martes, 20 de enero de 2015

ALEX BEN-ARI [14.542] Poeta de Israel


Alex Ben-Ari

Alex Ben-Ari (Kishinev, URSS, 1973). Reside en la ciudad de Rehovot, Israel con sus cuatro hijos y su mujer, la poeta Orit Gidali. Su primer poemario, Días clandestinos, se publicó en 2008. 



Nadie me ama como mi padre. Nadie
me abraza como mi padre, circunvalándome
como un ejército a una ciudad. Como el mar
a sus peces.

Nadie me nutre como mi padre, me hace crecer
como mi padre, desplegado en torno a mí
como una vasta máquina telúrica.
La barba de mi padre — es un bosque encantado.
El olor de su cuello — el aliento del alba.
Sus brazos atareados — las aspas de la usina
que mueve al mundo.

Pero mi padre no sabe todo esto.
Da vueltas por la vida como un rey trocado al nacer
y todas estas imágenes cuelgan en mí como cuadros en una galería desolada.


*


Agoniza toda la noche
bajo el matorral
una enorme libélula.


*


Desde el extremo del tallo
un caracol contempla
el silencio del valle.


*


El negro escarabajo
se aleja. De espaldas
al sol poniente.


*


Sol de invierno.
Sobre la acera, uno junto a la otra,
un perro negro y su sombra.


*


Trabajan juntos
el tronco del árbol
y el pájaro carpintero.


*


Franqueo el borde
del pozo abierto.
Paseo vespertino.


*

Camino de ida,
camino de vuelta,
la misma baldosa rota.


*


Sendero sin curvas.
En el centro del charco,
un pepino.


*


Bebo solitario
mi taza de té. Me envuelve
un viento de otoño.


*


Colgada entre dos árboles
la mitad vacía
de la luna.

Traducciones de Florinda F. Goldberg



Islas

Nos ocupamos del asunto más importante del mundo,
cualquiera sea. Muro de contención 
para nosotros mismos somos,
un sitio donde podemos germinar.

En este cuarto en el que es comprensible el idioma materno
enmudeceremos, gorjeando como palomas plácidas,
susurrantes entre nuestros papeles,
cortando y pegando palabras
con infantil barullo,
alegría hogareña atrapada en la ventisca.

Somos un solitario archipiélago,
náufragos de navíos que jamás zarparon,
cada uno en su isla descubridor del fuego, inventor del alfabeto.
Apostamos esperpentos en los campos
para espantar la soledad.

Por fortuna resisten aún nuestros pulmones
y así cada quien llamará a su prójimo, más allá del fiero mar.
Nos acercaremos de a poco, a cuentagotas, por compasión,
por la fuerza de la deriva de los continentes.

Traducción: Gerardo Lewin







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