martes, 6 de diciembre de 2016

PACO GÓMEZ NADAL [19.693]


Paco Gómez Nadal

Nació en 1971, en Murcia. Es periodista independiente y ensayista especializado en derechos humanos, con una larga trayectoria en América Latina y el Caribe. Ha trabajado y publicado en los principales medios de España, Colombia, Panamá y Nicaragua, y colaborado en redacciones periodísticas de Venezuela, Bolivia y Brasil. Su relación con la región comenzó en 1996, con el cubrimiento del conflicto armado de Colombia en el Urabá antioqueño. Ha vivido un total de quince de estos veinte años en diferentes países de la zona. En la actualidad, es colaborador independiente de La Prensa (Panamá) y de FronteraD y ElDiario.es (España), y coordina el nodo de América Latina y el Caribe de Human Rights Everywhere (HREV), organización dedicada a la defensa territorial de pueblos indígenas y afrodescendientes. Este es su sexto libro, después de Los muertos no hablan (Aguilar, 2002; Otramérica, 2012), El malcontento (Otramérica, 2010), Dos años de locura (CEE-Panamá, 2011), Terca resistencia (Amargord, 2014) e Indios, negros y otros indeseables (Milrazones, 2015; Icono Editorial, 2016). 



Fórmula para la gestión proporcional de la vida

Dedíquese un tercio de la vida al sueño
Un tercio del salario a la vivienda
Un tercio del amor a la sospecha
Un tercio de las emociones al zapping
Un tercio de las erecciones al suicidio
Un tercio de las ojeras al miedo
Un tercio del miedo a los otros
Un tercio del sueño a las pesadillas
Un tercio de cada tercio al banco
Un tercio del destino a lo improbable
Y la mitad, solo la mitad de cada tercio de lo que somos, a tratar de parecernos a lo que deberíamos ser.


Lo que somos

Solo seremos lo que hayamos luchado. Cada una en su medida, en su trinchera, en su incómodo espacio de resistencia. Solo somos lo que ya hemos dejado de ser: la renuncia a lo adquirido, el desaprendizaje de lo adherido a nuestras pieles, la pelea cotidiana con un espejo al que nos enfrentamos sin saber. Solo podemos ser lo que anhelamos sin miedo: la apuesta por la vida, la defensa de la dignidad ajena, el cuidado delicado de la propia, la búsqueda incesante de la colectiva. Somos más de lo que creemos y menos de lo que tenemos. Somos. Y, al ser conscientes de que ser no es suficiente, andamos acomodando una forma de estar en este mundo cada día más estrecho, más violento, más imprescindiblemente cambiable. No somos hijos de nuestro tiempo, sino padres del porvenir. La siembra comenzó hace siglos y nosotros apenas continuamos aireando la tierra y regando la simiente. No es poco.


Día de elecciones

Cuando es día de votaciones me encierro en los armarios. Los recorro en busca de alguna certeza con alma de polilla. La oscuridad me ayuda a abrir los ojos. Miro con el intestino justo en las zonas donde los abrigos me recuerdan que ya es verano. Hace frío. Nada encaja en el armazón de mis convicciones. Tampoco pasa nada. Flexiono las rodillas para hacer (me) un ovillo con las (mis) preguntas. Al hacerlo, siento que estoy desnudo: no hay otra explicación para sentir mis gemelos rozando la piel de mis nalgas. Pienso en algo desagradable y me masturbo sin ganas para que la jornada dé sus frutos. Ya está, he botado parte del limpio pesar que cuelga de las perchas. Espero la señal para salir, pero los corifeos de la democracia andan silentes: la voz la empeñaron en las mentiras de campaña. Mi voz, la mía, también se queda muda en la noche de las constancias.


Jueves (10:06 a.m.)

La vida me arrolla algunos jueves. Comprender a la humanidad, evitar mi derrumbe, gestionar la tarifa infinita del móvil, convivir con la indolencia, sobrevivir a la torpe manía de sobrevivir, romper la monotonía, aprender a cocinar sin trigo, llamar a las cosas por su nombre sin que invocarlas hiera a los iguales, sacar la basura humeante por mi falta de cuidado, cuidar de las dos tristes plantas que flanquean el regalo del reposo… Demasiadas cosas insignificantes como para no gastar tres minutos en recordar que esta mañana olvidaste tu aliento en mi nuca y que, por tanto, tendré que lidiar el resto de la jornada con tu ausencia.


Mi ruidoso silencio

Así de callado paso los días.
Grito a cada instante para instalar el silencio 
en estas calles tan atestadas, 
tan estancadas, tan obstinadas en no reventar. 

Callo para no contarle a la vecina que vende prendas de otro tiempo que nuestro tiempo es el de la revuelta. Callo para no tener que confesar ante ese calvo de pestañas que la vista cansada es mal que solo aqueja a quien no sabe mirar.
Callo para poder ocupar mi boca en tus menesteres. Callo para no caer en el abismo de los mudos días de mi gente. Callo sin dejar de hablar, ni debajo del agua –dicen los poco observadores-, porque hablar es privilegio de pájaros (Mariano dixit) y callar, delito de humanos.

Paso los días callado para despertar todas las sospechas y para levantar las liebres que se esconden bajo la túnica de los complacientes. Callo porque me sale del alma el grito, el llanto, la voz común, el gorjeo de los corderos, el aullido de los colibríes que no acuden a beber a mi ventana. Callo porque me da la gana. 

Y de esta forma, 
ruidosa, 
irreverente, 
desvergonzada, 
inútil, 
terapéutica 
                           paso mis días.



Lista

La libertad, se compra.
El amor, se agota.
La grasa de cerdo, se deshidrata.
La calidad de vida, se tasa.
La cantidad de vida, se aplaza.
El agua, se cobra cada dos meses.
Los muertos, se cuelgan de los puentes.
Los puentes, se levantan sobre nuestras derrotas.
El hambre, se democratiza.
El deseo, se resume en pornhub.
La nube, se hace lluvia virtual.
Las pastillas, se cotizan al alza.
La poesía, se bate en los duelos de slam.
Las fiestas, se organizan en las comisarías.
Las comisarías, se declaran autónomas.
Las resistencias, se multiplican en fueguitos.
Los fuegos, se autorizan en la ventanilla número cinco.
Los silencios, se temen.
Las manos, se desconocen.
Los labios, se pintan calvos.
Los calvos, se buscan las trenzas.
Mis listas, se agotan en la primera línea.
Estas líneas, se consumen en la ceniza de este cigarrillo.
Fuffffffff.



La pluma

La pluma juega con mi vientre. Cuando está dichosa, suele encaramarse sobre mi, acaricia con sus bárbulas con huellas mi torso encalado por el tiempo. Su liviandad ocupa todo el espacio. La miro juguetear. Hay alguna lágrima que pide abismo. Mejor sonrío. Me recompongo y trato de sujetar a la pluma con mis manos. La verdad es que se deja... se deja rozar, contonea su cálamo adolorido con la alegría de quien en su interior siente la savia de la libertad y,
                                                                                       como
                                                                                          distraída,
deja que yo atrape el contorno de su alma sin vergüenza.
La pluma se hizo pluma al mismo tiempo que yo me hice agua. El mismo día en que yo encontré el cauce para ser caudal que fluye en vez de avenida tormentosa. Mi camino ayuda la pluma a suspenderse con referentes; su liviandad me permite huir sin mapa de la lacerante gravedad que domina en este planeta anémico ocupado por seres esperpénticos.


Va a ser esto...

Me parece entender que lo que nos estamos jugando en Siria es algo así como la tercera guerra mundial de baja intensidad…
Intuyo que el golpe de estado financiero en el Norte va a dejar millones de víctimas tan alienadas que no levantarán la voz para exigir sus derechos…
Aprendo en Estados Unidos que hay violaciones buenas y violaciones malas y que las mujeres que sí saben bloquean sus cuerpos de forma espontánea ante los espermatozoides de un cabrón violador…
Me huele que lo de Grecia es una venganza de los dioses contra Platón por aquello de negar el mundo de las sensaciones y condenarnos a la puta razón. Ahora, son razones de Estado las que le imponen a los griegos para condenarlos a no sentir ni el hambre…
No sé cómo interpretar la derretida temporada en el Ártico, la muerte de los bosques, el que hayamos tenido que pedir una hipoteca ambiental para seguir respirando…
Y yo, mientras, con esta piel conmovida…
Y en mi, todo es nascencia no planificada…
Y a mi alrededor… se conmueve el planeta de placer y alados pétalos de aliento…
Y es que, a mi, se me escapa esta sonrisilla cada vez que pienso en vos y se me duplica el alma cada vez que estoy en vos…
Va a ser eso…


Nada más

No tengo más para regalarte a cambio de la fuerza de tu mirada, del brutal impulso de tu sonrisa, de la caricia infinita de las yemas de tus dedos. No tengo nada más porque parezco un aprendiz en este universo hostil; un adolescente en un mundo de adultos grises; un extranjero entre los nacionales de este país de hombres de éxito; un salvaje para esta civilización de plata y futuros.
No tengo nada más que regalarte que las palabras que moldeo con torpeza, nada más que los besos con los que te aguardo o los adjetivos con los que te desvisto. Espero que sea suficiente para retribuirte el don del amor, el regalo de tu alma, la dádiva permanente en la que navegamos sin tormenta.

Es verdad, amor. No tengo nada más, pero tampoco sé si lo quiero. Parecías feliz esta mañana, al despertar adormecido del día. También lo parecías a medio día, en el tiempo comprimido de la libertad condicional. Espero que esta noche, al reposar en la libertad sin condiciones de mis palabras, de mis apenas abrazos, justo antes de abandonar tus párpados al ensueño de la penumbra, lo sigas siendo. Yo, a cambio, te daré todo lo que tengo. Nada más.


(I) realidad

Todo es irreal cuando al llegar la noche no puedo relatarte este lento acontecer apoyado en tu pecho. Todo parece ficción contaminada cuando no eres tú la que respiras a mi lado. Todo es mentira... excepto que existes; que me haces existir.

Las sirenas suenan desacompasadas,

hay siempre helicópteros cubriendo a la ciudad con piruetas aéreas

obscenas,

las frutas parecen de cera y se niegan a pretarme su olor

no encuentro en mi pasos el ritmo de la vida que suele acompañarme

Voy a cerrar los ojos, lentito, como si no hubiera tiempo que contemplar, para acercarme a ti, para ser, como mínimo el sueño que te acompañe en este amanecer lejano.



PIES

Los zapatos se han convertido en el escudo antimisiles 
de nuestros tiempos. Nacidos casi con zapatos, la piel
 que cubre los pies se torna debilucha, blanquecina, pobre,
sensible a zancudos y roces a piedra y humedades.
Los sentidos que pueden registrar las únicas dos partes del cuerpo 
que casi siempre están en contacto con la dureza de la corteza 
se han ido atrofiando, disminuyendo con nuestra capacidad 
de precisión.

La tierra no es ya nunca más nuestro planeta. Somos de caucho,
de cuero, de plástico con capa de aire para evitar que nuestras 

rodillas - y nuestra alma - se lastimen. Sientan.







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