lunes, 16 de junio de 2014

EMILIO OVIEDO [11.920]


Emilio Oviedo

Emilio Oviedo (Chile,  1921 - 2012). Poeta y diplomático. Fue Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (1984). Escribió los libros de poesía "Ala y raíz del corazón" (1947) y "Habitante en el tiempo" (1961). Fuente: MCN Biografías.




HABITANTE EN EL TIEMPO (FRAGMENTO)

Yo soy el habitante en el tiempo,
el que canta,
el que levanta sus sueños
como puños cerrados.

El que vaga en el viento,
arrastrado y llevado por el viento del tiempo
el que a veces alarga y empona su estatura
para mirar las cosas desde un punto celeste.

Y el que a veces desciende largamente en la noche
largamente hacia abajo, sin tregua hacia la noche
como una piedra ciega, como un pájaro muerto,
hasta lo más oscuro,
hasta la entraña misma de la sombra.

De alli vuelvo a salir como una estrella pura,
como una ola blanca, como una luz amiga
para encontrar de nuevo la presencia del viento,
el abrazo del tiempo, el canto de la vida.

Y asi voy existiendo:
prolongando mi nombre,
perpetuando mis sueños,
repitiendo mi sangre,
comiendo y repartiendo el pan de cada día.







Ala y raíz del corazón
Autor: Emilio Oviedo
Santiago de Chile: Eds. Acanto, 1947



CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1947-03-16. AUTOR: ANÓNIMO
Después de “Muro de Cal”, del escritor Luis Merino Reyes, y de “Los huéspedes iluminados”, de Joaquín Martínez, obras que cerraron el año literario de 1946, Ediciones Acanto nos ofrece hoy “Ala y raíz del corazón”, breve volumen de poemas de factura moderna que firma Emilio Oviedo, el “poeta por compromiso de la sangre”, que dijo Andrés Sabella.

Víctor Castro –que es quien firma la nota liminar-, nos recibe en el pórtico de la obra y nos advierte que el autor es “dueño de una perspectiva que la habla muy en claro del fenómeno poético…”. Así predispuestos, franqueamos la lectura de estas páginas que constituyen el fruto primigenio de un temperamento que con el manojo de sus versos nos hace entrega de una sinceridad honda y legítima.

Desde “Invitación a la Confidencia” hasta “Cielo perdido”, pasando por “El último viaje” y “Esperanza desesperanzada”, que, en nuestro exiguo juicio es uno de los cantos mejor logrados, pueden admirarse en muchos de sus poemas hondura y macicez fibral [sic], imágenes precisas y flexibilidad en las formas, todo ello animando el numen de exegeta lírico que hay en Emilio Oviedo. Su concepción muestra generalmente frases limpias, atrayentes, musicales.

En son de secreto, el poeta nos dice de su dolor, pero sin alcanzar a dolerse de él sino que, más bien, aceptando el ajeno dolor:



“Hay tanto dolor en mí
que un poco de tu dolor
no me hará daño…”


Y más adelante:



“Háblame de tu pena, amiga mía,
deposita en mis manos tu corazón amargo,
bríndame los minutos de tu hora de prueba
y todos los instantes más tristes de tu vida…”

(Invitación a la confidencia)

Afirmamos aquí, aunque no falte quien piense lo contrario, que el acento de esta “Ala y raíz del corazón” es, con todo, absolutamente personal; más aún: el verso de Oviedo transpira tonalidades varoniles y trashuma una existencia que es ímpetu diario, hermanada a una rítmica que es noble y que es suya.

Por lo demás, al hacernos entrega de estos cantos, Emilio Oviedo no hace otra cosa que remedar al ave que no canta por emular a su vecino, sino por imperiosa necesidad del espíritu. Y es aquí, precisamente, donde reside la mayor virtud del autor de este libro.

Poeta nato a pesar de su juventud, Oviedo bien puede ya saberse con matrícula abierta para el viaje por ese camino “difícil, resignado y hermoso” de que nos habla el talento innegable del autor de “Laurel despierto”.

Al cerrar este breve comentario, creemos sinceramente que Emilio Oviedo debió dedicar sus primeros poemas a quien adeudará “ab vitaem aeternam” esa inquietud de su espíritu y esos ríos de rítmica que siente latir en cada golpe de sus venas.






Habitante en el tiempo
Autor: Emilio Oviedo
Santiago de Chile: Alerce, 1961


CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1956-06-03. AUTOR: GUSTAVO DUEÑAS DUEÑAS
Delicada tarea es examinar un libro de poesía. Así decía el escritor Víctor Castro, al presentar al poeta Emilio Oviedo, en su primer libro titulado “Ala y raíz del corazón”. “Siempre será la imagen de lo solamente cariñoso, desdeñando con honda sonrisa la raíz misma de la opinión, esa materia que se hace humilde a nuestros ojos y que sin embargo, los hace, aunque por unos momentos, absolutamente dignos”.

“Pero he aquí, agrega el protagonista, que ahora no ocurre lo mismo. Unas cuántas frases laudatorias, un ramo de laureles imaginarios, una cajita de música entre nueva y antigua, no bastarán para esta circunstancia. Porque Emilio Oviedo posee una perspectiva que le habla muy en claro del fenómeno poético. Sabe que recién ha comenzado y que ya su primer libro se va alejando lentamente de sus más cercanas realizaciones poéticas”.

Y es así; el mismo Emilio Oviedo se adelanta a decirnos:

“Mi producción actual está completamente distanciada de lo que hice anteriormente, reconozco una evidente evolución y progreso”.

Júzguese al joven poeta por estas dos muestras. La primera, “Tu presencia”, pertenece al libro publicado, “Ala y raíz del corazón”, 1946, y, la segunda, “Habitante en el tiempo”, se publicará en su próximo libro, que aparecerá este año, justamente diez años después; ha transcurrido algo así como un tiempo de maduración:



“Tu presencia es el faro y la esperanza
y tus ojos que tienen la pura claridad del alba
han traído a mi vida la luz de las mañanas.
Estaba tan dormido en una noche eterna,
y tus labios han dicho: levántate y anda.
Los oscuros presagios de la noche retenían mi alma
y en tus manos abiertas la has llevado hacia el alba.
Cuando te vas me dejas el sueño más sublime
y cuando llegas me traes la esperanza”.



Ahora escribe:



“Yo soy el habitante en el tiempo,
el que canta,
el que levanta sueños como puños cerrados.
El que vaga en el viento,
arrastrado y llevado por el viento del tiempo,
el que a veces alarga y empina su estatura
para mirar las cosas desde un punto celeste.

Y el que a veces desciende largamente en la noche,
largamente hacia abajo, sin tregua hacia la noche,
como una piedra ciega, como un pájaro muerto,
hasta lo más oscuro,
hasta la entraña misma de la sombra.

De allí vuelvo a salir
como una estrella pura,
como una ola blanca,
como una luz amiga,
para encontrar de nuevo la presencia del viento,
al abrazo del tiempo,
el canto de la vida.

Y así voy existiendo:
prolongando mi nombre,
perpetuando mis sueños,
repitiendo mi sangre,
comiendo y compartiendo el pan de cada día”.




Este poema, como decimos, irá en su próximo libro, que llevará por título, precisamente, el de “Habitante en el tiempo”, y otra obra, ya lista casi, que se titula: “Palabras errantes”, poemas en prosa. Le gusta el poema [en prosa], casi da más posibilidades de expresión que el poema estrictamente en verso.

Emilio Oviedo es un joven que muy pocos años atrás, todavía se vestía de poeta… o artista, algo a lo bohemio: boina, chaqueta de pana y pipa permanente en la boca. La primera pipa la compró allá por las cercanías de la Estación Central, en una librería chiquita y un poco oscura, que tenía un español. Le costó algo así como veinte pesos; todavía la conserva en medio de su actual regia colección de pipas. Tiene pipas inglesas, que valen un dineral; pipas francesas, norteamericanas, y una italiana, que le trajo su señora suegra, cariñosamente de Europa, marcada con tres estrellas de oro, lo mejor que se hace en el mundo en materia de pipas.

Ahora este poeta no viste de “poeta”, porque ya es un correcto y “formal” funcionario semifiscal. La poesía “ala y raíz” del corazón, no da dinero. Problema de los escritores nacionales. La pluma, aunque sea de oro, no da oro. Hay que buscarlo en el empleo. Oviedo es empleado desde 1944 en la Caja de Empleados Públicos y Periodistas, sección Prosecretaría del Consejo. Se educó en el Liceo de Aplicación. Es hijo del poeta y escritor Benjamín Oviedo, autor de la “Historia de la Masonería en Chile”, y es casado con Elena Quinteros, profesora de inglés en el Trewhela School, y en la Ursulinas, ambos establecimientos educacionales de Ñuñoa. Están como comenzando la vida. Recién poniendo su casa. Ya tienen la base de la felicidad futura, dos hijos: María Soledad, una niña llena de gracia, y Rodrigo, un niño que ya parece exigir se le diga “don Rodrigo”, con cierto acento español.

Les acompaña, esta sí que es compañía, la Nana venida de tierras de Arauco. Es todo un cuadro. Es la camarada del servicio. Base de la casa. Ella cuida los niños y hace ricas comidas y postres deliciosos y lo limpia todo, mientras Elena Quinteros va a hacer sus clases y el poeta, va a sus burocráticas funciones. La Nana, con su cara sonriente y bondadosa, su delantal blanco de vuelos amplios, es un complemento del gran poema de la vida, hogareño, que llevan el poeta y su esposa, también escritora. Porque Elena escribe para radioteatro: “Hijo de David”, es obra de ella y en Lima se debe estar dando ahora su obra “Noche”. Eliana tiene unos enormes ojos verde claros, que es difícil encontrar así como así no más, “ojos que tienen la pura claridad del alba”, verso de Oviedo, citado más arriba, en su poema “Tu presencia”. Es hija del profesor universitario y Senador de la República don Luis Quinteros Tricot.

El poeta Oviedo ha sido también periodista. Trabajó en “Las Últimas Noticias”. Más tarde publicó sus colaboraciones en “Atenea” y en la “Revista Occidente”.

Este matrimonio de intelectuales, Oviedo-Quinteros, vive allá arriba, por Vitacura – Lo Castillo, donde en otro tiempo se podía decir “donde el Diablo perdió el poncho”, pero hoy día es una ciudad encantada, con grandes bloques de edificios “Ley Pereira”, levantados a la vera de anchas avenidas, en macizos rojo y blanco. Allá se extienden calles como la de Aguirre, Candelaria Goyenechea, Agustín del Castillo y otras.

Lector amigo: ¿Qué haría Ud. si le dicen que para entrevistar al poeta Oviedo vaya a Vitacura, en un expreso El Golf, y que por Candelaria y Ascencio de Azócar, 2ª casa, y Ud. toca todos los timbres, en un verdadero “jira, jira”, como el tango, y el poeta no aparece? ¿Aquí?, no señor, aquí vive don Gustavo Campaña, que escribe la “Familia chilena”, pero poeta no. Y sigue el peregrinaje del reportero. Una mucama informa: Allá al frente vive un escritor. Resulta que el escritor es un antropólogo e historiador, muy amable, que deja su mesa de sobremesa en que estaba, con su hermosa señora y sale a mostrarnos el valle, la nueva ciudad de Lo Castillo, y dice:

-Si, yo escribo, pero poesía, no. En verdad, en mis horas libres gusto de la música, pero poesía, no, no…

Al fin, Oviedo, que nos vio con facha de andar buscando algo, sale a nuestro encuentro, nos conocemos sin habernos conocido antes, y ya desde ese momento nace la amistad que será para siempre…


CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1961-06-04. AUTOR: FRANCISCO DUSSUEL
La Sociedad de Escritores de Chile premió este pequeño libro de poemas. Apenas son once y algunos muy breves, pero no por eso hemos de menospreciarlos. En 1947 publicó “Ala y raíz del corazón” y luego catorce años de silencio. ¡Qué saludable sería para no pocos poetas domar sus ímpetus publicitarios, acallar sus voces destempladas, vivir en la intimidad de sus espíritus y dejar en paz al prójimo que debe tolerar esa avalancha de verborrea seudolírica, lanzada a los cuatro vientos con bombos y platillos!

Los chilenos, por cierto complejo racial, tenemos propensión a las “fiebres”: fiebre del oro de California, fiebre del salitre, fiebre de la política y ahora último “fiebre de la poesía”. ¡Y esta sí que es perniciosa!

Señores solemnes como catafalco en funeral de primera clase, damas naturalmente canosas, jóvenes y chiquillas coléricas y medianamente cuerdas, niños y niñitas prodigios, todos quieren ser poetas y lo peor del caso es que se exhiben como tales con una falta de pudor estético que abisma.

¿Es pecado cultivar la poesía? Es virtud, afina el espíritu y embellece el alma, pero ¡por favor!, no publiquen a tontas y a locas; es profilaxis, es venero de ideas enriquecidas con el ropaje sutil y armonioso del encanto, pero no hay que ser tan débiles de carácter y tan enfermizamente ególatras.

“Habitante en el tiempo” es una excepción. No conocemos al autor, ningún compromiso nos liga y si lo segregamos del grupo y le prodigamos algunos elogios es solamente por la satisfacción de expresar un estado anímico agradable, nacido al contacto con una poesía simple, novedosa, expresiva y musical.

Siempre hemos defendido la rebeldía del verso, no porque el ritmo, las consonancias y asonancias de nada sirvan (sería una insensatez el solo pensarlo), sino por esa especie de libertad que anhela todo poeta, deseoso de volar sin trabas. Pero no basta prescindir de las reglas, no basta que la imaginación cree sin control transformando el poema en una interrumpida sucesión de sandeces y vulgaridades. Por sobre todo hay que ser poeta y este don anida en lo más recóndito del alma y es casi siempre inaccesible aun para el agraciado.

Emilio Oviedo no hace alarde ni ostentación alguna. Alejado del hermetismo enmarañado y retorcido de no pocos, deja que la poesía lo unja, queme y aprisione con suavidad honda, con soledad angustiada, y con aspiraciones de estrellas; con perfiles mutilados, con mares arrullando y con trozos de sol engastados en el agua.

Nada de gemidos ni estridencias cuando lo invade la amargura o lo lacera la duda; nada de locuras pasionales cuando el “ala intangible de amor y de esperanza” pasa acariciando su rostro; nada de ternuras melifluas y acarameladas cuando la nostalgia de una risa de antaño viene en el “rumor de una ola” o en “una puesta de sol”.

En todo el libro se respira una atmósfera inquieta de insatisfacción existencial, que en el último poema, “Habitante en el tiempo”, aparece en su cruda realidad. ¿Cómo liberarse de sus garras? Imposible. Invisible e implacable, el tiempo nos penetra, nos envuelve, nos conduce hasta el momento definitivo y allí nos abandona para dejarnos cara a cara frente a lo intemporal, frente a lo inmóvil, frente a lo eterno.

El poeta se sintió “traspasado de gozo” y sufrió como todos “pero sin amargura”; una “mujer de tierra generosa” diole frutos: Soledad, Rodrigo, Macarena y Ramiro y bebió lágrimas entre las “campanas de risa de mis hijos”; se sumió en el amor, se embriagó con sus delicias puras, “repitió su sangre”, prolongó su nombre y perpetuó sus sueños, pero en lo más recóndito, allá donde solo él puede llegar, existe un clamor estrangulado, porque se ve “un cruzado sin cruz de mi propio destino”.

Oviedo revélase así un lírico de vastas proyecciones y sin pretenderlo sus vivencias interiores encarnan la tragedia de quienes van tras una búsqueda sincera y dolorosa:



“Y sin embargo espero, con terquedad espero.
Llamo, pido, pregunto:
¿me tenderá la gracia su mano iluminada?”



Sin luigar a dudas es este el momento de más intensidad vital. “Cántico del fuego” en cambio lo supera en el arrebato imaginativo, en el esplendor metafórico.

Los interrogantes se suceden en un amalgama de tiempo, destino y vida. Busca en Heráclito el símbolo del fuego para hallar una respuesta, pero su clamor se pierde en el vacío:



“Todo cambia de rostro y de presencia.
¿Nada hay debajo, nada permanente?
¿He de girar sin fin sobre mí mismo,
como un triste pivote abandonadao,
caminando en tinieblas y entre vientos oscuros
rectamente a la nada?”



“Habitante en el tiempo” canta también a la amada. Los poemas “Brújula perdida”, “Tu corazón”, “Existencia” y “Capitana del sueño” ahondan en la emoción de esa isla encantada en que floreció su vida. Su espíritu se inflama, surgen armonías, la ve en lontananza en “verde mansión iluminada”.

Ella es bella, es Ideal de un corazón con tibieza dulce y blancura de estrella:



“Amiga predilecta de cada estrella pura,
favorita del mar que te arrulla cantando,
capitana celeste mi corazón te aguarda
como un trozo de sol engastado en el agua”.



Y para completar el panorama poético el poeta eleva el tono entonando un himno que le nace desde las entrañas: “Chile: canto de amor”.

Tiempo, mar, amor, existencia y estrella son los elementos fundamentales que enlaza el poeta para entregarnos sus sueños, añoranzas, amarguras y esperanzas con vivencias palpitantes y aciertos de artista.




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