lunes, 15 de julio de 2013

VIVIANA AYILEF [10.221]


Viviana Ayilef (1981, ARGENTINA) vive en Trelew y cursa Licenciatura en Letras en la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco (UNPSJB). 
Ha publicado: “Agua de Otoño/ Kelleñü”, este libro resultó ganador en el concurso Fondo Editorial Provincial en su edición 2009, en el género poesía.





No Naceré aloscuro 

No aclamarán tambores mi presencia.
Ni habrá discursos patrios ya. 

No vengo a ver vivir, ni a financiar mi muerte. 

Vine a surgir sin brisa que me empuje
sin bronces que me auspicien. 

Sabía del silencio y la impostura,
he conocido del corazón gimiente. 
Compondré mis canciones en sus jardines de otoño, 
con sangre 
y sello propio. 

Y después: 
luz desde agónicos ríos,
aguas de lluvia urgente que beber,
golpes de corazón pujando al tiempo 

bailes —paganos bailes que molesten—

No gustarán sus aires mi respiro.
Ni segarán la tierra. 
Ni dormirán en paz.
Ni calmarán su sed
de siglos. 

Saludaré la luna y el invierno.
Comeré de los soles sus sentidos. 

Nunca pedí permiso. 

Los vastos territorios son el fuego
en que me quemo/
en que renazco 
y no hay espera. 







Los niños nuevos 

El rostro
noble
de un hijo nuevo
estalla como colores, 
arcos de iris verdes, 
refracciones de luz. 

Estalla como caminos plenos 
con avispados sauces, 
que -felices-
se sublevan, Galileo. 

El rostro
nuevo
de un niño noble
remonta barriletes por los azules aires en la siesta
y vuela hacia lo lejos, 
para poblar con panaderos 
el invierno. 

El rostro 
niño
de un hombre nuevo
restaura barcos de guerra, heridas, 
ausencias tantas:
huecos
sociales. 

El rostro
hombre 
de un niño nuevo
nunca podrá brillar, curar dolores, 
beber agua de manantial, regar sonrisas
contar o crear cuentos
—nunca jamás—. 

Los niños nuevos
tienen la libertad
de andar carita al viento
con todo el sol que ampare
sus siluetas 
correteando
hacia el atardecer de la mirada
del adulto 
que más tarde serán
     sólo más tarde—. 







Poema para la Resistencia 

El niño que yo fui
no entró en El Capital
ni en calles del martirio
ni humedeció brillojos-de-tristeza. 

Tuvo su barco de papel
y alguna vez
dolió palabras 
en su cuerpo. 

El otro niño —niño mismo—,
canciones y poemas tuvo.
Agua de lluvia que beber,
papá y mamá en la tempestad
brazos, caricias. 

El hombre viejo de hoy
indaga en el espejo, y ríe. 

Termina este poema 
y tiende 

un mundo pleno de palabras 

para el niño que espera
el barco que le salve 
del olvido.






¿Dónde crees amor

¿Dónde crees amor 
que nace este temblor/ 
que no termina? 
¿Cuáles caminos pretendés que invente 
hasta llegar a merecer/ 
tu suerte? 
Nada de lo que digas me convence 
nadie nació sabiendo, ni a esta altura. 
Poco sentido tiene el que me alejes, 
tus razones 
se desdicen a una legua de distancia. 
Tantas lágrimas lloré, que no las viste 
darme al olvido es el error que te atormenta. 
Me permitió entrar tu corazón, 
no digas que el dolor también se olvida. 
Las puertas que se cierran se patean, 
voy a encontrarte corazón donde te escondas. 
Vencida la honradez, yerto el orgullo 
no has derrotado mi ilusión 
porque no cesa este temblor/ ni mi desvelo. 
¿Cómo pudiste amar 
y ahora terminar/ 
arrepentido? 
¿Por qué quisiste corazón amotinarte? 
En tantas partes te busqué 
y cuando fui feliz 
me desgarraste. 
¿Dónde crees amor 
que pueda descansar 
tanta nostalgia?





Temprano

Temprano terminamos la función 
mirá que no poder limar la pequeñez 
que nos limita. 
Que no poder decir amor, te doy la vida, 
hagamos barriletes con su tela 
y escapemos. 
Y cierto día alguno de nosotros se quedará en la tierra 
con el cuello torcido y un pedazo de soga 
entre las manos. 
Así será y el otro habrá inventado la nostalgia 
para el uno, 
y el perro que notará tu ausencia 
te ladrará más fuerte 
que no es justo 
que fueron muchos años 
que siempre él tan fiel y tan sincero 
tan torpe de ternura 
se desgarró a tu lado con tu llanto. 
No será justo, usted allá mi amor 
y nosotros padeciendo tierra adentro del olvido. 
No estamos preparados, don, 
que somos tan humanos y bien hombres. 
No nos quites el hueso que roemos, 
que no poder decir adiós, te doy su vida 
quitáme el barrilete, Dios 
que no poder / resignarse 
al breve tiempo que nos das 
para abrazarnos. 
Nos duele este vivir gozoso 
sólo para quedar al fin 
con este perro viejo 
masticando los recuerdos de su dueño 
que fue también el mío.








Así llegó la despedida

Así llegó la despedida tan temida 
él la miraba sin decir palabra 
ella se deshacía en muchas. 
Sus manos se juntaron 
como se funden las manos de un amigo 
y sonrieron. 
Así cerraron trato; 
cruzó él la calle 
ella quedó sentada mordiéndose los labios, ya resecos. 
Sus ojos naufragaron sin remedio. 
Entonces fue que anochecía- 
El hombre se encorvaba sobre el tinto. 
La hembra maduraba 
-y algo dentro suyo- 
Por eso en las mañanas de verano 
ella le cuenta al niño que él no supo 
la historia del varón que tanto quiso 
y que una tarde con el viento 
partió para volver en su presencia 
sin saberlo.

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