domingo, 13 de mayo de 2012

JUAN MALPARTIDA [6.842]



Juan Malpartida Ortega 

(Marbella, MÁLAGA 1956), es poeta, novelista y crítico literario.
Juan Malpartida reside en Madrid, donde se desempeña, desde 1990, como Redactor Jefe de la revista Cuadernos Hispanoamericanos.
“ Malpartida no duda en recoger el testigo de la tradición moderna, la herencia de los distintos ismos, del romanticismo en adelante, pero lo hace desde una distancia crítica que es, en rigor, conciencia de estar habitando un tiempo distinto, el tiempo del artista como un ciudadano más, alguien que participa de los ritmos y tensiones de la ciduadad moderna.” Jordi Doce
Fue coordinador de la revista de arte Galería. Ha colaborado con ensayos y crítica literaria en las revistas y culturales de periódicos: El Urogallo, Anthropos, Vuelta, Letras Libres (México), Sintaxis, Diario 16, Revista de Libros, Barcarola, Claves de Razón Práctica, RevistAtlántica, etc. Es colaborador semanal de crítica literaria del suplemento Cultural del Diario ABC y de la revista Letras Libres.
Conferenciante sobre temas literarios en diversas universidades españolas y extranjeras.

“ En Juan Malpartida giran y se entrelazan voces y ecos, formas y reflejos: el cuerpo que piensa, el pensamiento que encarna.” Octavio Paz

Premios
Premio Anthropos de poesía (1989)
Premio Bartolomeu March (2003), al mejor artículo de crítica literaria publicado en 2003, por «Ezra Pound en su laberinto».
Premio de poesía Fray Luis de León (2011), por su libro A un mar futuro (2012).

LIBROS:

Novelas

La tarde a la deriva (Galaxia Gutenberg, 2002).
Reloj de viento (Artemisa, 2008).

Ensayos

La perfección indefensa: Ensayos sobre literaturas hispánicas del siglo XX (FCE , 1996).
Los rostros del tiempo (Artemisa, 2006).
Al vuelo de la página: Diario 1990-2000 (Fórcola, 2011).

Poemarios

Espiral (Anthropos, Madrid, 1990).
Bajo un mismo sol (El tucán de Virginia, México, 1991).
Canto rodado (Pre-textos, Valencia, 1996).
Hora rasante (Ed. La Palma, Madrid, 1997).
El pozo (Pre-textos, Valencia, 2002).
Poesía 1986-1996 (Ediciones sin nombre, México, 2002).
A favor del tiempo: antología (FCE, México, 2007).
A un mar futuro (Visor, Madrid, 2012).

Traducciones

André Breton, El amor loco (Alianza Editorial, 2005).
T. S. Eliot, Obra selecta, traducción de Juan Malpartida y Jordi Doce (Círculo de Lectores, 2002).
Charles Tomlinson, La huella del ciervo/The Track of the deer (El castillo estrellado, Tenerife, 1994).


PUENTE

Mas allá de las manos, en lo oscuro,
presencia corporal resuelta en bruma,
a un mismo tiempo ángel y demonio,
siempre al borde de ser, nunca completa.

En la tensión tenaz que nos enlaza,
(más que dura maroma: espuma, viento)
hay un instante roto como astilla,
una grieta de luz que nos contempla.

La espiral ascendente de campanas,
entrechocadas aguas de mi empeño,
en la memoria canta su deriva:

un recorrer las voces en vigilia,
un rehacer lo hecho hasta inventarlo
bajo el blanco rigor del mediodía.

'El pozo', Pre-textos, 2002


DÍPTICO

II

Al sol, los pescadores
remiendan las redes deshilachadas,
las extienden contra la luz
observando celosamente
la exactitud de nudos, plomos y balizas,
y, sobre todo,
pulcros gramáticos del aire,
los innúmeros agujeros.
Oigo pasar la nada por las redes,
ese espacio desierto
urdido en la paciencia
de los días de arena.

'El pozo', Pre-textos, 2002



Ruego

Le pido que me dé la mano,
que ponga ojos a la piedra,
que diga lo que a nadie dice,
que no haga, en tantos momentos,
como si no me conociera,
le pido sol y pan y agua,
le pido que encienda la lámpara,
que al tiempo roce su presencia,
que me haga ver en este lado
el otro lado donde canta
la rima errante que nos sueña,
ante las palabras de vidrio,
rotas por la fría mirada,
otro saber que reconcilie,
en este cuarto de cemento,
el rumor lento de los pinos,
y frente al mar el mar le pido
para el desierto de mi frente.
No siendo fórmula ni cielo,
no siendo ley ni sustento,
a ti, tan próxima y lejana,
te pido siempre lo imposible,
este minuto que no pasa.

'El pozo', Pre-textos, 2002


Identidad

Estos muros que marcan el espacio,
cerrados al aire de la ciudad
y al azar de los pasos extranjeros,
estos muros, vertidos hacia adentro,
son la casa.
Paréntesis de cal,
por sus ventanas cae resurrecta
la mañana.
Del otro lado
cabrillea un bosque de voces,
árboles que caminan, se detienen
junto a la roja luz de los semáforos,
avanzan por la página, gramaticales
surtidores de fábulas,
la soledad y el roce de los cuerpos
buscando el rostro marcado en el sueño,
la salida, por el doble arco de tus ojos,
a un paisaje de mar sin peso.
Apoyado en la ventana, las horas
se ablandan a mi espalda.
Levanto la mirada, alguien me contempla
desde el opuesto muro de la calle.
Nos miramos por un instante
y sorprendidos
esbozamos un saludo, de muro a muro,
mientras gira el vacío en la conciencia.
Él o yo, me digo al tiempo que vuelvo
hacia la sombra de la casa.

'El pozo', Pre-textos, 2002



Método

Del pozo arriba, la sombra
y su desfondado rostro,

voz que en espiral asciende
hasta el brocal del ahora.

Caminé por un reflejo,
resuelto en piedra, ya polvo:

Resucitada presencia,
no por el hábil esguince

del agudo silogismo
y su trampilla de viento,

por un olor de acederas,
por un sabor de frontera
que se agita desde el fondo.

'El pozo', Pre-textos, 2002



DAGUERROTIPO CONVEXO DE JLB

Estás a solas en un cuarto urbano
y resuenan pasos entre tus versos:
son todos los tiempos y son ninguno,
son máscaras de sangre, silogismos.
Un sol ciego medita entre tus párpados,
levantas castillos en los que el huésped,
entre libros y espejos, enloquece.
La memoria hace recuento de ruina,
una página de no sé qué libro
anotada con fechas y señales;
la clara incertidumbre de quién yo sea,
el no saber quién el cuerpo ha tocado,
las largas tardes, jinetes de sombra,
y el paraíso como biblioteca.
Te fascinó la rota identidad
de la memoria, la duda, el fantasma,
las legiones del yo, la nadería.
Pero detrás del rostro que nos mira
está la muerte, no la rosa dicha
sino el cuerpo de Rosa redivivo:
cuerpo sin puñal, sangre sin herida,
puerta del laberinto de mí mismo
donde el sueño es certeza de la carne.
Te creíste demasiado tus enredos,
imperturbable y tenaz detective
de un crimen cometido en las palabras.
Del juego y de la nada enamorado,
no te respondió el otro sino el signo:
espejo que en espejo se devora,
laberinto sin fin ni minotauro.

Espiral (Anthropos, Madrid, 1990).





(Fragmentos)


Espiral:

Reconstrucción del tiempo

Escribir
como quien se despide,
el que zarpa en la noche
con la memoria incendiada
de su cuerpo.
Y sin embargo, después de todo,
seguir aquí,
en la mesa puerto,
en la mesa límite,
sin Ítaca ni paraíso ni solución,
oyendo, acariciando
el fulgor de la derrota.



Gravitación:

Niño

El viento abre una puerta,
no en mi memoria ni en tu casa
(bosque de sílabas, árbol inmenso):
en las ramas, el tiempo detenido
hace preguntas que no entiendo.



Bajo un mismo sol

Pasos

Pasos en el oído:
la lengua craquelada del otoño
en un instante de sangre.







Huellas (Poesía 1990-2012). Barcelona; Ed. La Garúa, 2015.


LA POLILLA

Mientras camino por el cuarto,
una polilla roe la madera.
Yo persigo palabras
                         en silencio,
persigo en el silencio, la palabra,
la oscura a lomos de la nada.

Ciega en la madera del techo,
su voluntad, al fin y al cabo,
es tan extraña como mi designio.
Hoy, el mismo espacio nos acoge.
Yo limo palabras, y en su hueco
me contemplo. A veces ella calla
y, en su reverso, oigo
los pulsos de la sangre royendo sin descanso
la madera del tiempo.



APRENDIZAJE

Las cosas son más claras en la sombra;
y ahora que el sol es menos altivo
las plantas del jardín parecen más
lo que son, sin la tiranía
de una luz demasiado ufana.

Mis propios sentimientos
se agrupan en el teatro de la tarde
mientras se apaga el sol
sobre sus huesos.

Y no está mal, me digo, si consideramos
que, aunque llegue la noche, la palabra,
hija de reinos en discordia,
encenderá la casa que habitamos.


EL POZO

I

El tiempo, voz que cae en la memoria,
alcanza un horizonte que me ignora
y deja, sobre la tarde ósea,
una dura materia oscurecida.
Lo que miro se desvanece, lo que miro:
el mar retrocedido a sus orígenes,
vuelto una sola hoja sin rumor.
Oscuro rodar de las horas,
el recuerdo de tus palabras
aliado a la tarde insondable,
la ausencia de tus palabras labrando
la otra cara del ser.

Anclada en el jardín, la marejada
ruge toda la noche
mientras camino por los cienos
circulares de los nombres y hago recuento
en las cumbres peladas del insomnio:
pasillos de otra casa, calles de una ciudad
devorada e inventada cada día,
conversaciones como el pan tangibles
ahora ya reflejos,
metamorfosis del instante
más allá de los cuerpos.
                                        No es tiempo,
tiempo es el agua que toda la tarde
mientras escribo,
horada la acequia, inunda mi oído,
las raíces aéreas del lenguaje
y mi mano bajo la lámpara.
Pero mi mano piensa
                                        y sus sombras tibias
se derraman, se vuelven,
                                                    ven
el mundo inmarcesible,
la hora que no vuelve.


II

Desde el campus a la Gran Vía
aquella manifestación del setenta y cinco
contra el general y los generales,
en la que caíste bajo las patas
de los caballos, es un ejército de sombras
tragado por la boca de la historia,
sus voces, sus consignas,
las ilusiones, plenas de bilis e inocencia
rodaban, como rueda la tarde ahora,
buscando no sé qué y nada nunca,
buscaban la vida, tan grande como ajena,
vida que un solo día no tolera
en sus ansias de ser el puro instante,
quimera palpitante sobre una mañana
violenta a la búsqueda de sí.
Cada noche, en los errantes cuartos de hotel,
voraz sobre las páginas del libro,
soñabas con cambiar la vida:
una semilla de infierno plantada
en el corazón sin medida de la adolescencia,
ángel caído entre dos fechas a la deriva;
el muchacho que ve en su nombre
‒incierto, como todos los nombres y sus rostros‒
el desplazamiento tectónico del ser,
una falla entre tu frente y la mía,
una caída sin fondo en mí mismo.

De niño, en el pozo de casa,
echaba el cubo al círculo de agua y su golpe
en lo oscuro abría mis oídos
a una existencia intacta, todavía cercana
y ya al otro lado para siempre
(¿o quizás ese lado es el punto
donde giran los cuerpos en la noche,
la piedra en la que el tiempo se detiene,
aquí, aquí, aquí: ahora, nunca, siempre?).

Las palabras también bajan al pozo
por las columnas de los días,
por espirales de aire (cometas
abatidos de pronto sobre el polvo),
a una oscuridad sin ojos:
bajan y ya no oigo salvo el eco
confuso de una voz
que ya nunca será del todo mía.
Frágil hilo de sangre,
la maroma de entonces es la misma de ahora.
Las manos girando en la boca oscura,
puerta de la nada,
y el rumor del agua que cae
mientras sube el cilindro bamboleante
al brocal del pozo:
horizonte de luz que se derrama.

A veces, con temor y sigilo, me asomaba
y veía al otro, la mano de sombra
que desde más allá de mí
mantenía en tensión la cuerda
por la que aún camino. La soltará un día,
sin saberlo, y me iré,
como se fueron todos.


III

No cambiamos la vida
‒apenas mareé mi conciencia desvivida‒,
pero la vida, siendo la misma fue diversa,
un rostro que se busca y que se inventa,
elusivo, alusivo, paradoja andante.
Ah, la vida, palabra apenas dicha
que yo engordaba en las conversaciones
inacabables de los bares,
y l llegar a mi cuarto
tenía que dejar fuera, fantasma
de jergas habitadas por el viento.
Las palabras: relámpagos sobre la mesa
apresados en consignas y fórmulas,
los ojos encendidos, dialécticos,
rigurosos como el honor
en una comedia barroca,
abstractas palabras, ensangrentadas,
siempre por nuestra propia sangre
diluida en alcoholes dudosos.

Si tanta pasión puse en la política
fue porque tú frecuentabas las asambleas.
Si escribí en el muro de la comisaría
“muera la muerte” fue porque en tus ojos vi
la irrepetible herida del tiempo,
la siempre esquiva, la resurrecta,
la de cada cual, la manoseada,
la que tiene tu cara:
la vida misteriosa, viva, muerta,
la vida pensada con los sentidos,
la que habla cuando tú te callas,
la que no eres tú y te da la vida,
la que no palpita bajo mi piel
y alimenta mis horas.

Más allá de los libros, eras
respiración mecida
a cuya sombra la memoria se impregnaba
de un remoto saber hecho tacto.

Por el camino de ir yo regreso
al presente tenaz del mediodía:
escalera de pasos inventados,
a cada paso
                           el peso de ser,
la gravitación del deseo
mientras en el jardín tu cuerpo,
tendido al sol sobre la hierba,
teje el espacio sin saberlo:
                                                          un hilo
por el que voy y vengo de este mundo al otro.

Regreso al presente: el niño sube del pozo
entre espirales de ecos y reflejos
a un pleno día corporal.
El muchacho, intocable pero audible,
habla con el hombre maduro que,
con paciente impaciencia, escribe
y arroja, sobre la tarde de agosto,
un cubo de agua fresca.

El tiempo toca la puerta.



PIEDRA

                 A Jordi Doce

“Dormíamos. Al fondo, el fanal de la luna
y, de pronto, rajada por un hacha
de luz, se abrió la noche.
                                               Mis oídos
oyeron lo inaudible, lo sin nombre,
una gota ebria de sangre, los latidos
y el chasquido de los cuerpos envueltos
en metales, vidrios y gelatinas:
fragmentos que mi fiebre
reúne vanamente.
Yo colectaba rosas en verano.
Sólo un año antes, mis padres y mis hermanas
bailaron en mi boda.

                                          Contra el muro,
los huesos triturados de mi esposo.
Envuelto en barro y en astillas,
la carne de mi carne,
apenas una sílaba que subrayaba
la sorda querencia de ser.

                                                    La historia
cubrirá con palabras a mis muertos,
olvidará las manos que cortaban el pan
y la boca que en la noche narraba
el cuento sin fin de la infancia;
o tal vez no fue historia
tu mirada sin tiempo en la ventana.

Vinieron a matarnos o a salvarnos.
¿Quiénes? ¿En nombre de qué Dios,
de qué Lengua o Frontera? El fanal de la luna
cayó en nuestra casa, su luz
brilló sobre los cuerpos,
                                         yesca del ser
que la tierra consume.
                                         La inocencia
de quién en los hogares de anestesia,
de quién la culpa, la estadística, el recuento,
de quién la tesis cum laude y la mano de tierra.

Han pasado los años desde entonces.
En lo que fue mi casa erigieron, los vecinos,
el monumento epónimo de los ausentes:
la piedra que habla sola. Yo presido
la Fundación de Drina contra la Guerra. ¿Quién?
es la pregunta que el tiempo despliega
                                                                       y arrastra
bajo los puentes. ‘Yo misma’, me digo,
mientras afirmo mi inocencia”.

  

RUEGO

Le pido que me de la mano,
que ponga ojos a la piedra,
que diga lo que a nadie dice,
que no haga, en tantos momentos,
como si no me conociera,
le pido sol y pan y agua,
le pido que encienda la lámpara,
que al tiempo roce su presencia,
que me haga ver en este lado
el otro lado donde canta
la rima errante que nos sueña;
ante las palabras de vidrio,
otro saber que reconcilie;
en este cuarto de cemento,
el rumor lento de los pinos,
y frente al mar, el mar le pido
para el desierto de mi frente.
No siendo fórmula ni cielo,
no siendo ley ni sustento,
a ti, tan próxima y lejana,
te pido siempre lo imposible,
este minuto que no pasa.



PESADILLA

El hielo es un recuerdo poderoso;
inmóviles presencias de la nada
en un sueño de fiebre inacabable.



REMEDIO

Sonora enredadera,
la risa que canta en el patio
ya corona mi frente.



REFLEJO

Este día, ya hundido en las sombras,
el rumor de los pasos en la calle,
y mi espera sembrada de ventisca
¿le suceden a alguien o es el recuerdo
de otro lugar y otra tarde pasada
que en mi presente vive su nostalgia?


A UN MAR FUTURO

8

   Cuesta a veces pensar que uno se hace viejo. Y no sólo por la monserga escatológica que alía cuna y sepultura, sino porque es fácil distraerse.

     La distracción abre la puerta cuántica de las edades.

   Viajaba hoy en el Metro, desde la estación de Moncloa, como un jovenzuelo cargado de libros escolares, suspendido entre los graffiti y las voces del vagón,

      y al llegar a Antón Martín,

   unos ojos que al mirarlos me miraban me devolvieron más de cincuenta años.

     Sabemos algo de lo que hace el tiempo con nosotros. Sin embargo, ignoramos qué hacemos en el tiempo. Nuestra pequeña contribución, cuyo arco inmenso es el deseo, es un enigma. Le dibujamos un rostro, y él lo borra.

     El tiempo tiene sus manías. Avanza llevándoselo todo por delante, es la principal. Enamorado de las cifras altas, le pone mala cara a nuestras restas positivas. Nos busca hasta encontrarnos cuando nos distraemos y respiramos ingrávidos por los veinte. Nos sitúa ante una empinada cuesta o frente a unos ojos tan bellos, tan crueles, que al mirarlos mirarte descifras el número exacto de tus días.


15 (NARCISO)

  A ver, a ver, me digo, mientras subo las escaleras de mi casa o mientras bajo las escaleras para salir a la calle, a ver, a ver, me digo al sentarme en esta mesa a escribir, al abrir un nuevo o viejo libro. Ah, aquella vieja bacteria, o aquella célula eucariota, tan lejana y sin embargo aquí mismo tras unos millones de años de evolución y ardua contabilidad de artísticas sumas y restas. Y ahora, miren el ojo, desde la retina compuesta de calcita del trilobites, al de la mosca: barroca catedral en cuyo centro baila un delicioso grano de azúcar. Y dicen que es sólo por vivir, complejidades del gen para mantener su élan afirmativo pese a quien pese, aunque bach y el tiempo que proust recobró en la ebullición de los signos… A ver, me digo mientras cierro los ojos y caigo en los brazos de la primera muchacha, en el paleolítico. A ver, esta tarde en la que decido no hacer nada, salvo reírme de Buda, de Sócrates, de Cristo, del progreso y de la nostalgia, de las mañanas de domingo del franquismo, de los libros que he coleccionado como si fueran la eternidad en pedazos, sabiendo que la eternidad es opuesta al tiempo, que es el vivir. Y luego sufro por el pájaro que se posa en mi balcón, y por el buey cuyo fragmento he devorado al mediodía, y por el hambre de los animales y el hambre del hombre. Un día los árboles, cansados de nuestras aceras y asfaltos nos ahogarán: se confabularán para no producir oxígeno, ese detritus que respiramos a pleno pulmón. Los árboles y las plantas suspenderán un rato su vieja tarea de fotosíntesis, y al fin se quedarán solos, sin los animales, cierto, sin el hombre, verdísimos al fin de clorofila, ocupando los nichos que antes hemos explotado. Alguna flor echará de menos al insecto, a la boca que traga y defeca donde nuevamente germina, pero a cambio se extenderán por el planeta, ya sin tráfico, ni ruidos, ni cortadoras de césped. A ver, a ver, me digo. Pero me compadezco mientras bajo a la calle a buscar una botella de vino y un poco de jamón, me compadezco porque los genes se han empeñado en dotarnos de una laringe más baja, con ese huesito hioides, en fin, para que hablemos y así, de unos a otros nos pasemos la información, sujeta a la memoria y al error, a las lenguas y a las mutaciones, las correcciones, las notas a pie de página, los diálogos y sus comentarios ergotistas, el verso yámbico, el juglaresco, la boba admiración de los conceptos, la música que recrea y enamora, la energía igual a la masa por el cuadrado de la velocidad de la luz, la dilatación del tiempo, en fin: ¿sabe el gen que con una cierta organización de la materia y del lenguaje, con nuestros dos pares de veintitrés cromosomas, se está contemplando en las fluidas aguas del tiempo? Ah, qué tarde tan melancólica.



ARENA

Y este viento que pasa,
que vuelve y me rodea,
que busca mis raíces
para desenterrarme.



ORILLA

El amargo sabor de no saber
si este mar que se aleja
lo hace para volver.



CUATRO POEMAS

ALQUILER

Entras en una casa con muebles extraños,
y ese olor del pariente fallecido
mientras el heredero te pide credenciales
que la usura ignoraba.
                                      Atrás, los tuyos:
tu ex mujer, el niño como una herida
que agrandará la noche,
los numerosos libros y sus sombras.
Cuando te quedas solo,
con el mudo contrato entre las manos,
piensas en todo aquello que ha sido tu vida,
como quien frente al mar se desmemoria.
Cada imagen que surge
contra la extensa tarde de ceniza,
socava tu presente.
                                  En el mismo lugar,
el rumor circular de tus pasos:
absorto en la mecánica
de levantar las cosas para hundirlas.



SINCERIDAD

Así, sin conocernos mucho,
sostenidos en la red de breves encuentros
en un bar, en el parque,
o en aquella playa, un poco bebidos,
en la que hablamos a medias de todo.
Nunca te hice preguntas
suponiendo que había una verdad
de fondo, ni tú confesaste nada.
La música, la historia y los perros
recorrieron nuestras conversaciones.
Tras meses de tu ausencia creo comprender
que nada quedó sin ser dicho,
y los límites ‒tan sutiles‒
sólo fueron la forma de decir
lo que sabías,
tu difícil poética
de que nada en el fondo permanece,
de que la verdad reside
en la manera
de agavillar el tiempo
para soltarlo así, y que perdure,
en la memoria.
Y el convencimiento de que la soledad
acompaña, rige las efusiones,
rima con la fatal conciencia
de ser uno, de ser dos, y ninguno.



HISTORIA, 1936

                                         A Fernando Lafuente

“Un día sin horas,
julio del treinta y seis,
mi hermano y yo girábamos,
subidos en la noria.
Más aire el aire,
en la rotonda azul de nuestra infancia.
De pronto se paró la rueda
y desde arriba
miramos el bullir inquieto de la gente,
la estampida radial de la locura,
y los cuerpos sordamente caídos,
como tocados por la nada.
Horas más tarde nos bajaron,
y por primera vez
vi en tus ojos un miedo indescifrable.
Pegados a las sombras anduvimos
por la oscura trama de la historia,
buscando desde entonces
una casa redonda
mecida por el aire.”


RAÍZ DE LA MEMORIA

La luz se adensa: sombra
en tu vientre,
                           húmeda noche
donde bebe mi silencio
las palabras de tu cuerpo.



EXTENSIÓN DEL VACÍO

IV

                                      A Charo Malpartida

Mi hija venía del colegio,
sus trenzas por el aire.
Yo, desde la ventana,
sin corazón la aguardo.

Un largo viaje, le digo.
Mira en mis ojos
el camino de nadie.



DÍPTICO

I

Siete de la tarde y el mar inmenso:
lo que en mi oído suena rima es

de otro mar, espuma, piedra o nube
que como flecha del aire se pierde

entre los ecos de una sola sílaba
que a la deriva muerde las arenas.

Como quien camina, la tarde engendra,
en su propia luz oscura, la noche.

Contemplo la escritura de las algas
barridas por las columnas del agua,

fija en los jirones rojos del cielo,
ya púrpura o añil, negra quietud,

igual a sí misma y siempre diversa
entre las rápidas constelaciones.


II

Al tiempo, la ciudad a mis espaldas
alza sus luces, el sordo rumor

que el deseo y la distancia despierta,
la llamada que viene desde lejos,

la sospecha nacida de la carne,
de otro mar y otro tiempo que aquí laten.

Algo distinto dice mi canción,
como quien camina sobre su voz

y sabe que es aire, verde escritura
del sueño y escalera sin peldaños,

por donde tú caminas al encuentro
mientras yo trazo la tensa maroma

desde el tráfago del mundo y la nada,
lugar donde sin saberlo me sueñas.


EL SUEÑO DE SÍSIFO

I

Se aprieta la ciudad contra tus senos para contemplar el vacío, y busca desaguar sus pesadillas por los ríos de sombra que corren bajo nuestros pies. Está creciendo una ciudad en el brazo que apoyaste sobre mi hombro. Siento el hormigueo de su labor de zapa instalando una valla publivía sobre los labios que pronuncian el deseo. Un alcalde tras otro inaugura plazas en tus caderas, y edifican, en la blancura de tu garganta, ménsulas bajo las que ruge un minotauro celeste. Corren los caballos enloquecidos por las noches del sábado. Y alguien descifra las constelaciones en los vidrios rotos del alcohol. Alguien se asoma a la ventana de un décimo piso, alguien mira la luz de una habitación. Hay un mendigo que lee con lupa un periódico de hace años, y lechos, piras, sombras, un pájaro muerto en la boca del nostálgico, un comprador de oro, una ambulancia de cuidados intensivos y su sirena agitándose (del amarillo al rojo) como un buque que se hunde en el atasco del semáforo. En la acera, dos jóvenes se besan. Suena la sirena y fluye el tráfico mientras ellos están allí, sostenidos por un hilo invisible.

Hay un rumor, pero no es del mar, creciendo en estas horas inciertas.


II

Ocho millones de ratas pululan por el inconsciente de los hoteles y hospitales de Madrid. En ocasiones alcanzan la superficie y algunas suben por las medias de malla negra de la enfermera de guardia. Yo vi una rata alzar su hocico a los pies de mi cama. Había una rata aquella noche entre tu cuerpo y el mío: una palabra letal invadió el aire de nuestras costillas y volvimos hacia la noche con una sílaba bajo los párpados, incendiando los pasillos de la memoria con un fuego frío. Nacidos bajo el signo de Saturno, levantamos la mirada en la proa del barco. Y no miréis hacia, dijeron como si supieran. Hemos edificado ciudades sobre tus pechos, hemos horadado tu vientre para instalar tamos de vías, escaleras metálicas para descender a tus venas. Estamos secando lagos movedizos que nos recuerdan el mar. Hoy inauguramos una arista nueva: desde su perfil de níquel alguien mira las siete cuarenta y cinco, cuarenta y seis, cuarenta y siete. Ocho millones de ratas se agitan en mis sueños.


III

Es necesario ser absolutamente moderno, dijo Arthur Rimbaud y se perdió entre Adén y Harar. Una temporada en el infierno ya es cosa de turistas. “Arthur Rimbaud Grand Hotel”. Oigo pasos, como de alguien que se aleja. Un cuerpo se aleja mientras crece la cuenta de los árboles y de las vitaminas, la cuenta de nuestra porción de ozono perdida, la cuenta de los orgasmos, la cifra exacta que debe alcanzar nuestra felicidad. Un cuerpo se aleja mientras se pone al día la cuenta de las eloísas y abelardos, tristanes e isoldas. Alguien está contando mi respiración. Pero una sola resta vendrá que hará estallar todas vuestras sumas.


IV

No tiene centro la ergástula, laberinto que contra un muro dibuja la ceniza de sus límites. Por eso deambular es todo, y pararse en las aceras, como a la orilla de un gran mar donde rugen olas motorizadas. Un termómetro callejero toma la temperatura a la ciudad,, un reloj sin cuerpo marca un número afilado y exacto, siempre el mismo. Un maniquí despatarrado muestra un sexo inexistente. De pronto, el cristal de la boutique grita, ulula (chichara mecánica) ante la herida constelada que un ladrón perpetró en su pecho. Se detiene el peregrino en el umbral del pub, ensancha el aire en sus pulmones y empuja, desde el frío de invierno, la puerta fosforescente. Se apoya en la barra, como los marineros en la baranda. Está creciendo el desierto, piensa mientras caliente entre sus manos la copa. Desde el no sé quien levanta su mirada y ella ¿desde dónde? le sonríe. Al caminante, como en el vuelco al moribundo, se le agolpa toda la vida en el vaso. Bebe. ¿Quién mira? ¿Cuál es el nombre de esta mirada? ¿Cómo se llama la agitación de los días, este murmullo de la sangre? Una mano a otra se enlaza, y horas después, los dos nombres dibujan signos rápidos en los espejos del agua. Un árbol se incendia junto a su abrazo, y en una habitación cercana al desamparo, ambos rememoran sobre la piel el día remoto en que se conocieron. No tiene centro la ciudad (tu cuerpo dibuja las líneas del cielo); no tiene tiempo la hora en los relojes (en tu vientre late el sol y la noche de la sangre). Aquí, bajo el calor de tus labios y de tu sueño, se oye el rumor de otra ciudad bajo el arco impalpable del deseo.



EL FANTASMA Y SUS APARICIONES

II

Toda la noche con el rostro en sombra
porque la palabra se resiste a ser dicha.
Todas las palabras con la voz en sombra
porque la vida se resiste a ser dicha.




PIEDRA CONTRA PIEDRA EL VACÍO

A José María Luna

Nací en la calle del Muro, muros árabes que cercaban en otro tiempo la ciudad. Yo jugaba entre las torres. ¿Era el preso o el guardián? Por el largo callejón, a la Puerta del Mar se llegaba.
Para jugar luego (¿cómo decirlo?) construí murallas de palabras, y seguí, como en la infancia, de un lado y otro del signo. La mar un día todo lo arrasó: muros y torres, nombres y niño.
De pronto, y después de mil años, me hallé en lo blanco, contemplando un rostro enigmático y sabiéndome mortal.



DIARIO DE BITÁCORA
(Mar de fondo)

Lo irreal es demasiado táctil
y ha cercado a las cosas de un temblor
de platino y quijada antigua. Su sombra,
sobre el perfil del cuarto,
tiene más cuerpo
que estas manos empeñadas
en acariciar un rostro
ya desvanecido en el tacto.



LA RESTA

A Juan Gil-Albert, in memoriam

No es saber más lo que de verdad importa, ni visitar países ni acumular camas que calientan la fiebre y enfrían el cuerpo. No es hablar más cerca hablar más alto. No hay más luz ni más azules porque cuentes astros y acumules viento. Sin intimidad no hay universo.



PARA OÍR SU VOZ

A Denis Long

I

Para oír su voz,
para que la mano sobre la piedra
despertara del otro lado,
para que el roce de la mano
descubra entre sus líneas
el bosque de hayas.
Vine aquí para oír su voz.


II

La lluvia barrió la terraza,
silbó el viento bajo la puerta
y el día se volvió sobre sí mismo.
No coincidía. No el agua ni el viento:
la mirada quemando en lo mirado
y el tiempo abriéndose sobre la hoja.
Crujió la leña en el fuego y un pájaro
gritó en el aire. Mi memoria
se hundía, más acá del mundo,
al borde de todo y de nada.
¿Dónde vive lo vivido? ¿Por qué
golpea el viento en los cristales?
Dibujé una puerta, se abrió la puerta
y no había nadie. Entré en la casa
para escribir estas palabras,
para labrar los muros lentamente
rozando una cosa con otra,
para oír su voz,
la memoria de este día de lluvia
sobre el momentáneo silencio
de la mirada.


III

Arriba, las nubes lentamente se recogen;
sobre la mesa, el sol garabatea.
La tela del día se tensa y desaparece.
Se alza en la línea de flotación
                                                  de la ventana
‒asidero de nieblas y de pájaros‒
la horda de polígonos de los tejados.
Lo que veo
                        la memoria lo reconstruye,
y la mirada, como el agua entre las piedras,
no acaba de ver lo mirado:
en sí duda y se reescribe. Más allá de mí
las cosas persisten en su indolencia.

En sombras el sol ha dibujado
los reflejos de mi paciencia. Tal vez nunca,
este incendiado atardecer de siempre,
pase a través de mí y no tropiece.


IV

La tarde y sus rojos tejados,
el recuerdo de un día dividido
mientras la ciudad se petrificaba,
los signos que la nada envuelven,
la montaña invisible, el mar,
los libros, la muerte, lo no llegado,
la conciencia disuelta
en la irrealidad de lo real,
la irrealidad hecha marea
en la ondulación de tu cuerpo,
la tarde y el azul del cielo,
el rumor de unos pasos.
Acerca más cerca tu oído:
la página del crujiviento,
el craquelador de la nada:
redes que se sumergen
para ver lo invisible,
la eternidad de cada día,
hilo negro en la constelación blanca,
buzo del aire, el tiempo.


V

Sin proponérselo llegó la noche,
con los ojos cerrados me deslizo
por el agua de un sueño no soñado:
nadie está solo en este mundo,
me digo, mientras palpito a solas en mi cuarto;
nadie es una sola mano
en el aire de nada. Percibir
es entrar en el bosque. Nadie
ha nacido solo, nadie ha muerto
alejado del mundo. Si por un instante
rozas la piel del tiempo
                                         el mundo reverbera,
parpadea el mar de Shanghai
sobre el pretil de mi ventana;
si como la noche llegó respiro
entonces tú aún no te has ido
y es tuya la voz que canta en la noche,
el soliloquio multimundo, el agua
de un sueño que despierta,
para que el roce de la mano
descubra entre sus líneas
el bosque de hayas.
Vine aquí para oír su voz.



TEJIDO AL SOL

VI

Escribe con las palabras que puedas llevar mientras caminas, y el camino es largo;

escribe como si indicaras la hora sabiendo la extrema movilidad del tiempo;

escribe como quien dice adiós, como quien no ha llegado siquiera al papel en donde escribe;

escribe sin escribir, sin decir palabra, de ti mismo, en ti mismo, de nadie;

escribe sabiendo que tu última palabra no es la palabra última porque más allá de ella hay mil palabras y una más;

escribe para pasar el tiempo y que el tiempo pase sin saber a dónde;

escribe porque en la palabra mar hay agua y es un vacío, y esto enseña a vivir y también a morir;

escribe, no para decir palabras sino para que ellas te digan;

escribe ‒como esta tarde que al caer se tensa y se extiende‒ la palabra del otro lado, la que dibuja el vacío de la palabra, un poco de sonido entre dos tiempos a la deriva.







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