miércoles, 19 de noviembre de 2014

MARIANA ENRIQUETA PÉREZ PÉREZ [14.065] Poeta de Cuba






















Mariana Enriqueta Pérez Pérez 

Poeta, narradora, investigadora y promotora cultural cubana. Nació en Santa Clara, el 15 de julio de 1951. Licenciada en Letras por la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas.  Pertenece a la Uneac. Poemarios  publicados: La  nostalgia  domina los  rincones (1992);  Cierta  llama (2001);  La  desnudez oculta (2005); La flecha inesperada (2012), todos por la Editorial Capiro. Compiladora de la antología Búscame en el horizonte, de Leoncio Yanes (Sed de Belleza, 2008). Colaboradora del  Diccionario de la música villaclareña (Editorial Capiro, 2004). Textos suyos aparecen en antologías y publicaciones seriadas, tanto impresas como digitales. Ha obtenido premios y menciones, entre ellos: Mención en el Premio Anual de  Investigaciones  (Centro «Juan Marinello», 2003); Premio Internacional «Poesía de Amor Varadero» (2009), Mención de Honor de Poesía Hiperbreve para Niñas y Niños (España, 2009),  Mención Particular —modalidad  Canción de  autor—  en  el XXVII  Premio Mundial de Poesía Nósside (Italia, 2011) y Mención (2012 y 2013).



Niño en el alba

Las aguas del alba pueden jugar con un niño roto,
con los huesos de un caballo en la llanura.
Soledad, por los árboles de oro,
por un cielo de nubes recorrido.
Samuel Feijóo. Camarada celeste


Hay un niño en el alba y en el juego
de las aguas que fluyen con las horas,
un niño que ilumina las auroras
cuando saltan caballos hacia el fuego.
La llanura, los huesos, el trasiego
de hojas, no distinguen su alboroto
y hay lagos como nubes en ignoto
paisaje, donde un oro de leyenda
toca la soledad con esa ofrenda
que deja bajo el alba un niño roto.



Una carrera de añiles

Colgada de la nube
baja la mañana
a la meseta hirsuta
para una carrera de añiles.
Samuel Feijóo. «Matinal»

Se abre un flechero en el viento
el surtidor le desgaja
la tristeza con que saja
la noche su filamento.
Un dardo, como sustento
del fuego dócil, le ofrece
briznas al orto. Amanece
blanda nube en los cantiles:
una carrera de añiles
con luz hirsuta florece.



Amanecer de abril con Feijóo

Con su raya de color
un alma se queda abierta,
detenida por las danzas
de su temblante destino.
Samuel Feijóo.  «Juego»

Rueda el silencio. Gentil,
sobre un lirio, parpadeas
todo luz y te recreas
con los capullos de abril.
Caen las flechas de mil
ángeles y el cundiamor
atrapa bajo su flor
a lagartos que en el monte
miran fijo al horizonte
con su raya de color.

La cima, arroyo jadeante,
despeja su lomerío
si amanece con el brío
de tu carrera distante.
Llegas de un juego añorante,
respiras frente a mi puerta,
tomo tu mano: la muerta
noche llora en la ceniza.
En el sol y en tu camisa
un alma se queda abierta.

Te buscan las mariposas
por el letargo que un rizo
salva en el polen; tu aviso
llega, insomne, hasta las rosas.
Buscan tu nombre las cosas
y el rocío con que afianzas
el sendero; por sus lanzas
tu alba contemplo en la mía
con la imagen de otro día
detenida por las danzas.

Hoy andas y el cancionero
crece libre en la arboleda,
su voz al eco remeda
—llama de un silbo agorero—.
Ya no eres el prisionero
de la noche: en el camino
velan mis gallos. Cansino
se arropa el miedo en las frondas
(mejor será que te escondas
de su temblante destino).



Caballo escarlata en el alba

Un alba de crin y casco
Viene a recibir  las nubes.
Samuel Feijóo. «Caballos»

Escucha la tempranera
canción que arrastran los vientos
con manada de violentos
corceles. La cordillera
borran —como volandera
aspersión— torpes chubascos.
Y en su raíz, los peñascos
soportarán la embestida
cuando vuelva, en estampida,
un alba de crin y cascos.

Hay un ocaso que estruja
las hojuelas, el retoño,
¿quién nos protege, en otoño,
del ocaso que lo empuja?
El ocaso no es burbuja,
en tu sangre no lo incubes.
Cuando por el alba  subes
al resplandor que desata,
algún caballo escarlata
viene a recibir las nubes.



Desnudo en blanco

Las albas vienen corriendo
Y se zambullen con prisa.
¡Cuánto blanco! [1]
Samuel Feijóo. Sin título (1937)

Pasa la sombra, se niega
a sollozar con la luna
—esa hoz, como fortuna,
sobre los techos—. La ciega
mirada ya no despliega
el himno, que lleva estruendo
de soledad. Su remiendo
se deshilacha en el brillo
cuando, a lomo de potrillo,
las albas vienen corriendo.

Albas, cristales y blanco,
piedras que mares disuelven
y entre sus goces envuelven
tanta raíz. El barranco
sorbe al agua; con su flanco
descarga el eco y, en liza,
como un juego, se desliza
por nubes que, en el albor,
se desnudan sin pudor
y se zambullen con prisa.



Amor

Para los siglos que no me vieron
para las mañanas no hechas aún:
este amor.
Samuel Feijóo.  «Legado» (1942)

«¿Los siglos nunca pasaron?»
—dice el ser a quien preguntas
y, al preguntarlo, trasuntas
el pretexto que olvidaron—.
«El tiempo es de los que amaron,
de quien dobló su campana».
Cuando se escucha en la diana
un gesto sobre el dolor,
llega el siglo de tu amor
y alguien hace la mañana.



Matinal con paloma

Auroral mensajera
Ya te buscan mis manos.
Samuel Feijóo.  «Paloma»

A la mañana, meces
un arpa con primicia
de vuelo. Me acaricia
el rocío que ofreces.
¿Y lograré que empieces
a volar en mi hoguera?
Baja la primavera,
brota un aliento mudo:
con tus alas me escudo,
auroral mensajera.

No te alcanzo en la malva
porque el cielo es tu espejo,
un tronco de humo añejo
que en espuma te salva.
No has de quebrar el alba
de los ríos  lejanos,
que en andares ufanos
corean tu mensaje,
si al centro del ramaje
ya te buscan mis manos.



Luz

Esta luz
Manejada por ángeles en juego.
Samuel Feijóo.  Las albas

En luz y mariposa constante se calcina
la yerba que recaudan, soñolientos, mis ojos.
La luz —gusto de un bosque donde cayeran rojos
flechazos y botones—, abrigo que domina,
húmedo en el silencio, mi árbol, mi colina.
¿Qué matiz me transforma? El capullo y el fuego
enredan bajo el alba otro júbilo ciego,
y el verano que prende la candidez alerta
tiene un sabor inmóvil cuando abre la puerta
esta luz
manejada por ángeles en juego.


[1] Junto al texto, Samuel FEIJÓO expresa: «Recojo esta exclamación ante el mar castaño, lleno de espuma, visto desde la aurora. (…) Una sencillez. Un ejercicio de sencillez».



VARIACIONES PARA UNA SOLA NOTA 


Duró más que nosotros aquella rosa muerta. 
[...] 
Como un arco que tiembla sobre el aire encendido. 
[...] 
Veo alargarse al sol mi sombra en julio. 
PER GIMFERRER 


Solo, llega vibrando por el aire 
como arco que tiembla en un chasquido, 
el poeta, me asalta, lo recibo 
junto a la rosa muerta de su tarde. 

Mi sombra no es alegre ni se esparce 
por las ramas. La flecha se le aguza 
en paraísos turbios. Nadie escucha. 

Con un desmayo incierto, la resaca 
de la nota que el viento me arrebata, 
nos toma de la mano y se hace pura. 

De: Niño en el alba [Inédito] 






ANDRÓMACA LLORA ANTE HÉCTOR 

No basta con el templo de Atenea 
si tu aridez destroza la confianza 
de esa mujer que rinde la muralla 
y, truncando su amor, te desconcierta. 

El sollozo de Andrómaca golpea 
la costa por la punta de una lanza; 
del mar sube la diosa, que descarga 
la fibra de sus dones en tu guerra. 

(El héroe no se apiada. La vehemencia 
de una mujer que sufre le fatiga, 
frente a ella su escudo no doblega).

El seno de mujer te reconcilia 
con la paz. No depongas la entereza, 
mas vuelve por amor. Hoy es el día. 





CIUDAD ENTRE LAS AGUAS 

Se sujeta a las crines. 
Mujer con su caballo, 
ligeros, 
por el ocre de la sabana sin arbustos, 
rebasan ese rastro que jamás emprendieran.

Encuentran la ciudad atenazada por sus ríos. 
Escalas y maderos les detienen. 
Ya no es parda la tierra, 
sino el agua. 
Debajo, el escenario 
con muchachas que cantan 
los versos del poeta que parece tan vivo. 

Esa mujer sobre su bestia 
será la prisionera de un islote 
con canales y puentes engañosos 
(nadie romperá los acertijos 
que el agua ha dibujado en sus barandas). 

¡Es tan nocturna esta ciudad 
a pesar de las olas! 
Quienes la habitan como niebla 
–abúlicos o alegres– 
se conforman con una melodía. 

Vadearán las corrientes, amazona y caballo; 
él, con belfos alertas, adivina cantiles. 
Debe haber otra orilla, 
debe existir algún recodo. 
Nuevos ríos, con furia, paralizan su viaje. 
Sobre puentes de húmedas traviesas, 
o escalones que caen a su paso, 
un corcel, su amazona, 
al pelo 
y hasta nunca, 
truncados por el agua. 




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