jueves, 3 de julio de 2014

GAUDENCIO RODRÍGUEZ SANTANA [12.154]


Gaudencio Rodríguez Santana

Nace el 7 de noviembre de 1969, en Colón. Es el mayor de los dos hijos de Gaudencio Rodríguez Uría y Claudina Dalia Santana López. Reside en el Consejo Popular España Republicana, en el municipio Perico, provincia Matanzas, Cuba.

Escritor, poeta, crítico de arte y literatura. Miembro de la Unión de Escritores y Artistas Cubanos (UNEAC) y miembro de honor de la Asociación Hemanos Saíz (AHS). Ha realizado numerosas publicaciones, su obra le ha merecido varios premios.

Publicaciones

Ha realizado publicaciones en diversos medios como la revista Matanzas, Revista del Vigía, Mar desnudo, La Jiribilla, el periódico Girón, en El Caimán Barbudo y Cubarte. Alguns de sus trabajos se encuentran en sitios de Internet como Sitio del Alba, Cubaliteraria y Atenas.

Libros

De cabeza sobre el mundo, Ediciones Vigía, Matanzas, 1989
Accidentes, Ediciones Aldabón, Matanzas, 2003.
Teatros Vacíos, Ediciones Matanzas, 2003
Glosas (tres sonetos de Pedro Salinas), Ediciones Vigía, Matanzas, 2004
El Gran Padre, Ediciones Vigía, Matanzas, 2004.
En la moviola, Ediciones Ávila, Ciego de Ávila, 2006
Los versos de Martí, Ediciones Vigía, Matanzas, 2007.

Premios

2003 Premio José Jacinto Milanés de Poesía.
2003 Premio América Bobia de Poesía, de Ediciones Vigía.
2005 Premio Juegos Florales de la AHS en Ciego de Ávila



Poemas del cuaderno "Teatros Vacios" de Gaudencio Rodríguez


Es raro que me siente a escribir sobre la soledad
en la vieja luneta de un teatro.
(Los teatros no son para otra cosa
que no sea contemplar desde sus bordes
historias de muchachas que nunca serán mías.)
Y es raro también que nadie sepa
qué hay después de la función.

En los teatros vacíos solo quedo
mientras en viejos pedacitos de papel
alguien dejó recados para una muchacha.
Sé que ellos ahora deben conversar mientras canto
desde el secreto de la lluvia
que afuera se hunde en mis lugares preferidos.
El mundo puede ser sencillamente
el poco de papel que riego por el mundo
mientras la noche es eternamente lluviosa.
  
Sé que ellos ahora
no saben que en algún momento
mi felicidad es imaginarlos haciendo el amor
en un cuarto de paredes rotas,
entre las sábanas sucias de otros tantos cuerpos
que se han perdido en la soledad de los teatros;
y en mi anónima canción que ni siquiera el viento
deja entre las ramas vacías de los árboles.




Oración del Hermano Gaudencio

Cuentan Las Florecillas que la oración del hermano
Maseo consiste sólo en decir U, U, U, U. Y que la
oración del hermano Bernardo consistía en correr por
el monte.
Ernesto Cardenal (Vida en el amor)

I

No puedo perderme entre las vocales repetidas
en las paredes del claustro.
No tengo el ánimo de andar las casas pobres
y los callejones donde a veces a descansar
se sientan los amigos.
No acudo a los montes a recorrer cada mañana
las hierbas, los arbustos, las ramas caídas.

Sólo es andar entre las páginas mal queridas
y los salmos deshechos/ la conjugación de mar
y restos de eternos poemas ardidos.
El paso de este hombre que apenas halla siempre
la arena que deposita en nuestro corazón
una lámina oscura de silencio.

A mí me valen estas plegarias tanto como andar
con aquellos mensajes que apenas son conocidos
por el libro sagrado. Éstas son mis necesidades
de regresar a lo infinito que ya nadie
deja de invocar cada vez que se descubre.
Nada me dice qué hacer, y sólo creo adivinar acaso
la actitud de ángel de los niños, o el demonio que pasa
junto a la carne de los desamparados
y el gesto mío cuando escribo de noche.

Si al menos hubiera aprendido a encender incienso
en el lejano rincón de los patios,
hasta sería más fácil la mano desnuda
entre el llanto y la sal, junto a la parábola
que surge al borde del camino.
Hasta tendría el polvo, y los alucinados misterios
de quienes llegan a descansar
sobre las piedras deshechas del camino.

Yo quiero apenas una voz que salude
y sepa de mis hijos, los eternos golpes que dan
a las tablas desnudas, a los amigos en el hombro.
Anónimas mujeres quedan sólo en mi voz
para escuchar el poema salvaje
sobre la premonición del signo cuando acaso

me siente a descansar por fin en la calleja,
casi al borde de las primeras hierbas
y los pequeños insectos del campo.
Yo apenas suelo dormir después,
entre los hermanos que pasan
a recoger los frutos sagrados del almendro,
flores secas ya para el altar de sus manos.



II

Me quedo sobre la grama oscura,
junto a la maleza que acaricia mis tobillos
y el frío de la noche regala a mis espaldas
el sonido lejano de estrellas y diamantes.
(Ésta es sólo la moneda que paga
el ademán del río, el rostro que una vez
fue dádiva de payaso entre quienes no ríen.)
Miro que nadie me sepa cercano a su secreto.
O que otros puedan verme tan alejado
que apenas queden en mi corazón
estas palabras que rezo.

El alimento frugal de la palabra
acaso es una providencia que nadie puede hallar
en esta lejanía a la que acostumbro
mis ojos ya cansados.
Y ésta es la razón sobre la que otras veces
puede mi nombre ser secreto a los otros.

Ciertamente esta no es pues mi casa.
Mi lugar es un túnel/ un árbol donde ahora
cantan las lechuzas y los ángeles apenas
son dos alas enormes en la hierba mojada.
¿Qué más plegarias para aquel que no sabe
dónde pueda Dios perdonar sus misterios,
el hábito nocturno de no hallar en sus manos
los pechos repetidos, la culpa de vagar
sobre el gesto de asombro de los otros?
¿Qué abrigo que no sea tal vez estas palabras
sobre las que alguien pueda un día
decir que no conoce, imaginar para siempre
el borde de su desesperanza?

Sólo queda un poco de mugre sobre la cuartilla,
ante las páginas que ya nadie
se atreve a leer en medio de la hojarasca,
las raras promesas del pan.
Sólo queda un lugar, — tan distante —,
donde decir no y me comprendan.
El hielo azuloso que desciende
hasta el amen vacío con que a veces
callo deshecho como nunca
y siembro un olivo que crecerá
en lo más alto del mundo.

  




La sombra de un hermano

A veces siento la sombra de un hermano
sobre la rama desnuda de los árboles.
Él y yo íbamos a recoger las frutas del viento,
las pocas hojas que dejaba la lluvia.
Hacíamos del juego una ilusa frontera
entre la verdad y la nada.

Z

Mi hermano, acaso el atrevido,
traía las hojas más verdes,
y en cambio yo esperaba otra vez la lluvia
con su descenso de animal sobre la tierra.

Z

Pero ese hermano se ha perdido.
Nunca pudimos juntos correr hacia los trenes
o comer las frutas de otros árboles, las ilusiones
que bogan en los ríos revueltos.
Ese hermano se hunde en la memoria
con un rostro difuso. Tímido e infantil
deja sus juegos encima de las ramas
y es una sombra, un epitafio cruel
de los días que vienen desde enero.

Z

Hoy he aspirado su aire en la lejanía
de las edades que fueron. He creído
hallar en sueños un poco de la imagen
que pensábamos lanzada contra el mar por la tormenta,
y el estruendo se torna
este pan tan sencillo que bosteza
como cada estación antes que empiece el alba.

Z

A veces siento la sombra de un hermano
que dibuja tras de mi los versos que me dicta.
Un hermano pondera el talento del hermano mayor,
ilustra su elocuencia.
( Sólo me queda
el sonido de las ramas que desnudan los vientos
y las hojas que lavan las madres en otoño.)









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