viernes, 9 de junio de 2017

CANTOS BÁQUICOS DE LOS ÁRABES ESPAÑOLES [20.201]


Cantares báquicos de los árabes españoles


Por Adolf Friedrich von Schack

Sin música no hay fiesta. «¡Oh reina de la hermosura! Beber sin cantar no es estar alegres», dice, en la perla de las Mil y una noches, en el cuento de Nurud-Din y de la bella Persiana, el viejo jardinero que hospeda secretamente a los fugitivos en el pabellón del califa. Esta sentencia tenía no menos valor en España que en Oriente. Grande es, pues, el número de los cantares que celebran el vino y los festines en todos los días y estaciones del año. Desde la mañana temprano, durante la primavera, solían circular los vasos en los aromáticos jardines, según lo atestiguan estos versos:

   Ya el alba ahuyenta las sombras,
y ya los vasos circulan
en el huerto, que el rocío
cubrió de perlas menudas,
no con lánguidas miradas
nos deleita la hermosura,
sino el vino, que orla el vaso
de blanca y brillante espuma.
No creo que las estrellas
en el ocaso se hundan;
más bien descienden al huerto
y entre nosotros fulguran.



Burlándose de los preceptos religiosos que ordenan a los creyentes la oración de la mañana en las mezquitas, al-Mutadid de Sevilla fingió otro precepto que prescribe a los fieles beber a la misma hora:

   ¡Mirad cómo los jazmines
en el huerto resplandecen!
Olvida todas sus penas
quien por la mañana bebe.
Que beba por la mañana
está mandado al creyente;
el tiempo es húmedo y frío,
y calentarse conviene.



Por el mismo estilo es este otro cantar:

   Ven al huerto, muchacha;
ya difunde alegría
la refuljante aurora,
y a beber nos convida,
antes que de las flores
besando las mejillas,
puro rocío beba
el aura matutina.



Ibn Hazm se burla de la hipocresía de los anacoretas y derviches:

   No es un crimen beber vino;
poco el precepto me asusta;
hasta los mismos derviches
lo beben, y disimulan.
La garganta se les seca
con tanta oración nocturna,
y a fin de que se refresque,
vino en abundancia apuran.
Mi casa es cual sus ermitas;
lindas muchachas figuran
los muecines, y los vasos,
no las lámparas, me alumbran.



Hasta el famoso sabio al-Bakri incurre y se deleita en estos deportes:

   Casi no puedo aguardar
que el vaso brille en mi diestra,
beber ansiando el perfume
de rosas y de violetas.
Resuenen, pues, los cantares;
empiece, amigos, la fiesta;
y de oculto a nuestros goces
libre dejando la rienda,
evitemos las miradas
de la censura severa.
Para retardar la orgía
ningún pretexto nos queda,
porque ya viene la luna
de ayunos y penitencias,
y cometen gran pecado
cuantos entonces se alegran.



Abu-l-Hasan al-Merini refiere: «Estando yo una vez con algunos amigos bebiendo alegremente en frente de la Ruzafa, se llegó a nosotros un hombre mal vestido y se sentó a nuestro lado. Nosotros le preguntamos por qué venía a sentarse sin conocernos de antemano. Él sólo contestó: -No os enojéis desde luego contra mí.- Un momento después levantó la cabeza y dijo:

   «Mientras que junto al alcázar
de Ruzafa estáis borrachos,
poneos a meditar
cómo cayó el califato,
y cómo el mundo está siempre
en un incesante cambio.
Cuando sobre esto medita
el espíritu del sabio,
ve que la gloria, el poder
y el señorío son vanos;
pronto el tiempo los destruye,
y los borra el desengaño.
Nada son y nada valen
todos los seres creados;
sólo el vino y el amor
importan y valen algo».



»Apenas acabó de hablar así, le besé la frente y le pregunté quién era. Entonces dijo su nombre, y añadió que la gente le tenía por loco.- Por cierto, repliqué yo, que los versos que has dicho no son de un loco; sabios hay que no los hacen mejores. Quédate, por Alá, en nuestra compañía, y recítanos más versos sentenciosos, a fin de que nuestro placer sea completo.- Efectivamente, él se quedó entre nosotros y dijo otras composiciones, que nos regocijaron mucho. Por último, le dejamos sosteniéndose contra las paredes para no venir al suelo, y gritando: ¡Alá, perdóname!»
El príncipe Rafi al-Dawla dice:

   Las copas, Abu Allah,
están de vino colmadas,
a los huéspedes alegran
y de mano en mano pasan.
Besa el céfiro y agita
levemente la enramada;
su olor despiden las flores,
y los pajarillos cantan,
mientras las tórtolas gimen,
columpiándose en las ramas.
Ven a beber con nosotros
aquí a la orilla del agua.
La copa hasta el fondo apura,
en ella no dejes nada.
El rojo vino encendido,
que te sirve esta muchacha,
se diría que ha brotado
de sus mejillas de grana.



Said Ibn Yudi encomia así los goces de la vida:

   Cuando entre alegres amigos
los vasos circulan llenos,
y miran a las muchachas
amorosos los mancebos,
el mayor bien de la tierra
es ceñir el talle esbelto
de nuestra amada, y reñir
para hacer las paces luego.
Por la senda del deleite,
como caballo sin freno,
me arrojo, salvando montes,
hasta alcanzar mi deseo.
Nunca temblé en las batallas,
la voz de la muerte oyendo;
pero a la voz del amor,
todo me turbo y conmuevo.



Ibn Said compuso lo que sigue, estando una tarde con varios amigos, al ponerse el sol, en el huerto de la Sultaniyah, cerca de Sevilla:

   La tarde va pasando;
traednos pronto vino.
Hasta que el alba ría,
bebed, bebed, amigos.
El sol hacia el ocaso
prosigue su camino,
y junto al horizonte
se dilata su disco,
que ardiente se refleja
en las ondas del río.
Gocemos, mientras dura
del fulgor vespertino.
Suene el laúd, empiece
el canto y regocijo,
y fijemos los ojos
en el jardín florido
que nos rodea, antes
que nos robe su hechizo
la noche, al envolverle
en su manto sombrío.



En elogio de estos festines de por la tarde, Ibn Jafaya dice:

   Por la tarde a menudo
con los amigos bebo,
y al cabo, sobre el césped,
me tumbo como muerto.
Bajo un árbol frondoso,
cuyas ramas el viento
apacible columpia,
y donde arrullos tiernos
las palomas exhalan,
gratamente me duermo.
Suele correr a veces
un airecillo fresco,
suele llegar la noche
y retumbar el trueno,
mas, como no me llamen,
yo nunca me despierto.



Después de estos días amenos, la noche azul-profunda se levanta con sus lucientes estrellas y trae nuevos placeres. En una ligera barquilla va el poeta, en compañía de gente joven, sobre las mansas ondas del Guadalquivir:

   El mágico embeleso
de la noche me admira
cuando sobre las aguas
la barca se desliza,
resplandece en la barca
una muchacha linda.
Sus formas elegantes
y su estatura erguida
son cual esbelta palma
cuando el aura la agita.
Lleva en la blanca mano
una antorcha encendida.
Entre Orión y el Águila
la luna llena brilla,
pero más su semblante,
que la antorcha ilumina.
El río como espejo,
su hermosura duplica,
y parece que arden
las ondas cristalinas.



Frecuentemente la musa de los árabes españoles se entrega a la contemplación de la naturaleza de su hermosa patria, y presta alma a flores, estrellas, bosquecillos y fuentes. Los seres animados e inanimados la saludan con amor cuando entra en los encantados jardines de Andalucía:

   Teje la primavera
con seda de colores
la túnica de flores,
adorno del vergel;
y la fuente sonora
al aura mansa atrae,
que en un desmayo cae,
enamorado de él.
Perlas prende el rocío,
de la rosa en el seno,
y en el jardín ameno
al ir a penetrar,
que extiende el claro arroyo
los brazos me parece,
y que un ramo me ofrece
de anémonas y azahar.
Los pajarillos cantan
en la fresca espesura,
que forma de verdura
un rico pabellón;
y lirios y violetas
saludan mi llegada,
dando al aura templada
fragante emanación.



La musa arábigo-hispana elogia así los naranjales de Sevilla:

   Entre ramos de esmeraldas,
como globos de rubíes.
Parece que las naranjas
ya maduras se derriten.
Y vino puro y dorado
del fresco seno despiden,
mientras que suavemente
las mece el aura apacible.
¿Quién, como en puras mejillas,
en ellas besos no imprime?
¿A quién no encanta su olor
más que el olor del almizcle?



La rosa es saludada así, como nuncio de la perenne hermosura de la primavera:

   ¿Más rico olor por perlas
al alba quién envía?
¿Quién hay que en hermosura
con la rosa compita?
Acepta el homenaje
con modestia sencilla,
cuando las otras flores
al mirarla se inclinan,
su beldad adorando.
O muriendo de envidia.
Salud, ¡oh primavera!
Cada rosa que brilla,
al abrir su capullo,
anuncia tu venida.
No eres cual otros nuncios,
¡oh rosa purpurina!
Con mayor gloria el cielo
te adorna y califica.
Las nuevas que tú traes
son clara profecía.
Si tu tallo perece,
y si tú te marchitas,
eterna es la que anuncias
primavera florida.



Las descripciones de paseos por el agua se repiten con frecuencia:

    Ya vogamos por el río,
que fulgura como el éter:
las ampollitas del agua
son como estrellas lucientes.
Su negro manto la noche
sobre las ondas extiende;
manto que el sol con sus rayos
bordó primorosamente.



El recuerdo hechicero de tales paseos por el Guadalquivir es también el punto céntrico de un cuadro en que pinta el español Ibn Said, durante su permanencia en Egipto, los placeres de su antigua vida en la patria andaluza:

   Éste es Egipto; pero ¿dó está la patria mía?
Lágrimas su recuerdo me arranca sin cesar;
locura fue dejarte, ¡oh bella Andalucía!
Tu bien, perdido ahora, acierto a ponderar.
¿Dónde está mi Sevilla? Desde el tiempo dichoso
que yo moraba en ella, lo que es gozar no sé.
¿Qué apacible deleite cuando, al son melodioso
del laúd, por su río, cantando navegué!
Gemían las palomas en el bosque, a la orilla;
músicas resonaban en el vecino alcor...
Cuando pienso en la vida alegre de Sevilla,
lo demás de mi vida me parece dolor.
¡Y aquellas gratas horas en el prado florido!
¡Y aquella en los placeres suave libertad!
Recordando mi dulce paraíso perdido,
cuanto en torno me cerca es yermo y soledad.
Hasta el eco monótono de la movible rueda
que el agua de la fuente obligaba a subir,
cual si cerca estuviese, en mis oídos queda;
toda impresión de entonces en mí suele vivir.
No eran por la censura mis goces perturbados;
la ciudad es tan linda, que se allana el Señor
a perdonar en ella los mayores pecados;
allí hasta el fin del mundo puedes ser pecador.
La soberana pompa del caudaloso Nilo
se eclipsa ante la gloria del gran Guadalquivir.
¡Cuántas ligeras barcas en su espejo tranquilo
se ven, al son de músicas alegres, discurrir!
Y los oídos gozan, y gozan más los ojos
con las bellas muchachas que en las barquillas van,
y cuya tersa frente y cuyos labios rojos
el fulgor de la luna avergonzando están.
Con su sonar los vasos, las flores con su aroma,
dicha en el alma infunden y lánguido placer:
en noches de verano, hasta que el alba asoma,
es grato las orillas en barca recorrer.
En pos deja la barca su luminosa estela,
sueltos hilos de perlas sobre ondulante chal;
es la barca, adornada por su cándida vela,
cisne que se columpia en líquido cristal.
También con sus memorias Algeciras me abruma,
y su enriscada costa recuerdo con amor;
en ella el mar bramando alza montes de espuma,
que estremecen los árboles de angustia y de terror.
En los labios el vino y en brazos de mi amada,
allí de mil auroras me sorprendió la luz,
mientras que, por la luna con oro recamada,
tendía el mar la fimbra de su túnica azul.
En tu valle, ¡oh Granada!, fructífero y umbrío,
y en ti pienso con lágrimas, ¡oh fecundo Genil!
Como desnuda espada reluce el claro río,
brinca en sus verdes márgenes la gacela gentil.
Con el fuego amoroso de sus tiernas miradas
hacen las granadinas una herida mortal.
Y disparan sus ojos mil flechas inflamadas,
y sus pestañas matan como mata un puñal.
A Málaga tampoco mi corazón olvida;
no apaga en mí la ausencia la llama del amor.
¿Dónde están tus almenas, ¡oh Málaga querida!
Tus torres, azoteas y excelso mirador?
Allí la copa llena de vino generoso
hacia los puros astros mil veces elevé.
Y en la enramada verde, del céfiro amoroso,
sobre mi frente el plácido susurrar escuché.
Las ramas agitaba con un leve ruido,
y doblándolas ora, o elevándolas ya,
prevenir parecía el seguro descuido,
y advertimos si alguien nos venía a espiar.
Y también ¡Murcia mía! con tu recuerdo lloro.
¡Oh entre fértiles huertas deleitosa mansión!
Allí se alzó a mi vista el sol a quien adoro,
y cuyos vivos rayos aún guarda el corazón.
Pasaron estas dichas, pasaron como un sueño:
nada en pos ha venido que las haga olvidar;
cuanto Egipto me ofrece menosprecio y desdeño;
de este mal de la ausencia no consigo sanar.



No sólo la naturaleza, sino asimismo las obras de la mano del hombre, y especialmente los palacios de los príncipes, fueron ensalzados en verso. Cuando una poesía de esta clase alcanzaba grande aplauso, se le concedía la honra de grabarla con primorosas letras de oro sobre las paredes del mismo palacio que ensalzaba. Ya citaremos más adelante muchas de estas composiciones, que encomian las quintas y palacios de Sicilia, o que brillan aún sobre los muros de la Alhambra. Entre tanto vamos a trasladar aquí varias composiciones que celebran a toda Andalucía o algún lugar determinado:

   Nada más bello, andaluces,
que vuestras huertas frondosas,
jardines, bosques y ríos,
y claras fuentes sonoras.
Edén de los elegidos
es vuestra tierra dichosa;
si a mi arbitrio lo dejasen,
no viviría yo en otra.
El infierno no temáis,
ni sus penas espantosas;
que no es posible el infierno
cuando se vive en la gloria.



OTRO ELOGIO DE ANDALUCÍA

   Hace perpetua mansión
el gozo en Andalucía:
allí todo corazón
está lleno de alegría.
Vivir allí recompensa
el trabajo de vivir,
y felicidad intensa
el vino suele infundir.
Nadie esta tierra consiente
por otra tierra en cambiar:
allí murmura la fuente
con más dulce murmurar.
Allí el bosquecillo umbroso
y el siempre verde jardín
nos convidan al reposo,
al deporte y al festín.
Del Edén formará idea
el que sus vegas y huertos
siempre tan lozanos vea
de flor y fruto cubiertos.
Allí el ambiente templado
ablanda el alma más dura,
y al pecho desamorado
infunde amor y ternura.
y es plata todo arroyuelo,
perlas y limpios joyeles
las guijas, almizcle el suelo,
rica seda los vergeles.
Si allí las aguas hermosas
bajan el campo a regar,
ámbar y esencia de rosas
el campo llega a exhalar;
vierte allí perlas sin cuento
la fresca aurora en el prado,
y no brama, gime el viento,
sumiso y enamorado.
¿Cómo describir la rara
beldad de aquella región?
¿Quién su imagen os mostrara,
que guardo en el corazón?
Al salir del mar profundo
esta tierra encantadora,
la aclamó el resto del mundo
emperatriz y señora.
Las claras ondas en torno
como un collar la ciñeron,
y al ver su gala y su adorno,
de placer se estremecieron.
Y desde entonces las aves
cantan allí sus amores,
y aromas dan más suaves,
y son más bellas las flores.
Cuando de allí me destierra,
no me quiere el hado bien:
un yermo es toda la tierra.
Y sólo aquélla un Edén.



A GUADIX

   Tu pensamiento embelesa
toda mi alma, ¡oh Guadix!
El destino generoso
te adornó de encantos mil.
Por Alá que, cuando arde
vivo el sol en el cenit,
fresca sombra presta siempre
tu verde ameno pensil.
Con sus miradas de fuego
quiere penetrar allí
el sol, pero se lo estorba
de ramas un baldaquín.
Pompas de cristal levanta,
copos de espuma sutil,
si riza tu faz ¡oh río!
El cefirillo gentil;
y las ramas que coronan
tu manso curso feliz,
como eres sierpe de plata,
Tiemblan por miedo de ti.



A UN PALACIO DESIERTO EN CÓRDOBA

   Tus salas y desiertas galerías
mis ojos contemplaban;
y pregunté: ¿Dó están los que, otros días,
en tu seno moraban?
En mi seno, dijiste, breve ha sido,
muy breve, su vivir,
ya se ausentaron; pero ¿dónde han ido?
No lo puedo decir.



AL PEÑÓN DE GIBRALTAR

   La frente elevas al cielo,
y ya de apiñadas nubes,
que flotan sobre tus hombros,
un negro manto te cubre;
ya joyas áureas, que en cerco
de limpio cristal discurren,
sobre ti, como diadema.
Los claros astros relucen;
y ya la luna amorosa
hace tu sueño más dulce,
besándote con sus rayos
y bañándote en su lumbre.
Resiste tu mole altiva
de los siglos el empuje,
sin que sus dientes voraces
tus duras piedras trituren.
Todo lo muda el destino
sin que a ti nunca te mude;
como un pastor su rebaño,
tú los sucesos conduces.
Ve tu pensamiento el giro
de la fortuna voluble,
y lo que es y lo que ha sido
y lo que será descubre.
Con misterioso silencio
la fija mirada hundes
en el tenebroso abismo
del mar, que a tus plantas ruge.













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