miércoles, 8 de julio de 2015

RAFA COFIÑO [16.503]


Rafa Cofiño

Gijón, Asturias  1969
Miope desde los siete años: ocho dioptrías en el ojo izquierdo y seis en el derecho. Poeta y especialista en Medicina Familiar y Comunitaria aunque trabajó la mayor parte de su vida profesional en Salud Pública.

Erudito en bordillos, charcos y cielos de su ciudad natal. Exiliado. Alternó diferentes trabajos con varias estancias en Tepanahuori donde inició la recopilación de los textos de Artemio Rulán. Testigo privilegiado de la demolición del edificio número dos de la calle Cuenca y de los treinta años del exilio impuesto al pueblo saharaui.

Actualmente trabaja como Jefe del Servicio de Salud Poblacional en la Dirección General de Salud Pública y Participación de Asturias. 

Participa en la formación del Modelo Biospicosocial, Investigación Cualitativa y Salud Comunitaria de los residentes de Medicina Familiar y Comunitaria de Asturias. Miembro de Fútbol de Poetas y de lost pictures project

Autor de Gorrión de Vos (1996), Los ritos de Danaus Plexippus (2003), La ñoaranza de Artemio Rulán (2007) y Los gorriones de Artemio Rulán (2009). Es uno de los co-editores de la obra "50 maneras de ser tu amante", un trabajo colectivo de 50 narradores, poetas, fotógrafos e ilustradores. 




me gusta enredar y desenredar tus dedos

no soy experto, lo sé
ni académico del tacto
además no dejarás tu casa por ello,
ni me darás una sola carta, ni tu probado silencio
ni tendrás
a bien escucharme
sólo afirmo
que me gusta, mirándolos de lejos
hacer nudos y bucles con tus dedos
veranear en tus yemas y nudillos
e imaginar
que van y vienen por esta frontera de nada
que voy dejando entre mi cuerpo y el mundo
al andar

De La ñoaranza de Artemio Rulán





Miopía revisited

De pequeño, cuando era muy pequeño, tenía una inmensa lástima de aquellas personas que usaban gafas. Me inspiraba una hermosa y terrible tristeza verlos con aquellos cristales que, imaginaba, no les dejaban ver el mundo como merece ser visto. Los motivos de esta infantil melancolía podrían ser varios: imaginemos que sea una melancolía congénita (probable) o bien una melancolía desencadenada por aquellos ojos cansados, velados y brillantes, que tenían los abuelos paternos que me cuidaron en la niñez. Imaginemos, probables, una combinación de ambas posibilidades.
Bien. A los seis años me diagnosticaron solemnemente aquel mismo mal y me plantaron unas gafas de dos y uno con cinco dioptrías. La primera vez que me las puse me las calcé por la cabeza como si me estuviese poniendo una chistera de prestidigitador. Ya empezaba a hacer magia y malabares intuyo.
Mi madre se alarmó y hasta le saltaron lágrimas. Poniéndose exageradamente en lo peor, compró nueces y vitaminas que le habían dicho en la panadería era lo mejor para que el epidémico crecimiento de mi globo ocular no fuera a más. Yo me puse serio, me estaba peinando en el baño, lo recuerdo perfectamente, tenía un flequillo espantoso que casi me tapaba la frente. Me puse serio y le pregunté que si me ponía tan triste viendo a personas con gafas cómo iba a soportar mirarme a partir de ahora, miope como ellos, todas las mañanas en el espejo. Le pregunté, profundamente serio, con el pelo oliendo a frasco de colonia de un litro, cómo íbamos a hacer para quitarme toda esa tristeza-de-mí-mismo que me estaba entrando de repente. Me volví, la miré y pregunté que si también en la panadería le podrían dar alguna solución para eso.
Seguimos esperando, ella y yo, respuesta.

La ñoaranza de Artemio Rulán





domicilios

duelen algunas pieles
los dedos leves
el dolor de las palabras
desplegadas en la mesa
es similar al temblor
del hipogastrio
a las cuentas de rosario
en la espalda o
las rodillas hinchadas o
el empeño de aire
y la boca un puerto
oceánico
para aspirar la vida
en veinte sorbos
y los cuadros en casa,
y la ventana templada,
el barrio,
la fábrica,
la mesa, el papel,
las fotos de comunión,
el maletín de prestidigitador
la importancia de amontonar
sílabas y dedos en la
disnea o el miedo
y estas manos moviéndose
puras en cuerpo puro
rotas en cuerpo roto

Del proyecto Los gorriones de Artemio Rulán





Arañas

El más duro es el cuarto día.
Nos negaremos el pasillo de vuelta a las arañas,
No tendremos descanso en las sombras
ni hambre al rascar
las espesas migas en las esquinas de la cocina.
No quedan excusas ni señuelos.
No quedan listas de compra
ni movimientos cansados de las manos.
Las ventanas han dejado pasar golondrinas
y torcidos sueños de invierno.
Un resto enmohecido y verde trepando por tus venas,
no hay rastro de patria ni de hogar.
Los espejos no devuelven,
los versos no conmueven.
Negados todos los caminos
de vuelta a las arañas.

Mira como pasa y agita el aire
que fue suyo segundos antes.
Un supuesto equívoco, o espejismo, o truco, o ausencia
y mis ojos siguen mirando
el vacío que llenaba tu cuerpo.
Mira como pasa y agita el aire
que fue suyo segundos antes.
Una forzada confusión del tiempo
y mis ojos se deslizan
por el vértice voraz y vacío
que llenaba tu cuerpo
antes de la despedida.

Artemio Rulán. Moleskine negra






El animal

"me roba todo hasta el café"
Battiato

"Cause soon enough we´ll die"
Soko


Vive en la parte superior de mi tórax.

He tardado años en localizarlo. Pero al final he logrado atraparlo e identificar cuál era la causa de todo. Vive en el cobijo de mi pecho, lateralizado más hacia mi hemitorax derecho. Reposa en el pericardio. Se roza en las clavículas y cruje en los vértices. Tira de mis hombros al despertarse y genera una imposible sensación entre el epigastrio y mi boca. La sensación dura segundos y es precisa. Arde. Duele. No duele como duele el dolor cotidiano pero duele. Ahora mismo, mientras escribo, ha bajado al esternón y se recrea conmigo en las letras. Podría meterme la mano en el pecho y acariciarle el lomo. Hemos establecido un extraño vínculo de puto cuento de infancia.
En las tardes fumo y pongo sobre la mesa las pistas que justifican su existencia. Me he convertido en un detective de sombras recopilando pertinencias de mi oscuro animal. He generado un catálogo imposible de los términos de los que se alimenta. La envidia es el mayor de todos. Ciertos atributos que se vinculan con esa palabra -la Envidia- hacen que el animal se estire y brame. Sobre la mesa escribo cada uno de sus atributos y los engarzo a la palabra. Hay otros términos pero creo que todos terminan en el mismo. Hasta la Santa Rabia precede a esta Envidia celular. El animal se vuelve loco al ver tanta comida semántica en la mesa. El humo le espanta pero a mí me alivia. Entiendo que seamos herederos del vértigo y de su palíndromo la belleza y que esto nos lleve a morirnos treinta y siete años antes de lo previsto.

Nos respetamos.

Creo que así, encendido, cuando muerde mi garganta, no deja de ser una bestia tierna deseando volver a ser libre. Aquello ya no es casual y esto no será posible. La libertad es un trasunto extraño, una palabra más que colocamos sobre la mesa para dar de comer a mi animal. Nos alivian las letras y los poemas. Come versos y los rumia aliviando mis arterias. Y me complace el repositorio de atributos. Conecto esas grandes palabras troyanas con los recuerdos de mi infancia:

[La Soledad eran aquellas escaleras de patio. La Envidia el cuarto de jugar y la ventana sin cristales. El Tiempo las virutas del patio. El Dolor la ventana en septiembre y las luces residuos del verano. El Futuro el barco que nunca terminamos. El Sueño un ventanal hacia el barrio en el oeste].

La libertad ya era esto desde siempre porque el animal ya venía incluido en el paquete desde el primer día. Los acentos y tildes que al final justifican la oración y los epitafios. 

Nos hemos aprendido a respetar.
Nos domesticamos en ternura
[La ternura era la manta por dentro]

Me gusta provocarlo. Sé que su debilidad son las palabras y se las coloco como migas de pan para dejarlo dormir suave en mi pecho.

Nos miramos medio dormidos, incrédulos, como la ballena aquella del cuento, contemporáneos nos decimos:

 "Así que la libertad era esto".

Artemio Rulán. Moleskine Negra (II)





Repositorio

Bien.
Tenía un trozo de aire
y la tela triste que tejen los lunes,
un espectáculo sin entradas
y un prospecto de futuro,
caja sin fichas,
y niño con eczema, 
                                     Gloria,
una tabla de madera para sonar el timbre,
cuentos para escapar de casa,
sombras en las paredes
y persianas de madera,
el lápiz del carpintero
y la solidaridad de los clavos,
virutas en el alma,
serrín en el deseo,
barniz en el propósito,
cola en el sentimiento,
los zapatos siempre demasiado grandes,
y según, la melancolía congénita o la esperanza enorme,
los ojos miopes,
esa piel tan blanca, las manos tan torpes,
la ternura con decalage,
zapatos siempre grandes,
inventario de charcos,
                                   un, dos, tres, cuatro,
la lluvia en las rodillas,
un armario de hormigas.

Y cada noche una palabra por antena.
Un verso enorme en los labios cada noche mirando los tejados del barrio.









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