes,
Sont chastement pressés d'étoffes syriennes.

Les genoux de Samson fortement sont unis
Comme les deux genoux du colosse Anubis.
Elle s'endort sans force et riante et bercée
Par la puissante main sous sa tête placée.
Lui, murmure ce chant funèbre et douloureux
Prononcé dans la gorge avec des mots hébreux.
Elle ne comprend pas la parole étrangère,
Mais le chant verse un somme en sa tête légère.

" Une lutte éternelle en tout temps, en tout lieu
Se livre sur la terre, en présence de Dieu,
Entre la bonté d'Homme et la ruse de Femme.
Car la Femme est un être impur de corps et d'âme.

L'Homme a toujours besoin de caresse et d'amour,
Sa mère l'en abreuve alors qu'il vient au jour,
Et ce bras le premier l'engourdit, le balance
Et lui donne un désir d'amour et d'indolence.
Troublé dans l'action, troublé dans le dessein,
Il rêvera partout à la chaleur du sein,
Aux chansons de la nuit, aux baisers de l'aurore,
A la lèvre de feu que sa lèvre dévore,
Aux cheveux dénoués qui roulent sur son front,
Et les regrets du lit, en marchant, le suivront.
Il ira dans la ville, et là les vierges folles
Le prendront dans leurs lacs aux premières paroles.
Plus fort il sera né, mieux il sera vaincu,
Car plus le fleuve est grand et plus il est ému.
Quand le combat que Dieu fit pour la créature
Et contre son semblable et contre la Nature
Force l'Homme à chercher un sein où reposer,
Quand ses yeux sont en pleurs, il lui faut un baiser.
Mais il n'a pas encor fini toute sa tâche. -
Vient un autre combat plus secret, traître et lâche ;
Sous son bras, sous son coeur se livre celui-là,
Et, plus ou moins, la Femme est toujours Dalila.

Elle rit et triomphe ; en sa froideur savante,
Au milieu de ses soeurs elle attend et se vante
De ne rien éprouver des atteintes du feu.
A sa plus belle amie elle en a fait l'aveu :
" Elle se fait aimer sans aimer elle-même.
" Un Maître lui fait peur. C'est le plaisir qu'elle aime,
" L'Homme est rude et le prend sans savoir le donner.
" Un sacrifice illustre et fait pour étonner
" Rehausse mieux que l'or, aux yeux de ses pareilles,
" La beauté qui produit tant d'étranges merveilles
" Et d'un sang précieux sait arroser ses pas. "

- Donc ce que j'ai voulu, Seigneur, n'existe pas. -
Celle à qui va l'amour et de qui vient la vie,
Celle-là, par Orgueil, se fait notre ennemie.
La Femme est à présent pire que dans ces temps
Où voyant les Humains Dieu dit : Je me repens !
Bientôt, se retirant dans un hideux royaume,
La Femme aura Gomorrhe et l'Homme aura Sodome,
Et, se jetant, de loin, un regard irrité,
Les deux sexes mourront chacun de son côté.

Eternel ! Dieu des forts ! vous savez que mon âme
N'avait pour aliment que l'amour d'une femme,
Puisant dans l'amour seul plus de sainte vigueur
Que mes cheveux divins n'en donnaient à mon coeur.
- Jugez-nous. - La voilà sur mes pieds endormie.
- Trois fois elle a vendu mes secrets et ma vie,
Et trois fois a versé des pleurs fallacieux
Qui n'ont pu me cacher a rage de ses yeux ;
Honteuse qu'elle était plus encor qu'étonnée
De se voir découverte ensemble et pardonnée.
Car la bonté de l'Homme est forte, et sa douceur
Ecrase, en l'absolvant, l'être faible et menteur.

Mais enfin je suis las. - J'ai l'aine si pesante,
Que mon corps gigantesque et ma tête puissante
Qui soutiennent le poids des colonnes d'airain
Ne la peuvent porter avec tout son chagrin.

Toujours voir serpenter la vipère dorée
Qui se traîne en sa fange et s'y croit ignorée ;
Toujours ce compagnon dont le coeur n'est pas sûr,
La Femme, enfant malade et douze fois impur !
- Toujours mettre sa force à garder sa colère
Dans son coeur offensé, comme en un sanctuaire
D'où le feu s'échappant irait tout dévorer,
Interdire à ses yeux de voir ou de pleurer,
C'est trop ! - Dieu s'il le veut peut balayer ma cendre,
J'ai donné mon secret ; Dalila va le vendre.
- Qu'ils seront beaux, les pieds de celui qui viendra
Pour m'annoncer la mort ! - Ce qui sera, sera ! "

Il dit et s'endormit près d'elle jusqu'à l'heure
Où les guerriers, tremblant d'être dans sa demeure,
Payant au poids de l'or chacun de ses cheveux,
Attachèrent ses mains et brûlèrent ses yeux,
Le traînèrent sanglant et chargé d'une chaîne
Que douze grands taureaux ne tiraient qu'avec peine,
La placèrent debout, silencieusement,
Devant Dagon leur Dieu qui gémit sourdement
Et deux fois, en tournant, recula sur sa base
Et fit pâlir deux fois ses prêtres en extase ;
Allumèrent l'encens ; dressèrent un festin
Dont le bruit s'entendait du mont le plus lointain,
Et près de la génisse aux pieds du Dieu tuée
Placèrent Dalila, pâle prostituée,
Couronnée, adorée et reine du repas,
Mais tremblante et disant :
Il ne me verra pas!

Terre et Ciel ! avez-vous tressailli d'allégresse
Lorsque vous avez vu la menteuse maîtresse
Suivie d'un oeil hagard les yeux tachés de sang
Qui cherchaient le soleil d'un regard impuissant ?

Et quand enfin Samson secouant les colonnes
Qui faisaient le soutien des immenses Pylônes
Ecrasant d'un seul coup sous les débris mortels
Ses trois mille ennemis, leurs Dieux et leurs autels ? -

Terre et Ciel ! punissez par de telles justices
La trahison ourdie en es amours factices
Et la délation du secret de nos coeurs
Arraché dans nos bras par des baisers menteurs !








A Eva

Si ton coeur, gémissant du poids de notre vie,
Se traîne et se débat comme un aigle blessé,
Portant comme le mien, sur son aile asservie,
Tout un monde fatal, écrasant et glacé ;
S'il ne bat qu'en saignant par sa plaie immortelle,
S'il ne voit plus l'amour, son étoile fidèle,
Eclairer pour lui seul l'horizon effacé ;
Si ton âme enchaînée, ainsi que l'est mon âme,
Lasse de son boulet et de son pain amer,
Sur sa galère en deuil laisse tomber la rame,
Penche sa tête pâle et pleure sur la mer,
Et, cherchant dans les flots une route inconnue,
Y voit, en frissonnant, sur son épaule nue
La lettre sociale écrite avec le fer ;

Si ton corps frémissant des passions secrètes,
S'indigne des regards, timide et palpitant ;
S'il cherche à sa beauté de profondes retraites
Pour la mieux dérober au profane insultant ;
Si ta lèvre se sèche au poison des mensonges,
Si ton beau front rougit de passer dans les songes
D'un impur inconnu qui te voit et t'entend,

Pars courageusement, laisse toutes les villes ;
Ne ternis plus tes pieds aux poudres du chemin
Du haut de nos pensers vois les cités serviles
Comme les rocs fatals de l'esclavage humain.
Les grands bois et les champs sont de vastes asiles,
Libres comme la mer autour des sombres îles.
Marche à travers les champs une fleur à la main.

La Nature t'attend dans un silence austère ;
L'herbe élève à tes pieds son nuage des soirs,
Et le soupir d'adieu du soleil à la terre
Balance les beaux lys comme des encensoirs.
La forêt a voilé ses colonnes profondes,
La montagne se cache, et sur les pâles ondes
Le saule a suspendu ses chastes reposoirs.

Le crépuscule ami s'endort dans la vallée,
Sur l'herbe d'émeraude et sur l'or du gazon,
Sous les timides joncs de la source isolée
Et sous le bois rêveur qui tremble à l'horizon,
Se balance en fuyant dans les grappes sauvages,
Jette son manteau gris sur le bord des rivages,
Et des fleurs de la nuit entrouvre la prison.

Il est sur ma montagne une épaisse bruyère
Où les pas du chasseur ont peine à se plonger,
Qui plus haut que nos fronts lève sa tête altière,
Et garde dans la nuit le pâtre et l'étranger.
Viens y cacher l'amour et ta divine faute ;
Si l'herbe est agitée ou n'est pas assez haute,
J'y roulerai pour toi la Maison du Berger.

Elle va doucement avec ses quatre roues,
Son toit n'est pas plus haut que ton front et tes yeux
La couleur du corail et celle de tes joues
Teignent le char nocturne et ses muets essieux.
Le seuil est parfumé, l'alcôve est large et sombre,
Et là, parmi les fleurs, nous trouverons dans l'ombre,
Pour nos cheveux unis, un lit silencieux.

Je verrai, si tu veux, les pays de la neige,
Ceux où l'astre amoureux dévore et resplendit,
Ceux que heurtent les vents, ceux que la mer assiège,
Ceux où le pôle obscur sous sa glace est maudit
.Nous suivrons du hasard la course vagabonde.
Que m'importe le jour ? que m'importe le monde ?
Je dirai qu'ils sont beaux quand tes yeux l'auront dit.

Que Dieu guide à son but la vapeur foudroyante
Sur le fer des chemins qui traversent les monts,
Qu'un Ange soit debout sur sa forge bruyante,
Quand elle va sous terre ou fait trembler les ponts
Et, de ses dents de feu, dévorant ses chaudières,
Transperce les cités et saute les rivières,
Plus vite que le cerf dans l'ardeur de ses bonds

Oui, si l'Ange aux yeux bleus ne veille sur sa route,
Et le glaive à la main ne plane et la défend,
S'il n'a compté les coups du levier, s'il n'écoute
Chaque tour de la roue en son cours triomphant,
S'il n'a l'oeil sur les eaux et la main sur la braise
Pour jeter en éclats la magique fournaise,
Il suffira toujours du caillou d'un enfant.

Sur le taureau de fer qui fume, souffle et beugle,
L'homme a monté trop tôt. Nul ne connaît encor
Quels orages en lui porte ce rude aveugle,
Et le gai voyageur lui livre son trésor,
Son vieux père et ses fils, il les jette en otage
Dans le ventre brûlant du taureau de Carthage,
Qui les rejette en cendre aux pieds du Dieu de l'or.

Mais il faut triompher du temps et de l'espace,
Arriver ou mourir. Les marchands sont jaloux.
L'or pleut sous les chardons de la vapeur qui passe,
Le moment et le but sont l'univers pour nous.
Tous se sont dit : " Allons ! " Mais aucun n'est le maître
Du dragon mugissant qu'un savant a fait naître ;
Nous nous sommes joués à plus fort que nous tous.
Eh bien ! que tout circule et que les grandes cause
Sur des ailes de feu lancent les actions,
Pourvu qu'ouverts toujours aux généreuses choses,
Les chemins du vendeur servent les passions.
Béni soit le Commerce au hardi caducée,
Si l'Amour que tourmente une sombre pensée
Peut franchir en un jour deux grandes nations.

Mais, à moins qu'un ami menacé dans sa vie
Ne jette, en appelant, le cri du désespoir,
Ou qu'avec son clairon la France nous convie
Aux fêtes du combat, aux luttes du savoir ;
A moins qu'au lit de mort une mère éplorée
Ne veuille encor poser sur sa race adorée
Ces yeux tristes et doux qu'on ne doit plus revoir,

Evitons ces chemins. - Leur voyage est sans grâces,
Puisqu'il est aussi prompt, sur ses lignes de fer,
Que la flèche lancée à travers les espaces
Qui va de l'arc au but en faisant siffler l'air.
Ainsi jetée au loin, l'humaine créature
Ne respire et ne voit, dans toute la nature,
Qu'un brouillard étouffant que traverse un éclair.

On n'entendra jamais piaffer sur une route
Le pied vif du cheval sur les pavés en feu ;
Adieu, voyages lents, bruits lointains qu'on écoute,
Le rire du passant, les retards de l'essieu,
Les détours imprévus des pentes variées,
Un ami rencontré, les heures oubliées
L'espoir d'arriver tard dans un sauvage lieu.

La distance et le temps sont vaincus. La science
Trace autour de la terre un chemin triste et droit.
Le Monde est rétréci par notre expérience
Et l'équateur n'est plus qu'un anneau trop étroit.
Plus de hasard. Chacun glissera sur sa ligne,
Immobile au seul rang que le départ assigne,
Plongé dans un calcul silencieux et froid.
Jamais la Rêverie amoureuse et paisible
N'y verra sans horreur son pied blanc attaché ;
Car il faut que ses yeux sur chaque objet visible
Versent un long regard, comme un fleuve épanché ;
Qu'elle interroge tout avec inquiétude,
Et, des secrets divins se faisant une étude,
Marche, s'arrête et marche avec le col penché.




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