miércoles, 20 de junio de 2012

7100.- EDMUNDO CAMARGO FERREIRA




EDMUNDO CAMARGO FERREIRA
(Sucre, Bolivia, 1936 - Cochabamba, Bolivia, 1964).- Poeta. Radicó desde su infancia en la ciudad del valle. Hacia 1955 sale del país para seguir estudios de filosofía y letras en Madrid, para luego trasladarse a París donde armó su familia. Allí se relacionó con la literatura surrealista determinante en su obra. Retornó a Bolivia en 1960, luego de dos años cayó enfermo de gravedad, hecho que fue el detonante en producción literaria relacionada con la muerte.
Eduardo Mitre evalúa la vida y obra del autor al anotar: "Y es que Camargo, si bien sensible y receptivo a las corrientes sociales y artísticas de la época, más que representar a una escuela o seguir un movimiento, encarna un destino. Y un destino trágico. El representativo de una muerte temprana -confirmada un Viernes Santo, cuando el poeta contaba con veintiocho años- es la experiencia que modela su visión; la fuente de la que emana el torrente de imágenes en que se resuelve cada uno de sus textos".
Su poema titulado ‘Población Subterránea, antologado por Juan Quirós, dice: "Quiero morar debajo de la tierra / en un diálogo eterno con las sales, raíces mis / cabellos / arcilla mis palabras, / donde nunca me hieran tus ojos sembradores / entre un pueblo de muertos tabicada mi boca. /.../ Quiero sentir la tierra circular por mi venas / morderla fríamente, clavarla con mis tibias / sintiéndome en su inmensa placenta, adormecido / como un niño a la espera de un nuevo natalicio".
LIBROS Poesía: Del tiempo de la muerte (1964); Obras completas (2002). Cuento: La escalera (1978).




HAY UNA ANCIANA 

Hay una anciana que siempre come sola,  
me ha hecho llorar el verla 
como si fuera el hijo que no llegó a tener. 

Me ha mirado en silencio; 
la he mirado gritando con mi alma  
tú no estás sola, abuela,  
tú no estás sola. 
Un foco ha llorado su lagrimón de vidrio, 
en la alcuza el vinagre se ha hecho dulce, 
y la anciana mascando su propio pensamiento,  
me ha mirado de nuevo, dulcemente.






BATANES DE LA PENA 

Viejo el planeta tiene la forma de una lágrima 
que algún dios lloraría de un ojo ya sin llanto. 
La sombra da su sermón de fraile a la tierra mendiga,  
que arrastra en los caminos su sandalia de polvo 
y el árbol pasa lista a su alumnado de pájaros violetas.  
Yo quisiera esperarte sin este pergamino de pena,  
escrito con tu nombre. 

El tiempo te recorta del libro de la noche 
y sólo queda un hueco por donde pasan roncos los planetas. 

Si estás hecha de la plegaria que repiten los árboles,  
cuando juntan las hojas de sus manos  
y eres dulce como el verso desnudando la piedra.  
Hoy la noche ha llegado mordida por los perros  
y el aire 
cuelga un gallo difunto sobre el viento. 

Amor, ya no dejes tu paso junto al pozo; 
allí se ahogó la luna, y flota muerta.  
Pasa de largo hasta encontrar mi sangre  
creciendo hacia mi alma basta tocar el sueño,  
porque la muerte quiere medir nuestra existencia  
para su metro exacto de tierra hereditaria. 

Estoy solo, más hecho de silencios que de olvido,  
en tanto que la sombra es una plaga de ratones  
royendo este pedazo de luz trasnochadora  
y se enmohece la herrería metálica de un grillo. 

Ya mi voz va agotando su lenta concertina 
porque no llegas a borrar el cinema de otoño sobre el alma,  
acaso tu vacío puede zurcir las redes de la noche  
que aprisionan los astros 
y que hoy un mundo deshizo al huir de la nada. 

Mi dolor sale a gritos a predicar tu nombre en el camino,  
mas la tierra mendiga sólo extiende la mano  
donde cae 
la moneda de estaño de la luna. 




EL MAR 

El mar curva sus barrotes de hierro  
sobre un pájaro muerto  
enmohece en oficio corrosivo  
la sal las jaulas de mercurio 
los días lentos sobre escarabajos voraces.  
Sus esqueletos antiguos  
suenan en el fondo 
arroja a la arena sus cadenas  
sus carabelas de niebla 
sus agujereados paños de yodo 
echa a la playa redes llenas 
de aullidos de metales oliendo a eternidad.  
El mar tiene una antigua memoria  
bajo espinazos secos de constelaciones.  
Al fondo late el día 
en una vasta pulsación de flores venenosas  
en abejas de aceites duros  
espolvorea la siniestra primavera  
los estambres marítimos.  
Entre maderámenes 
rojos como las carnes de animales malheridos  
desovan especies multicolores.  
Yacen los barandales oliendo a golondrinas  
los hierros gangrenados 
yace el casco humeando amapolas  
entre medusas y vegetales  
poblados de extraño movimiento.  
Las herméticas cámaras 
encuentran el consuelo de sus viejos cadáveres  
y en proa la campana descarnada  
tacha, a veces, aires líquidos  
derramándose entre esos dedos peligrosos  
del óxido. 
La extraña tripulación yace 
en un idioma hecho a fósforo  
y en lo alto de la arboladura  
aún cree ver el vuelo posado  
de los pájaros sonrientes. 
El ciego capitán arde en la noche  
desde donde no zarparán a puertos  
de hollín alborotados 
y grúas trashumantes sudando sol. 
Un dios brusco y sumergido 
sopla una armónica de histéricos azules  
en el fondo del mar. 
Royó los esqueletos venerables 
fue telaraña crecida en tomo al hueso  
combatió los días flotando húmedos  
como los maderámenes de un naufragio. 
Dispersó las herencias 
sepultó los principios.

Bate esquilas en manadas verdes  
incendia a niebla los abetos 
su tiempo es lleno de oscuras amenazas  
su cementerio herido de palomas  
sus caballos de metal temible.  
La sal trunca los arcoiris petrificados  
sus lienzos agujereados de fósforo  
y sus gorjeos en torno a un caracol.  
En catedrales que el hombre no verá  
roza páginas de agua  
en apoteosis flageladas. 
Sus bosques de cristal gotean pájaros de hierro.  
Los meteoros llovían y ahondaban  
sus campanas mudas 
sus voraces gaviotas dieron caza  
basílicas sobre tierra pesada de rostros  
y primaveras evaporando en el cerezo  
sus alcoholes 
bajo la arcilla recomenzaba el éxodo de un pueblo  
desgarrado por el lento relámpago del árbol.  
Sus senos fueron batidos  
manchados de mi 
como las páginas de una antigua biblia.  
Aun en su temible corazón fue el amor  
fecundando los humeantes líquidos  
los días de mercurio vibraron bajo celos  
incoherentes. Fue en ejes trepidantes  
en paleas de mareas férvidas  
bajo su vientre palpitaba un esqueleto  
de pájaro 
débil como la cruz en la punta de un naufragio.  
Entre escuderos de hierro enmohecido  
y oleajes de palomares desatados  
el mar combate en oficio corrosivo  
arroja a la arena sus badajos sucios  
carabelas tatuadas por los viejos  
alquitranes del alba 
pero en lo interno tiembla mujer arrodillada  
y sueña ser el agua que hundió  
allá en la infancia el barco de papel. 












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