sábado, 9 de marzo de 2013

FRANCISCO VIGHI [9394]



Francisco Vighi
(Madrid, 1890-1962)

Francisco Vighi, palentino, ingeniero industrial, escritor sin libro durante la mayor parte de su vida, frecuentó desde la segunda década del siglo los ambientes literarios madrileños. «Después de muchos años de pertenecer a la tertulia de Valle-Inclán en el castizo café de Levante -escribió Gómez de la Serna-, pasó a ser mi brazo derecho en la tertulia de Pombo». Al verlo entrar, añade a continuación, siempre le gritaba: «Viva el noveno poeta español». A Pombo le dedicó Vighi uno de sus irás conocidos poemas: «Este café tiene algo de talanquera / y de vagón de tercera».
Iniciado como poeta en el postmodernismo, el sentido del humor de Vighi, le llevó a participar en la aventura de las vanguardias, con las que coincidía en su carácter lúdico. Aunque no recogió sus poemas en volumen hasta 1959, fue incluido por Federico de Onís en su selecta antología de 1934, entre Antonio Espina y León Felipe, dentro de los poetas españoles que marcan la transición del modernismo al ultraísmo. «Su corta obra poética -escribe el citado crítico- tiene, en nuestra opinión, gran valor: no sólo es en ella el poeta español de mayor fuerza cómica de la época -que ya es mucho decir-, sino que hay en el fondo de su risa sana, franca y extravagante delicadeza de sentimiento, originalidad de visión e intención de arte puro de la mejor calidad lírica».
Andrés Trapiello, en el prólogo a la edición de su obra completa, ha caracterizado así la obra de este raro poeta, el menos profesional de todos los poetas: «En los versos de Vighi hay juego, ingenuidad y malicia, colorismo de verbena y sombras de cementerio, sorpresa de una rima rara y previsión de ripio, gracia, y, sobre todo, bondad y sentimiento, su corazón al desnudo. Hay también un poeta más culto de lo que parece. Ahí están sus impecables romances de sabor vanguardista, a lo Bacarisse, a lo Villalón y a lo Lorca. Las cabriolas a lo Espina y la pólvora de Bergamín, los vanguardismos de Marinetti y los barbechos de Mesa y de Machado. Y sus décimas de noveno poeta español, tan sabrosas y jugosas. Y sus sonetos en el estilo culto. Y sus ritmos cambiados, y su parodia de ultra y de dadá, porque la risa empieza por uno mismo».
  
Obra poética

Versos viejos, Madrid, Revista de Occidente, 1959, 2.ª ed., 1979.
Nuevos poemas (ed. Jesús Castañón), Palencia, Caja de Ahorros y Monte de Piedad, 1984.
Nuevos versos viejos (edición y prólogo de Andrés Trapiello), Granada, Comares (col. La Veleta), 1995.

Bibliografía

CASTAÑÓN, Jesús, Francisco Vighi y su obra, Palencia, Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses, 1971.
GÓMEZ DE LA SERNA, Ramón, «Francisco Vighi», en Retratos completos, Madrid, Aguilar, 1961, págs. 348-355.
TRAPIELLO, Andrés, «El noveno poeta español», prólogo a Nuevos versos viejos, págs. 9-24.








Melancolía

Canción doliente


 ¡Pobre alma mía!
-¿Lirio?... -Peonía.
-¿Granada?... -Sandía.
-¿Sangre roja?... -Agua fría.

Antes fui un Van Dyck.
Ahora, un Bagaría.
      (Un sauce se inclina y toca
      el suelo,
      su oído junto a mi boca.
      «¡Qué noche, válgame el cielo!»)
¡Bravo!... ¡¡Bravo!!.. ¡¡¡Bravo!!!.. ¡¡¡¡Bravo!!!!...
Luna, estrellas, sauces, guardias.
Gracias. Otra más y acabo.
      «Vivo sin vivir en mí»,
      por eso libre y cautivo
      vivo.

Me diagnostican así:
Sintónico-depresivo,
más humanista que festivo.

¡Y pensar
que el planeta se ha de enfriar!
¡O calentar!
¡Hay que ver!...

¡Hay que ver!...
Y la noche es día
enlutado por la tintorería.
Y que sólo hay diez cifras. ¡Diez!
¡Y el mundo no es ruleta, sino ajedrez!
-Rey-Caballo-Peón-Alfil-.
¡En fin!, no hay nada serio;
ni la guardia civil,
ni un cementerio.

Protesta el público astral
(y los guardias). -¡Mal!... ¡Muy mal!
Indignación, fracaso, estruendo.

¡Salid sin duelo, lágrimas, corriendo!








Tertulia de Pombo

 Este café tiene algo de talanquera
y de vagón de tercera.
No hay mucho tabaco y se hace mucho humo.
Yo -el noveno poeta español- presumo
delante de Alcaide de Zafra, que enluta sus canas
(once piastras de tinta todas las semanas).
Ventilador. Portugueses.
Acento de Sevilla, ¡dorada ciudad!
Y de mi Bilbao fogonero.
¡Camarero!
Café con leche, mitad y mitad.
Grita Llovet. Calla Bacarisse.
Solana consagra.
Si habla Peñalver, parece que se abre una bisagra.
León Felipe, ¡duelo!
No tiene
ni
Patria
ni
silla
ni abuelo.
¡Duelo! ¡Duelo! ¡Duelo!
Yo le doy un consuelo,
un pañuelo
y
otro pañuelo.

Llega monsieur Lasso de la Vega,
il vient de dîner à l'hôtel Ritz,
il sait bien son rôle
et il porte sa fleur.
Parole
d'honneur.

En los rincones, algunas parejas
de seguridad y de señoras amarillas.
Miran a Torre y se estremecen
los guardias y las viejas;

él las cita a banderillas
con las orejas.

Discusión sin fin
sobre si es ultraísta Valle-Inclán,
que si patatín,
que si patatán.
En el mostrador suena un timbre: trin...
trin... trin... triiiiin.
Unos pocos pagan y todos se van.
Silencio, sombra, cucarachas bajo el diván.

  






Soneto

 Vuelvo a ti, soledad, arrepentido.
Firme en la contrición de mi pecado.
En ti, dentro de ti, más que a tu lado,
quiero hallar el consuelo en el olvido.

Ya no seré quien soy, ni quien he sido,
por tus tinieblas desiluminado.
La duda ya resuelta: ¿Puente o vado?
Tú serás campo y cielo, rama y nido.

Refugio y paz: te buscan las inquietas
almas -orates, místicos, poetas-.
Quien dijo «cárcel negra, estepa helada,

pozo de agua salobre, peña dura»,
no supo verte, compañía pura.
Milagro del silencio y de la nada.

  






Amanecida en Peña Labra

 Saluda el primer trino
a la última estrella.
La voz del nuevo día
ha llamado a la puerta.

Islas blancas y verdes
flotan sobre la niebla.
¡Cumbres de Sierras-Albas!
¡Cimas de Peña-Prieta!

Por Campoo es rosa y oro
el cielo.
Hacia la Liébana
van huyendo las sombras.
De las nieves cimeras
bajan en caravana
arroyos de aguas nuevas.

Ya el buen sol campurriano
al horizonte trepa:
Ya limpia los cristales
del paisaje. Navega
nuestra mirada. Al fondo,
el mar cántabro cuelga
sus cortinas. Al sur,
desenrollan su estera
amarilla los campos
austeros de Palencia.
Muge una vaca. Al valle
le ha nacido una aldea
perfumada de bruma
matinal: ¡Piedras Luengas!
La mano del otoño
bendice las praderas
y las manos del viento
acarician la hierba.

  






El tranvía

 En rosario, en letanía.
Sugerencias del tranvía.
Paralelepipédico,
acelerado:
mézclese y agítese
tiempo y espacio.
¡Qué cosas diría
un einsteiniano!
En los carriles de la vía
se lava los pies el tranvía.
Tejiendo su red, trabaja
como un arácnido.
Equilibrista de alambre
cabeza abajo.
Globo cautivo del cable,
siempre tirando.
Pidiendo va un avemaría
la campanilla del tranvía.
Trole al hombro:
¡Buen soldado!
Ligero navío
de un solo palo.
Pescador de caña
en el río urbano.
En el telar del día
la lanzadera es el tranvía.

[Versos viejos]
  






Aguanieve

 Cantarinas carreteras montañesas,
nota aguda y monótono cantar
de carreteros: dulces canciones, esas
canciones de Cervera y de Aguilar.

Verdes oteros, valles horacianos,
el río rumoroso y culebrón
y el incierto azulear de los lejanos
montes, suave amatista de ilusión.

Claras aguas que bajan de los puertos
a dar vida a los prados y a los huertos,
al pájaro, a la hierba y a la col;

sonoras aguas que al nacer rieron
y son hijas de un beso que se dieron
la madre nieve con el padre sol.








Para ti frutos y flores

 Para ti frutos, flores, hojas verdes y ramas
      y para ti también
mi corazón, dulce mujer, que amas
      en tu romanticismo parisién
a todos los poetas, leyendo a Paul Verlaine.

Mientras soñaba en verso tu cabecita rubia
      leyendo al mago Paul
yo caminaba en sombras, contra el viento y la lluvia.
      Poeta y español
en el pecho llevaba la alegría del sol.

He caminado mucho: hambre, cansancio, frío
      y desmayo cordial.
Todo lo he padecido. Hoy llego cubierto de rocío
      metafórico, matinal.
Traigo la ofrenda humilde de una rama otoñal.

  



   


Amanecida en Madrid

 Del Puente de Vallecas
el carro del trapero trae la aurora.

La alcantarilla -frío, sueño y hambre-
desmesuradamente abre la boca.

La estatua está en la plaza
-petrificado guardia de la porra-
como un mojón mojado
señalando los barrios y las horas.

Serenos fugitivos,
pastores de silencios y de sombras,
buscando van su cuervo de altamira
en húmedas tabernas cochambrosas.

Legañosos tranvías,
troles adormecidos. Luz lechosa
de aguardiente en el agua. Mil manubrios
tuestan café en el ritmo de la polka.

Triunfo de barrenderos, de beatas,
guardias y perros, carros, templo, lonjas.
Todo el suburbio asalta
la ciudad dormilona.

Una voz viene de Guadalajara
¡Oriente! ¡Stock de mitos y de auroras!

De todos los balcones
saluda al día un agitar de alfombras.

  






Seminario

 ¡Seminario!
Mugre, disciplina, teología,
placer solitario;
levantarse con el día.
Sotanas sebosas.
Frías losas;
catres oxidados;
cocineros cebados;
marmitones invertidos.
Blasfemias ahogadas
entre las almohadas;
Humedad.
Misticismo.
Presbiteral hedor.
Sobre el patio pasa un biplano.
Peregrinan las almas seminaristas
por los senderos ultraístas.
Y la ventana
de la vecina
se abre caritativamente.
En las almas florece el disparate;
      cómodamente
toma el rector su chocolate.
Como diminutos tejados los bonetes.
Gatos, claraboyas, chimeneas.
Seráficos latines en la fea
pared de los retretes.

[Nuevos versos viejos]








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