lunes, 5 de septiembre de 2011

REYNALDO JIMÉNEZ [4.631]


REYNALDO JIMENEZ 


Nació en Lima (Perú), en 1959. Reside en Buenos Aires desde 1963. Publicó Tatuajes (1980), Eléctrico y despojo (1984), Las miniaturas (1987), Ruido incidental/El té (1990), 600 puertas (1993), La curva del eco (1988; segunda edición, en Madrid, 2008), Musgo (en México, 2001), La indefensión (en Nueva York, 2001; segunda edición, 2010), Sangrado (2006) y Plexo (en México, 2009). Dos antologías breves de su poesía: Shakti (2005, selección, traducción al portugués y prólogo de Claudio Daniel, en São Paulo) y Ganga (2007, selección y edición de Andrés Kurfirst y Mariela Lupi, prólogo de Mario Arteca). También ha publicado los manifiestos de Por los pasillos (1988, dentro del libro compartido ¡Kwatz!) y el ensayo de invención Reflexión esponja (2001). En 2009 subió íntegro a su blog (http://quepodriaponeraqui.blogspot.com/) el extenso libro de ensayos sobre poesía latinoamericana Letra chica e intervención poética, además de otros escritos y entrevistas. Como antólogo: El libro de unos sonidos. 14 poetas del Perú (1989) y su versión ampliada El libro de unos sonidos. 37 poetas del Perú (2005), Pindorama. 30 poetas de Brasil (en revista tsé-tsé, nº 7/8, 2000), además de diversos trabajos de recopilación por encargo. Con Adrián Cangi compiló Papeles insumisos de Néstor Perlongher (2004). Poemas suyos se incluyen, entre otras, en las panorámicas Medusario. Muestra de poesía latinoamericana (1996, edición de Roberto Echavarren, José Kozer y Jacobo Sefamí, en México); Jardim de camaleões. A poesia neobarroca na America Latina (selección y traducción de Claudio Daniel, São Paulo, 2004); El arcano/El arca no. Poetas argentinos de fin de siglo (selección de Daniel Muxica, La Habana, 2005); Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (1950-1965) (2007, selección y prólogo de Eduardo Milán, en Barcelona); Festivas formas. Poesía peruana contemporánea (selección y prólogo de Eduardo Espina, en Medellín, 2009), Intersecciones. Doce poetas peruanos (selección de Ernesto Lumbreras, en México-Oaxaca, 2009) y Antología crítica de la poesía del lenguaje (estudio y selección de Enrique Mallén, México, 2009). Del portugués tradujo parcialmente (a veces en colaboración) la obra de varios poetas brasileños, entre ellos Régis Bonvicino, Josely Vianna Baptista, Arnaldo Antunes, Carlito Azevedo y Jussara Salazar; algunas de sus versiones de poemas de Haroldo de Campos han aparecido en Hambre de forma, antología por Andrés Fisher (2009, en Barcelona) y en 2010 se publica su versión de Galaxias de Haroldo de Campos (en Montevideo, con edición de Roberto Echavarren y Silvia Guerra). Entre otros proyectos colectivos, participó en el libro Nosotros, los brujos (2008, con edición de Juan Salzano). En los años 80 integró la banda performática El Invitado Sorpresa y cofundó algunos pequeños sellos editoriales: Trocadero, Rinzai, Labio. Desde 1995 y hasta la actualidad, junto a Gabriela Giusti, produce la revista-libro y el sello editorial tsé-tsé, algunas de cuyas ediciones han merecido diversos premios internacionales. Con el poeta-músico Fernando Aldao, bajo el nombre de Atlánticopacífico editaron el cd La indefensión (2002) y como Ex pusieron a circular otra parte de sus grabaciones en myspace (http://www.myspace.com/jimenezaldao). Es autor de videopoemas, algunos de los cuales publica regularmente en youtube (en el canal oroqolla2). Ha sido parte del consejo editorial de muchas publicaciones latinoamericanas; actualmente lo es de la revista Mandorla. Ha participado en eventos performáticos, improvisaciones y ambientaciones sonoras, festivales y recitales de poesía, así como ha leído conferencias y coordinado talleres de poética y escritura en distintos enclaves de Argentina, Chile, Uruguay, Perú, Brasil, Paraguay, Costa Rica, Venezuela, México y Estados Unidos. 




Sacre cœur 

subsiste, ruta del desvío que rutila el plano 
de ningún impacto, de fosfenos liminares, fugas 
aliviadas de su caza, pactos durante el solo ripio 
del camino: la foresta que tan lento respira 
se aligera o aleja melodía el oleaje fuego 
de la tarde al borde: marcas que serían 
del destino galas de la parca, porque espera 
más acecho entre las plantas, que susurran: 
pero desnudo tórnase estar desde antes, 
hacia ahora, nada más, en este nudo de hambre 
u opal, obsesa luz de plancton, con el apuro 
del sitio de llegada que, de partida, hace a la llaga. 




los ojos que vide en vos abisman todavía 
la esperanza por recorrerse esos tus cielos, 
la espesura para su rumor de casuarinas 
no-causales: ante los múltiples del humo, 
tardan devenir las mismas cosas, a pun- 
to de romper el hilo pero sin, en la cinta 
insomne que une lejanía o propone 
ciertos puentes simultáneos hacia nunca 
conciliados puntos invisibles: devora 
la olímpica fiebre del espacio, lagarto 
de la inercia que limando liga a ésos, 
estotros lugares. 





la turbia constelación de momentos hace 
trizas la noción que sólo espantaría congos 
con la palma acuciada por el buda si arde 
la estaca vertebral cual un pabilo: ese ardor 
asemeja y distingue sendos cuerpos pero no 
los asimila, ni del topos deviene apenas 
instante sin grey para que eterno acontezca 
el polvo por la sola mota sin morador, 
suspenso entre dos latidos: permanecer 
de una pieza y entrando seguir rabillo, 
dilatar zonas que el ojo stereo sabe 
(aunque no cabe en su asombro) al 
ajeno saberse. 




no queda otra sino la estela 
con oceánico tacto, flora abisal 
de los humores: su sin fin caricia, 
confía la carente mano 
ensimismada a su espejismo y al 
tiempo mismo que se apaga, 
opaca resurge. 




un arroyo el abismo: las verdes 
por el musgo rocas, premonición quizá 
el aleteo en cada mariposa, del reojo 
llovizna ardilla repentina da trasluz, 

propaga las semillas de Hipnos, 
el tizne del insecto, ínfimos 
del infinito trinan, dan espacio 
a la sola intimidad, único instar. 

planicie del estar inclinado sauce, 
hacia las matrices del móvil 
que un buceador ya no tamiza, 
perla flotante continúa perdida 

en las propias narices del sustrato, 
en el trato incompleto con el día, 
en la furia cansada de ser fiera, 
en la lamia prendida a su alegría: 

en la fijeza encendida, una ardilla, 
que por el pastizal rociado corre- 
tea, y a su propia sombra asimila, 
las semi semillas a nado la miran. 

al borde del lucero, laguna en la 
que intento, aunque se pierda 
el cuento, y ni al margen devuelva 
ni una sola de las horas en tumulto 

que a su lado perdí —allá ellas—, 
en la era ya eyaculada en que Eros —a- 
yer nomás— iba en un auto de libélulas 
atravesado, hachando rayas y rayas 

sin mella, con la tiza cartesiana 
en que arden, ex-nihilo, diagonales 
desviadas del sendero. 



ding-a-ling 

tercia este abismo que no cuadra 
ni cuaja demasiado el buen 
azote del poniente, al deponer 
a las mareas, que llegan, de súbito 
dorsales a la fiesta y arman estro- 
picio brutalmente cual si fieras, 
mientras roe un solo punto de cabeza 
en el martillo drástico que hunde 
en la espesura lumbre, al sur del más 
allá donde se esconde la íntima 
rosa pánica del cuerpo que a esa llama 
un tanto ciega del instante responde, 
polvillo atómico antes o después 
de fijarse en la revuelta. 

porque se trata de un volver, eso 
no duda, y se confisca al cuello 
de la pregunta que salpica un ojo 
con espuma del costado ajena, 
asemeja a un payador desposeído, 
harto de radar unos suplicios 
ínfimos, la floja lucha contra el muro 
de impenetrable lamentar, madre- 
selva el untado cuero, en celo 
sacrificial el tenue 
corazón de las mesuras 
al viento, guirnalda para orar. 

pero tanto no alcanza ni gradúa 
al micrón de la onda innómine, 
ni al pase del asunto en paralelas 
dejándose vías desleer, en la 
promesa que apoya 
en la mesa el codo y tras 
la aspereza de lodo entera 
de la pereza con que 
reza, porque 
bosteza dulcemente, es 
un trámite entre gente que 
pendiente al parecer perece, 
gemina el trasluz a ritmosoul 
en toda cosa. 




vivo al mar, la casa da mar: 
las nubes desamparan mas 
vuelven la frente para besar. 



¿floreció? el abismo es otra cosa, 
confía el crecimiento de las plantas, 
la promesa en la sala de reptar, 
la plusvalía con su pífano es así 

porque en cuanto salta, es evidente, 
dice la bella presente, se vuelve alta 
como un colibrí en el enroque 
con calas. rocas und poco nada 

da el asunto de la edad, al sol: ¿qué 
sabrá de nos? y nos ¿qué de la vaca 
de San Antonio el Torito el buda 
de la grieta la suculenta crecida? 

pero a tanta cuestión y tanto acoso, 
a la acuosa espera de un parque 
a otro, o del dorso a otro dorso, 
le concedo el cierto parpadeo. 



voy atravesando el miraje 
mortalmente lúcido no sé de qué sería dueño 
si no del parpadeo que se evade por la herida 
al despertar 

se conoce entremezclar así las pausas 
del día mientras escurre sobre la mesa 
las cuatro patas de la cama la compañía del boscaje 
allá él el vidrio si él no suelta a él 

atravesado soy la ría y subes misma contigo 
al espeso campo de sonido que se cruza 
sobre la piel o contra el hueso-luz del que surgen 
tus otros cuerpos eclipsando el movimiento 

se desconoce es un decir hasta que algas 
del pensamiento quedan flotar sin permanencia 
para alegría del plancton primordial que está en tu 
piel y que al tocarlo evoca esta frescura acre 

ácido de lamerte pruebo y te visito de sedas 
serpentinas que evaporan madrépora 
envuelta en la espesura habitante suelta 
en el espacio de mirarte la inquietud 

con que deliran las cosas a su dicha 
de raíz hacia el día voy superpuesto 
para alegría del parpadeo de la herida 


zoopsia 

Esto no es un libro. 
Paul Gauguin 

hunde las cuatro piernas en las olas, 
el aliento en cuanto duda las medusas cortan, 
roen para nunca la veta anfibia del sombrero. 
ha enloquecido, se ve, quien por amor viviera 
y aún supervive, ante estas sordas crestas, 

al espectro origen que ronda, la caracola 
continúa: distinta igual a lo que el manto 
de espuma impone a su abandono, cangrejal 
de dioses enredados para imantar el pelo 
de fronda de las furias y desatar el sismo 

donde nada, sino el anzuelo mismo del unánime 
espasmo, de cabeza al alga, cabe, aura espejo 
al doble cruce que transborda. alzado el cuervo 
de la mano (oidor el día), de íntimo mar 
cuyo ritmo enamorado no se agota, 

deriva la flotante memoria, relámpago las dunas. 
da la podre la nota, no más real que una otra cosa, 
y aún alguna gloria matutina sobre el pétalo dado 
de una sola rosa, en equilibrios vientos, enloquece 
por ser nadie, un momento, ludibrio en lugar 

de la corriente, lemniscata fría las más veces 
remolino, saca a pasear encinta la felina cifra, 
cría o hálito habitante acuático del acto. 
rasguña la sirena 
rasa de proa cuya madera de polícroma 

marea principal de la trama, don de respirado 
alter, ya descífrase. 
en la canoa ona de las mezclas, ambas 
personas pierden piernas y navegan, se ve, 
por amor van superpuestas a la entrega. 




la sirena ató al monólogo de Patmos. 
pastosa o real para perder y no parar 
de seguirla. a la sombra secular este sitio 
dura lo que un mainumbí en su circuito, 
fraseo de briznas. 

lo que comenzara no cesará, lo que fue 
un César colmena regresa: es el colmo, 
secos de tanto hablar, de la olla raspar 
el fondo, loros de un logos que duerme 
junto a su tarahumar tarántula. 

claro, los instrumentos recuerdan 
otras manos, lo tocado está al instante 
detenido. adonde se va otro acompaña, 
empaña la ventana, afrenta hechos, 
trasuda paria el lugar. 

pero no ha, luego del semejante, 
no-retorno en punto ni viajero sino, 
en los desplazamientos, tablero 
sobre un ajedrez, relojería de alta espera, 
hospital de sobras de días de pactos. 

no reparo sin embargo, pues cada paso 
dispara, las aves de paso permanecen, 
el solo espacio en vilo absorbe 
aborigen todavía el sol, dejándose 
anidar en lo reflejo. cualquier cosa 

que haga un pie, el pasto precede. 




no cierra el continuo regreso 
a la yema de cohecho de la arena, 
porque los médanos dan dedos 
y las huellas dédalos del mar 
para siempre errátiles marcaron. 

rendir el ritmo pierde al dueño, 
lomas del tiempo simultáneo, 
encuentra uno su trocado, 
dislocan las regiones rostros 

al horizonte igual que atienden. 

el esqueleto sabe más pero no calla 
ante el escueto pan de la amnistía 
o el rastro secreto de Pan, por 
el momento en suspensiones 
in mente del cardumen. 




hunde las piernas despensadas, 
ahueca el simulacro indómito adonde 
marineros de sangre apenas miramos 
cómo vira el sol sus maderámenes, 
cromático desvío hacia la proa. 

pero no sería la elegancia del naufragio 
lo que arrojara por la borda o devorado 
dominio fuera juez, delicadeza: una hora 
tras la presa desentona, por lo cierta 
y bífida, es decir fuera de tiempo, 

ahora que el abra despierta a la columna 
de tormento de los céfiros. trataríase 
entonces de una sorda nota en el despegue 
que en la ola, alimento esparcido, erosiona 
para cundir, acude para la voz dormida. 

cuestión no sería de atinar o desatino, 
por una vez nomás, mareo que pare 
al infinito, comparezca su deshora. 




sin embargo nos comió el mar, 
fue un roce de corazones en la zona 
que vira los imanes, de la que a solas 
no se supo ni supuso más volver. 

pulsares con acritud dolosa 
de pulpo en su espesura pineal 
de catadura intacta, coralina, 
cactácea adonde oyó la luz ayer, 

con acritud anfibia o mímica 
de la boa que roe la Osa Mayor, 
asoma la margen prisionera 
de su propia forma, su prender: 

cómo nació de plancton la más 
partícula, por durar adherida 
al ácido recio del verano 
en los cristales de la piel. 

sílabas el mar babelea —dalo 
por hecho— mientras incierta 
dama ósea como óleo al ojo, 
justo huyó si quiso ver, 

de tal suerte estelas, tras cuáles 
era espuma esa loma, suma loba 
al abordaje tuerto, oro en polvo 
hacia el cual velámenes tender 

por mor de su resaca, en pos 
de cualquier puerto, que no es, 
o que presto escapa y nos 
sonsaca (¿pez? ¿ves?) ser a ser. 

Reynaldo Jiménez 
tsetse@sinectis.com.ar 





RETORNO EN CAÍDA DE LA CENIZA AL HUESO, 
soltar la guerra quiero: adonde vaya, al paso 
en los recuerdos sale, lapsos, sarros de nadie. 

dejar atrás todo dominio sin que la súplica 
estados de su espuela rija nuestras sangres 
mezcladas con tamices hijas de la hoguera. 

pero en reinos del tributo una matriz sigue vedada: 
ante el propio iluminado, abismo su mirada, dios 
de sí absorbe ausencia, ración de alerta cada día. 

en campo de minas de un minotauro tropecé, de ira 
mostré el colmillo o el escudo. su pupila de anciano 
simia era además la de una niña de un año. 

con vergüenza pánica escurrí entre los puestos 
del mercado: así como el big bang sin el espasmo 
no sería, años luz eyaculan, el eco de pasos hace al recinto, 

el gesto al destino: la resonancia en el acto, hueca 
permanece, lentitud de quien persigue: la duda nada 
sin el doloroso dorso del don de parir sabiéndolo: 

¡bendita ira que despiertas, en tanto hachazo 
de certeza! aún innómine el desierto en que no supe 
ante la sacra flora prosternar, guirnalda de apenas ojos 

aplacara al Tirano que roe, inseguro comedor 
de sus miembros: “cuánto más he de perderte, 
paciencia, en la santísima batalla que acapara!”. 

pero sumido igual, en ileso hechizo 
de costumbres, esta danza 
trazo, muerdo el freno. 

Regreso del pródigo 

Atravesar las circunstancias del orbe alrededor 
en su infinita lumbre encinta, y a cada recodo dar 
tres pasos de cangrejo y retraer las pinzas al contacto 
del más afilado cardumen del espejo, para entrar 
en la parte más quieta del jardín, adonde el día 
brilla, ángel de perseguidas cabelleras, 
líquen ante la espera de la fértil espesura 
o dama nuba con la danza a flor de piel 
hasta este solo punto instante irrepetible. 

No he sido sino hijo, y apenas puente entre abras 
asustadas a manera de ínfimos venados 
en la sangre, al estar tanto así como en la duda 
o su resina de harta 
o su ensarte primitivo tambor que devora. 
Si calandrias y lechuzas se han volado 
del cerco aparente en la perdida calle 
adonde sigo de pie cómo se sigue despierto, 
como se sigue perdiendo de vista el trueno 
vuelto presencia por el eco. 

Ignoro a qué regreso; sólo ignoro. Salgo 
de la entraña del ancestro, de quien llevo rostros 
superpuestos y enmascaro 
con sus otras faces eclipses desiguales 
e imanto la plegaria de un niño al desmadre. 
Desplegado cuero de anta envolvente y estrellar, 
su noche involucra altísimas copas con la ciega 
esfera cuyo poder habla raíces del oír 
y escucha en el plexo el ara concéntrica. 

Atención de la espera, sin más 
pregunta que la piel abierta. 

Otro hambre desolla en las hogueras 
familiares, la noche aún prescinde 
de su exploradora 
mirada, el conteo de las horas acumula 
resabios de resaca y tras la lámina 
del saqueo lúcido aparece el cuerpo 
de los dioses en la diosa. 

Pero han volado; los puentes han volado. 
Del estro las alas y los puentes y las flores. 
Montañas y montañas para apenas extraer 
la pepita sola de ausencia, diamante 
del fruto que aguza el sentido hacia su hueso 
hecho de ríos 
al concurrir a un abismo. 

Y este abismo se desprende de los muelles, 
con las partículas del diálogo entre 
trasfondos que no obedecen, 
caras cartas marcadas a su orilla 
se desplazan en naves que no ves, 
pues el abrazo de amor perdura oculto 
más allá y en los amantes, 
mariposa de ambos vueltos otros. 

Madrigueras, 
voces en los roces de las luces. 

El oro de desnudez florece 
a la vista y hace agua 
a la boca que desea, presa 
de esa pregunta primera 
del amante del día por fin a solas 
con su diamante, su mortal 
alegría. 


LO INEXACTO 

a Carlos Riccardo 

¿A qué llaman muerte; a qué risa? Todavía el cosquilleo. Disuelta la espalda, el reojo hacia el aire abismal, la mano menos humana. La portadora era el contacto, que se precia de hacerse una vez y otra inaferrable. ¿A qué llamo? —remito al ojo que esculpe disolvencia. ¿A evidencia rasgada, nunca harta, limítrofe alegría de morder trofeos? 





Entre las manos suma el simulacro a manera de instrumento moral, más la turbia luz de una laguna que era el aire. De ese día y éste nada queda: el espacio entre una mano y otra. Entro por los poros y me paro por la boca a sí misma a punto de comerse. 





No alcanzaba a soltar la mirada del desierto, o me absorbía, especie de absolución, su tiranía amable lenta. Allí las especies adentraban consecuencias y conciencias de cada color, estratos y digitales del viento devuelto. La fiebre de la pista se deshacía párpado arenisca conteo. 





Lo que no vi —a pesar de haber mirado como si olfateara, animal del pensamiento, despeñado hasta la crisis fecundante del aire: saddhus tatuados de ceniza. Lo que vi: ovejas, y las pastoras, huríes de un dios (índigo), totalmente veladas. Remolinos (turquesa) (naranja) sus vestidos en floración. Impalpable la tarde en el polvo flotar. 





La mano se retira lúcida fiebre. Hay azules disfrazados, y llanuras en la duna que no veo porque vuela o porque ha volado. Lo que vi: espacios preñados por la oración del rebaño. ¿Qué es desierto? ¿qué altura para soltar peso incluso del consuelo de un pensar inconfeso? ¿Qué es encuentro en áreas del olvido? ¿Ambas orillas de la madre río: ancestros de una ausente? 





El arrastre del abismo plano hace temblar al espejismo que si parece lejos ondula tras el parpadeo. Sadhhus desnudos en la ceniza, y la semilla-cuenta del collar para desplegar plegarias. El velo sucesivo de las madres, la tarde tras las letras de un alerta. Dátil el pensamiento que una mano encuentra en las arenas basales. Oro cuya abundancia hace invisible. 





Y ya el motor nos arrancaba encenizados, adormidera el mundo. De la aldea sumergida con tres casas y de aquel andar delicadeza de espina. Matas, remolinos de viento. Jeep trasluz de ánima contra el adobe a la cal (añil) (cyan). Unos lotos trazos (mano infantil). Esas caderas danzaban al caminar engarzadas, junto a cabras y ovejas, la veladura urgente del desierto. 





Lo que no vi: peregrinos, ni ascetas, ni al santo levitar en su plegaria, ni a la risa ardiente de Kali, ni a la hoja volátil del pensamiento que mantra cada cosa a su semilla para borrarla del estigma. Lo que vi: los ojos más brillantes en basurales como ciudadelas desarmables, donde el aire comparte con los ecos el llamado hueso y más allá. 





¿Quién observaría la línea efímera? ¿Qué augura su equilibrio entre plantas luminosas que son puntas para lo desnudo? Nudos cuentas quipus cabellera ensortijada. Los librados (saddhus) al humo vasto del renunciar que los absorbe. 





Y la silueta en la niebla de un camello mordiendo la copa de un árbol ralo y solo, estallado hacia el magro numen del origen, dado hacia la misma cara del destino. Rumor la pista, campos de aquella luz (mostaza) en flor, en abandono. 




Abría en dolor de la entereza. Comía ella en el cuenco del mendigo, pero soles libraban el reto brillante de un silencio emanando sus ojos, sus ojos que miré. La línea del mundo perseguía su cola, medio animal nocturno en la cóncava voz de los desiertos. 




Fue una estadía al borde lo que atinó a borrarnos. Pero el hambre nunca a solas nos dejó; el reclamo del pasado fue insistir en una forma u otra del olvido, del inicio. ¿Qué digo: qué puedo escuchar: aquello que no digo: dices con los ojos los ojos que no vi? 




Saliendo del hambre, la dimensión nula, nuda, muda, huída del espacio a su desevidencia. Habría una ceguera rapaz, trocar volúmenes con escenas, pero un relámpago en la colina del índice poseedor del ciego. Al señalar a lo lejos, sería una mano siempre dispuesta, o una voz de arena al oídorado, o el orar la voz oído del otro. 




La arena rajasthaní chispeará todavía y nadie habrá llegado a su destino: ¿qué risa? ¿qué muerte? ¿qué suerte de prisa esta prosa porosa en la arena que cuenta todo sobre nada y come arena con los ojos desnudos de los vivos? Al borde de la ruta, el bulto se movía: envuelta momia el soñador ya estaba en otra parte. ¿Adónde los que viajando no consiguen olvidar? Desavenencia. ¿El que no olvida no logra origen? ¿qué olvido? ¿qué oro? 




Los turbantes eran máscaras y nos veían pasar, (blancos) móviles a la luz del invierno. Zonas de aves cerca de los charcos. Allí se reflejó un pequeño templo: cuatro pilares, una terraza mínima con sus tres escalones y un techo piedra igual a piedra. Alrededor las briznas devoradas por la rumia. 




De los montículos y trechos aparecían risas con ojos. Las brasas de las risas. Las caras vueltas matas. La danza de la hora. La hora de la arena, que vuelve a caer. La caída de la hoja, que renace. Los nacidos siempre a tiempo para el polvo siempre a punto para el viento. 




Viento bogante de los ecos. Constelación salida a las entrañas de ceniza. La piel al sol de los danzantes triturados. Mordida-mundo: la boca del hambre, diosa loca del ajuste. 



Llaman, las esclavas... 








Piezas del tonto,
Club Hem Editores,
La Plata, 2016

3

(soma)

Ni ahí con tu camisa de vara
Camisa de fuego
Homicidios del homínido a su dios
no me preocuparía tanto por el sabor del milagro
sigo lo que digo este espejismo
quedarse sin órganos a la deriva del acto
será la risa
me llamo con ese nombre que no me dieron
escuchen cómo gira el vaso una vez
vivo la nuca
dentro

entre este lázaro recomenzar de lazarillo
y la permeable mutación entre las partes
consigo remedar ahíto apenas de criterio
contra que junto unas piedras desairadas

unas mangas de camisa que se acercan a
la sombra de aquella melodía por la que
tanto pagarías verso y prosa esa rugosa
espesura seca de las bocas cara y cara

y meca sin sus puentes cúrvase el sueño
presencial de esta vía siguiéndole el paso
a una primavera de distancia que se vea
que se mueva

que se te consigan unos brazos para irte
de mentas a la profundez con tus parás
itos comiéndose la luna en tu cruzarte
de brazos congelado bajo el rubor aún

como si fueses niñato de movida a la
luz adjudicable en peso pluma en pira
en plan de asalto estocada con garfio
pirata al fondo de la sala de enhestar

se te planta el canturreo como una raja
quien te come sin tomar ventaja del desvío
que ahora eternidades por la ventana arroja
para sonaja de brisa alrededor de la cuna

y más allá del firmamento las penurias
a tormentas de acá cerca les echas espejo
contra el ahora sin ley ahora que es más
que escucharte raíz del exceso

se fue de más o de boca el seso pétreo
la contingencia adormecida por las olas
de las palabras que no afilan retorno
si confiscan esta esencia de apetito

a solas soy las olas y me encuentro disparado
del sonido de mi escucha más desnudo salgo
cualquier escudo con su exclusa la cola mueve
por más perdido o mordisqueado agudo nudo

desdicha fluente va el acto de embrujo
entretacto de signos de sangre es el fruto
ascóndito lo persigo por amor al contacto
confluencia de varios ríos y al buen relente

con portátiles diablitos muy comportados
en el salón los conmino de mi frente
encrucijada del presente con dos mil puentes
derivan un rito los acosados aquellos

olvidaron suyos ecos mientras cangrejo
me encuentro ante el sonido de mi lucha
para salirse de costado a lado mover onda
que abrigue tus amparos vida encinta

prepara para ver qué relumbra el laberinto
de los cuernos aún de estos diablos incoloros
conversando con las oceánicas brasas a oscuras
en la plaza mayor del agujero destespejo







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