sábado, 12 de abril de 2014

PEDRO JUAN GOMILA MARTORELL [11.515] Poeta de Baleares


Pedro Juan Gomila Martorell 

Nació en Palma de Mallorca en 1967. Es poeta, traductor del griego clásico, latín y catalán, y autor de los libros De las paganas masturbaciones (La Lucerna, 2005) y Eidolon I. Arcadia Desolada (La Lucerna, 2013)  y En la tierra de Nod, su tercer libro publicado. 

También ha sido el co-traductor del libro de Miguel López Crespí Densa marea de tristeza (La Lucerna, 2006) y de Diálogos: De las raras y eminentes cualidades  de los asnos de este tiempo – De la vida privada de François de La Mothe Le Vayer y Antología de la poesía griega homoerótica, de próxima publicación en la editorial La Lucerna.



Se define como «apóstata de casi todo» e iconoclasta. Todo ello queda claro, desde luego, en su primer libro de poemas: De las paganas masturbaciones (La Lucerna, 2006). En él, el autor se sirve del verso, de la prosa lírica, e incluso de algún poema en latín, para, partiendo desde la tradición católica y común (la expulsión del Edén o la estirpe de Caín), llevarnos poco a poco, poema a poema, por un exasperado camino durante el que va introduciendo referentes, dioses, mitos y héroes grecorromanos, incluso figuras celtas. La meta es alcanzar una mitología propia y ajena a todo espacio, así como a todo tiempo; un lugar poético donde se mezcla lo eterno con lo actual, lo religioso con lo pagano. 



PESADILLA DE JESÚS EN EL MONTE 
DE LOS OLIVOS

Del cielo maculado con mi esperma,
crispados por los gritos de tu Padre,
salimos a la escena de este mundo,    
rompiendo con la rabia el firmamento
que llueve las esquirlas de su origen.

Llegamos a la hiel de encrucijadas
con sólo un par de lágrimas tan frías...
Y el Asno rozna, amusga, bate el suelo.   
¡Escupe el anatema de los vicios!
Así estamos en paz con las quimeras.  

Apesta el corazón a perro muerto.
Y acata la osamenta sin la carne
mandato de otro Logos. Vil silencio.
Nos prenden como cebo, cual gusanos,
en garfios diminutos, Pescadores.

¡Oh noche misteriosa y turbadora!
¿Qué trasgo de materia iridiscente
nos hiere con mirada escrutadora?
¡En pie, mi amor! ¡Despierta! ¡Ya amanece!
Que el alba dora el cráneo de tu Gólgota. 

Hermano de la duda, ¿te estremeces?
El sino de la Parca se haya escrito
en médulas y venas. En tus huesos.
Si quieres malgastar tu tiempo aciago,
aplasta la cabeza de serpientes.



UN RUMOR LLENO DE PAJA

Dicen por ahí, rumor incierto,
que yo era iconoclasta,
llano, audaz,
y no ha lugar para un debate,
siendo mi trato con los demás
en los años venideros
tan cordial como un combate
entre Jorge y su Dragón.
Si así es,
¿de quién soy deudo?
¿Del tasajo ensabanado?
¿O de un Satán, lector de Hobbes?


Soneto de la primera vez

Permíteme salir que rompe el alba,
demonio que bregaste en fiera selva
conmigo y contra ti la noche entera,
la noche del que sueña cuando te ama.

Permíteme salir que el pecho inflamas
 con esta saña ardiente de tu lengua
que la vida me liba en la entrepierna    
y seca la virtud en mis entrañas.

Cuán sencillo te ha sido el mutilarme,
sajándome el tendón, bestia fraterna,
que vences la esperanza con tu carne.

Desalmado que todo lo me lo vejas,
frotando mi ternura en tu ramaje,
de ti no me he de ir cuando amanezca.







Pedro Juan Gomila Marorell, Arcadia desolada (La Lucerna, 201
Este libro tiene un título genérico, Eidolon, y un título específico, Arcadia desolada, ambos tremendamente significativos. Para los antiguos griegos un eidolon era un espectro, una aparición, un simulacro en cuanto copia fantasmal de un ser humano: el espíritu descarnado del difunto trasmutado en un doble insustancial, como si fuera un eco. El autor se vale de este concepto para describir el proceso que le llevó a descubrir su homosexualidad y a asumir su propia identidad, cosa que nos narra en la trilogía que compone su Eidolon.

EL AIRE está a la vez triste y gozoso,
las sombras, descendiendo lentamente,
se abaten sobre el rostro taciturno:
detrás de las montañas cubiertas por la nieve
roza leve el ala purpúrea del crepúsculo,
licuando los azules del día que se apaga;
la maleza araña, sangra los tobillos,
en mi andar sin rumbo por la selva
que desnuda su mirada de colores;
suenan graves las esquilas amarillas
de la tarde, se apodera de los campos
el silencio. Cuando mece mi cabello
una ráfaga de viento, levantisca,
portando hasta mi olfato de gineta
como un aroma a leña del hogar,
mi moroso paso se va precipitando,
así lo ha decidido de pronto el corazón,
por una galopada rabiosa que persigue
sentir cómo la vida rebosa de mi cuerpo,
mientras muere de nuevo el dios hebreo,
crucificado en la vieja madera de su Mito;
jadeante, agotado, mas ebrio de felicidad,
me adentro, sonriendo, en la noche terrible.



ACUARELAS de mi infancia vulnerada,
de qué modo se tiñen ya con la melancolía
de un azul cobalto disuelto sobre el alma
por ésta mi primera lágrima vertida
que abrasa con la fuerza de quien ama
tan apasionadamente
una vida prodigiosa que le burla;
mas desnudo como lobo, me avergüenzo
cuando extiendo mis dos alas de paloma
para huir de esa mirada paralizadora
que me tumba contra el suelo, magullando
las rodillas con la lengua de los genios
que perdieron, sumergidos en las horas
de los tiempos siempre en movimiento,
sus lámparas brillantes y maravillosas.



AMAMOS la nieve porque somos agua
sin calor de vida;
anhelamos la presencia del invierno
porque aullamos como el viento
que sacude las sutiles hebras
de nuestro corazón;
compartimos sepultura con las fieras
cuando, heridos por el rayo, tropezamos
sobre esta tierra inhóspita y glacial;
y vestimos la mortaja de las sombras
porque hilamos cada uno de nosotros
nuestra propia, irrevocable, noche insomne.




EN LA TIERRA DE NOD por Pedro Juan Gomilla Martorell.


En la tierra de Nod es el segundo libro de la trilogía Eidolon que se completará con Hogueras de la carne. Si en Arcadia desolada, primera entrega de la misma, la conmoción producida por el descubrimiento de la homosexualidad y, en particular, de la homofobia, comulgaba con los sintagmas largos, próximos a la solemnidad del metro versicular; con los acusados cambios de ritmo y sus crescendos torrenciales; con el zigzagueo delirante de la polimetría; con la intensidad que desbordaba el cauce de los versos; con el tono casi ritualístico que desembocaba en una auténtica y desesperada apoteosis lírica, ahora, sin embargo, el verso se contiene ante la lucha sostenida entre contrarios, entre el yo y el Otro, el instinto y su negación, la resistencia al deseo y la entrega, la muerte y la resurrección, el hijo y la madre, la naturaleza y la moral, tensando el verso en un contrapunto imposible, siempre al límite, al borde de estallar; en una suerte de guerra fría del resorte poético, como si en esa contención se cifrara la única esperanza de evitar el trágico abismo de una verdad evitada, la verdad de la negación.

Del prologo del libro, por Fernando Parra.


*


Mi corazón humano tan inmundo,

que despierta sólo de su duermevela
cuando grita del dolor que él mismo siente,
cautivo como en celda entre costillas,
que son huesos que son rejas que son urnas,
donde vuelan un millar de mariposas,
todas ciegas, de alas negras, nocherniegas,
quisiera arrancarlo de mi propio pecho
cada vez que su mirada cede, cautelosa,
bajo el fuego incandescente de los odios,
cada vez que se entumecen, rosa frágil,
los discursos atrevidos en su boca
con la nieve de esta sorda indiferencia.

Pedro Juan Gomilla Martorell, de En la Tierra de Nod (La Lucerna, 2015).


http://www.udllibros.com/libro-en_la_tierra_de_nod-T070030014








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