miércoles, 14 de enero de 2015

RAFAEL ARTEAGA TERRAZAS [14.471] Poeta de Bolivia


RAFAEL ARTEAGA TERRAZAS

(Trinidad, Beni, Bolivia, 1885-1937).- Poeta y Narrador. Perteneció al grupo ‘El eco del Beni’, activo a comienzos de siglo XX en Trinidad. Sobre su obra, dispersa en diarios y revistas, César Chávez Taborga afirma: "Los cuentos que logró publicar, inspirados en leyendas mojeñas, llamaron la atención por la elegancia de su prosa antes que por su técnica narrativa, en un ambiente desprovisto, sobre todo de narradores". EL estudioso Pablo Dermizaky define: "Poeta de estro delicado, su producción fue escasa, pero selecta. Cultivó también el cuento vernacular". Su poema ‘Paisaje Beniano’, dice: “Ya no canta el ave triste en la floresta, / alegre sus trinos entona en el sorzal / y son sus gorjeos preludios de orquesta / en los arrozales y en el naranjal. / El aire en sus alas envía la fragancia / de un perfume suave que viene del llano / extraños rumores transmite la estancia / que a veces semejan un gemir humano”.






Rosas muertas

¡Se murieron!... No han sentido
ni el halago de tus rizos perfumados,
no han sentido el calor puro y ardiente
de tus besos febricentes;
no han sentido la caricia de tus manos.

Los claveles, tus hermanos,
no se han muerto de tristura
porque sueñan, sueño ardiente
en formar una corona,
en tus sienes colocarla
con un halo a tu hermosura.

Y en la tumba de las flores
que murieron en tu ausencia,
de las rosas que perdieron sus colores
extrañando tu presencia;
que murieron despreciando los amores
de los bellos picaflores.

En el vaso donde yacen para siempre
oigo a voces un lamento:
¡es el alma de tus rosas
que murieron silenciosas
sin decir su sufrimiento!






Paisaje beniano

Ya no canta el ave triste en la floresta:
alegre sus trinos entona el zorzal
y son sus gorjeos preludios de orquesta
en los arrozales y en el naranjal.

El aire en sus alas envía la fragancia
de un perfume suave que viene del llano.
Extraños rumores transmite la estancia
que a veces semejan un gemir humano.

Mientras caminando voy por la llanura
el sol se levanta como una hostia roja
y tiñe el paisaje de rara hermosura
que aleja del alma toda su congoja.

Bajo las palmeras que la brisa mueve,
dentro del arroyo que corre sutil
baña su plumaje de armiño y de nieve,
irguiéndose airosa, la garza gentil.

Allá en la espesura del bosque frondoso
se oyen las candencias que murmura el río,
y en la fresca yerba brilla esplendoroso,
nítido, el diamante que finge el rocío.

El llano semeja una inmensa esmeralda
que fulgura extraños, claros resplandores;
el cielo refleja la púrpura y gualda
del astro que luce sus bellos colores.

Después que describen grandes espirales
bandadas de patos en torno del lago,
hunden su plumaje dentro sus cristales
y allá se acarician con dúlcido halago.

Nada hay que supere tan bello paisaje,
nada hay que reúna tan gratos primores:
el ave que ostenta vistoso plumaje
en las copas teje su nido entre flores. 







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