sábado, 26 de marzo de 2016

JOSÉ MANUEL CRESPO [18.309]


José Manuel Crespo 

Nace en Ciénaga, Magdalena, Colombia  el 29 de mayo de 1942. Es hijo de José Manuel Crespo Labarcés y Elisa Campo Reguillo. Su trayectoria como poeta se ha hecho presente en algunas antologías nacionales como en la de Andrés Holguín Antología Crítica de la poesía colombiana (1974), y su obra narrativa en textos investigativos como los de Álvaro Pineda Botero Del mito a la posmodernidad (1990) y Estudios críticos sobre la novela colombiana 1990-2004 (2005), además, es citado en trabajos de investigación literaria como el de Raymonds Williams Novela y poder en Colombia (1991).
Entre sus libros de poemas se destacan: Sinfonía vertical (1963); Catarsis (1966); Adoración del fuego (1973);  Ciudad del horizonte (Premio nacional de poesía “Guillermo Valencia” de Colcultura. 1975); Talud (1976); Coros en la neblina (1993) y Ulises, hombre solo (2004) con el cual ganó el premio nacional de poesía HJCK 50 años. Sus obras en prosa: el ensayo político-literario Basuras del tiempo muerto (1978); la obra histórico-política realizada para el Senado de la República junto con, Carlos Corsi Otálora y Edgar González Silva, El Estado auténtico (1997) y las obras: Qué será de Paola Silvi? (1981); La Promesa y el reino (1984); Largo ha sido este día (1987); Ánimo contra el miedo (1988); Considéralo un sueño (1998). Actualmente tiene terminada otra obra, la cual está organizando para publicar.

Puede consultar más sobre la vida y obra de José Manuel Crespo en el sigueinte enlace: 
http://luzstellahurtado.blogspot.com.co/2010/06/biografia-jose-manuel-crespo.html




SOLEDADES II

Desde los días de antaño te he aguardado, amor /mío,
Aquí he echado raíces y sombra mi añoranza.
No me ha pesado haberte dado mi ser, mi sangre,
ni esta hoguera que vive por el amor a los sueños.





AZUL II

A causa de los ángeles lo digo:
a tu lado no hay tedio ni pensamientos de muerte
porque tu ser es puro como una luz de mañana
de otros tiempos.
Nací para quererte. Era tu sombra
lo que andaba buscando por la vida.
Era tu piel oscura, tu silencio, tus ojos
donde todos los sueños perdidos se encontraron.





ACASO

Soñé un olvido. Mi olvido
era otra forma de verte.
Se sueña lo que se espera:
el girasol o la muerte.
Pero el sueño siempre vuelve
por lo profundo del día
y el que diga lo contrario
saber no es sabiduría.






LA TRINITARIA VI

Y esto es lo que sucede:
oigo una casa sola,
oigo el aire de aquellos travesaños azules,
oigo jardines con estatuas rotas,
oigo sus rosaledas amarillas,
oigo un racimo de uvas negras,
oigo el siu-siu de los ramajes,
oigo un enjambre de jazmines,
oigo el turpial cascabelero,
oigo un eco de insomnes atabales,
oigo una pluma de quetzal herido,
oigo el viento enseñándole a mentir a la espuma,
oigo un cocuyo dentro de un hondo sonajero,
oigo una tibia lámpara de lágrimas,
oigo todo el inmenso frenesí de la sombra,
oigo un rastro de arenas y venados,
oigo un reflejo de obsidiana,
oigo un jinete en llamas que desde el mar amargo
se lanza espada en mano contra el claro de luna.





MI PADRE II

Ahí estaban los cerros, el mar, el mirto verde.
Nadie los trajo. Nadie.
Pero qué tarde supe que el tiempo era precioso
y el mundo que era tuyo (!huésped antiguo, /padre!)
se ha ido en los extraños bazares de las horas
y tú mismo reposas con los muertos de antaño.
A orillas de los ríos de Babilonia
y entre sordos rumores de esperanza
me vulnera ese sol viejo de días
y a fuego lento y en verdad y en alma
voy viviendo la luz de tu regreso
y en silencio recuerdo con memorias amargas
que estando entre nosotros
tú decías estas cosas.
Aquí no tengo tu nombre.
En ti no fue bendita ninguna tribu, padre.





LA REINA I

A Rogelio Echevarrya

Es el camino el que parece
irse alejando de mis pasos.
Aquí una reina de los celtas
vivió sus últimos ocasos.
No imaginaba que las furias
saben matar con la mirada,
ni que hay un ser que sin mirarnos
puede sumirnos en la nada.
Se dice que los pescadores
que en la alta noche navegaban,
por el revuelo de cocuyos
de sus balcones se orientaban.





QUESSEP

Un príncipe loco y santo
por el mar de olas doradas
buscando el Grial y el acanto
siente el olor de las hadas.





ROCA

A ti que eres el viento que sopla donde quiere
y desvela del fuego la profunda persona,
a ti que eres el viento te doy las soledades.
Seis cuerdas he templado para voces de duendes:
ese rencor que somos también tuvo saudades.





ROCA II

Por las quemadas lunas del carnaval, hermano,
pidiendo un horizonte desde la sed venía
la dicha que requiere vivir eternidades.
El alma es ese soplo que gime en lo profundo:
cielo, caballo y muerte contra los arenales.





HEMINGWAY

Había una vez un niño
que cazaba leones en safaris, en sueños,
- casi no hablaba sino de leones,
su sombra era una brisa de leones -
para olvidar el miedo que le daba
esa mujer con la mortaja suelta
que le hablaba al oído y le dejaba
los sueños olorosos a ceniza.






BORGES I

A Luís Carlos Ibáñez

Los dédalos del mar -ese venero
de la bruma, del celta y de la espada-
eran sueños de Borges, no eran nada:
humo es el bosque en la visión de Homero.
Pero el Cristo que sangra en el madero
fue borrando este mundo a su mirada
para que el hombre de la voz quemada
se fijara en el otro, el verdadero.





BORGES II

Como al cíclope gris de "La Odisea",
un destino que Nadie le desea
le ha quemado la frente, lo ha vencido.
Ahora sabe que es Dios quien lo deshoja
y que en el canto es un resto que se arroja
a las fieras, al viento y al olvido.





GONZALO ARANGO I

Nunca tuviste casa propia.
Quiero decir, Gonzalo,
que no habrá para ti casa-museo.
No se verá un turista que sacrifique un cine
o una tarde soleada
para fotografiar tu biblioteca,
tus papeles, tu mesa de trabajo.
Esos lujos se quedan para Byron o Pushkin
que eran nobles o al menos con nobles se
codearon.





GONZALO ARANGO II

Tu eras un "indio" con la pata al suelo
y no fue de violetas sino de amarga vida
de lo que al fin moriste
solo en el Valle de los huesos secos
porque los caminos del Señor son intrincados,
porque el barro que amasa la ilusión es ajeno
y porque ya se sabe que no hay cuña
que apriete más que la del mismo palo.
Las del mar azul, combates, fugas:
un poquito de todo era tu Nada.
Nadie le exprimió tanta soledad a la vida.





GONZALO ARANGO III

Alguna vez, hermano,
¿No te sentiste el pobre, la manzana podrida?
¿No anhelaste ser otro, ser el fuego,
el que a hierro, el que a besos, el que a conciencia /mata?
Solo en la intimidad de la tormenta
diste alondras al hambre visceral de la tierra
pero no conociste la miseria del ángel
que olvida en los burdeles su manto de arco iris
y sale a mendigar glorias ajenas.





GONZALO ARANGO IV

¿De qué profundo manantial de sueño
-loco de luto azul, bardo sombrío-
rescatabas el Grial estremecido
por la sangre mortal de las estrellas?
Tanto injuriar los mitos y mira tú: la gloria
-sol de muertos es, moneda oscura-
recorta tu perfil contra el olvido.





GONZALO ARANGO V

!Tanto injuriar los mitos! En esos años ebrios,
¿quién no habló de fusiles y ballenas azules
y de un lobo mirando pasar por las praderas
un velero seguido por tres venados blancos?
Pero la brisa del mal tiempo
le fue quitando el polvo lunar a tu vestido.
Tu fin fue la caída de un gran álamo rojo.





GONZALO ARANGO VI

¿A quién, con qué zahena y en qué reino de nieve
-hombre de las cavernas, buscador de zafiros-
compraste ese sepulcro para enterrar tus sueños?
Los dormidos, los tibios, los que siempre bostezan,
te vieron macerando tu amapola rabiosa
y dijeron: ¿Poetas? !Bah! pensaban
que a los locos había que llevarles la cuerda
para que allá en su propia torre negra se
ahorcaran.





GONZALO ARANGO VII

"No importa", nos dijiste. Tu sabías
que lo más parecido que hay a Dios es el fuego.
Nada se opone a que tu sombra vuelva
cruzando las tinieblas de ayer y las de ahora.
Y falta que nos haces. La peste hierve, amigo,
alguien lava un puñal en el aljibe
y a las oscuras golondrinas
un viento color brasa les incinera el nido.





GONZALO ARANGO VIII

Cuando lleves un siglo recordando y regreses,
¿dónde hallarás, hermano, la muerta primavera
y los pobres gorriones al servicio del cielo
si la sombra del agua fue quemada
y la florida rama del mirto convertimos
en vara de alambrada y en mango de cuchillo?
Pensabas que la fiesta jamás se acabaría
-billarista, juglar, monje, comaca-
y fíjate que zarzas heladas nos ocultan

el mar donde la luna se llena y se vacía.




A propósito de ULISES, HOMBRE SOLO de José Manuel Crespo

Por Omar Garzón


Hace unos meses recibí de manos del editor Mario Torres un ejemplar del más reciente número de la Revista Exilio, editada por el poeta Hernán Vargascarreño y dedicada esta vez al autor José Manuel Crespo (Ciénaga, Magdalena. 1942). El título de este número de la revista es Ulises, hombre solo.
Exilio se dedica exclusivamente a difundir poesía. En cada una de las entregas que esta revista  hace encontramos, por lo general, una selección de poemas de uno o máximo dos autores. En este caso, la edición No. 24 nos entrega el extenso poema Ulises, hombre solo, el cual he recibido como un grato descubrimiento.

Este largo y cuidadoso poema de Crespo es un trasegar por caminos y hendiduras que siguen el fino hilo de un profundo soliloquio en el cual no sobran las imágenes que desnudan, de manera magistral, todos, o por lo menos casi todos, los estados en los que se puede envolver un hombre: la resignación (No sé ni quiero (¡es tarde!) saber lo que pasaba), la dicha, el temor, la tristeza, la alegría, la angustia, el desánimo, incluso la desesperanza (Eso es lo misterioso: sé gobernar un reino,/ sé manejar los remos, sé ganar una guerra,/ pero no sé quién soy. Todo fue inútil) y lo efímero (No soy sino ansiedad, tierra de paso), expuestos aquí de manera que el lector logra hacerse a un lugar entre las líneas intercalando su papel, pasando de testigo a protagonista, y viceversa, a lo largo de este enramado de versos a veces punzantes y certeros:

No porque me lo inspiren los dioses sino para
no tener que callar, aquí en la fuente
donde el ciervo se asoma al plenilunio,
digo que en vano nos hicieron,
que a nada hemos brotado de la tierra.

En este soliloquio, Crespo nos trae una voz que encierra una fuerte carga existencial que no raya en la sentencia por la manera intimista pero a la vez sencilla en que se nos presentan. Por ejemplo, temas como el nunca desgastado fenómeno del amor en este caso se nos revela a través de una descripción que propende por eternizar el cuerpo distante y latente sólo en el recuerdo:  

Eres joven: la vida
Apenas si ha pasado su sombra por tus ojos.
Y, sin embargo, eres más vieja que la luna:
tú conoces los juegos del azar, el origen,
la malicia del agua que fluyendo a lo ciego
finge no darse cuenta del mal que hay en la tierra.
Las tres sílabas negras de tu nombre contienen
todos los viejos himnos, las músicas errantes,
ese azul de los mares que nos cambia la vida.

Este es un poema que inevitablemente me hace volver a la infancia varias veces a través de algunas de sus imágenes (giraba como giran los colores/ de una burbuja transparente), un poema que dibuja en mi memoria referencias que hice mías en esa temprana etapa de la vida. El verso "aves tan raras que ni nombre tienen" me obliga a remitirme a citas como “El mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo” sin que con esto quiera decir que las dos tengan relación alguna en su raíz; o esa otra línea que nos muestra la Ley del Talión que descubrí también muy temprano en mis lecturas bíblicas y que ahora redescubro acá, en este Ulises tan cercano a nosotros:

La violencia debe ser contestada
con violencia, y el poder con la espada
de doble filo del poder. ¿No es esa
la dura ley del bárbaro y el griego?

Y digo que este largo poema compuesto en verso libre es cercano a nosotros porque al leerlo es evidente que su lenguaje “en cierto modo más colombiano que griego”, como bien apuntaría Nicolás Suescún en la primera edición de Ulises, hombre solo, nos propone una esencia más caribeña que mediterránea. Este último aspecto se hace evidente en versos que funcionan como pausas y respiros en medio de la lectura de largo aliento que requiere el texto. Versos que saben sortear esa delgada línea que separa la articulación del poema de la ruptura del mismo: Ulises, el prudente, por momentos tenía/ la mente más torcida que una pata de perro. Esa característica también es latente cuando leemos aprendiendo a vivir con ese miedo/ (¡y el miedo da una sed!) y resignado/ a estarme quieto y respirar pasito, o Pero ahora mi ser en los pinares/ (ese cansado azul va para viejo)/ se despierta la víbora dormida.

Un poema compuesto por casi cinco mil versos que después de ser leídos en su integridad podría deleitarnos en cualquier momento con algunas partes que también funcionar perfectamente como cuerpos separados sin que éstos dejen la sensación de que el lector se perdió de algo:

Esa fuga en la noche era mi forma
de salvar el mañana, de salirme
por atajos profundos, de negarte
predominio y rigor sobre mis días,
fuerza del mal, todo poder, destino.
¿Qué buscas? ¿Qué más quieres? No te bastan
los inmensos políperos del odio,
las furias, las mesnadas asesinas,
las ciudades saqueadas, los aleros
y nidos consumidos por el fuego,
los éxodos del hambre y del espanto,
las preñadas abiertas a cuchillo,
los aullidos, los niños estrellados
contra los muros del pavor, la sangre,
ese espeso jarabe de cadáveres
que lamieron los perros en las calles
de Ilión en el plenilunio?...

En este Ulises, hombre solo, de José Manuel Creso, podemos encontrar muchas voces pronunciadas en diferentes momentos o estadios humanos, lo cual impregna el texto de diversos tonos que todos juntos forman un solo canto, un solo poema narrativo con el cual se busca exalta el tiempo, el olvido y la memoria en medio del tormento que puede llegar a significar el hecho de verse encerrado en cualquier isla Calypso de la vida cotidiana.

Es necesario aproximarse varias veces a estas líneas para descubrirnos en ellas, para vernos y hablarnos a nosotros mismos hasta que ya no tengamos nada que decir, hasta que seamos sólo sílabas perdidas en los colores que nos hacen y nos forman, como bellamente lo afirma el poeta:

… el mundo y su verdad: sólo la mano
(la mano que debido a la pericia
del arisco pulgar que sigiloso
se aproxima, distancia o contrapone
al ritmo de los cuatro inseparables,
abre, cierra, trabaja, pulsa, siente,
y en su mímico juego hace posible
 que el logos interior, el verbo ciego
se colme de color y de sentido,
que un niño con los párpados cerrados
perciba y reconozca la violeta,
o que el hombre sin voz, el perro mudo,
exprese lo que siente y sustituya

con el signo la sílaba perdida)

http://farodesnudo.blogspot.com.es/2015/12/jose-manuel-crespo.html







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