sábado, 21 de febrero de 2015

MEDARDO ARIAS SATIZÁBAL [15.015] Poeta de Colombia


Medardo Arias Satizábal


(Isla de Buenaventura, Colombia  1956). Escritor y Periodista. Su primera novela, Jazz para difuntos, (Xajamaia Editores, Santa Fe de Bogotá, 1993) fue preseleccionada al Premio Latinoamericano de Novela Pegaso (1994), entre 483 obras de todo el Cono Sur. Dicho evento, auspiciado por la Corporación Mobil, tuvo como jurados a Gregory Ravassa, traductor al inglés de Cien años de soledad y otras obras de García Márquez; Margaret Sayers Peden, traductora en Estados Unidos, de Octavio Paz, Pablo Neruda, Carlos Fuentes e Isabel Allende, entre otros, el crítico brasileño Alfonso Romano de Santa Ana, y los poetas María Mercedes Carranza y Darío Jaramillo Agudelo.

El escritor y crítico argentino Noé Jitrik, Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, consideró que esta obra, Jazz para difuntos, es una de las creaciones de mayor valor narrativo en tiempos del posboom, en su ensayo Separación, no parricidio publicado en el diario El Espectador.

En 1987, apareció su primer libro en Colombia, con el título Luces de navegación, el cual mereció el Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia.

El compositor estadounidense Douglas Bruce Johnson, musicalizó en el 2002, cinco de sus poemas; la obra sinfónica, con participación de la contralto Elizabeth Anker, fue presentada en la Longy School of Music de Cambridge, Massachusetts, bajo el título Palabra, obra y corazón, cinco poemas de Medardo Arias Satizabal. 

Arias Satizábal ha recibido el Premio Nacional de Cuento en dos ocasiones en Colombia. Su selección de cuentos Esta risa no es de loco (Premio Nacional Ciudad de Bogotá-V Centenario del Descubrimiento), fue dada a conocer en 1992 por la editorial Educar Editores en la Exposición Internacional de Sevilla, España. Su primera selección de cuentos, Juego cerrado, fue distinguida con el Premio Nacional de Cuento Universidad de Medellín.

En diciembre de 2000, la Editorial Alcayuela de Salamanca,  publicó su novela Que es un soplo la vida, en la cual el autor se ocupó del viaje final del cantor de tangos Carlos Gardel, entre Colombia y Argentina en 1935.

Una investigación pionera sobre la literatura que se escribe en la costa del Pacífico Colombiano, lo llevó a publicar la antología De la hostia y la bombilla, el Pacífico en prosa (Universidad del Valle, 1992), el cual es texto de estudio en numerosas universidades de los Estados Unidos y Europa.

Su libro Las nueces del ruido (1992), distinguido con el Premio Nacional de Poesía Luis Carlos López de Cartagena de Indias, fue lanzado en 1989 en Roldanillo, Colombia, por el Museo Rayo.  

Arias Satizábal  realizó en 1981 una investigación sobre el origen del ritmo afrocaribe Salsa, la cual fue publicada en doce entregas en el Diario Occidente  de Santiago de Cali. Este trabajo fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, como Mejor Serie Investigativa. El escritor peruano Mario Vargas Llosa actuó como Testigo de Honor y  le entregó el reconocimiento. La investigación es considerada pionera en su género en América Latina, junto a la del venezolano César Miguel Rondón.





De lo remoto

Si de algo remoto hablamos
 es del canto del gallo;
 esa canción monótona
 funda la mañana bíblica
 siembra incertidumbre
 en el reo que espera ver
 amanecer
 de cara al huerto.

 El gallo triplicó la peste
 cuando una mano en sangre
 anunció el desfiladero
 de los condenados
 en la puerta de los gentiles.

 La mañana imperial de Roma
 tuvo en esa balada
 un blasón
 para cubrir con alguna nobleza
 la rueda lenta del esclavo
 la noche del circo
 y el vicio.

 Canto de gallo
 es el alba silenciosa de los derviches
 la cabeza que yace sin ojos
 al fondo de los alambiques
 vino negro para trenzar
 maldiciones
 a las más viejas locuras.

 En lo alto de una azotea en Creta
 alguien petrificó al perfil del alba
 la cresta erguida
 corneta al mar.

 Si de algo remoto hablamos
 es del canto del gallo;
 su cuello dorado
 inaugurando la trinchera de los galos,
 su plumaje hecho bandera
 arrumado del lado de la pólvora
 gasa de los hospitales,
 su mirada soberbia
 tras el tambor de la guerra.

 Si un gallo canta
 sabemos que aquello viene de bien lejos.





DE UN SOL QUE NO CONOZCO

(Para Mariangela, pensando en su foto de niña desnuda)

De la tierra que fue fértil
De las carretas que el trigo olvidó
Y bajo los arcos de heniles derrumbados
Vino hasta mí el chachareo de tu infancia
Desnuda bajo un sol que no conozco.

Sonríes al aire de esa tarde 
Y esa tu inocencia, es margarita entre los dientes
Como mirar los ríos que sin culpa van al mar
Los viejos caminos que olvidó el imperio.

En una tarde de Hartford, recordé 
Tus labios de fresas trituradas
Y esa pequeña desnudez de pájara-zagala
Y te llamé "gusana…"
Eras tan frágil y dulce entre mis brazos
Y así te evoco, ahora que el ruido de la lluvia
Me dice que te amé
Y hubo besos alumbrando este lado del corazón
Hoy sótano en escombros.

Es dulce recordar el pasado
Si el amor regresa para decirte
Que la felicidad fue verdadera
Que hubo un tambor, un mar, una plaza, una canción,
Una gusana cobijada contigo
Bajo la bóveda silente de las estrellas.




LA FIEBRE

En el hospicio, la clara luz
que viene del mar, hiere la mirada.
El hedor de varias guerras ha dejado
manchas de cloroformo en las sábanas
y una energía que viene de lejos 
inyecta en mis ojos la fuerza viva
de los magos.
Viejos periódicos vienen a mí
ruedan humosos sobre la rueda
de duendes invisibles.
Aquella unción quema mis manos,
me deja el calor del poder recobrado
hace que el manuscrito se eleve hasta mis ojos.
Salgo después a quemar mis retinas
en el resplandor de las fundiciones;
La noche es árida y húmeda
pero en los muelles no hay guardianes
y la candela sube hasta el cielo de los navíos negros
que llevan automóviles a toda la tierra.
Pronto, el día de los pantanos
me devuelve la errancia por las orillas de espadañas
donde otro día unos galeotes
calafateaban con grasa
de pez amarillo.
Las hijas de Nefertiti
tienen la mirada oscura las piernas fuertes;
caminan gráciles por encima de mi cabeza
Yo, desde el barro, les devuelvo un puñado de sombras.
Ellas llevan azafrán en la cabeza
y el viento del golfo a su favor.
Aquellas miradas sanan, 
me devuelven el sonido limpio del agua.




MI MUJER

Mi mujer es judía y china al tiempo
y acaba de mostrarme su uniforme de Girl Scout.
He visto las cintas de colores prendidas a su guerrera
aspirado el olor del tiempo en esta prenda de sus seis años
cuando juró, en un bosque de Toronto,
defender el honor de "la Reina Elizabeta…"
La vio pasar un día, saludando con sus guantes verdes
desde un coche descubierto.
Los niños scouts le hicieron calle
con banderas canadienses. 
Mi mujer, a quien amo,
habla un español divertido
y a las cosas menores, de poco valor,
las llama "cachucherías";
a las ganancias, "prófitos".
Hace poco, contemplada como es en sus mimos
reconoció sentirse en mis brazos como una "foca bebé";
mi mujer es así,
leal y seria cuando habla de música,
inventa palabras que vienen de su lengua inglesa
duerme con los lentes puestos
y debo desatar los libros de sus manos
dedo por dedo;
le digo que es la china más divina,
y ella me contempla desde la luz y el silencio.
Amo sus pies, su nariz, sus manos pequeñas que inventan mundos para mí.
Hemos pasado noches enteras zurciendo wantanes 
o amándonos debajo del piano.
Ayer me enseñó a pegar un botón,
a planchar camisas
y a sazonar pasta de arroz con salsa de ostras.
Hay un misterio que vaga por la casa
cuando ella decide tocar "Rabo de nube"
o "María Cervantes"
para derretir la nieve.
En las mañanas, muele su propio café.
La encuentro única. Es mi mujer. 





Balada con gasolina

Desde la balaustrada despedazada
de esas casas ocres cercanas al muelle
desde los balcones donde una guitarra
tocaba sola su canción de adioses,
bajaban a mi niñez
-palomas ciegas-
las ropas colgadas al viento,
su escenario rítmico
de teatrillo de títeres,
los barquichuelos viejos
donde un motorista cojo
sacaba lluvia y gasolina de su lanchón de adioses.
Sobre la bahía,
un pisacorbata oxidado
oscilaba como un péndulo
para proclamar el fin de la peste, 
y en la colina, en la iglesia
consagrada a un santo italiano,
la torre liberaba música de armonio.
Sigo ahí, cuarenta años después
sin guarecerme de los recuerdos.
Estoy desnudo debajo de ellos, 
escribo con esta tinta
mezcla de combustible
pitos de remolcador
sangre, lágrimas y pájaros difuntos.




RAZONES PARA ESTAR VIVO

Puedo dar fe de la pulpa de las peras,
del jugo lechoso de las manzanas amarillas,
del vino rojo, espeso y dulce de los mangos
escurriendo entre mis dedos,
del perfume edénico del limonero
en la medianoche de las neblinas
y de esta fragancia frutal que me lleva
por el aire del trópico
frutanauta encantado.
Puedo dar fe, otra vez,
de las mandarinas que nos presienten
desde sus cascos de suave almíbar
de los aguacates que se pliegan a las cucharas
con la suavidad de un beso,
del melón en la nítida luz de la mesa,
de las guanábanas abiertas en la tierra
desgajadas al mundo desde su leve madurez,
de los zapotes derramados a la avidez del ojo,
su fibra de miel desnuda,
su impúdica pulpa
exhibida en la carreta
entre al ardoroso atardecer de un lunes santo.
Puedo dar fe del viscoso almíbar de los caimitos,
de su néctar más hondo.
¡Ah!, qué decir de las badeas,
su frondoso techo vegetal
sobre nuestro vocerío infantil,
sus jugos saciados por la sed de los pájaros,
perfume ventilando el recuerdo.
También sé que las piñas guardan
la húmeda serenidad de azúcares recónditos,
que la papaya juega a ser humilde
y es doncella de insospechadas lujurias.
Me perdonan las frutas que ahora no puedo recordar,
pero la carne tierna de las pipas,
cocos mecidos en el parto de las palmeras,
confirma otro motivo para estar vivo.
Doy gracias por el agua del coco
dulce como tus pezones
entre el sueño de las sábanas,
bebida silvestre a la boca del errante,
agua destilada del océano,
savia venida del corazón de las ballenas.
gracias doy por estos dones;
gracias, muchas gracias!



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