miércoles, 7 de diciembre de 2016

GUILLERMO SARAVÍ [19.704]


Guillermo Saraví 

Paraná-Entre Ríos (Argentina) 1899-1965. 
Nació en Paraná, Argentina el 11 de agosto de 1899. Durante los primeros años de su vida, por motivos familiares, vivió en Buenos Aires. Volviendo a Paraná en 1905. Aquí desarrolló sus estudios en la Escuela Normal “José María Torres”. De hecho, se sabe que algunas de sus publicaciones juveniles se dieron dentro del contexto de esta escuela. Continúo luego sus estudios en Filosofía y Letras.

Según refiere su hija, el espíritu de Saraví fue “rebelde y heroico”. Conjugó en su vida su trabajo como historiador (y trabajador de archivo) con su oficio de poeta. Tuvo a su cargo el Archivo Histórico de la Provincia.

En 1925 publicó Hierro, Seda y Cristal que reunía sus primeros poemas de entre 1916 y 1925. Le seguirían Numen Montaraz (1928), El supremo entrerriano(1929), Carne de sueño (1930), Selva sonora (1932), La lágrima de plata (1947). En 1941 publicó su estudio histórico El escudo de Entre Ríos. La mayoría de estos textos serían reeditados. A través de ellos, podemos conocer referencias a múltiples textos "en preparación", de cuyo destino no tenemos noticia. En 1999, se publicó en la Colección Homenajes de la Editorial de Entre Ríos su libro Tarde antigua. Y en 2010, esta misma editorial, publica una antología llamada La voz eterna.

Durante su vida desempeñó diferentes funciones públicas y también enseñó en distintos establecimientos educativos. Pueden consultarse datos más específicos sobre su vida en el sitio http://www.guillermosaravi.com.ar

Más allá de lo que el racconto cronológico nos permita ver de la vida de Saraví, recuperar algo de su figura resulta una tarea compleja por la distancia natural. Además de los problemas de archivo que la obra de Saraví presenta. Sus obras editas fueron sometidas a varios cambios a través de las ediciones; ya a su vez cada una estas ediciones abunda en referencias a libros ‘’en preparación’’. Libros de los que no alcanzamos a tener noticia.

Más allá del corpus al que no se tiene acceso, se puede rastrear en las obras editadas en vida de Saraví las fluctuaciones que el mismo autor genera en la construcción de un comienzo. Su obra parece buscar una voz monolítica, cercana al intento épico que sus libros harán desde Numen Montaraz.

A su vez, al tratar de estudiar esta obra nos encontramos con el fuerte contraste entre la imagen que proyecta Saraví mientras está en su época, y la hipotética cartografía supuesta con que siempre se lee una ‘’posible’’ literatura entrerriana nos da de él: ¿Es Saraví un poeta menor?

Responder a tal pregunta implica tratar de reconstruir una imagen y a partir de ella un nombre en esa cartografía.

Un primer aporte lo pueden dar los libros en tanto materialidades. En 1962 se realiza la tercera edición de Hierro, seda y cristal. 

Se trata del primer poemario de Saraví. A su vez existen varias ediciones de Numen montaraz (1928).Carne de sueño es editado en 1932 por primera vez, y en 1933 por segunda vez. Evidentemente, existía un público lector de Saraví. A tal punto de que en la edición de 1962 ya mencionada, se proyecta la edición de las obras completas de Saraví bajo una comisión editora de sus obras.

En la edición de 1962 encontramos también una participación activa de la voz del autor, podríamos afirmar hasta ahora que es la primera vez que Saraví decide interrumpir la ‘’voz poética’’, lo hace una forma breve (la nota se titula ‘’Dos palabras’’), que afirma aún más la procedencia ‘’poética’’ de su voz. Dos prólogos, de Pedro E. Martínez y Juan José de Soiza Reilly  en Selva sonora (1932) y Hierro, seda y cristal (1925) colaboran para ubicar la voz de Saraví en otro orden de cosas. ‘’He aquí un poeta’’ comienza uno de ellos. En este sentido, la figura de poeta que se crea no puede separarse de estos usos de la voz, donde el Canto comienza a connotar rasgos incluso sagrados.



Carne de sueño (poesías)
-Guillermo Saraví-
(1932)



Alma adentro

I

Nada tenemos que buscar afuera;
sonámbulos, marchamos al encuentro
de una remota isla de quimera
en los vastos océanos de adentro.

Bajo nocturnos cielos constelados
(frondas negras con astros como flores)
irá la ensoñación de piés alados
sobre los asfódelos interiores.

En esta soledad casi divina
que con su propia beatitud e escuda,
tu espíritu de etsrella se ilumina,
mi corazón de estatua se desnuda.

Y mientras de la tierra que anochece,
nuestro amor infinito se substrae,
seré como el ciprés que crece y crece
porque una estrella con su imán lo atrae.


II

En busca de las playas fabulosas
(Eldorados o Cólquides o Thules)
partirán nuestras naves silenciosas
rumbo a los archipiélagos azules.

Y hasta el mismo recuerdo fatigado
llegando tus arrobos y a los míos,
será como un albatros rezagado
sobre la estela de los dos navíos.


III

Guíe las almas en su absurdo viaje
la insigne diosa de los ojos claros
y nuestra arcilla vil tendrá el linaje
del propio mármol florecido en Paros.

Mi barro entre tus dedos sobrehumanos
asumirá sagradas palideces
y yo a mi vez decoraré mis manos
con el radiante limo que me ofreces.

Proyectaremos al cruzar por este
mundo de cosas trises y grotescas,
con la luz de un amor casi celeste
la sombra de dos alas gigantescas.


IV

Filomela en el ámbito callado
suavizará su cuita en el gorjeo
y cantará mejor porque ha velado
sobre la losa sepulcral de Orfeo.

El dulce canto que te alaba y nombra
toda mi vida espiritual resume,
y te sigue mi amor como una sombra
y te envuelve mi voz como un perfume…


V

Pecamos por ilusos en la vida
 y así la adversidad nos ha dejado
la dicha de gozar con nuestra herida
y acercarnos a Dios por el pecado.

Apurando la angustia sin medida
que torna los espíritus serenos,
quedaremos más solos a medida
 que seamos más justos y más buenos.

Y en espera del alba prometida
también el corazón se hará más fuerte,
por encima del asco de la vida
y la resignación ante la muerte.


VI

Con la frente en mis hombros reclinada
olvidando penurias y reveses,
yo te invito a bajar alucinada
al extraño jardín de los Cipreses…


VII

Dáme con tu clemencia milagrosa
virgen tu sueño y tu fervor intacto,
mientras mi obscura carne dolorosa
se vuelve transparente a tu contacto.

¿Qué otra venganza al corazón le toca
tras el dolor del cotidiano estrago,
que ser un ala vagabunda y loca
sobre la inmunda feria de Cartago?

Alivio de tristezas y fatigas
será oponer, desde la oculta pena,
al trajín inferior de las hormigas
la dignidad de la cigarra helena.


VIII

Bajemos al Jardín de los Cipreses
en cuya soledad triste y serena,
a mi callado asombro te apareces
como una realidad ultraterrena.

Allí, junto a los mármoles, en una
plática del alma a alma serás mía
y con el terciopelo de la luna
te haré un blanco tocado de agonía!


IX

Ven a mí. En las penumbras del poniente
un gigantesco pebetero arde
y elevan su clamor largo y doliente
los almuédanos ciegos de la tarde.

Hipnotiza la hora solitaria
del mar interno las tremendas olas,
y nuestras almas, flores de plegaria,
abren enormemente sus corolas…


X

¿Adónde están las ensoñadas Thules?
¿Qué día fijó Dios para su encuentro?
¡Rumbo a los archipiélagos azules
en viaje vamos por el mar de adentro!

Que el sueño es un despojo de despojos,
jaramago entre mármoles derruidos?...
La absoluta verdad no es de los ojos
ni se percibe a Dios con los sentidos.


XI

En ser más rico el corazón se empeña
con el coro imposible que posee,
por el sexto sentido del que sueña,
por el sexto sentido del que cree.

Afile para siegas más copiosas
la realidad su bárbaro rasero:
hay hachas que se rinden a las rosas
y pétalos que humillan el acero…

Así, más que el tetrarca pavoroso
que salpicó de sangre las edades,
pudo un humilde acento quejumbroso
resonando en el mar de Tiberiades…

¡Oh, nuestro sueño, nuestro sueño!... Sea
su inextinguible luz la orientadora,
como vislumbre pálida que otea
y anticipa el prodigio de la aurora.


XII

Cuando de este tormento que nos cierra
en un dantesco círculo horroroso,
vayamos a dormir bajo la tierra
en la almohada del postrer reposo,

que la deshecha arcilla a ras del suelo
en renovados pétalos levante
como queriendo devolver al cielo
cuando tuvo de alado y de fragante,

y ese póstumo cáliz quede inmune
del trance aciago y el supremo espanto:
¡que él te resarcirá con su perfume
por la ausencia sin término del canto!



Gitana

Mi vida fue la vida del pájaro dichoso,
sin otro nido para las horas de reposo
que el árbol colocado
como una gracia de Dios en el camino.

No tuve para el viaje ni zurrón ni cayado,
pero en cambio, contaba como buen peregrino,
con los ojos despiertos y el ensueño sellado:
dos virtudes que el cielo sin cesar me ha otorgado
para bien de mi corto ministerio divino…

Yo era pájaro errante… De mi espíritu atento
al correr de las nubes y a las voces del viento
y al temblor de la estrella y al ligero arrebol,
no quedó en el hastío de la senda violada
nada más que una nube contra el sol disipada,
una nube de polvo y una chispa de sol…

Me peinó la intemperie de las rutas abiertas,
me llamaron bohemio, me creyeron gandul.
(Para mí los caminos eran sólo las puertas
en que el mundo acababa y empezaba lo azul).

Hoy no sé lo que siento… Me parece mentira
tener toldo y un poco más de repleto el zurrón.
Y aunque está siempre tensa, siempre tensa la lira,
mi maleta bohemia se durmió en un rincón.

Ya era justo –me digo.- Demasiados senderos
conoció mi cansancio… Como a muchos viajeros
los caminos me hastían y me llama el
hogar.

Tres cabezas se juntan en la misma almohada.
Soy feliz… Vivo un sueño… Ya no pido más nada…

(Que los cielos protejan nuestra flor de azahar).




Lienzo litúrgico

I

Amo tu cabellera perfumada
de brisa llena de nocturno cielo,
cuando se inmoviliza en la almohada
como si fuera un negro terciopelo.

Viene a poner en ella mi desvelo
su lánguida caricia fatigada…
Si yo llego a caer en la jornada
ya tienes un crespón para tu duelo.

Deja que mientras duermes yo la bese
con esa enorme devoción. con ese
fervor con que pudiera un moribundo

-agrandando la boa de su herida,-
rendir la frente en el umbral del mundo
para besar la sombra de la Vida!


II

Amo también tu frente despejada
que tu rizo más lóbrego sombrea
y que traduce en su amplitud amada
la frecuencia celeste de la idea.

En ella a veces mi dolor golpea
con su ala vespertina y enlutada
y mi sueño la inviste por sagrada
con el casco de Palas Atenea.

Marfil radiante que me tiene obseso
y que después de recibir mi beso
con una luz tan fúlgida se aclara,

que en un rapto de olímpica insanía
creo que el sol en torno se apagara
y que ella sola iluminara el día.


III

Amo tus grandes ojos hechiceros
que al asestarme al corazón sus dardos,
abaten el rencor de mis leopardos
y alzan el humo de mis pebeteros.

Se abren en mi dolor como luceros
o soles melancólicos y tardos
a cuya luz se ensanchan mis senderos
florecidos de lirios y de nardos.

Ojos como dos ébanos nocturnos;
ojos como dos lagos taciturnos
en que a modo de un sauce, mi tristeza

su negra copa de abstracción inclina…
Ojos que recamaron de nobleza
mis medallones de inquietud divina!


IV

Amo tu boca, el calíz embriagante
que entre todos los cálices elijo
porque alterna mi beso torturante
con el beso purísimo del hijo.

Lacre de gloria del laurel brillante,
sello supremo que de Dios exijo
para este camafeo fulgurante
en que tu nombre como en oro fijo…

Amo tu boca cuyo beso eterno
confundió el Paraíso y el Infierno;
querida boca que a mi ser devuelve

mientras el alma calla y se emociona,
el amor de la madre que me absuelve,
que le sonríe ante el mal y lo perdona…


V

Alumbra mi ansiedad con su sonrisa
que es más irradiación que movimiento
y dá a tu rostro una expresión que frisa
entre el asombro y el encantamiento…

Capullo imperceptible de la risa
que de tan interior, por un momento
la beatitud de tu perfil irisa
con un ninbo de intenso arrobamiento.

Ella es la gloria que en mi vida apunta
y en que la dicha del hogar trasunta
 la espiritual verdad que lo decora.

Cuando ella falta la inquietud me abrasa
y en el rincón más solo de la casa
mi corazón sin que lo sepas llora…


VI

Amo la palidez como de cera
que tiene algunas veces tu mejilla
y hace que el monje de mi amor te quiera.
doblando sobre el polvo la rodilla.

Por esa extraña palidez que humilla
la crispación sensual de mi pantera,
mi alma es tierra feraz a la semilla
de la inextinta ingenuidad primera.

Palidez inefable que delata
la pura idealidad que se recata
en actitud de místico embeleso:

sabe mi ardiente corazón por ella
que en el fondo de tu alma hay una estrella
adonde nunca llegará mi beso.


VII

Tiene su fina mano que amo tanto
el prestigio de aquello que en la vida
hará una venda para atar la herida
con el pañuelo en que se enjuga el llanto.

Mano que unge mi amor en óleo santo,
mano de luz y de ilusión tendida
como una generosa bienvenida
a los catorce heraldos de mi canto.

Mano, pequeña mano bondadosa
-cisne, marfil, estrella, lirio, rosa,-
que me indica en las sombras el camino;

santa mano entre todas elegida
para quitar al libro de mi vida
cuantos errores cometió el destino!


VIII

Espíritu

Te amo con ese amor enloquecido
que tiene algo de trágico y horrendo
y que cuando ya todo lo ha perdido
se santifica de vivir sufriendo.

Mi verso, llama que en tu altar enciendo
y ex-voto que en tu nombre he suspendido,
es como una oración hecha gemido
o un sacro lienzo que a tus piés extiendo.

Bendita seas, compañera mía,
que humedeces en llanto mi alegría
y una sonrisa das a mi tristeza…

En nombre de este altísimo cariño,
mi corazón como si fuera un niño
se siente puro y todavía reza.





Numen Montaraz
Guillermo Saraví
-1928-




Numen Montaraz

I

Solar de los matreros
que tienes en el alma
un andrajo de poncho
y una astilla de lanza:

la cuchilla y el monte
todavía resguardan
viejas cosas que quieren marcharse de la tierra
yo no sé por qué rutas ignoradas.

Para los que llevamos en la sangre
los huraños motivos de la raza,
el pasado está vivo como nunca
y el agrio numen de los bosques habla.

Para las gentes nuevas
tal vez no diga nada
la musa que se ajusta los cabellos
con vincha colorada
y que en vez de una túnica de seda
viste un ropaje tosco de zaraza.

Tierra que se amansó trágicamente
y rindió sus tacuaras
que la bravía tradición lavaron
sirviendo de picanas…

Mientras la selva se abre,
el cielo azul de las llanuras baja
con los linos que vistos desde lejos
fingen lagunas de dormidas aguas;

pero el zorzal nativo permanece
fiel al recuerdo de la edad pasada
y a modo de un alivio quejumbroso
en la agonía de la selva canta.


II

Como hay ceniza de héroes
en los terrones de las sendas ásperas,
brotan a veces sobre la llanura
pequeñas margaritas encarnadas.

Y cuando el fuerte ventarrón se azota
contra los algarrobos y los talas,
la soledad se llena
de conmoción extraña,
y por el campo azul de las visiones
pasa Jordán con las falanges blancas.

Arde el rojo crepúsculo siniestro
como una quemazón a la distancia.
Todas las tardes la leyenda vuelve
como si en ese resplandor hallara
algo de los fogones legendarios
que extinguieron sus brasas.

Y aunque los hombres mueren
y aunque las cosas cambian,
y nuevas inquietudes nos absorben
y nuevos ideales nos arrastran,
la patria chica guardará por siempre
en el fondo de su alma
la tela burda del antiguo poncho
y el guayacán quebrado de la lanza.


III

Arbol nativo: préstanos tu sombra,
dános la fortaleza de tu savia
para que el tiempo nuevo nos encuentre
dignos de otra patriada.

Hoy viene a sollozar sobre tu copa
que al cielo tiende las floridas ramas
en una gran aspiración de cielo,
el dolor de las últimas calandrias.

Nos abrazamos a tu tronco erguido
como el orgullo de la estirpe brava
que ayer fué un heroísmo en la pelea
y hoy es un heroísmo que trabaja.

Y contra el viento de ultramar que llega
de las distantes urbes afiebradas,
desatarás tu viento formidable
cuyas tremendas rachas
les dirán como rugen tus jaguares
y de qué modo tus jilgueros cantan.

Arbol nativo: préstanos tu sombra,
dános la fortaleza de tu savia!


IV

Tierra donde mi cuna se meciera
a la sombra del seibo florecido
y en la que vuelvo a reconstruir el nido
feliz y tibio de la edad primera:

curado ya de su inquietud viajera
en tí mi corazón ha revivido
y aunque sin tregua el sinsabor le ha herido
canta y se alegra en tu dichosa vera.

Vuelven de sus románticas andanzas
todos mis sueños y mis esperanzas
que destrozar la adversidad no pudo.

Y el alma viene, en oblación suprema,
a deshojar la flor de su poema
sobre el metal sin mancha de tu escudo.





Heráldica nativa

Me obsede la presencia de los antepasados
animada al conjuro de la reencarnación.
Para mi marcha eterna con rumbos ensoñados
llevo un cacique nómade dentro del corazón.

Mis toldos en la tierra solar están clavados.
Un gavilán oscuro campea en mi blasón.
Al través de mis versos rendidos o erizados
se asoma muchas veces la punta del rejón.

Magüer lo que sugieren mis pulcros ademanes,
mi sangre está mezclada con sangre de minuanes
y hay algo de charrúa fundido en mi metal.

Y en mi alma, lo mismo que en el denso boscaje,
su guarida de sombra tiene el jaguar salvaje
a la vera del árbol donde anida el zorzal.




La Vincha

Vincha mugrienta, vincha desteñida
bajo los soles fuertes y las aguas,
que fuiste en otros tiempos de leyenda
como un retazo de bandera patria
-símbolo de coraje romancescosobre
las sienes de la estirpe gaucha…

Altiva hermana de la banderola
que cimbró su entusiasmo con la lanza
en el estruendo de los entreveros…
Con tu diadema bárbara
la reyerta civil ciñó a sus héroes
y los lanzó después a la patriada.

Ajustaste en el drama doloroso
cabezas torvas y pelambres lacias
hechas como a propósito, sin duda,
para la horrenda intensidad del drama.

Vincha mugrienta, vincha desteñida
bajo los soles fuertes y las aguas:
¡tú eres la única venda que podría
cerrar la boca trágica
con que hablan a la Historia las heridas
abiertas en el alma de la Raza!




El Degüello

Ya dio el áspero clarín
su mandato sanguinario
y en el oscuro escenario
la lucha toca a su fin.
Se estremece el paladín
al oír el toque fiero
y desnudando el acero
o enarbolando la lanza,
pregusta ya la matanza
como un tigre carnicero.

El arma gaucha describe
un círculo de locura
que rubrica la bravura
de los lanceros de Oribe.
El vencido que percibe
su fatídico destello,
cree sentir en el cuello
la hoja de los facones
en que abdican los rejones
cuando se toca a degüello.

Un recio bote le alcanza
y por la espalda le cruza
con la frialdad de su chuza
ensangrentada una lanza.
Un federal se abalanza
sobre el cuerpo del caído
y entre el salvaje alarido
que suelta al viento el montón,
busca el mellado facón
la garganta del vencido.

Enarbolada como una
siniestra y roja presea,
la testa trunca chorrea
clavada en la media luna.
La torva expresión hombruna
infunde cruel desconcierto,
hay en el ojo entreabierto
fantasmagórico brillo
y espanta el tono amarillo
que cubre la faz del muerto.

Cual protesta humanitaria
el cielo al naciente queda
casi azul como la seda
de una golilla unitaria;
mas la visión sanguinaria,
inexorable y brutal
surge en el ocaso tal
como si en el bárbaro arresto
la tarde se hubiera puesto
un gran moño federal.

Como un vasto matadero
queda el campo ensangrentado.
El degüello ha epilogado
ferozmente al entrevero.
Va llevando el montonero
su abominable presea,
el despojo que gotea
sangre negra en la moharra…
Si parece que la garra
de la muerte lo pasea.




Matrero

A Daniel Elías

Zorzal de mi monte,
pájaro sin nido,
voy como atraído
por el horizonte.

Viajo sin destino
y a veces me amargo
pensando que es largo,
muy largo el camino.

Acaso mi huella
se apaga o rutila…
Llevo la pupila
fija en una estrella.

No sé de mi vida
sino lo que cuenta
la hora sangrienta
de una vieja herida.

Para mi cabeza
pesada y sombría
no hay sabiduría
como mi tristeza.

Cuando el desconsuelo
me da su quebranto,
suspiro y levanto
los ojos al cielo.

Si de una campana
me llega el repique,
mi alma de cacique
se siente cristiana.

Me ofrecen los talas
la sombra del nido
y el pájaro herido
descansa sus alas…

Y así, dolorido,
voy dando mi canto,
con algo de santo
y algo de bandido.

¡Oh, mi linda selva,
mi selva querida,
cúrame esta herida
mortal cuando vuelva!

Dura pesadilla
del rodar en vano…
¡Cuánta maravilla
lejos de mi mano!
Mi patria cuchilla,
mi monte entrerriano!





La lanza de tacuara

Recia lanza de tacuara que aprendió a cortarse sola
entre el humo del combate, con su roja banderola,
no bien daba sus agudas estridencias el clarín,
cuando al viento huracanado que barría la cuchilla
desataban en la carga su romántica golilla
el soldado de Guarumba y el matrero de Crispín…

Recia lanza de tacuara que los indios de mi tierra
empuñaban al conjuro de las músicas de guerra
que los vientos arrastraban por los toldos de Montiel;
voces ásperas que el alma de la raza huraña y fuerte
recibió como un llamado de la vida o de la muerte
para alzar una divisa y alistarse en un tropel…

Esa lanza es la Edad Media de estos pagos; esa lanza
que nos habla de entrevero, de degüello y de matanza,
-como el bárbaro trofeo de una época brutal,-
tiene el timbre de Romance, tiene lustre de Epopeya
y en su trapo de combate se abrigó la clara estrella
que rutila los cuarteles del escudo federal.

Entre una agria voz de mando y un aullido de corneta,
con las crines desatadas y los ponchos de bayeta,
afirmando en el estribo de algún tape el regatón,
inició una tarde ardiente su cruzada aventurera
y cumpliéndose el anhelo de la hirsuta montonera
un andrajo del poniente se colgó de su rejón.

Y fué andando por mi tierra, como loca, desde entonces.
La tacuara cimbradora se estrelló contra los bronces,
los aceros no lograron deshacer su fibra audaz,
y en los días implacables del desastre y la conjoga
se tiñó de sangre mártir y salió mucha más roja
a esconder entre la selva su despecho montaraz.

Los selváticos misterios exaltaron su coraje
y volvió de la espesura con su ímpetu salvaje
a imponer en el desquite su fantástico valor;
pero al fin, en un arranque prodigioso se hizo astillas,
y quebrada, sin historia, se perdió por las cuchillas,
para entrar en la leyenda como un signo de terror.

Recia lanza de tacuara que por fiera y primitiva
tienes mucho del arresto de la pléyade nativa
hecho astillas contra el tempo, para siempre, como tú:
es preciso que tu sombra, por lo menos, se levante
a imponer en el recuerdo, como emblema fulgurante,
el escudo de Ramírez con la pluma de ñandú!





Al Río Paraná

I

A pesar del bautismo católico romano
todavía conservar el nombre guaraní.
Con tu agua me impusieron el sello del cristiano
y el indio que tú guardas también palpita en mí.

De tarde en tarde encrespas el lomo sobrehumano
como si pretendieras recordarnos así
que siempre te debemos trato de soberano
y que rendidamente hay que llegar a ti.

¡Oh, Padre Río, arteria de América que trazas
el rumbo del futuro magnífico a las razas
que a tu arrullo se funden en el nuevo crisol!...

Hoy tu numen soberbio quiere hablar en mi acento
y mi musa desgreña sus crines en tu viento
y un destello del bronce le anticipa tu sol.


II

Sauce que en ti desploma la undosa cabellera
y aferra las raigambres en tu playa feraz,
mi alma es como un árbol hijo de tu ribera,
lira salvaje y triste del Numen Montaraz.

Por eso, Padre Río, pido que cuando muera
me traigan a tu vera para dormir en paz.
Que en la muerte me acune tu corriente viajera,
que me aduerma tu canto para siempre jamás.

Rendiré mis despojos a la tierra que besas
y me cabrá el destino de revivir en esas
frondas que se extasían con tu voz familiar.

Transmigrado a tus verdes ramajes musicales,
te enviaré el harmonioso trino de los zorzales
y desde la otra vida te volveré a cantar!


III

Eres como un remedo gigante de la raza
plasmada en tu bravío molde de inmensidad;
tienes su mismo aspecto, tienes su misma traza,
su invencible tristeza, su agresiva hosquedad.

Rendida mansedumbre tus ímpetus disfraza
con una espesa sombra de taciturnidad,
pero hay en tu aparente quietud una amenaza
y un selvático instinto duerme en tu majestad.

Que el viento no concite tu cólera dormida,
porque bajo ts golpes, con una sacudida
brutal, u rebeldía se va a poner de pié,

y en ese arranque sordo, feroz y repentino,
desatarás tu furia siniestra de felino
y rugirás al viento como un yaguareté!


IV

Más bien que agite apenas sobre los renovales
un viento bonancible sus alas al pasar,
y sigan mansamente rodando tus caudales
con suave monorritmo camino hacia la mar…

Que lentas lunas blancas rielen en tus cristales
y estrellas milagrosas te vengan a hechizar;
que bajen a tus árboles calandrias y zorzales
y que tus arboledas se pongan a vibrar…

No agites, Padre Río, la bárbara melena
de olas y bramidos… Sabemos cómo suena
tu voz áspera y ronca, cuando la tempestad.

Y mientras en la vasta quietud te reverencio,
yo siento que te agrandas de tarde y de silencio,
mil veces más enorme con la inmovilidad.





Cinta Colorada

Te pasearon los tropeles
de Don Justo por las pampas
y los gauchos de Ramírez
te anudaron a sus lanzas.

De Vences y Arroyo Grande
las épicas resonancias
a tu visita se despiertan,
a tu sombre se levantan.

¡Cinta roja, la más linda!
¡Cinta roja, la más santa!
Yo no sé de qué manera
te adueñaste de mi alma,

que unas veces, por tu culpa,
aquí dentro llevo lanzas
y siniestras medias lunas
y banderas coloradas!

¡Cinta roja, cinta roja!
Con tu seda legendaria
la romántica Delfina
se ajustó las crenchas lacias.

Fuiste vinchas de los héroes
en las ásperas jornadas;
himnos roncos te cantaron
los clarines con voz agria
y los toques a degüello
tu victoria presagiaban.

Por tu símbolo glorioso
se batió la tropa gaucha
y afiláronse los corvos
de las huestes entrerrianas.

Fuiste la única divisa
que lucieron las solapas;
fuiste flor sobre los senos
de la china bien plantada
y a manera de madroño
te colgaste en las guitarras.

Tú nos dices de otro tiempo
las grandezas olvidadas,
cinta ilustre que el abuelo
con Mansilla levantaba
en la Vuelta de Obligado
contra Albión y contra Francia.

Tú nos dices del Supremo
de Entre Ríos la arrogancia,
y en su nombre nos obligas
a tener la sangre cálida,
siempre listos a verterla
por los fueros de la dama…

¡Cinta roja!... Cuando el ave
vagabunda y solitaria
pueda hacer un nuevo nido
de Montiel entre los talas;
cuando el lírico matrero
pueda alzar en sus comarcas
algún rancho donde quepan
sus venturas o desgracias,
y una moza de Entre Ríos,
fiel y linda, noble y guapa,
como todas las mujeres
que han nacido en estas playas,
se me acerque sin recelos
para darme vida y alma,
no querremos lazos de oro
ni tampoco cintas blancas,
y el cariño que nos ate
frente a Dios, sin una mancha,
será el nudo eterno y fuerte
de la cinta colorada.





Con Tabaré

¿No ves que tengo sangre aborigen?
¿No ves que está el americano origen
hablando en mí, de una manera extraña
en la esquivez huraña
que de excesiva palidez me viste?
Esta mirada triste
que con frecuencia de dolor se empaña
y a mi propia sonrisa contradice:
¿con elocuencia fiel no te lo dice?

En este amor celoso
que entre versos y lágrimas te entrego,
arde el intenso fuego
pasional de un cacique doloroso,
y magüer las porfías
de la inquietud neurótica y moderna,
la sombra torva de las tolderías
está en mi ser como una cosa eterna.

Vestigios de mi río y mi barranca
imborrable atavismo perpetúa
en el amor del corazón charrúa
hacia la virgen delicada y blanca.






Alma Fiel

Se abrieron en la noche de mi vida,
como selvas profundas
anhelantes de estrellas,
nostálgicas de luna,
mis pobres sueños, mis quimeras rotas,
mis afanes de altura.

Tus astros irradiaron en mis cielos
a manera de lámparas absurdas
¡ oh pálida hermanita
en toda idealidad celeste y pura !

Cuando llegaste,
mi alma de cisterna taciturna
llena de inmensa soledad y noche,
no reflejaba ni una
débil fulguración y se dormía
con el pesado sueño de sus aguas
y de su piedras húmedas.

Al asomarse a ella
tu astral blancura,
tu aureola de milagro,
tu luminosa túnica,
subió por su silencio
una plegaria muda:

-Te seguiré en la sombra del camino,
mi hermanita menor;
te seguirá en silencio adonde vayas
mi corazón.

Si abre una flor en el camino tuyo.
si abre una flor,
piensa sin miedo a equivocarte nunca
que he sido yo…

Si miras una luz a la distancia,
una luz,
piensa que mis nostalgias alimentan
su llama azul.

Si en el árbol que es caja de harmonías
oyes cantar
un ave triste, piensa que te canta
mi zorzal.

Yo quedaré en las selvas de Entre Ríos
quizás,
y sólo porque tú llegaste a ellas
las querré más.

En el grato solar de mis mayores
no tuve hogar.
Viví como los pájaros del bosque,
solo con mi tristeza montaraz…

Cuando te vayas, no me olvides nunca
porque se hará
más amarga, mil veces más amarga
mi soledad.

Si vuelves a mi pueblo,
yo estaré aquí
para hacer más alegres tus veladas
y para hacer tu vida más feliz.

Y si lejos te encuentro alguna tarde,
te volveré a decir:
Mi amiga en Arte, mi hermanita buena,
lirio, estrellita, en fin…
Para quererte, de niñez muy blanca
mi trabajado corazón vestí.

Y el día que mis párpados se cierren
para no abrirse más,
guardadita en el fondo de mis ojos
siempre estarás!






Reza

Reza
conmigo
por esa sombra buena del amigo
que muere abandonado en su tristeza…
Levanta
con la mía
tu corazón, por el alma blanca y pía
del hermano que canta,
que canta y sueña todavía.

Ora
conmigo,
por el mendigo
que en el ruidoso bulevar implora
pan y abrigo.
Reza ¡oh, mi santa!
por el que llora,
por el que canta,
por el que sueña,
por el que se ilusiona y desvaría
y en una obra de ideal se empeña
sobre la tierra fría
para la multitud mucho más yerma
y más indiferente todavía…

Reza por tu hermana enferma
que sobre un florilegio perfumado
se está las horas y las horas… Ella
vela el sueño de un cisne ensangrentado
y el neurótico insomnio de una estrella.

Hermana mía, no abandones nunca
tu oración alta y bella.
No dejes nunca tu plegaria trunca,
que tus ardientes súplicas no mueran
porque en el fondo de la noche vasta
todos los tristes tu oración esperan.
Abre como una flor de tu alma casta
en la profunda noche solitaria
el lirio azul de tu plegaria.

En la callada soledad escucho
la rítmica ascensión de tu querella…
Por el descanso de mi muerta estrella,
reza, mi santa hermana, ¡reza mucho!


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