domingo, 29 de septiembre de 2013

JAIME JARAMILLO ESCOBAR [10.587]



Jaime Jaramillo Escobar

Jaime Jaramillo Escobar (Pueblorrico, COLOMBIA  25 de mayo de 1932) es un poeta colombiano. Co-fundó con Gonzalo Arango y otros escritores el nadaísmo, movimiento de índole contestataria que cambió la percepción de la literatura y el arte colombianos a mediados de los años 60. Su propia obra se caracteriza por la ironía, el sarcasmo, los juegos paródicos del lenguaje popular, la irreverencia y el tono sentencioso con el que satiriza la sociedad y sus instituciones.

Vivió su infancia y juventud en varios pueblos antiquismos especialmente en Alta mira y Andes, donde fue compañero de Gonzalo Arango. Cuando, en 1958, su antiguo condisos del judaísmo en Medellín, Jaramillo Escobar, quien a la sazón vivía en Cali, decidió sumarse al movimiento, encubriendo su verdadero nombre bajo el seudónimo X-504. "La X es también para preguntar quién soy. Es una interrogación. El desconocido que te interroga. El que pasa por tus manos sin darse a conocer y se va después de haberte dado todo, menos su nombre. Soy el nombre falso de la verdad [...] X-504, número de presidiario [...]. X-504 existe para que Jaime Jaramillo Escobar pueda vivir libremente, sin el peso de la literatura y de la admiración", explica Jaramillo Escobar.
En contraposición con el carácter incendiario y revulsivo del nadaísmo, la discreción de X-504, paradójicamente, resultaba casi escandalosa. Gonzalo Arango lo describió como el más raro de los nadaístas, pues paga religiosamente el arriendo el último día de mes, gira cheques con fondos, usa chaleco, todas las mañanas a las 8 en punto le da los "buenos días" al patrón, etc. No obstante, el poeta más parco del nadaísmo terminaría siendo reconocido como el mejor de todos. El premio Cassius Clay de poesía nadaísta que obtuvo en 1967 con su libro Los poemas de la ofensa, así lo demuestra. Este libro, junto con Los elementos del desastre, de Alvaro Mutis, Morada al sur de Aurelio Arturo y Baladas de Mario Rivero, es considerado como lo más logrado de la poesía colombiana escrita entre 1950 y 1975. En los 44 poemas que conforman el libro, Jaramillo Escobar despliega los rasgos característicos de su escritura: poemas extensos dispuestos en frases a manera de versículos; adopción de un tono sentencioso propio de tradiciones épicas y bíblicas, matizado con humor e ironía; y, sobre todo, un contrapunto exultante entre las grandes y colectivas cosas con las pequeñas y personales:
"Os preocupáis demasiado de que vuestra casa esté limpia, /y de que vuestros negocios estén sucios. / Lo importante es mantenerse ocupado todo el día, / porque no sabéis qué hacer con el tiempo libre. / Y por eso vivís inventando cosas permanentemente. / Pero yo os digo: / Hay que hacer esta noche una fiesta privada en casa de cada cual, / porque hoy es víspera de la muerte. / Apuráos" ("Comentario de la muerte").
X-504 ha publicado, además, Sombrero de ahogado (1984) y Poemas de tierra caliente (1985), con los que ganó, respectivamente, los Premios Nacionales de Poesía Eduardo Cote Lamus y Universidad de Antioquia, en 1983. En su antología Selecta (1987), incluye poemas de dos libros inéditos: Poesía revelada y Poesía pública [Ver tomo 4, Literatura, "El nadaísmo", pp. 271-274].g JOHN JAIRO GALÁN
En la actualidad dirige un taller de poesía en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.

Obras publicadas

Poemas de la Ofensa (1968).
Extracto de poesía (1982).
Sombrero de Ahogado (1983).
Poemas de tierra caliente (1985).
Selecta (Antología,1987).
Alheña y Azúmbar (1988).
Poemas principales. Editorial Pre-Textos. 2000.
El ensayo en Antioquia (2003).
Barba Jacob para hechizados (ensayo, 2005).
Método fácil y rápido para ser poeta. Editorial Pre-Textos. 2011.

Premios

Premio nadaísta de poesía Cassius Clay, 1967
Premio nacional de poesía Eduardo Cote Lamus, 1983
Premio nacional de poesía Universidad de Antioquia, 1983
Ha recibido numerosos homenajes y su obra ha sido profusamente antologada, estudiada y difundida en distintos libros, revistas, periódicos y medios audiovisuales. Por más de dos décadas ha ejercido como maestro tallerista de jóvenes poetas en la Biblioteca Pública Piloto de Medellín.





PERORATA

¡Señoras y señores, oh, señores!
Mirad esta caja roja. ¿La veis? En ella traigo mi poema, que se
irá desenrollando ante vosotros, aquí frente a vuestras miradas, haciendo sonar sus crótalos de colores y estirando la cabeza para veros mejor y de vez en cuando lanzaros un picotazo.
Ya la voy a abrir, la estoy abriendo, ya se mueve, poned
atención, el poema empezará a salir pronto de esta hermosa caja roja con música incorporada, esta caja de sorpresas tan liviana y tan bella.
Mientras muevo mi mano en su interior para amansar el poema,
os voy diciendo, oh señores: no leáis poemas pesados, ni ásperos.
El poema tiene que ser flexible, escurridizo, ondulante, con un cuerpo frío que os estremezca y en la cabeza una boca capaz de haceros cualquier cosa.
Atención, señores, ya empieza a salir el poema. Mientras sale,
os voy diciendo, oh señores: no comáis poemas calientes; el
buen poema se come frío.
Yo no os traigo la serpiente más larga, extensa, dilatada o
interminable del Amazonas; ni he cazado la flor viva de la
victoria regia; ni este animal tiene pico de tucán.
Señores, oh señores, en el aeropuerto de Medellín conversaban dos señores: –Mi hijo mayor, 
ingeniero, se casó, tienen un niño; Inés Clara, su esposa, un encanto, de la mejor familia. Pero Luis Carlos, el menor, qué desgracia, su madre está desconsolada. Hemos hecho todo lo posible, no tiene remedio, ¡qué desgracia tan grande! Se dedica a la lectura de poemas, ¿comprende usted, querido amigo? ¡Y yo que lo creía tan inteligente!
¡Señores, oh señores! Esta caja ha viajado conmigo medio mundo.
No siempre he puesto en ella ágiles y rebeldes poemas. A veces también mi muda de ropa. Pero es la caja del poema, de todos modos. Consideradla si queréis como una jaula. En ella he llevado el pájaro que no existe.
Los de más cerca, apártense un poco. Los de más allá,
acérquense más. Hagan un círculo perfecto, tómense de las manos, aquí está saliendo esta cosa verde que es el poema. A ver, caballero, ¿cuánto cree usted que tiene en su bolsillo? Déme la mitad y verá el monstruo completo. No es para mí, es para comprarle la leche a él.
Señoras y señores, en cierta ocasión, andando por un lejano
país, trabé amistad con un poeta local, uno de su provincia, que no conocía del mundo más que unas cuantas estrellas. Con una que hubiera conocido bastaba, porque todas son iguales, pero la cantidad era importante para él. El mundo es mundo por ser innumerable, me dijo. ¿Qué sería de nosotros si tuviéramos un solo dios?
Aquí donde me veis, he sido muy recorrido desde niño. Estuve
en el Brasil, donde toda la tierra se llena de sapos después de los inmensos aguaceros. Del Brasil es esta mano roja con uñas de oro para la suerte, la suerte buena, porque la mala me la curaron en Bahía.
Sí señores, caballeros: no temáis. Este verso es un
endecasílabo, bueno para el insomnio; y éstos son tercetos, contra las quemaduras. Y una décima para el dolor de cabeza. Dije una décima; no una pócima.
¡Señores, caballeros! He aquí los seres del bosque, pálidos y
mojados entre la lluvia torrencial. En sus cuevas se esconden, en los troncos vacíos, debajo de las hojas grandes se esconden, pero el aguacero implacable crece. Fabricad una casa para el tapir, un palacio para el tigre. Los seres alados con sus alas se cubren, pero el Padre y el Hijo sólo tienen un delgado manto, todo ensopado.
Os voy a decir, señores, sí, os lo voy a decir, qué es lo que hace
el poeta:
Poner una veleta en la ventana para desorientar a los pájaros.
Labrar peces de hielo para cambiárselos al Mar por peces
verdaderos.
Guardar granizo en la bodega para comer en verano delante de
los amigos.
Descubrirse ante el ventarrón y entregarle su paraguas al revés.
Borrar con la manga las manchas de sombra en los cristales.
Subirse en una silla de tijeras para pintarle bigotes a la luna.
Escudriñar el horizonte para ver si en el viento hay un señor
con cabeza de pájaro.
Decirle a la Aurora dónde vive un malvado para que no pase
por el patio de su casa.
Cuando el arco iris aparece, ir y amarrarlo de pies y manos para
ver cómo brilla de noche.
Pescar antenas de televisión y rajarles el buche para sacarles
todas las imágenes de mujeres que se han tragado.
Colocar faros de espejo en la alcoba para los grandes bacalaos
de ojos de reina.
Ir a contemplar los negritos en la playa, que le arrancan
mechones a una nube de verano para hacer ovejas con cara de cera negra.
Para hacer palomas con pico negro. Para que sus mamás les
regañen por haber dañado el cielo.
Si se encuentra un cocodrilo cantar himnos con él, y en general
cantar con todos los seres, hasta con una máquina que es tan
fiera, o con un ángel supersónico.
Hacer al jardín la visita de cortesía.
Manejar el agua con el dedo chiquito y decir todo lo que le dé
la gana, que para eso es poeta.
No dejar nunca de pensar en lo que está oculto, a fin de
descubrirlo. El poeta es el que saca un sombrero del buche
de un conejo.
Y muchísimos otros trabajos que no revelo para que vosotros
no aprendáis el oficio de poeta.
Os han dicho, sí, yo sé, os lo han dicho, lo que es la poesía. La
poesía es todo eso que os han dicho, y también esta cajita
roja vacía en la que, como podéis verlo, no hay nada,
absolutamente nada, sino ella misma sola por dentro.
Adiós, señores, ya me voy. Viene la policía. Os dejo mi sombra.





ALHEÑA Y AZÚMBAR

La digestión de la pulpa del coco demora cuarenta días y cuarenta noches. Ni mucho, ni poco.
Al plátano artón de cáscara roja le falta un grado para ser veneno. Compadre, no coma coco.
Si se ha comido banano y se toma ron, muerte segura. Nadie comió. Ni yo tampoco.
La pepita de la pitahaya si la comes no la muerdas, si la muerdes no la tragues; si la tragas, allá tú.
La pepita de la granadilla si la tragas se te embucha. Para que no se te embuche, mejor que no comas mucha.
La pepita de la granada no es como la de la granadilla. La pepita de la guayaba no es como la de la granada. Y la pepita de la papaya no es como la de la guayaba. Es como la de la papayuela, pero más dulce.
Si es más dulce es más sabrosa, si es más sabrosa es más cara. Para que no sea más cara no compre papaya ni compre nada.
La pepita de la guanábana es como la de la chirimoya. Y ambas son como la de la calabaza. Cuando a uno le dan calabazas no le dan chirimoya ni le dan papaya.
Las pepitas de la guama se usan para hacer zarcillos, quiero decir que se utilizan como pendientes, o mejor dicho lo que quiero decir es que los chicos se las cuelgan de las orejas.
Trae el corozo una nuez, trae la nuez una almendra, pero la almendra de la nuez no es como la nuez del corozo. Si no se entiende, que no se entienda.
La ciruela se lava, pero no se pela; el madroño se pela, pero no se lava. Para saber si una fruta se lava o se pela hay que consultar el diccionario. El diccionario tiene la palabra. Pero si no la tiene, será que le falta una página.
La pulpa de la algarroba se ataruga y se atraganta. Si tomas agua se forma una pasta y se te pega en la garganta. Con la garganta atragantada tratas de ver si resuellas o si no resuellas nada. Si no resuellas, mortus est.
El hicaco es una fruta especial para diabéticos: no tiene azúcar, ni tiene harina, ni tiene hicaco ni nada.
El que come patilla oxidada, seguro estira la pata. Para no correr el riesgo es mejor comer sandía. La sandía es una fruta sandia.
El tamarindo es la fruta que más me gusta, porque es de negros y de tierra caliente.
Qué sería de los blancos cuando van a tierra caliente si los negros no les sirvieran refrescos de tamarindo.
Con el sabor áspero del tamarindo se forman bolas ácidas recubiertas de azúcar, que sirven para vender en las calles de Cartagena, y se hace el espejuelo de tamarindo, para lamer sobre hojas de plátano.
También se hacen sorbetes para el arzobispo, y además el árbol de tamarindo produce una sombra verde y fresca para construir un banquito y sentarse alrededor del tronco.
El tamarindo es un tronco de árbol copudo completamente lleno de tamarindos.
Sólo los negros lo pueden coger, porque no es fruta de blancos.
Si los blancos tuvieran tamarindo, entonces los negros serían blancos. Pero no puede ser.
Hay muchas frutas que son de negros. Dios les dio a los negros la tierra caliente y las frutas, porque Dios tiene predilección por los negros; eso es evidente.
A los blancos los puso en tierras frías, para que se resfríen, pero ellos inventaron la aspirina y las cobijas de lana.
El níspero y el mamey son frutas de negros. Y el zapote también. Pero lo que pasa es que a los blancos siempre les ha gustado comerse la comida de los negros. Y la música de los negros. Y los bailes de los negros. Y las negras de los negros.

Sigamos: mi negra se emperejila, se emperespeja, se aliña,
Con alhucema y albahaca, con cidrón y toronjil,
Con lavanda, con canela, con loción y con anís.
Mi negra tiene un meneo que no cabe por la calle,
Mueve el tacón y la punta del zapato y ese baile
Derrama tantas fragancias que no caben en el aire.
Mi negra es alta y esbelta, muy lucida y bien plantada,
Su cuello es tan largo que anda su cabeza por el aire.
El donaire de mi negra no cabe en ninguna parte.
Mi negra tiene ojos blancos, dientes blancos, calzones blancos,
Calzones en diminutivo, calzoncitos, prendas íntimas…
Yo no sé qué tienen de íntimas si las anda mostrando por todos lados.
Cuando mi negra se desnuda queda completamente desnuda,
No como las blancas que aunque se desnuden siempre tienen algo que las cubre, aunque sea un concepto.
Mi negra no tiene conceptos, ella nació y se crió desnuda, y por lo tanto no se puede vestir completamente, porque mientras más se viste más desnuda queda.

Mi negra se aceita el codo, se pule el pelo, acicala,
Se emperimbomba, se tiñe, se sahúma, se apercala,
Se va de rumba y regresa cuando está la noche alta.
Yo no sufro por mi negra. ¡Cómo me alegra mirarla!
Mi negra camina en versos de cuatro o cinco tonadas,
Su habla es un canto largo, con las palabras cortadas.
Mi negra es dulce por fuera. Por dentro yo no sé nada.
Por dentro mi negra tiene alguna cosa guardada.

Agüita de manzanilla,
Tisana de ron y eneldo,
La raíz del limoncillo
Y un manojito de espliego.
El aire huele a linaza
Con astillas de canela.
Con alheña y con azúmbar
Viene pintada mi negra.
Pintada no es la palabra,
Viene más azul que negra,
Como esculpida en el aire
Durísimo de la piedra!






MULTIPOEMA

1

De cualquier modo que actúes
Siempre estarás suscitando fuerzas contrarias.
Por eso los sabios prefieren los brazos cruzados
Y que Dios haga de las suyas.


2

Lugares había cuyo acceso estaba vedado a los jóvenes.
Los hay ahora en donde los jóvenes no permiten la intromisión de los viejos.
Protestaban los jóvenes por sentirse excluidos.
Comprenden los viejos y aceptan, no sin cierta saudade, mas con algún regocijo por su relevo.
Es como si dijesen: “Nosotros ya nos vamos, ¡adiós, adiós!”. Y agitando el pañuelo: “¡Paciencia, chicos!”.


3

Tuve el tifo exantemático. Esto fue en Niverengo. Y después tuve la erisipela.
Pero antes había tenido la tosferina y la rociola, en las ácidas tierras del Cauca,
Donde también padecí la fiebre amarilla y el paludismo, y me tuvieron que aplicar la raquídea.
Estaba apenas convaleciente cuando me atacaron a un tiempo, por insinuación de Jehová, la angina de pecho, la sinusitis y una cefalea crónica.
Sufrí poco después la inflamación de la pleura, la meningitis, la bronconeumonía.
Me hicieron la radiografía, la biopsia, el encefalograma.
Quedé con la hernia inguinal, la hemofilia, la leucemia,
La arteriosclerosis.
Y la vasectomía.


4

Estuve en Anolaima, en Anaime, fui alcalde en Anzá, inspector en el Nechí,
Estuve con Gabriel en Ambalema, es Sutatausa, en Moniquirá,
Fui de paseo a Majagual, anduve un tiempo por el Vichada, Campoalegre, Vistahermosa, Coconuco, el Tonusco,
No dejé de ir a Natagaima, Salamina, Cucunubá, Iscuandé,
Visité a Ramiriquí, conocí la Serranía del Perijá, los llanos de Ayapel, atravesé el Catatumbo,
Me detuve en Charalá, en Armero, en Uribia, en Zapatoca,
Viví un tiempo en La Virginia, en Angelópolis, en Contratación y en El Difícil,
Tuve amigos en Abriaquí, en Cumaral, en Sandoná, en Ansermanuevo y en El Cocuy,
Pasé dos veces por Duitama, con Eduardo Mendoza fui a Guateque, y aunque este no es un poema turístico almorcé viudo de pescado en La Dorada.
También estuve trabajando en Cajamarca, en Boavita, en Fusagasugá, en Campo de la Cruz,
Tuve un empleo de escribiente en El Doncello, de secretario en Jamundí, recolector en Patiobonito, jardinero en Dosquebradas,
En San Onofre tuve una novia, en Sahagún y en María la Baja,
Me embarqué en el Guaviare, fui a salir a Calamar,
Pernocté en Dagua, en Dabeiba y en Dibulla,
Anduve por Saravena, por Simití, Circasia, Piendamó, La Rochela, por el Ariari, por Mocoa.
Me contabas, la otra noche, que habías estado es Rochester, en Manchester y en Stuttgart.


5

Practiqué la sinestesia, la ataraxia, la calistenia,
Toleré la falencia, la exacerbación y la asepsia,
Conviví con la sevicia, la astucia, la avaricia, la sandez,
Me aficioné a la gimnasia, el sofisma, la frecuencia y la praxis.
Conocí la fragancia, la adolescencia, la franquicia y la vagancia,
La ofuscación, la picardía, la truculencia y el éxtasis,
Disimulé la retórica, la disnea, la infidelidad, la gramática,
La afasia, la carencia, la sintaxis y la estética.
Deseché la obsolescencia, la ñoñez, la asiduidad, la destreza,
El paroxismo, la ufanía, la mitomanía, la catalepsia.
Cultivé la estulticia, el frenesí, la catarsis y el adefesio,
La cleptomanía, la anuencia, la falacia y el síndrome.
Y, por supuesto, el furor uterino y la prostitución.






PALABRA MÁGICA

“Lebracu Daguar Minosca”, mi verdadera vocación ha sido la hechicería, la alquimia, la metalurgia,
Es decir, transformar. Siempre me ha gustado que las cosas sean de otro modo, no sólo la poesía. Quisiera convertirte, ahora mismo, en un bello Unicornio. Así podríamos, tú y yo, conocer los unicornios.
Mis primeros juguetes fueron un alambique, una retorta, dos kilos de pólvora, una piedra de azufre, un mortero.
Fabriqué cohetes de lujo, aparatosos truenos, inquietos buscapiés, dulces bengalas.
Practiqué la vivisección, las aleaciones, las fundiciones. Me valí de los conjuros, la cartomancia, el incidente.

“Mequépor Résque Carpi”, hice pacto con el diablo pero no me cumplió; no tiene seriedad.
En la oscuridad del bosque, alta la noche, la cocción de un gato negro, arrojado vivo al agua hirviente.
Saco un hueso; pregunto si es ése.
–¡Noooooo!, –me responde bronca voz, en la cima del bosque.
Saco otro hueso, con mano temblorosa.
–¡Noooooo!, –me responde de nuevo la voz incognoscible.
Cuando por fin apaño el hueso en el que está inscrita mi suerte, el bosque entero se desploma en una catástrofe de gritos y maldiciones y salgo más que corriendo, empujado por el huracán.
Al fondo de la casa, en la linde del monte, oigo que alguien viene por los techos, arrastrando un viento frío. Se quiebran las tejas.
–¿Caigo?, –me preguntan.
–Caiga, ¡pero no en mi cazuela!, –le respondo con voz imperturbable.
Avanza por encima del zaguán, cruza la mediagua del salón, traspasa el caballete.
–¿Caigo?, –me preguntan de nuevo, cada vez más cerca.
–Caiga, ¡pero no en mi cazuela!, –respondo imperturbable.
Cruza sobre las alcobas, el comedor, la cocina.
–¡Ya estoy llegando! ¿Caigo?
–Caiga, ¡pero no en mi cazuela!

“Biendosa Lasosque Tracon”, la cosa se está poniendo buena. Manitos de azabache contra el mal de ojo; el nido del pájaro macuá para la suerte en el amor.
Si el caballero o la señora desean un amante, sigan por esta puerta, espérenme allá; tengo el conjuro, tengo el ungüento, tengo el bebedizo, el talismán y la oración.
Un tratamiento con base en la hiel de la salamandra y el corazón de la golondrina es infalible para atraer a ese hombre arisco que la hace sufrir.
Tenga paciencia, mi señora, confíe en mí; ese hombre vendrá de rodillas a sus pies.
Deme su nombre, deme su escarcela, supongo que me trae un regalo. Es usted muy amable; yo no trabajo por interés, sino por la felicidad del prójimo.
Le devuelvo su escarcela, cuente conmigo, ese hombre la está pensando, mañana será suyo; que pase la siguiente, bienvenida señora, ¿en qué puedo servirla?

“Lade Lebracu Ralco”, le tengo la contra para que su princeso no se enamore de otra.
Dos gotitas en la coca-cola, no se preocupe, no se notan.
Y este polvillo para el café. Es un encantamiento; su princeso la seguirá, dócil como un perrito.
Cuando se canse de él, no lo dude, venga, hágame otra visita; yo tengo la cura para todas las situaciones.
Mientras usted se conserve bella (y rica) la magia funciona, esté segura. ¡En estos tiempos hay tantos hombres decididos a dejarse atrapar!

Profesor Jaramillo, de lunes a viernes, de 9 a 12 y de 3 a 6. Sábados y domingos no me pregunte qué hago.
Problemas en el amor, problemas de salud, problemas de dinero, problemas de trabajo, la poesía lo resuelve todo, la poesía hace milagros.
Pero sólo la mía, fíjese bien, ¡no se deje engañar de la competencia!






CIRCO

Para Victoria Helena López Borzacchini

Los camellos de Arabia Saudita, como reyes destronados, con sus jorobas llenas de oro, saltan con dignidad y con indiferencia un bambú atravesado a baja altura sobre la pista principal.
En la pista lateral los elefantes hacen maromas en un solo pie, barritan para agradecer los aplausos, un niño llora. No debieran traer niños al circo.
Diez tigres de Bengala se arrodillan a los pies del domador, el domador los grita, los irrespeta, hasta le metió el pie a uno en la boca. El domador no sabe lo que es un tigre de Bengala.
Siete leones desmelenados hacen su aparición de fantasía en la pista del centro. A la izquierda, los trapecistas con sus gritos y sus luces, a la derecha acróbatas y malabaristas, nos distraen afanosamente para que no veamos cuántos domadores se comen los siete leones en cinco minutos.
El payaso tragafuegos no se sacia, un montón de antorchas yacen apagadas a sus pies, está pidiendo otras, que le traigan más, este payaso se va a tragar todo el fuego del mundo, y se ríe.
El hombre traga-espadas, tan delgado, tan fino como un torero, ¿cuántas espadas se ha tragado? Tráiganle más espadas, quién tiene una espada, el capitán presta la suya, pide que se la devuelvan al final de la función, el hombre traga-espadas no habla, tiene los ojos muy abiertos, siete empuñaduras le asoman por la boca.
Dos motociclistas completamente locos de ruido se entrecruzan a la velocidad de cien kilómetros entre una esfera de metal. Cuando salen están temblorosos y demacrados, un sudor frío les cuelga de la frente; agradecen al público con una sonrisa de ultratumba. Caen desmayados sobre un colchón de aplausos.
Dos contorsionistas como dos serpientes se enroscan uno en otro, se reconocen por el color de sus mallas, una pierna rosada un brazo verde, dónde están las cabezas, se han tragado uno al otro, tiene que venir el empresario a desenredarlos, no se puede porque han hecho el nudo gordiano. El empresario saca su espada.
El triple salto mortal, con su traje blanco y el fajín de lentejuelas, se balancea en las alturas de la carpa, entre las estrellas pintadas, con el corazón en suspenso.
Abajo, los payasos están tratando de poner la red, se enredan en ella, se distraen; finalmente la extienden sobre la otra pista en el mismo momento en que los trapecistas saltan y todas las personas abren la boca como pescados en la playa.
Los equilibristas se encuentran en el centro de la cuerda floja, se saludan, cómo está usted, qué gusto verle, recuerdos por su casa; con permiso, hasta pronto, buena suerte; y cada uno sigue su camino.
En el último número el hombre bala, en su traje de seda ceñido de diamantes, se coloca un casco rojo con destellos de plata, se acomoda en la boca del cañón, el ingeniero dispara, y la bala humana atraviesa la carpa como un cometa.
Cuando la troupe lo rodea para la despedida final, el hombre bala está desencajado y como ausente, palidece en medio de un esfuerzo desesperado por sonreír, y entonces nos damos cuenta de que se ha quedado desnudo.
Un mono monta en un perro, el perro monta en un pony, el pony monta en la cebra, la cebra en dos caballos árabes, los caballos en las jirafas, las jirafas en los elefantes, los elefantes en la troupe, la troupe en el empresario,
El empresario exhibe todo el circo con carpas y luces que tambalean sobre sus hombros, el empresario está sudando, se limpia con mi pañuelo, se ha caído un enano, se descuelga un payaso, el empresario empieza a caminar lentamente
hacia otro país.






EN LA LUNA

Suelen decirme –a manera de crítica– que vivo en la Luna.
¿Les he dicho yo –a manera de crítica– que viven en Tierra?
Cada uno tiene que vivir en algún astro, a no ser que él mismo sea un asteroide.
Si ustedes viven en la Tierra y yo vivo en la Luna, quiere decir que somos vecinos.
Vecinos míos: vuestra Tierra se ve amenazadora allá en lo alto. ¿Qué nueva guerra estáis tramando?
Prestadme una ramita de culantro para adornar mi sopa. Comeré a vuestro nombre pero a mi buen provecho.

“FELICITACIONES FELIZ CUMPLEAÑOS STOP RECUERDA CUÁNTO TE GUSTABA EL CULANTRO CUANDO ESTABAS EN CASA STOP ENRIQUE Y YO TE ECHAMOS MUCHO DE MENOS STOP BENDÍGOTE AMALIA”

Aquí en la Luna se vive supremamente bien. Os veo rodar a mi alrededor en esa bola de tierra que va dando tumbos por el universo sin sentido y sin seso.
Y yo estoy aquí confortablemente iluminado meciéndome en el espacio sideral como en una hamaca de oro,
Vuestra pobre Tierra trastabillando en el infinito y pidiendo limosna entre los astros.

El Señor Jehová viene a hacerme la visita en la Luna nueva,
Y se queda toda la tarde aspirando el incienso que le ofrezco en un potecito,
Porque desde que se jubiló quedó eternamente enviciado con el humo del incienso.
Las conversaciones del Señor Jehová exceden todo límite de hermosura,
Y luego se despide majestuosa y cortésmente, porque tiene la piel tan delicada que no puede dormir sobre el esponjoso polvillo de la Luna.
El Señor Jehová me trajo un pastel de chocolate que quién sabe de dónde lo tomaría.
Debió haber sido de la Casa Blanca, porque estaba adornado con el signo U$A.
¡El Señor Jehová hace unas cosas!

Aquí en mi Luna me paso los días cantando,
Los felices días del Universo en el coro de las estrellas.
El Señor Jehová no me cobra el arrendamiento ni me manda la factura de la luz.
Me dice que está muy disgustado con los que venden el agua, el aire y la luz en esa Tierra desgraciada –y la señala repetidamente con el dedo.
Si yo no me hubiera venido a vivir en la Luna ya me habría muerto en vuestra Tierra inhóspita y cicatera,
A la que el Señor Jehová le tiene tanta lástima como a un hijo deforme.
Yo no le pregunto nada al Señor Jehová porque Él se maravillaría de que le preguntase algo.
El Señor Jehová, amablemente, me anuncia su visita con tres días de anticipación,
Y yo salgo a recibirlo radiante y alborozado.
Cuando lo veo venir, parecido a Walt Whitman, le lanzo gritos jubilosos para que sepa que lo espero con gusto,
Y cuando llega y me abraza me siento tan contento como un cohete que estalla.

Le he quitado a la Luna las banderillas que le clavaron rusos y norteamericanos,
Y le he puesto un poco de tintura de yodo en las heridas, para que cicatrice.
La Luna es un torito virgen que muge por el cielo; el hocico le huele a leche de nube.
Yo no voy a permitir que los gringos y los rusos me lo toreen.

La Tierra lleva a la Luna de la mano a dar un paseo por el Universo, la Luna que es su hija pequeñita.
La Tierra le da de mamar a la Luna, el seno cubierto con sus chales de nubes.

Como dicen que la Luna anda desnuda, yo le pido a mi mujer que se enlune, que se alune, que se deslune, que me enlunice.

Lo que más falta me hace en la Luna son las noches de Luna,
Cuando la Luna perfuma las noches de la Tierra.
La Tierra que adivina el porvenir en la bola de la Luna.
La Tierra que se mira en el espejo de la Luna.
La Luna recubierta con espato de Islandia.

Vecinos míos: el hijo de la Tierra en la Luna se marea,
La Luna se tambalea, se bambolea, se menea.
Yo no puedo sentirme como en mi casa en esta Luna.
Si no mandáis por mí, me arrojaré de cabeza.





DEMOSTRACIÓN

Mi felicidad no es efímera, porque no depende de circunstancias contingentes.
He sido y seré siempre feliz.
Siempre no quiere decir mientras viva, sino eternamente.
Significa que seré feliz más allá de los tiempos.
Felicidad que no dure siquiera una eternidad no es felicidad.
Para explicar esto, porque todo debe ser minuciosamente explicado, definamos primero qué es felicidad.
Felicidad es, ante todo, ausencia de infelicidad.
No puedo ser infeliz de ningún modo, puesto que el Ser no creó la infelicidad.
La infelicidad es un sentimiento humano heredado de sus ancestros animales,
que sobrevive en las clases inferiores de cerebro menos desarrollado.
Para mí todos los sucesos, todos, son felices. Y son bellos.
Producen alegría, luego no son infelices.
Estáis pensando en la muerte, lo de siempre.
También es feliz. Por eso se llama viaje, sorpresa. Es el encantamiento por medio del cual seremos convertidos en pájaro de lenguas, en flor y en hermosos durmientes.
Nada afecta mi felicidad porque soy imperturbable ante ella.
Vine para ser feliz y nada más.
No me pongáis ejemplos, objeciones ni demostraciones. Soy feliz.
Soy feliz donde me coloquéis. En cualquier parte y bajo cualesquiera circunstancias, siempre podré escoger la felicidad.
Vine a ser por la unión de accidentes casuales. Pude no haber sido. Sentir la vida como gozo o pena es sentir la vida. Y esto es mejor que la nada, en la que ni siquiera hay Dios, porque no existe el Dios de la nada. ¿De qué podría estar orgulloso el dios de la nada?
Lo último que podré hacer será también un suceso feliz porque la felicidad está principalmente en la indiferencia.
Soy indiferente, luego no soy infeliz. Si no soy infeliz entonces soy feliz. No puedo contradecir esto.
La indiferencia proviene de la calidad divina.
Los dioses son indiferentes por esencia.
Dioses menores somos, pero dioses creadores, elementos de mutación, semidioses.
Felices por tanto, incapacitados para no serlo.
Dioses de felicidad, en todo tiempo y lugar.
Ser dios es elemental, lo somos naturalmente, sin necesidad de pensarlo, de sentirlo, de decidirlo ni de actuarlo.
Nuestro más leve movimiento afirma nuestro carácter y procedencia divina.
Hijos de Dios son príncipes divinos. Al nacer nos lo dijeron.
En calidad de príncipes vivimos en esta tierra, en este universo, y recibimos nuestras prebendas y beneficios.
Y al final rendimos pleitesía a quien nos envió, Príncipe de más alto rango y autoridad. Y eso es todo.
Es todo por hoy.




LOS POEMAS DE LA OFENSA
JAIME JARAMILLO ESCOBAR



CICLO I

AVERIGUACIONES DE LA POESÍA

El poeta no levanta un dedo para mover el mundo;
el mundo gira alrededor del poeta



MAMÁ NEGRA

Cuando mamá negra hablaba del Chocó
le brillaba la cadena de oro en el pescuezo,
su largo pescuezo para beber agua en las totumas,
para husmear el cielo,
para chuparles la leche a los cocos.
Su pescuezo largo para dar gritos de colores con las guacamayas,
para hablar alto entre las vecinas,
para ahogar la pena,
y para besar a su negro, que era alto hasta el techo.
Su pescuezo flexible para mover la cabeza en los bailes,
para reír en las bodas.
Y para lucir la sombrilla y para lucir el habla.

Mamá negra tenía collares de gargantilla en los baúles,
prendas blancas colgadas detrás del biombo de bambú,
pendientes que se bamboleaban en sus orejas,
y un abanico de plumas de ángel para revolver el aire.
Su negro le traía mucho lujo del puerto cada vez que venían los barcos,
y la casa estaba llena de tintineantes cortinas de conchas y de abalorios,
y de caracoles para tener las puertas y para tener las ventanas.
Mamá negra consultaba el curandero a propósito del tabardillo,
les prendía velas a los santos porque le gustaba la candela,
tenía una abuela africana de la que nunca nos hablaba,
y tenía una cosa envuelta en un pañuelo,
un muñequito de madera con el que nunca nos dejaba jugar.
Mamá negra se subía la falda hasta más arriba de la rodilla para pisar el agua,
tenía una cola de sirena dividida en dos pies,
y tenía también un secreto en el corazón,
porque se ponía a bailar cuando oía el tambor del mapalé.
Mamá negra se movía como el mar entre una botella,
de ella no se puede hablar sin conservar el ritmo,
y el taita le miraba los senos como si se los hubiera encontrado en la playa.
Senos como dos caracoles que le rompían la blusa,
como si el sol saliera de ellos,
unos senos más hermosos que las olas del mar.
Mamá negra tenía una falda estrecha para cruzar las piernas,
tenía un canto triste, como alarido de la tierra,
no le picaba el aguardiente en el gaznate,
y, si quería, se podía beber el cielo a pico de estrella.

Mamá negra era un trozo de cosa dura, untada de risa por fuera.
Mi taita dijo que cuando muriera
iba a hacer una canoa con ella.



EL CANTO DE CAÍN

A través de la ventana escucho un canto profundo y desgarrador: seguramente mi hermano Caín está cerca.
Yo quisiera cantar como él, pero el extraño Señor del Paraíso sólo puso oraciones en mi lengua,
y el humo de los sacrificios de Abel el escogido sube derecho al cielo,
aunque la ofrenda sea de cabritos muertos por la luna o de frutos mordidos por la nieve.
Mi hermano Caín me escribió una carta en donde habla de la dulce lengua de la serpiente en el fondo de su garganta,
pero el guardián de las llaves de la escalera secreta permanece a discreción día y noche junto a la reja,
y estoy rodeado de querubines y serpientes.
Mi hermano Caín, perfumado con humo de locomotora, me llama a través de la noche,
mientras al fondo del paraíso se alza una gran luna roja y peluda.
El día del fin del mundo yo quiero resucitar en bicicleta, con mis jeans y mi chaqueta de asaltos.
Desenrollaré mi navaja automática para ocultar mi timidez, y con mi actitud característica me le pondré de pechos a la tarde.
Y si no pasa nada me asaltaré yo mismo en cualquier calle, pues no puedo vivir de otra manera.
Después me echaré como una gran oreja debajo del cielo estrellado para oír blasfemar a Dios.
Y esperaré que al amanecer una gota de rocío venga a hacerme el amor.




APÓLOGO DEL PARAÍSO

Eva, transformada en serpiente, ofreció a Adán una manzana.
Fueron arrojados del Paraíso, pero ellos llevaron semillas consigo,
y Adán y Eva encontraron otra tierra y plantaron allí las semillas de paraíso.

Podemos hacer siempre el paraíso alrededor nuestro dondequiera que nos encontremos.
Para eso sólo se requiere estar desnudos.




EL CUERPO

 “¡Qué farsa!”
 J.P. Sartre


He aquí, de esto se habla.
El cuerpo nos goza y lo sufrimos.
Lujo de la Naturaleza, pagamos por él nuestra alma.
Esclavo de los dioses, el hombre es un ser aterrado,
y sólo en el usufructo de su cuerpo deposita su aspiranza.
Su cabeza añadida luce su conversación como un pavo real,
y sentado en un tapete de luna su lengua salta delante de sí como una serpiente encantada.
Orgullo del alma, el cuerpo es regocijo y alimento,
y baila ante los dioses como el árbol frente a la tormenta.
El cuerpo toca otro cuerpo y no percibe sino otredad.
"Rosa", decimos, y la rosa es un mito del alma, porque la carne del cuerpo no se reconoce sino a sí misma.
El cuerpo, Devorador, todo hecho para devorar,
el alma de este cuerpo no puede ser sino también devoradora.
Somos un surtidor, con nuestros brazos que se agitan y nuestra boca llena de agua.
Tenemos lo que tiene la nube, he aquí esta adivinanza, por eso la tierra nos absorbe.
Rebelión de la materia, el cuerpo se avolcana, se incendia, impone hermosura,
y no queremos ser sólo cuerpo.
Pero yo aconsejo: hazte amigo del sepulturero.





LA BÚSQUEDA

El enamorado busca su amor aún allí en donde sabe que no está,
como el aventurero busca su tesoro aún allí en donde no se encuentra,
y así como el hombre busca a Dios en toda parte y lugar sin hallarlo nunca,
aun apostado esperando en los huecos de la esquina de la sala, por donde salen los ratones,
y muere con la sonrisa de quien no encontró nada pero buscó mucho,
hasta morirse.
Así yo he venido hoy domingo y te espero sentado en un pedazo de sol.
Días y noches de búsqueda por los más ignorados lugares,
preguntando en altas casas desde cuyos umbrales se divisa a lo lejos la ciudad entre la bruma,
con el objeto de obtener un dato, una pista para seguir tu rastro y dar con el lugar de tu paradero,
oh tú, por quien el pastor daría sus noventa y nueve ovejas restantes.
Aquí pongo a secar al sol los paños de mi angustia más íntima.
Buscadora de ausentes mi soledad quiere comerse su propio amargo vientre.
Y hoy domingo busco en tu nombre antiguo y en tus ojos asiáticos el tiempo,
mientras los siglos pasados me levantan, con peligro de Dios, en brazo inmenso.
Pero tus bellos ojos no aparecen... y me voy a cansar.




EL CAMINO DE LA OFENSA

El pálido y débil niño salido de la flor que crecía en la boca del monte,
envuelto por la niebla, por la noche, y por todo humo borroso y engañador,
andando junto a su padre –labrado por el viento en la cera de los días–,
penetrando la bruma y la distancia con sus ojos soñadores, escudriñadores de ríos, se dirigía hacia un remoto país de casas grandes como cielos, de siete pisos enlosados,
por entre las piedras de su región y los árboles caídos, derribados por el rayo en la montaña.
En su corazón anidaban los amigos de su infancia, y su cabeza estaba rodeada por las nubes,
Las nubes de águila que bajan por la cordillera a brillar en el solemne río recién descubierto, la selva que cada seis meses se traga este niño en un amanecer de evaporados metales.
Sus pies dejan rastro en los guijarros, pero su corazón canta como el eco de las flechas en las calcinadas tierras, donde un sol salvaje grita a medio día como un volcán derramado.
Mientras los trenes corren por la orilla de los ríos él compone versos en honor del paisaje, y de sí mismo.
Vosotros habéis visto las palmeras, y las garzas, y las piedras negras. Y el monte.
Pero él sí que sabía hacia dónde van las palmeras, y conocía debajo de las alas de las aves, y todos los secretos de la montaña,
y las luces de la ciudad no eran para él más numerosas que las estrellas.
Mujeres negras aparecían que lo arrebataban de noche hacia los bohíos para desnudarlo,
y hombres peludos que lo devoraban a la orilla del río, enmascarados con sus risas.
Bailarinas rubias se burlaban de él haciéndole rueda con sus piernas trenzadas,
y una pandilla de muchachos lo chuzaba con sus navajas hasta hacerlo despertar entre la fiebre.
Entonces corría por entre ríos y mares, una gran agua que lo purificaba hasta dejarlo flaco,
tendido en una remota playa en donde él podría abrazar un caracol de oro llamado "No me dejes" y hablarle sin peligro.
Pero "el ángel de muchos ojos" venía todas las tardes por su alma, para llevarla a "La Casa de la Ofensa",
donde le daban de beber en extrañas copas,
y el humo remplazaba en su memoria la delicada niebla, que asperjaba la lana de los corderos,
en los olvidados lugares de su procedencia.
 Pronto su amante le hizo seis disparos de pistola, guardando luego el arma entre su bolso y saliendo desdeñosamente,
mientras él miraba sus tobillos astillados y se desmayaba al escuchar la sirena de la ambulancia.




EL CALLEJÓN DE LOS ASESINOS

Teniendo que hacer un viaje, me dirijo a la estación para tomar el tren de la hora Greenwich.
Así pues, comienzo a andar por ilímites potreros, me extravío, y llevo ya dos días perdido en las montañas,
cuando alcanzo a divisar una especie de sendero que comienza al pie de un árbol y se inclina en el horizonte,
y me encamino hacia él con la esperanza de poder llegar a tiempo, si algún otro inconveniente no me lo impide,
pues lo que sucede es que ignoro por completo el camino de la estación.
A poco andar me encuentro metido en una callejuela tortuosa, de aproximadamente un metro cincuenta de ancho, y aún menos,
entre negras paredes de herrerías, cubiertas de hollín, de carbón,
pobladas de gente aviesa, sucia.
Qué mujeres habrá, desgreñadas, pálidas,
qué niños espesos, lentos,
que acechan en las puertas, desde lo oscuro,
y hombres sentados en montones de arena, que se desliza grano a grano sobre la calle ciega.
Yo, asustado, continúo rápidamente, procurando no hacer ruido para que no me perciban, para evitar el asalto,
hasta que subo por un barranco y allí está la estación
solitaria en la noche, nadie aparece, no hay trenes.
Recorro las salas cuidadosamente, una mata me asusta con sus hojas anchas.
Voy a dar la vuelta cuando ¡zas!, el hombre,
me lo encuentro a boca de jarro, detrás de una columna,
me está esperando para matarme, tiene el cuchillo en la mano, me coge por la cabeza.
En el expendio de boletos no hay nadie.

El asesino, tranquilo, me mira.



1 comentario:

  1. Jaime Jaramillo Escobar (X-504) es quizás el más grande poeta vivo de Colombia en este momento, sin demeritar otros talentosos valores que brillan con luz propia en la poesía continental.

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