viernes, 15 de agosto de 2014

FEDERICO BARRETO BUSTÍOS [12.869]


Federico Barreto Bustíos 

Federico Barreto Bustíos (Nació en Tacna, Perú, 8 de febrero de 1862 - Falleció en Marsella, 30 de octubre de 1929) fue un poeta peruano conocido como «El cantor del cautiverio».

Su padre, Federico María Barreto, fue coronel de infantería del ejército peruano.
Federico Barreto vivió en Tacna durante la ocupación chilena que siguió a la Guerra del Pacífico. En esta ciudad llevó a cabo una intensa vida intelectual y periodística, abogando por la peruanidad de los territorios ocupados por Chile y oponiéndose a la chilenización.
Fue miembro fundador del semanario El Progresista (1886) y del Círculkmkko Vigil (1888). Con su hermano José María, integró el grupo literario llamado "La Bohemia Tacneña", en cuya revista literaria Letras colaboraron, entre 1896 y 1898, escritores como Rubén Darío, Clemente Palma, José Enrique Rodó y José Santos Chocano.
Desde 1898, Federico Barreto fue co-director, con su hermano José María, del diario La Voz del Sur. Esta actividad le granjeó enemigos entre las autoridades chilenas. En 1911, ante la indiferencia de las autoridades, una turba asaltó y destruyó, durante más de cuatro horas, las imprentas que publicaban los dos diarios peruanos de Tacna: La Voz del Sur y El Tacora (dirigido por Andrés Freyre Fernández).
En 1912, publicó el poemario Algo mío, el cual le ganó gran popularidad en el público, que agotó la edición. En 1924 se publicó una segunda edición, igualmente agotada.
En 1925, habiéndose planteado la realización de un plebiscito (que nunca se llevó a cabo) para que las ciudades de Tacna y Arica decidan a qué país integrarse, integró la Comisión de Propaganda de la Delegación Peruana. Basado en esta experiencia, escribió Frente al morro, un diario de la vida a bordo del navío "Ucayali", en el cual se estableció la delegación peruana frente al puerto de Arica.
En 1927, publicó el poemario Aroma de mujer.
Federico Barreto murió en Marsella, Francia, el 30 de octubre de 1929, el mismo año en que Tacna volvió a suelo peruano.
En 1968, sus restos fueron repatriados desde Marsella e inhumados en el Cementerio General de Tacna.
La poesía de Federico Barreto[editar]
Desde el punto de vista temático, la poesía de Federico Barreto muestra dos grandes vertientes.
La primera es la poesía que canta a su ciudad natal, Tacna, en la época de la ocupación chilena después de la Guerra del Pacífico. Observamos aquí la influencia del romanticismo en el amor al suelo patrio y la concepción de la poesía como la expresión de un pueblo. El crítico Ricardo González Vigil menciona la influencia de poetas como Manuel José Quintana y José Joaquín de Olmedo, en su reivindicación de los valores cívico-patrióticos. Esta faceta de su producción literaria es la que le ganó el apelativo de "El cantor del cautiverio".
La segunda es la poesía amorosa, a la cual imprimió una sensualidad marcadamente intensa para la época. El ser amado en la poesía de Federico Barreto no es un objeto idealizado, sino un ser de carne y hueso. En esta vertiente se aprecia la influencia del modernismo, por su exaltación de lo sensorial y lo pasional. Sus poemas amorosos gozaron de gran popularidad.

Obras publicadas

Algo mío (1912)
Aroma de mujer (1927)
Poesías (1964) (Edición póstuma)

Cultura popular

Su poema "Último ruego", con algunas variantes, fue musicalizado por Rafael Otero López y es la letra del popular vals peruano "Ódiame". Este vals ha sido interpretado por artistas como Los Embajadores Criollos, Los Panchos, Soledad Pastorutti, Julio Jaramillo, Dyango, José Feliciano, Charlie Zaa y Enrique Bunbury entre otros.
El poema "Madre mía", musicalizado por Lucho Garland y recitado por Hudson Valdivia, es una bellísima Oda dedicada a las madres. Es recordado permanentemente en las escuelas e institutos educacionales, en cada celebración del Día de la Madre.
El poema "Mi patria y mi bandera", musicalizado por José Sabas Libornio, es la letra de una marcha militar del mismo nombre, frecuentemente escuchada en desfiles militares. Esta marcha fue himno del Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe.
El poema "Queja a Dios" publicado en 1912 (poemario Algo mío), lleva mucha similitud con el vals "Ay Aurora" que años después Carlos Gardel junto a José Razzano interpretaran y grabaran en 1919 y se adjudicaran la autoría.





MADRE MÍA

Madre mi amor, tu carta he recibido
y he llorado sobre ella tanto tanto
que sus renglones han desaparecido
bajo las turbias gotas de mi llanto.

“Hijo me dices con ferviente anhelo
en esos signos que mi pecho adora
Dios te bendiga desde el alto cielo
como yo te bendigo en cada aurora”.

“Hijo sé bueno y como bueno honrado
no arrastres jamás sobre la escoria
y cuando bajes al sepulcro helado
Dios como premio te dará su gloria”.

Ama a la ciencia y brillará tu mente
gana por fin la meta de ese modo
mira hijo mío, que en la edad presente
tan solo es grande el que lo sabe todo.

Se paladín de toda causa buena;
coloca la razón sobre el deseo
y cada vez que ruedes en la arena
álzate con más fuerzas como Anteo.

No envidies con rencor lo que te admira
porque la envidia ruin tenlo presente
es una gloria para el que la inspira,
y es un veneno para quien la siente.

El premio de la lucha es la victoria
combate pues, con pecho decidido
¿vacilas? ¡vuelve a conquistar la gloria!
quien no espera vencer esta vencido.

Si odias depón tu encono envenenado
si amas mantén tu amor hasta la muerte
y, ya seas feliz o desgraciado
aprende a conformarte con tu suerte.

Ama a la Patria con amor profundo
ámala con inmensa idolatría
¡más que a mí misma! ¡más que a todo el mundo!
¡mira que es tuya y es madre mía!

Respeta siempre todos mis consejos
si buscas paz si quieres tener calma,
y hoy que me tienes de tu vista lejos
no me olvides jamás hijo de mi alma.

Esto me dices en tu carta bella,
y yo te juro madre bendecida,
que las lecciones que me das en ella
serán desde ahora la norma de mi vida.

Seré austero, sagaz, justo y honrado
como tú lo ambicionas y lo esperas
por tu amor seré yo bueno o malvado
por tu amor seré yo… lo que tú quieras.





MI PATRIA Y MI BANDERA

Desde que vi la luz, mi pecho anida
Dos amores; mi Patria y mi Bandera
Por mi patria, el Perú ¡yo doy la vida!
Por mi bandera, ¡El alma, el alma entera!

Yo quiero que mi patria bien querida
Vuelva a ser en América lo que era
Que su enseña blanca y encendida
Flote muy alto y sea la primera

¡Mi patria,  mi Bandera¡
¡Mi patria y mi Bandera¡
Desde niño fueron mis encantos
Fueron mis cariños

Ni la sangre que deja horribles huellas
Ni el lodo que es baldón caiga sobre ellas
Hay que evitar la afrenta sobre todo 
Lodo, lodo eso nunca 
Sangre antes que lodo.






PASARON YA LOS SUEÑOS…

 Pasaron ya los sueños
que mi niñez encantaron
con sus colores risueños.
¡Pasaron ya los ensueños…
Sus sombras se disiparon!

 ¡Ah! Cuan rápidas cayeron
aquellas flores queridas
que mis ilusiones fueron.
¡Ah! Cuan rápidas cayeron
cuan pronto las vi perdidas

 Con ellas, huyó de mi alma
la dicha que antes tenía
y la dulcísima calma.
¡Con ellas huyó de mi alma
para siempre la alegría!

 Y vi donde hubo flores
de corolas purpurinas,
desengaños y dolores.
Y vi donde hubo flores
tan solo abrojos y espinas.

 Y donde había esperanza
y ensueños de amor y gloria,
nada a ver mi vista alcanza,
y donde había esperanza
solo queda una memoria.

Tacna, 86. 






A TI 

Como en medio de noche tenebrosa
busca el cansado y… triste peregrino
la estrella que le guíe en su camino
y encante su infinita soledad;
así, Mercedes, en afán supremo
perdida con la fe la dulce calma,
buscaba mi alma con amor tu alma
entre la sombra cruel de la orfandad.

Buscaba sí, la imagen adorada
que en mis sueños forjó la calentura,
para partir con ella la ternura
de mi sincera férvida pasión; 
para contarle de mis largas noches
los insomnes y lúgubres desvelos,
para decirle mis amargos duelos
y entregarle mi fe y mi corazón.

Y ayer al verte tan pálida y hermosa…
¡Tú eres la virgen celestial y pura
que en mis dorados sueños de ventura
con tierna idolatría contemplé,
y que, dichoso, alegre y palpitante,
como el mortal que mira en lontananza,
el faro salvador de la esperanza
desde el fondo del alma idolatré! 

¡Oh, arcángel de bondad! ¡Flor desprendida
de los celestes carmines del cielo,
has que disfrute del sin par consuelo
de amarme tanto como te amo yo.
Deja que vea en tus radiantes ojos
impresa, así, la luz de los amores,
mientras leyendas de astros y de flores
te relata al oído mi pasión…

Y ¿qué más dicha para mi, ángel mío,
ni qué mejor consuelo a mi tormento
que aspirar de tus labios el aliento,
que ver tus ojos y escuchar tu voz?
¿Y qué más luz para alumbrar mis noches,
y calmar de mi vida los enojos,
que la que brilla en tus rasgados ojos
encendiendo la llama de mi amor?

¡Ah! Yo te adoro como adora el cielo
el puro corazón del fiel creyente;
como adoran las flores al ambiente,
como a la playa el proceloso mar.
Y te busco anhelante a todas horas
como busca el cansado peregrino
la estrella que le guíe en su camino
y consuele su triste soledad.

(En El Progresista del 20-02-1887)







ORIENTAL

Luz de Granada, tierna gacela,
cabe la reja de tu cancela
pulso mi guzla lleno de amor.
Oye mis cantos,
oye mi voz.

Bajo un dosel de dalias
de tu floresta umbría,
en una hermosa tarde
tu dulce acento oí;
y desde entonces siempre,
gentil sultana mía,
sin tregua ni consuelo
suspiro yo por ti.

Parécenme tus ojos
dos astros esplendentes
brillando sobre un cielo
de nácar y marfil;
dos trémulos rubíes
tus labios sonrientes
guardando los corales
y perlas de Ofir.

Luz de Granada, dulce gacela,
cabe la reja de tu cancela
pulso, mi guzla lleno de amor. 
Oye mis quejas,
oye mi voz.

Yo te amo, huri preciosa, 
como aman las estrellas
los cóncavos espacios
del firmamento azul;
como aman los jilgueros
sus plácidas querellas,
y como el triste Bósforo
a Tiro y Estambul.

Sal pues, y ven conmigo
por la ribera undosa
que riega murmurando
el diáfano Genil.
Ven, sí, que ya la luna
tranquila y misteriosa
baña el florido otero
con olas de marfil.

Luz de Granada, triste gacela,
al pie calado de tu cancela
pulso mi guzla loco de amor.
No me desdeñes…
oye mi voz.

Si anhelas tú tesoros,
y tu ambición aspira
del mundo entre las zambras
felice disfrutar;
yo para ti caftanes
traeré de Cachemira,
y su oro a la Gioconda
sabréle arrebatar.

No más, pues, mora mía,
así con tus rigores,
tortures inhumana
mi pobre corazón;
ni más, así desoigas
las cántigas de amores
que al pie de tu cancela
te brinda mi pasión.

23 de abril de 1887





RONDEL

 ¡Oh, Poesía! Luz esplendorosa
que encantas mi razón desencantada;
tú, eres la virgen de pupila hermosa
que en mis ensueños de color de rosa
me arrulla con la voz y la mirada

 Yo que si llora el mundo también lloro,
y si ríe me enfermo de alegría;
yo te comprendo y como a Dios te adoro,
 ¡Oh, Poesía!

 Ya en vano cruel, con insensato anhelo
quiere la envidia avasallar tu vuelo
y al triste olvido condenarte, impía:
¡Todo lo vences tú, que siempre hermosa
te elevas sobre el mundo majestuosa,
 ¡Oh, Poesía!

(De «El Ateneo de Santiago) 
(En El Progresista del 13-06-1887) 






MEDITACIÓN

¿A qué llorar la suerte y sus horrores
ni gemir de la angustia bajo el yugo,
si nadie ha de escuchar nuestros clamores
si el mundo para el alma es un verdugo?

La vida es un combate al que se lanza
el hombre a perecer con furia horrenda
llevando por escudo la esperanza, 
¡Escudo que se pierde en la contienda!

¿Qué gana, pues, el alma enloquecida
que busca un lauro que su sien regale,
si todo en el combate de la vida
nada le ha de valer, nada le vale?

Al grande, al chico, al mísero y al fuerte,
tanto al vasallo como al rey que pasa,
la espada vengadora de la suerte,
¡a todos hiere, a todos despedaza!

La amistad es un velo con que el hombre
cubre su triste desnudez sombría
y del que muchas veces, sin que asombre,
se sirve el interés y la falsía.

¡Ah! En este mundo donde el mal impera
y donde el bien en un rincón suspira,
es la gloria una frívola quimera,
y el amor y el placer una mentira.

¡Quién pudiera, Dios mío, grande y fuerte
desafiar las iras mundanales
y hallar tras de las sombras de la muerte,
la luz de las venturas inmortales!

¡Y quién pudiera hollando esta existencia
en que todos los goces son inciertos,
arrojar en el lodo la conciencia
y vivir sin pensar como los muertos!

¡El pensamiento! Cóndor que la esfera
atraviesa veloz e inaudito
anhelando encontrar en su carrera
lo imposible, y lo eterno y lo infinito

¡El pensamiento! Océano borrascoso
que se agita en el alma y que la humilla
y que a veces intenta poderoso
romper el dique de su estrecha orilla

¡El pensamiento! ¿y para qué pensamos,
si este nos causa sin igual delirio
si así hasta el bien con aversión miramos,
si vivir y pensar es un martirio?

¡Ah! La vida es un combate al que se lanza
el hombre a perecer con furia horrenda
llevando por escudo la esperanza, 
¡escudo que se pierde en la contienda!

Luchemos, pues, y si luchando rudo
alguno siente el corazón herido,
carga «cual gladiador sobre su escudo»
sin lanzar una queja, ni un gemido…

(En El Progresista del 14-01-1888) 







SAFO

Sobre el peñón soberbio y majestuoso
que junto al mar inmenso se levanta,
Safo, la musa del Parnaso griego,
Su fe perdida y sus dolores canta.

¡Oídla, bardos! En consorcio alado
que hasta el empíreo elévase, sonoro
brotan de su arpa celestial y augusta 
notas que vibran como rayos de oro.

¿Qué mal inmenso le ha enfermado el alma?
¿Por qué suspira sollozando a solas,
mientras sus ojos vagan distraídos
sobre las blancas crestas de las olas?

¡Ah, vedla, vedla! Sobre su ancha frente
que como un sol de fuego reverbera,
cruzan las sombras de un dolor oculto
como cruzan las nubes por la esfera.

La gloria que otro tiempo buscó ansiosa
ya no conmueve su alma indiferente,
que hoy otra gloria su cerebro llena,
¡La ley de dormir tranquila eternamente!

Duda y padece atroces desengaños
que el pecho poco a poco le han roído.
¡Si ella olvidar pudiera! Mas ¿quién sabe
dónde la fuente se halla del olvido?

La muerte ¡ay, sí! La muerte solamente
apagará el infierno de sus penas,
por eso canta ahora como el cisne
que siente huir la vida de sus venas.

¡Ah! ¿no la veis? ¿no veis cómo se acerca
hacia el abismo, pérfido y maldito,
llevada por la sed devoradora
de conocer la luz de lo infinito?

¡Tenedla por piedad! Mas ¡ay! Ya es tarde.
Sobre el peñón soberbio que el mar riega, 
solo se ve, desamparada y muda,
el arpa de oro de la musa griega.

(En El Progresista del 20-04-1888)





LOCA…
(Poema)

(A mi amigo el ilustre poeta peruano don Modesto Molina)
Elle était de ce monde, ou plus belles cheses
ant le pire destin, et rose, elle a vicu ce que vivent les rose
l„ espace d„un matin… (Matherbe)




En un valle profundo
circundando por bosques de verduras
hay un pueblito que ha olvidado el mundo,
pero en el cual la pródiga natura
ha derramado toda su hermosura.
 Allí es azul eternamente el cielo;
allí hay tupiales de vistosa pluma
y allí entre copos de hervidora espuma
se ve nacer un límpido arroyuelo,
el que después torrente,
recorre murmurando el ancho valle
y fecundiza una florida fuente.
 ¡Ah! Cuánta paz y encantos seductores
ve el corazón sumiso
que huye del mundo impío y sus errores
en aquel apartado paraíso.
 Cuando sobre ese suelo
tibia la aurora su esplendor derrama
para igualar la Tierra con el Cielo,
¡Es tan sublime y bello el panorama
que en aquel lugar presenta a nuestros ojos,
que al contemplarlo el alma se conmueve
y cayendo de hinojos
deja que al cielo la oración se eleve.
Chopos y limoneros
allí levantan en unión vistosa,
sus cimbradoras copas a porfía
y allí, junto a la humilde peonía,
crece la altiva y elegante rosa.
 Luego, prestando a la tranquila fuente
ancha franja florida,
rastrean por su margen levemente
juncos, geranios, lilas y violetas,
semejando una alfombra entretejida
para prestar descanso sosegado
al labrador, que al fin de su faena,
sestea allí sin pena
su cuerpo, aunque robusto, fatigado



II 

Envuelto en blancas y flotantes galas
que más que encubren, muestran un tesoro
de espiritual belleza,
y el pelo rubio, como un manto de oro,
cayendo suelto desde su cabeza
hasta envolver su talle,
una doncella aún en los albores
de la infancia feliz, -recorre el valle
buscando nidos y cogiendo flores.
¡Cuán hermosa es! Miradla, en su alta frente 
más blanca que los lirios de la fuente,
brilla el candor espiritual de su alma;
su boca es un clavel recién nacido,
y su talle brevísimo, una palma
por lo esbelto y erguido.
 Sus grandes ojos verdes y lucientes
dicen que su alma hermosa es un tesoro,
y semejan si miran complacientes
bajo el dosel de sus pestañas rubias,
dos esmeraldas en un broche de oro.
En sus mejillas como siempre, bellas,
impreso se halla el sufrimiento aleve,
y es tal la palidez de oculto duelo
que se contempla en ellas,
que hechas parecen de marfil y nieve,
de jazmín, de alabastro y terciopelo.
¡Cuán hermosa es! Miradla, como una hada
por el bosque cantando, se desliza
sin rumbo fijo mi intención marcada,
y ora en sus labios juega una sonrisa,
ora una queja triste y desolada…
Y así, uniendo la risa con el llanto
y la alegre canción con los clamores,
recorre el ancho valle
buscando nidos y cogiendo flores.



III 

Era una tarde. El sol en occidente
como un inmenso cóndor de alas de oro
y cráneo refulgente,
hundía tras el risco
su centellante y luminoso disco.
Todo era calma en derredor. Las flores
cerraban de la brisa a los rumores
sus delicados broches encendidos,
mientras que revolando placenteras
las aves agoreras
buscaban en los árboles sus nidos.
En la frondosa orilla de la fuente
Blanca y Fernando, la gentil pareja
de jóvenes amantes,
está sentada por la vez postrera;
él va a partir a climas muy distantes,
y ella, que triste eternizar quisiera
aún con su propia vida los instantes,
lo mira triste, y llora y desespera…
¡Ah! ¡Vedla! Vedla… con el rostro hermoso
blandamente caído sobre el pecho
jura a su amante que la escucha ansioso
y en lágrimas deshecho,
serle fiel y constante hasta la muerte.
¡Oh! ¿Qué dolor, por grande, se compara
al que se siente, cuando el sino triste
del ser que idolatramos nos separa?
Entonces se maldice cuanto existe,
el alma en mudas quejas se desata,
y el corazón se torna en un tirano
que con odio inhumano
impíamente y sin piedad nos mata.
-¿Me olvidarás, Fernando? –de repente
Blanca pregunta a su adorado amante
con inquietud funesta;
y él, con la voz vibrante
y estrechándola tierno entre sus brazos.
-¡Nunca! ¡Nunca! Llorando le contesta.
-Pues, bien, -ella prosigue- tú tampoco
te apartarás de mi alma y mi memoria,
y esta florida fuente,
testigo fiel de nuestra corta historia,
será desde hoy la sola confidente
de todas mis tristezas y amarguras.
Y ella, agrega después enternecida,
me verá desde ahora
venir a cada instante
a su margen florida
a lamentar tu ausencia matadora.
Aquí un sollozo amargo y delirante
paralizó su acento dolorido,
sus ojos se cerraron suavemente,
quisóse alzar, -palideció su frente
y lanzando un gemido
«como el arrullo de la rima, blando;
se doblegó en sí misma y rayó inerte,
sin habla ni sentido
en los amantes brazos de Fernando.



IV 

 ¡Qué triste es ver partir de nuestro lado
al ser idolatrado
que fue nuestra ventura sobre el mundo,
y vivir esperando y esperando
días mejores que no llegan nunca.
¡Ay! entonces la vida es un martirio,
el desencanto, la esperanza trunca
y el afán de morir se hace un delirio
que se encarna en el alma con anhelo
en él haciendo que veamos todos
universos de paz y de consuelo.
 Partió Fernando, y su constante Blanca
esperó con el pecho acongojado
por largos meses su feliz regreso:
Fernando no volvía al valle amado,
Fernando no volvía…
En vano, pues, al declinar el día
el labrador del bosque la miraba
escalar con trabajo el alto monte,
y allí estar largo tiempo silenciosa
con la mirada ansiosa
perdida en el confín del horizonte.
En vano llenas de piedad sincera
sus amigas, las lindas moradoras
de aquella hermosa selva placentera,
frases consoladoras
le prodigaban siempre con ternura:
nada para ella en su dolor profundo
calmada su amargura,
porque ella estaba con el alma herida,
y estas heridas, para el mal del mundo,
nunca tuvieron en el mundo cura.




Y un tiempo pasó así. Y una mañana
de la triste estación en que la selva
sacude perezosa
el que fue manto de esmeralda y grana,
y en que la esfera azul y luminosa
de pardas nubes vístese lejana.
Blanca, la niña de los verdes ojos
y talle esbelto que al amor provoca,
supo, por fin, desesperada y loca
que su gentil amado,
aquel Fernando a quien el alma diera
y su inocencia le entregara un día,
su amor pagaba con traición artera
y su fe con odiosa alevosía…
¡Ah! Vosotros los seres infelices
que gemís y lloráis llenos de pena
sin que una mano cariñosa y buena
enjuagué vuestras lágrimas sombrías;
vosotros, que habéis visto desgraciados,
tornarse vuestras santas alegrías
en pálidos despojos
y maldecís la fuerza la fuerza de los hados
y llorar anheláis, y vuestros ojos
secos por el dolor y por el sufrimiento
ni una lágrima vierten que consuele
vuestro infinito y sin igual tormento;
vosotros, ¡ay! Vosotros solamente
comprenderéis la pena matadora
y la amargura que en aquel momento
se apoderó del alma soñadora
de Blanca, ayer tan bella y seductora.
Y sin embargo, nada… ni un reproche,
ni una queja de duelo ni de agravio
entreabrir hizo el purpurino broche
de su menudo labio:
pero ¿cómo también se quejaría?
¿con qué palabras demostrar su pena?
Cuando un dolor inmenso el alma llora
e invade la conciencia y la avasalla,
el alma muere, pero el pecho calla.
Y así pasó con la infelice Blanca;
su pecho no gimió, mas su alma pura
al sepulcro cayó de muerte herida,
con la muerte feroz de la locura…
Y vedla… envuelta en blancas vestiduras 
que más que encubren, muestran un dechado
de encantos seductores,
pasar ligera por el verde prado
buscando nidos y cogiendo flores.
¡Qué hermosa está! ¡Ligera y sonriente!
Ahora corre por el bosque umbrío
deteniendo su marcha de repente
a orillas de la fuente,
para volver después con nuevo brío
a vagar indecisa
sin destino, sin rumbo, sin objeto,
como un día Eloísa
en el bello jardín de Paracleto.
Y débil, tenebrosa y sin aliento,
su dolor infinito sofocando,
se escucha de su labio este lamento:
-¡Fernando de mi vida, mi Fernando!



VI

¡Blanca infeliz! Para matar su duelo
que no haya más testigos que las flores,
pone por juez al cielo
de todos sus martirios matadores;
y ¡ay, pobre loca! Cuando a alguna amiga
de su infancia feliz halla al acaso
en sus paseos por el verde bosque,
detiene ella su paso,
la contempla con íntima ternura,
y después de besarla sollozando,
vuelve a escapar riendo a la espesura,
¡Fernando! Como siempre en su locura,
¡Fernando de mi vida! Murmurando…
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 
Las gentes del lugar que la lloraron,
cuentan pensando en ese ser divino,
que un día que las aves no cantaron,
¡ay! de Blanca, el cadáver encontraron
al borde solitario del camino…

(En El Progresista del 05-05-1888) 





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