martes, 29 de julio de 2014

AURELIO MARTÍNEZ MUTIS [12.552]


Aurelio Martínez Mutis

Aurelio Martínez Mutis, (Bucaramanga, Colombia; 9 de abril de 1884- Paris, Francia; 23 de octubre de 1954), fue un poeta y escritor Colombiano, considerado entre los mejores y más influyentes artistas de su país.

Nace en 1884 en Bucaramanga. Realizó estudios en Chile de pedagogía. En 1912 fue premiado por la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias y Artes, premiado en Chile y en Colombia. Escribió importantes obras como “La epopeya del cóndor”, “La epopeya de la espiga” y “La esfera conquistada”.

Obras

“La epopeya del cóndor”
“La epopeya de la espiga”
“La esfera conquistada”






LA EPOPEYA DEL CÓNDOR

Sobre el flanco del monte
meridional, cuya cimera umbría
parece que interroga el horizonte,
ensayaba un polluelo
el plumón de sus alas, para el vuelo
débiles e inexpertas todavía.

Brisas recién despiertas
llegaban hasta él; por la rosada
inmensidad que tiembla en lejanía,
como enorme y sangrienta llamarada
la aurora en el oriente aparecía.

Ansiosa de pillaje,
un águila llegó; batió en la roca
el ébano ruidoso del plumaje
e hincó la garra en la inviolada y fina
carne de aquella juventud; inerte
la víctima cayó. La niebla andina
cubrió el horror de la tragedia. Mudo
pasó el tiempo después, pero la muerte
vencer la sangre juvenil no pudo.

Fue propicia la espera. Aquel polluelo
era un cóndor; en su pupila ardía
como un gran cofre millonario el cielo;
blanca gorguera en derredor bordaba
su cuello, cual blasón en que se veía
la estirpe regia, prestigiosa y brava,
y aptos eran sus músculos de bronce
para romper en la serena altura,
a golpes de ala el huracán.

Entonces
surgió el recuerdo rojo de su oscura
niñez, y del altísimo peñasco
voló. Al pasar doblaron la cabeza
cien volcanes, cubiertos con su casco
de fuego: era un tributo a la grandeza
de aquel emperador.

En la penumbra
indecisa y lejana del otero,
súbitamente al águila columbra
absorta en devorar tierno cordero
que robara a un pastor; el ala tiende,
cruza como un meteoro el infinito,
y a su enemiga en el festín sorprende
con un radiante y victorioso grito.

Y fue la lid salvaje: el ansia sorda
que estalla hecha tumulto, la filuda
garra contra la garra; el pico fuerte,
el aletazo, la agresión sañuda,
el encono ancestral que se desborda
y condena a la fuga o a la muerte.
Rendida al fin, entre la niebla muda,
huyó el águila olímpica...

Un poeta
pequeño como el átomo infelice,
pero grande y vidente porque canta
de pie sobre la América, predice
la Epopeya del pueblo,
que crece y se agiganta;
como el viejo profeta
que el desastre anunció de la orgullosa
Tiro, |oh Titán soberbio! yo te auguro
la ruina; es tu grandeza un opulento
roble de ramas fuertes y rotundas,
pero un gusano ha puesto en sus raíces
la justicia de Dios...

Hacia las zonas
donde duerme la América latina
en molicie sensual, sobre coronas
de laureles antiguos, se encamina
una falange de colosos. Traen
nervios de amianto y músculos de acero;
en cada rostro de expresión felina
de donde gotas sudorosas caen,
hay un rojizo resplandor de forja
y el gesto de un altivo aventurero
que es un conquistador. Entre su alforja,
henchida tras titánica porfía,
desbórdase un torrente de doblones
tumultuoso y soberbio, que podría
comprar a cien Naciones
cual si fuesen menguada mercancía.

Ellos sacaron de la férrea mina
la fuente de agua negra y luminosa;
en dos partieron la extensión marina;
encerraron en lámina divina
la palabra, con mano portentosa;
dieron al labrador armas mejores;
haciendo el fluido eléctrico fecundo,
la noche constelaron de fulgores,
multiplicaron discos y motores,
al aire dieron trenes voladores
y hablaron con los términos del mundo;
y bajo la ambición que los empuja,
cual si retar quisiesen a la brava
nube que en hoscos ímpetus revienta,
a los cielos alzaron una aguja
diamantina e inmoble, donde clava
sus flamígeros dardos la tormenta.

Un sueño de grandeza y poderío
en sus cabezas flota. Es la avalancha
que se desborda desde el Norte frío
hasta el confín de Magallanes. Mancha
de aceite multiforme
que avanza y crece. Y cual si mengua fuera
ya del hombre triunfar, quiere el Coloso,
que no temió de Camöens los vestigios,
despedazar con su martillo enorme
la gigante barrera
que formaron los siglos;
y rompiendo esas moles seculares,
habrá de hacer, ingentes y profundos,
un idilio de amor entre los mares
y una cita de hierro entre los mundos!

Pero pocos han sido
herederos de Washington, el noble,
el patriarcal y austero ciudadano,
que alzara ayer con majestad de roble
el pendón del derecho americano.
Huyó la santidad de esa bandera;
y junto al haz de olivos de su escudo
el dragón que hoy impera
las fauces abre, amenazante y mudo.
Hijos de los famosos bucaneros
son los imperialistas: herederos
de William Walker, el audaz bandido,
maestro insigne de estupendos robos,
que en Nicaragua penetró, seguido
por sus marinos lobos,
y entonces comprendió que cuando vela
por su techo y sus hijos, la gacela
puede hacerse león. Son los traidores
tentáculos del pulpo que hoy flagela
y oprime y chupa en lentos torcedores
a ese inerme país. Son los hermanos
de Vernón, que, al sitiar la heroica villa
con su corsaria flota,
huyó ante los rugidos soberanos
del León de Castilla,
y supo en su vergüenza y su derrota
que un soldado de España no se humilla
porque sabe morir. Son los histriones
del Tío Sam, que a la Antilla codiciada
le negaron los dones
que le ofreciera la latina espada,
y soñaron con burdas ambiciones
trocar su magna libertad por una
muelle y dorada servidumbre un día,
creyendo que el cubano vendería
el Ideal que lo arrulló en su cuna!

Ellos, los nuevos bárbaros, fijaron
en el hogar vecino sus anhelos;
ávidos como Atila, penetraron
en la patria de Hidalgo y de Morelos,
y tras lid sin igual, lid sin decoro
de niños aplastados por gigantes,
ellos, los hijos clásicos del Toro,
hicieron un festín de sangre y oro
con las rojas entrañas palpitantes.

Y oro y sangre también, sangre que canta
la vida y oro espléndido de soles
bebieron en la herida sacrosanta
abierta en los dominios españoles.

Fue entonces nuevo heraldo
de la raza vencida, la figura
primitiva y fastuosa de Aguinaldo:
con un último gesto de locura,
cuando con la actitud del que despoja
a las Islas llegó la gente extraña,
al cinto puso la luciente hoja,
clavó en las cumbres su bandera roja,
y cayó... como el roble en la montaña!

Pero llegó a su colmo la medida:
ahogando en el alud de la materia
a la víctima incauta y sorprendida,
el jayán de la feria
compra al traidor en la almoneda oscura,
falta a la fe con imperial cinismo,
y hunde a un pueblo indefenso en el abismo
de la más espantosa desventura.

Ante ese gran dolor crucificado,
mudo, impotente, inextinguible y solo,
al crimen se han alzado
himnos de admiración de polo a polo.
Al villano que roba en el camino
— hambriento acaso — cuélgase el grillete
brutal del salteador y el asesino;
y al ladrón de naciones
que oculto en la emboscada del bufete
y amparado por barcos y cañones
llena a un pueblo de lágrimas y luto,
a ése le da las palmas del tributo
la Civilización!... Clama y protesta
el idioma español que no se presta
para hacer del honor pasto y vitualla,
y pregona que es ésta
la Civilización de la canalla!

Concierto de abyección, verdugo listo
que al reo aclama y vilipendia a Cristo!
El código social fustiga y mata
a quien roba a un hogar casta doncella;
y hoy que todo lo noble se atropella,
cúbrese de laureles al pirata
que hurtó a Colombia su mejor estrella.

Ella al infame castigar no pudo;
sobre las playas que el Caribe azota
recogió los pedazos de su escudo,
y sin doblar un punto la rodilla,
mostró su veste ensangrentada y rota,
pero limpia de fango y de mancilla.
Ante ese cuadro lívido,
que apenas el pincel a rasgos traza,
pálido centinela clamorea
y habla a los horizontes de la Raza,
de pie sobre la torre de la Idea!
Es la voz de la Unión. En el sosiego
de la noche pretérita y distante
tal como un bronce que tocara a fuego
habla el Libertador. Ya en el cuadrante
que la impasible eternidad espía
sonó la sollozante
hora de su tremenda profecía.

Y es forzosa esa unión, dique y cimiento
para un haz de Repúblicas. En vano
irá a buscar exótico elemento
el hijo de la Loba y del Hispano:
la Raza buscará cada fragmento
como busca la gota el océano.
Mas... qué son los ardientes
gritos ante la ola despeñada?

Espíritus videntes
predican paz y anuncian la llegada
del Titán que, cortando las hortigas
de nuestros viejos odios carniceros,
desatará las prósperas espigas,
como un río de oro en los graneros.
¡Honor y gloria para Sancho! ¡Brote
de la prudencia suma,
guía, escudo y sostén de Don Quijote!
¡Olvidemos la pluma,
la espada y los orígenes proceros;
durmamos en molicie musulmana
el sueño de los brutos... Y mañana
cuando atrapen los cármenes opimos
de la heredad los burdos mercaderes,
tendremos que llorar como mujeres
lo que guardar como hombres no supimos!

Arde el fuego sagrado
del honor en el templo del pasado:
jamás podrán vestir con la librea
con que viste el lacayo y el eunuco
los que fueron leones de la idea
en Puebla y en Junín y en Chacabuco!

Es preciso vencer. No es ilusoria
la voz que da la juventud florida.
La pampa inmensa a laborar convida.
Quien ganó las batallas de la gloria
puede ganar también las de la vida!
Despertando vigores
y arrojando en el surco la simiente,
se acercan los latinos sembradores,
y van bizarramente,
al Coloso lanzando un desafío
bajo el suntuoso pabellón del Arte,
de Chocano el apostrofe bravio,
el arpa inmensa de Rubén Darío
y el verbo rudo y redentor de Ugarte!

Es hora de las grandes odiseas;
una bandada lírica de ideas
despierta al continente adormecido
y hace poner de pie sus avanzadas,
como el brusco graznido
de las aves sagradas
que poniendo las lanzas y rodelas
en manos de la itálica cohorte,
avisó a los dormidos centinelas
que llegaban los bárbaros del Norte!

Es preciso luchar; romper la infanda
noche, y hacer fecunda la procera
y alta lección que la altivez nos diera
en la patria de Sucre y de Miranda,
y en la cuna de O'Higgins y Carrera.
Trabajar es vencer. Nuestro destino
es oro en el filón: para el Latino
el secreto del triunfo está fincado
en ser obrero y a la vez soldado;
en romper, a lo largo del sendero
la valla con el filo del acero,
y el surco con la reja del arado.

Pueblo que fue en la fragua modelado
no es el híbrido pueblo que en su aurora
compra trozos de patria en el mercado.
Quizá el ceñudo traficante ignora
la sangre ilustre en Lexington vertida,
al atar la Luisiana y la Florida
a su carroza de brillantes ruedas,
en lugar de un puñado de su vida
dio tan sólo... un puñado de monedas!

Fue el astro del derecho en su epinicio;
sol de invierno tardío e incoloro,
que apenas dio su resplandor propicio
cuando humeó el sangriento sacrificio
ante las aras del Becerro de oro;
como aborto imposible surgió una
república imperial; tras el prodigio
de lid recia y gigante cual ninguna,
el hombre negro redimido, al cabo,
a par del gorro frigio
siguió llevando el hierro del esclavo.

Y en tanto que esa hondísima gangrena
camina en las entrañas del Coloso
y para breve plazo le condena
a caer con estrépito espantoso,
la savia nueva, generosa y rica
que nos dieran ayer nuestros mayores,
abajo el tronco nutre y fortifica
y arriba salta en eclosión de flores.
La libertad las almas señorea
y es todo libre en monte y en llanura:
desde el boa monstruoso que en oscura
landa, la presa espía y se recrea
en su banquete de siniestras galas,
al colibrí pequeño, miniatura
del arco-iris, flor que juguetea,
rayo de sol sobre columpio de alas!

De nuestra casa bajo el amplio techo
hallan el pan y el vino
junto al jardín sagrado del Derecho
el Indio, el Ruso, el Sirio, el Africano;
y es porque encierra el ideal latino
todas las ansias del linaje humano,
como contiene el caracol marino
la voz, la inmensa voz del océano.

Monroe lanzó su fórmula colérica
y ambigua como un reto hacia la Europa;
Sáenz creó nuestra divisa: "América
para la humanidad". Bulle en su copa
la vida. La esperanza es una estrella
que conduce a la tierra prometida
las caravanas de emigrantes. Ella
renueva la resaca empobrecida,
palpita en un compás grave y profundo
y hasta la extremidad más apartada
lanza toda esa vida desbordada,
como si fuese el corazón del mundo.

La Raza está de pie. Como un vigía
que vela en los graníticos bastiones,
el Momotombo enciende sus fanales;
y como los tupidos escuadrones
de un ejército en marcha, que triunfales
pendones lleva y al combale guía,
se enfilan en la turbia lejanía
los Andes con sus cumbres inmortales.

Viene de la llanura
la fragancia otoñal que da la siembra
en sazón ya. La tierra es una hembra
que ha dado a luz. Como la hostia santa,
incendiando los cielos, se levanta
el sol del porvenir. El azul pleno
canta: es el mismo luminar sereno
que alboreaba en el pálido infinito
cuando, desde las velas españolas
se alzó, jocundo y poderoso, el grito
de Rodrigo de Triana
y anunció la epopeya americana
entre el salvaje estruendo de las olas!



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