lunes, 1 de septiembre de 2014

DANIEL FARA [13.131]



Daniel Fara 

(Buenos Aires, Argentina   1953). Ha escrito ensayos, cuentos y poemas. También ha realizado traducciones de poetas franceses del siglo XIX.  





1961

Atusé mis bigotes de corcho quemado,
acomodé las plumas de mi capa
y entré al recreo largo
para ver mi eclipse de corazón
en los ojos celestes de Graciela.
Por ella saltó mi deseo
en el paracaídas de una estrella fugaz,
por ella entré a la noche del cine,
combatí con villanos en technicolor
y en el castillo de mi cumpleaños,
bajo la luz de las linternas chinas,
le ofrecí mi alazán de madera
como prueba de amor.

Un día
ella se fue del barrio.
Dejó dos de sus pasos
olvidados en una rayuela
y un sobre rosado con un sueño a mi nombre.
Más veloz que mi aliento
salí a buscarla,
pero nada supieron decirme
los durmientes ciegos
ni la primavera oculta en las campanillas.
De puro triste
crecí durante el regreso,
creyendo ver su fantasma
entre los paraguas.

Me contaron las brujas
que a su viejo patio
se le cayeron los dientes de sable,
que Sindbad
se ahogó en los siete mares de su terraza.
Ya no bailaré con ella
después del oporto y las obleas,
no habrá fiesta de fin de curso,
su ausencia es un triciclo negro.






NOCHE DE REYES

Nos conocimos una noche de reyes
compartimos seis vainillas
y tres rondas
y jugamos a la paloma blanca
hasta que en la esquina de tus ojos
se detuvieron a descansar
los tres camellos.
A vos te dejaron un espejo
que reflejaba mi rostro
y yo encontré en mis zapatos
la estrella que le faltaba a tu sonrisa.
Al día siguiente
subimos por el desván
a la Laguna Negra:
buscábamos al sumergido plesiosaurio
que te hacía reir de miedo.
Después
me abrazaste
y cuando fui a besarte
fue la voltereta,
la ráfaga rubia
que puso dieciocho años
entre tus labios y mis mejillas.

Ahora
que ya he contado hasta diecinueve
voy a abrir los ojos.
El rastro
de tus dibujos
con tiza verde
en la pared
me conducirá
hasta el refugio
donde
feliz
recién casada
y todo lo que quieras
tendrás que resolver
conmigo
el misterioso
robo
de tus pasos
en el transcurso
de una mañana de enero.






TRANSICIÓN

Ni bien enciendo la oscuridad
un lobo clandestino
la emprende contra los muebles.

De qué me sirve,
entonces,
morder el cigarrillo,
contarle las puntadas al reloj:
me resigno
y levanto la almohada
para escuchar mejor
tu corazón incesante,
para ver mis ojos
achicados
en tus ojos de aumento,
para ir empaquetando,
a la que te criaste
los estornudos del verano en fuga,
las tardes monocromas,
el rocío crispado
que enjoya las sábanas.

Si ahora pudieramos deletrear
palabras humeantes en la mesa,
sílabas de café y mermelada,
parpadeos de vajilla soñolienta
vibrada por un gallo esmaltado...

Pero ya no es hora;
la madrugada se atomiza en pregones
y crece, ofensiva, la alegría de los otros.

Ya no es más tu hora
ni la mía,
en esta irrefrenable cuesta abajo
de irnos desovillando
por la historia.






El secreto 

Nos encontraríamos en mi pullover
a una hora desusada,
con el alcohol suficiente
para mentir con los ojos abiertos.
Yo vendría de un espejo cóncavo
sin otro almuerzo
que algún arbóreo expediente.
Y así subí al tren
y otros agitaron primeras planas,
tremebundas faldas
y uno que otro parecido
con mi sobresalto.
Luego todo fue pendiente
de meteóricas luces
hasta que,
al ras de mi apogeo,
un safari de pocillos
me condujo hacia la verdad...

Pero,
por qué liberar este secreto,
por qué justamente ahora
que mi tero tañe su alarma en el jardín.
Antes sí
pude haber confesado
como quien se ríe de su nariz de tiburón.
Hoy
ni mis bolsillos
son dignos de confianza.
Además,
siempre habrá paisajes
para arruinarlos con palabras,
siempre alguna especie
para extinguirla criticando,
sólo
que ya no sé
como hacer
para colgar en su maldita espalda
aquel palidísimo lunes.




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