lunes, 20 de agosto de 2012

JEAN-LOUIS GIOVANNONI [7.465]




Jean-Louis Giovannoni

Nace en Lyon (FRANCIA) en 1950 de padre corso y madre sarda. Su juventud está marcada por largas estancias en el pueblo paterno, al noroeste de la isla donde obtiene el bachillerato. Vuelve al continente y se instala en París donde trabaja como asistente social en un hospital psiquiátrico. Poco a poco rompe casi toda relación con Córcega, aunque su universo mineral, sus montes vuelven de forma casi obsesiva en su poesía. Empieza a escribir muy pronto, fundando en 1977 la revista Les Cahiers du double avec Raphaële George. Autor de unos veinte poemarios, la mayoría publicados en la editorial Unes, hay que destacar Garder le mort (Guardar al muerto, 1975), Ce lieu que les pierres regardent (Este lugar al que miran las piedras, (1984), L’invention de l’espace (La invención del espacio, 1992), además de sus traducciones de Pessoa y de Miguel Hernández y de numerosas colaboraciones con pintores. Está incluido en varias antologías de poesía francesa y traducido a varios idiomas.
Pasos de piedra ha sido publicado en 2004 en Méjico en una versión de Sergio Ávalos.



PASO JAPONÉS

No se puede escribir más que perdiendo
el cuerpo de lo que se nombra.

Nuestra mirada, nuestras palabras son exactamente
lo que hay que quitarle a las cosas
para que aparezcan.

No hay más tierra que aquella que dejamos
a cada instante.

Andamos
porque algo nos llama
en el espacio.

Vivir acaso no consiste
sino en quitarle a imágenes, palabras,
lo denso del olvido.

En nuestros dichos, en nuestras palabras
gana el vacío su desposeimiento.

Hablas y escribes para que las cosas
dejen de coincidir consigo mismas.

Uno no escribe para dar a las cosas un lugar: 
escribe para hacer lugar;
para que nunca llegue el árbol en su nombre 
y en lo que la designa calle
la piedra.

Hasta lo impronunciable necesita una orilla,
una piel.
Hasta lo impronunciable necesita palabras.

El nombre de las cosas nos deja vislumbrar
lo que podría ser un mundo desprendido
de sí mismo.

Escribir es darle agua a una fuente
para que descubra su sed.

Escribir es llamar, sobre todo llamar
para que nadie venga.

Todo conforme a su distancia.

Una forma sólo nace
con la clausura de otra.

La mirada del otro, eso sabes al menos,
te detiene, te impide caer fuera de ti.

Hablas, escribes para no perder
pie, para mantenerte a la distancia
de toda cosa.

Las palabras contienen el mundo para que
no se reviente, para que siga en su lugar.

Es un crimen querer exigir el silencio
dentro de sí: ¿quién hablaría
por todo lo que calla?

Se trata casi más de respirar
que de escribir.

Hablas para que en el fondo de tus palabras
se deposite lo que no debes pronunciar.

Las cosas toman la forma
de su silencio.

Cómo escribir aún cuando se sabe
que no hay palabra que contenga el cuerpo
de lo que nombra.

El cierre de las cosas es un sitio
del que puede partirse, comenzar.

Escribir para leer la propia voz
en la voz de otros.

Simple y sencillamente bordear el mundo.

Lo que no puedes pronunciar en una
cosa es precisamente lo que forma
su cuerpo.

Escribes para darle lugar a ese silencio,
y no para escuchar realmente
lo que dicen las palabras.

Busca sin tregua en ti donde se encuentra
la costura, para verificar como se liga
lo separado.

El espacio puede comenzar desde que una cosa
encuentra un borde.

La voz no cubre el silencio:
lo anuncia.

¿Puede ser que nuestras palabras sean
la única tierra en que uno puede establecerse?

JEAN-LOUIS GIOVANNONI Traducción de AURELIO ASIAIN



Nuestras palabras son el espacio
que le falta a este mundo.

Nuestras palabras
son la orilla del mundo. 

La orilla
que faltaba. 

El espacio no se franquea
se deduce de los propios pasos.

No se da cuerpo 
a las cosas
se las despoja de él.

No hay gesto 
sino en la llegada
y en la desaparición.

Se escribe 
para descargar al mundo
para que se desprenda
y comience

lejos 
de su propio abrazo.

No se da espacio
a las cosas
Se les vacía 
de esa atracción 
por lo interior.

Abrir el espacio
es empujar a las cosas
fuera de sí mismas.
No se gana el espacio
se le abandona
desde el primer paso. 

No es posible moverse
sino perdiendo
a cada momento
la tierra de uno.

Y cuanto más se nos presenta
de más hay que despojarse.

Toda esa gente que espera
que le abran un paso
que se le de un lugar
donde no va a estar
donde ya nada la retenga.

Basta con hablar 
para que los objetos se desprendan del fondo
se aireen.

Basta con que se nombre
algo
para que se aligere
no tenga ya la misma consistencia.

Basta con escribir una palabra
para que el mundo adquiera su extensión. 

Son nuestras palabras orilla
del que se puede partir.

Cuando se escribe 

el mundo respira

se retira 
lejos de sí mismo

como si avanzara
llevado por los vientos.

(De La invención del espacio)

(Traducciones de Amelia Gamoneda







Escribes para hacer algo de ruido, para oir pasar tu vida.

.

Tu écris pour faire un peu de bruit
pour entendre passer ta vie

*

Il est en nous un lieu
qui ne peut être touché
où personne ne viendra

où seule la douleur
peut parler

*

Hay un lugar
en cada uno de nosotros
un lugar que no puede tocarse
a donde nadie viene
en donde sólo el dolor
tiene derecho a la palabra


En el marco de nuestro Dossier de poesía francófona reciente organizado por Sergio Eduardo Cruz y Gustavo Osorio de Ita, presentamos los poemas de Jean-Louis Giovannoni (1950). Giovannoni es poeta, novelista y ensayista. Nacido en París, de madre italiana y padre corso, labora allí como asistente de servicio social en un hospital psiquiátrico. Ha coordinado talleres de escritura para personas con problemas mentales y organizado lecturas en prisiones. Cofundador de las revistas Champ Social (1972) y  Les Cahiers du double (1977), así como presidente de la asociación Maison des écrivains et de la littérature de 2011 a 2012. En su obra, si bien heterogénea, destaca la producción poética. Algunos de sus libros son  Les Mots sont des vêtements endormis (1983), Ce lieu que les pierres regardent (1984), Garder la mort (1991) y Chambre intérieure (1996). Fue merecedor del premio Georges Perros en 2010.

Las traducciones son de Raúl Durán



Notre voix
où trouve-t-elle son corps

On parle
on écrit
pour que les autres
oublient leurs corps
pour qu’ils viennent habiter
notre voix
nos mots

Est-ce la voix des autres
qui donne à ton silence un lieu

Et si tu n’étais présent
en ce monde
que pour donner naissance
à cette forme invisible
qui se tient dans ta voix

Ce corps aérien

Et si être présent dans les mots
ne consistait qu’à disparaître en eux


***


Nuestra voz
dónde encuentra su cuerpo

Hablamos
escribimos
para que los otros
olviden sus cuerpos
para que vengan a habitar
nuestra voz
nuestras palabras

Es la voz de los otros
la que da un lugar a tu silencio

Y si no estabas presente
en aquel mundo
más que para dar comienzo
a esa forma invisible
contenida en tu voz

Ese cuerpo alado

Y si estar presente en las palabras
consistía sólo en desaparecer en ellas



***



Nous venons d’un pays
qu’on ne peut plus toucher

un pays
qui se tient à côté des gestes
à côté de la voix

un pays
qui ne sait te nommer
qu’en te perdant

Sommes-nous faits
pour n’être que traversés ?

pour n’avoir aucune autre consistance
que celle de nos mouvements ?

Nous sommes à la fois la distance
et le Passage


***

Veimos de un país
que no puede ya tocarse

un país
que está junto a los gestos
junto a la voz

un país
que no sabe nombrarte
sino perdiéndote

¿Estamos hechos
sólo para ser atravesados?

¿Para no tener más consistencia
que la de nuestros movimientos?

Somos a la vez la distancia
y el Pasaje



ÎLES CIRCULAIRES

La distance importe peu

L’ombre se déporte – corps on ne sait où

Soleil couchant, les formes s’allongent

Et la nuit les confond


La rive s’éloigne d’autant

On aimerait
— contre elle
Dans les derniers rayons de soleil


D’un corps à l’autre
Nos mains

Toucher – creuse

Brûlures
Insoutenables


L’eau et la fraîcheur du soir
Apaisent

Les draps
Entre
Pour seule frontière


Ta poitrine

Autour l’air
Circule


Ai tourné
Tourné

La nuit entière


T’ai vue t’éloigner
Dès les premières lueurs


Océan
Nos mains ne peuvent



ISLAS CIRCULARES

La distancia importa poco

La sombra se exilia — cuerpo ausente

Sol cayendo, las formas se prolongan

Y la noche las confunde


La orilla se aleja tanto como

Quisiéramos
— contra ella
En los últimos rayos del sol


De un cuerpo a otro
Nuestras manos

Tocar — ahonda

Quemaduras
Inaguantables


El agua y el frescor nocturno
Apaciguan

Entre
Las sábanas
Una sola frontera


Tu pecho

En torno al aire
Circula

Giré
Giré

La noche entera


Te vi alejarte
De las primeras luces


Océano
Nuestras manos no pueden



CHANTONNER CONTRE LA PEUR

 à Rachel Erlich-Giovannoni

On naît étrangement à la poésie.

On contemple des couchers de soleil, le bord des roses, la venue des formes aimées.

On fait ce que doit faire un poète : se placer devant le monde, chercher, dans les livres et les poèmes des autres, des petits signes, un endroit pour l’affût.

On essaye de bouger, de vivre comme ses aînés, de mettre ses pieds dans leurs chaussures, d’habiter les vêtements qu’ils nous ont laissés ; de copier leurs postures.

On se dit qu’avec tout cela, on finira bien par toucher son dû, le fruit de ses efforts ; qu’à force de fidélité, de services rendus à toute cette beauté, on recevra en retour un paquet de mots, de quoi faire la route.

Et puis, un jour, c’est un linge empêtré dans la glaise, le cadavre d’une bête ouverte qui nous fait monter dans la bouche notre première poussées de mots.

Le linge entre. Tire en nous. Cherche la plaie où loger et croître.

« Et l’on est heureux que la terre, partout

Soit pareille et colle »

On croyait qu’écrire convoquait les choses dans l’ordre, chacune selon son rang, son numéro d’appel. On croyait qu’en séparant le noyau de son fruit on éviterait toute atteinte et que seule la beauté entrerait dans nos mots.

Un jour quelqu’un a écrit : «  Durci de matière », « Ils ont dit oui / à la pourriture », et encore : « Le linge n’est pas / ce qui pourrit le plus vite. »

Et c’est là, contre toute attente, que l’on a touché ses premiers mots, que l’on a fait sa première ponte.

C’est là que l’on a découvert son assise. Sa terre.

Car on est fait d’un tour intérieur, d’une main pétrissante que le regard ignore. Une main qui tire dedans et que seul l’appel d’une autre peut ouvrir.

À cela, il faut ajouter, un autre jour, le cadavre d’un être cher que l’on ne peut garder et que la terre gagne.

C’est là que tout commence.

Au moment où l’on apprend que rien ne tient nos gestes.

Que rien ne soulage cette plaie.

Que la matière appelle, cherche.

Et, c’est le fruit dévorant son noyau.

C’est là qu’est née notre écriture, dans la poussée des corps, leurs effondrements et leurs montées. Là où nos mots s’engrossent, prolifèrent contre l’étouffant, l’insupportable.

C’est là, où plus rien ne tient, qu’on a trouvé son enclave, sa poche d’air « pour chantonner contre la peur ».



CANTAR CONTRA EL MIEDO

 à Rachel Erlich-Giovannoni

Uno nace extrañamente en la poesía.

Contempla los ocasos, el borde de las rosas, la venida de las formas amadas.

Hace eso que debe hacer un poeta: situarse frente al mundo, buscar, en los libros y los poemas de los otros, los pequeños signos, un lugar para el atisbo.

Intenta moverse, vivir como los que lo preceden, poner los pies en sus zapatos, vestir las prendas que nos han dejado; copiar sus posturas.

Se dice que con todo eso, uno acabará por hacer su deber, el fruto de su esfuerzo; que a fuerza de fidelidad, de servicios rendidos a toda esa belleza, recibirá a cambio un paquete de palabras, la ruta que seguir.

Y entonces, un día, es un harapo atascado en la arcilla, el cadáver de una bestia abierta que nos hace subir por la boca nuestro primer impulso de palabras.

El harapo entra. Tira de nosotros. Busca la herida donde morar y crecer.

«Y se está feliz de que la tierra sea por todas partes

Semejante y compacta ».

Uno creía que escribir colocaba las cosas en el orden, cada cual según su clase, su número de serie. Creía que separando la semilla de su fruto evitaría todo roce y que sólo la belleza entraría en nuestras palabras.

Un día alguien escribió: «Endurecido de materia», «Dijeron sí a la podredumbre», e incluso: «El harapo no es lo que se pudre más rápido».

Y es ahí, contra toda espera, que uno ha tocado sus primeras palabras, que ha tendido su primer puente.

Es ahí cuando ha descubierto su cimiento. Su tierra.

Porque se conforma de un recorrido interno, de una mano amoldante que la mirada ignora. Una mano que jala adentro y que sólo el llamado de otra puede abrir.

A eso hay que agregar, otro día, el cadáver de un ser querido que no puede guardarse y que la tierra gana.

Es ahí cuando todo comienza.

En el momento en que se aprende que nada retiene nuestros gestos.

Que nada alivia esa herida.

Que la materia llama, busca.

Y es el fruto devorando su semilla.

Es ahí cuando nace nuestra escritura, en el impulso de cuerpos, su derrumbe y su ascenso. Ahí donde nuestras palabras se preñan, proliferan contra lo sofocante, lo insoportable.

Es ahí, donde nada más se retiene, que uno ha encontrado su enclave, su bocanada de aire para «cantar contra el miedo».



http://circulodepoesia.com/2016/07/veinte-poetas-francofonos-recientes-jean-louis-giovannoni/





.




No hay comentarios:

Publicar un comentario