domingo, 13 de julio de 2014

LUIS SANTANA [12.290]


Luis Santana 

(Medina del Campo, Valladolid   1957) 

Su último poemario, Carta no enviada (Ediciones Vitruvio, 2014). 

Con este libro, Luis Santana rompe el silencio poético que mantenía desde 1999 y muestra “a un poeta sutil como pocos, certero, que busca en la brevedad un espacio grane donde exponer una visión del mundo de la naturaleza llena de sensibilidad”.

Santana, que vive en Valladolid y trabaja con la compañía Teatro Corsario, es autor de los libros de poesía Mirador, Una lengua extraña y Sombra mínima. Traductor del catalán para varias editoriales, también es autor de la novela Al final ni nos despedimos.

“Es ésta, en verdad, una lengua no natural que brota sólo de una actitud, que exige un método y una iluminación y que consigue crear un mundo transparente, es decir, peligroso. Dos rasgos parecen definir esa actitud de carácter ascético: por un lado, distanciamiento, pasividad, y, por otro y a la vez, una extremada forma de atención. Ése es el modo de oír, de ver en las palabras otras palabras, otras cosas. (…) No se trataría tanto de encontrar el sentido como de dejarse encontrar por el sentido”.

(Del épilogo de Sombra mínima. Olvido García Valdés)




Carta no enviada

Agua caliente, agua afilada
en el cuarto náufrago
sin desgracia
—no hay mundo devastado
tras la puerta—.

Es mi fuga:
un cabo de luz
da testimonio
de la audacia.

Fuera, lo temible,
el encendido ojo
del heterodino,
cono mágico que cerca de verde las noches;
el suelo de la muerta.

En su letra
lo terrible es más
terrible, más preciso.




De puro blanco

Amas la nieve que sólo conoces
en los pétalos acumulados del cerezo

Ojo de carbón en la blanca gorguera,
brillo dividido en la memoria de los brazos

No hay humo, no hay voz
alzándose como un resucitado
en las horas de la sombra.

Vendrá la nieve
y tendrá tu nombre,
corteza de nata en los vasos.

(Del libro “Carta no enviada”)




Mujer en la ventana

La mujer de la ventana
arroja insectos y plumas
Que no sirvieron para volar.

El péndulo de sus pechos sin nada
–nieve matinal aún sucia–
agita una borrasca de telas.

Mujer en la ventana.

Abajo,
los cercos de lo precipitado.





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