martes, 17 de julio de 2012

7264.- MATÍAS HEER




Matías Heer. Poeta y traductor argentino. Nació en Buenos Aires, en 1984. 
Publicó De irrisoria complexión (2008) y las traducciones Autorretrato en un espejo convexo, de John Ashbery (2009), Los primeros 30 cantos de Ezra Pound (2011) y, junto a Daniel Durand, Cáncer joven con un plan (2008), de John Berryman, en la editorial Colección Chapita, que codirige. Además, este año, en la editorial paranaense Ese es otro que bien baila, publicó Una nube solitaria viaja ociosa.






Comprensión del paisaje cerebral

Un gato come paté con vidrio molido.
Mastica con fuerza inhibiendo el dolor.
Sonríe. Por detrás del horizonte
del pico montañoso de la oreja
brilla el cuchillo de una culoncita que corta
una mandarina. Todo parece coincidir:
el gato con sonrisa ensangrentada, el cuchillo
salivado de ácido naranja, el culito
ortodoxo en tiro alto transpirado
por la inflamación climática de la estufa.
Pero es sólo un orden gráfico
y en realidad la obsesión que cubre la escena
es de un fracaso total: ningún día de invierno
van a recuperar la carnalidad del pensamiento,
el sueño adánico es visual, semejanza de los muslos
de pollo que cortaba mi abuela con tanta precisión
que la piel verrugosa cubría la herida.

Las ideas no son más que la risa de las cosas en la mente.

A la croqueta del cerebro se le descascara la fritura
con los pasos de los días que andan lentos
o se humedece  con las nabas deformes mulliditas
que anidan en el chat descafeinando la rutina
en silabeos de pericos.

Si mi especie pudiera rendirle culto al cerebro de las plantas:
ellas piensan en el aire, el aire las completa de lenguaje,
transparencia con la que se funden
a los revoques invisibles del oxígeno. 

(De Paijearse, Colección Chapita, 2011)






Tandil (poema batracio)                                                             -fragmento-


Van reptando el cielo unas neuronas
desflecándose en sinápsis y fisuran
la membrana celulosa de gris, onda
7:30.
Lechazos de delirio nubular
caen sobre la pelada tandilense,
el mundo es una gran mente
en la que yo no soy más que una idea
de lo que podría haber sido... así que
después de un desayuno cargadito
hacer bolitas con los mocos
para sacarse la noche de encima.

Las drogas no pueden preservarse en el cuerpo,

mi cuerpo
es el mundo casual
de una hormiga.

Buracos de memoria se abren
entre las nubes y dilato, entonces,
el esfínter del iris y me atesoro
el recorrido del paisaje
hasta su final:
en las ramas flasheadas de un árbol
perdido por los acolchados de maíz
canta un gallo con una transparencia
significada, saludable y chillona,
mientras bajo la sombra rotulada
del árbol, un pibe barroco trabaja
con la lengua entumecida en una arenga
presiestera y musical;
sus botas de hule se hielan al sol
en las aureolas de tierra infértil
que rodean los bebederos de caballos
masticados, casi masticados
por la costura de hormigas en los alambres.

Y tipo por el fondo
el horizonte se curva
con el peso del trote
de una manada de ciervos
que vienen hacia mí
revirtiendo el recorrido.

Respiro tranca la desecación de las hierbas:
si cada sordo giro del mundo explota en verano
las formas reconocidas no tienen por qué conservarse.
Uuuuuuuuuuuuuuuuuhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!

Alto Retorcijón de Mielina Cerebral

... despejamiento... parcial... contemplación sincopada
de la pared blanca y sucia en un departamento
ofuscado en Barrio Norte:          Tandil
siete años                           chacra donde trabajaba un tío lejano
                ovejas                            mente sana sin arvejas
primer vómito:                   leche de cabra, posible alcoholismo.

Imagino chutes de pólvora para cada ciervo.
Imagino un alto frenesí dialéctico en la vibra
de la bala en el cráneo y el rifle en mi mano.

Paso apunte sobre las cosas
que tiraría de mi cuarto:
por empezar la pared.

Imagino el afloje de la demencia
cuando uno de los ciervos me toca el hombro
y me dice ‘Ei ¿qué onda?’ y contesto rimando en baba
‘Vos trabajaste el camino
y yo te lo pavimento de un tiro’

Y el ciervo dramatiza su glande.
Y lo esmalta de semen borbón.
Y yo que le silbo al cocodrilo abstractor.
Y el cocodrilo abstractor que acude al grito de:
‘Apollinario! Apollinario!’
Y se lo engarza al ciervo rutilante
escamándole el escroto que
en su rugosidad pretende defender
al musgo uterino de pasto
que se agrieta, ahora, a la tercer empalada
del cocodrilo abstractor.

Y mientras el Ciervo ya Cierva se contractura
en el barro de excremento sanguíneo
le dice a Girri de bicho:

‘Te vas a quedar envasado en el paisaje, solo’






Apollinario

Miro a mis pies en el pasto donde
un movimiento miscroscópico me relaja:
el detritus de presentes y sinapsis
da cuenta de que el cadáver se propagó.
Ahora, cada una de las partículas
se mueve para reunirse o continuar disociándose.
Por lo tanto, la literatura ya fue. Fue el misterio, fue el patero
y fue el chating love. Pero la palabra que sigue en uso
destellando lo que no existe y, como 'perfección',
antologa lo que no se puede ver, y quizás
en esa antítesis se dé una existencia prematura
como un organismo táctil ideal prodría muscular
la trama que se extiende por detrás de lo que el juego
de pulseada china con el clítoris deja ver.

El juego está en nombrar las posibilidades
para realizarlas, batacazo monolipiteto excluviente sortmás.

El batacazo de la noche me halla monolipiteto
excluviente a la música y el mate, después de una siesta
sortmás.

Barracuda! Barracuda!

Refulge el porno horse por la cam.

Y la muerte, de ser una palabra mal significada
se volverá un adverbio de la difusión y propagación
de partículas más específicas e inagotables en sus perspectivas
que en su flujo componen el movimiento silábico
infinito en degradaciones prismáticas, onda
unas cristalizaciones que chispean
en las comisuras de las plantas arrastradas
por una oruga... y aun así... en la obsesión
por la vida del otro nos volvemos
un animal de baba que descompone
su intimidad.

Pasan
aviones vacíos y el viento que agita a más
trompeando el pasto que traga la luz de las colinas
mientras la reposera imantada al suelo
imita una calma veraniega en sus líneas amarillas

y al sentarme

no me interpreta.


Matías Heer (Buenos Aires, 1984), De irrisoria complexión, 
Colección Chapita, Buenos Aires, 2008



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